martes, mayo 19, 2009

ONU, paz y democracia

Se ocupa Moisés Naim de la idea de crear una organización internacional de democracias que supliera los graves déficit de la ONU, y la desaprueba por inviable y hasta contraproducente. Tal vez lo más defendible de lo que dice es la ingenuidad de atribuir al sistema político de un país un contenido que tal vez no tiene. La Venezuela de 2001 era formalmente una democracia y eso no impedía a su presidente reunirse con Sadam Husein para acordar políticas comunes.

Esa idea puede no ser buena, pero lo cierto es que a la hora de impedir la fabricación de bombas atómicas por regímenes criminales o el apoyo de ciertos Estados al terrorismo la ONU es del todo ineficaz, y aun funesta. Nadie debe olvidar que los representantes de esa organización internacional en Colombia, Mengeland y Demoyne, y muchos otros, eran abiertos promotores de las FARC, ni que a los camboyanos los representaba el régimen del jemer rojo lo mismo que a los kurdos iraquíes los representaba un agente del monstruo que los gaseaba.

En esencia la ONU es una organización obsoleta y completamente inepta. Surgió de la segunda guerra mundial y estableció una legalidad que poco tiene que ver con el mundo de hoy, en el que no hay modo de explicar que Francia tenga derecho de veto mientras que India, con casi 20 veces más población, sólo sea miembro del Consejo de Seguridad, el verdadero poder, con las mismas posibilidades que países pequeñísimos.

Tanto el texto de Naim como toda la retórica europea abundan en el reproche al “unilateralismo” estadounidense, como si los genocidios que han tenido lugar en tiempos de la ONU hubieran sido evitados por instancias multilaterales. Muy al contrario, en el caso de la antigua Yugoslavia las mismas naciones europeas “hacían la guerra con los hijos ajenos” promoviendo el fascismo que más conviniera a sus intereses, bien el de los ustacha croatas, leales a un antiguo bloque pangermanista, bien el de Milosevich, que pretendía hacer fracasar la independencia croata reconocida a toda prisa por Alemania. El papel de Francia en el genocidio de Ruanda también es conocido, así como la pasividad general ante las atrocidades de tantas guerras africanas, como la del antiguo Zaire, en la que han muerto ya varios millones de personas.

La orgía de crímenes en Yugoslavia se contuvo tardíamente y sólo por la determinación unilateral estadounidense, y también así se puso fin al amenazante régimen de Sadam Husein. Ante la escalada de crímenes del terrorismo islamista o el interés del régimen iraní de hacerse con bombas atómicas, así como de clamar por la destrucción de Israel, la actitud de quienes se quejan del “unilateralismo” estadounidense recuerda la disposición de casi todos los periodistas influyentes en Colombia para que se premie a las FARC: el “multilateralismo” sólo se entendería como una victoria y un reconocimiento que obtendrían los terroristas.

La ONU es la organización multilateral que correspondía a la guerra fría, los cinco países con derecho a veto correspondían a los vencedores de la segunda guerra y eran tres de un bloque y dos del otro. Al caer el muro de Berlín y disolverse la Unión Soviética, muchos creyeron que se abriría una etapa de paz y armonía entre las naciones. Bin Laden y compañía se encargaron muy pronto de acabar con ese ensueño: el entusiasmo que los hechos del 11-S produjeron en Europa y Latinoamérica fue el anuncio de una nueva época de rebelión y amenazas a la libertad, casi que la radicalización de Chávez y el ascenso de sus seguidores en toda la región a partir de entonces es en parte resultado de esa atrocidad. El “Nuevo Orden Mundial” no despierta propiamente entusiasmo en las regiones en que el comunismo tuvo un apoyo significativo. La suma del socialismo del siglo XXI con la yihad, el resurgir del nacionalismo ruso y la resuelta euforia con el terrorismo de la “resistencia” iraquí en Europa y Latinoamérica describen una época diferente en la que la paz mundial no depende del “multilateralismo” (en el que las pretensiones del régimen iraní de destruir a Israel reciben reconocimiento y son tan legítimas como el anhelo de sobrevivir de los israelíes) sino del poder que realmente pueda imponerse.

Ese poder basa su legitimidad en la tradición de defensa de la libertad: la nación en que surgió la democracia moderna y el régimen de libertades y derechos hace frente a un entorno hostil, no como muchos creen por culpa del gobierno de Bush (pues el odio que concentraban Nixon o Reagan era aún mayor y en tiempos de Clinton el antiamericanismo sólo era menos ruidoso), sino por su propia esencia. Sólo es la amenaza que representa su modelo social para el orden imperante en otros sitios.

De modo que la vieja tarea de la segunda guerra mundial no se consumó con la derrota de Hitler ni con la caída de la URSS, pues las amenazas siguen siendo igualmente formidables. Y más allá de que nos guste o no, la tendencia es a que la ONU resulte irrelevante y el bando aliado recupere el papel de liderazgo mundial que tuvo en esos momentos. Ese bando aliado lo forman ante todo Estados Unidos y Gran Bretaña, que desde comienzos del siglo XIX han evitado enfrentarse y en todas las ocasiones importantes se han apoyado.

Pero en el mundo globalizado y recalentado hay dos países de gran extensión que comparten valores, idioma y tradición con esas dos potencias y que tienen enormes perspectivas de crecimiento demográfico y económico: Australia y Canadá. Esos cuatro países, junto con Nueva Zelanda e Israel podrían ser el “núcleo duro” de un nuevo poder global que podría contener las amenazas de los regímenes totalitarios, de los terroristas y de todos esos espíritus ansiosos de defender viejas jerarquías que no vacilan en aplaudir a los genocidas, como se vio con el jemer rojo y con los “insurgentes” iraquíes, como se ve con ETA o las FARC allí donde se las puede defender impunemente. Incluso ese grupo de países podrían llegar a tener estructuras de gobierno comunes, nacionalidad, moneda, mando militar, etc.

En un segundo nivel estarían los países ligados culturalmente al primer grupo: la Commonwealth, India, Sudáfrica, Singapur y países de inequívoca afinidad con Occidente: Japón, Corea del Sur, los de Europa central y oriental que han experimentado la opresión totalitaria y algunos de Europa occidental y Centroamérica. Otro nivel menos fiable lo formarían los miembros de la OTAN que no hayan aparecido antes y países de todos los continentes que se pongan de parte de ese poder.

Como alianza militar, la organización tendría una actitud resueltamente defensiva, basada en la defensa de los valores de la carta de la ONU y en la determinación de garantizar la paz y evitar los genocidios, como el que ahora mismo tiene lugar en Darfur.Bueno: es lo que creo que ocurrirá. No hay que ser adivinos para pensar que todos los reaccionarios de Latinoamérica y Europa estarán en contra, incluso es probable que gobiernen por largos períodos. Es que la simpatía por Hitler y Stalin (ampliamente mayoritaria en los años treinta del siglo XX en casi toda Europa, sobre todo en los países mediterráneos), por Castro y Chávez, por el Che Guevara y Camilo Torres, por todo el sempiterno antisemitismo y antiliberalismo, por Mohamed Atta y los insurgentes que hacen fracasar a EE UU en Irak como antes en Vietnam, no es en conjunto un hecho casual sino la manifestación de tendencias muy profundas. Y nadie debe dudar de que las sociedades que tomaron ese rumbo lo pagarán en términos de desmoralización, de escasa cohesión social, de baja productividad, de emigración de los más aptos y de amargura y resentimiento. La unidad latinoamericana “antiimperialista” podrá ser muy eficaz a la hora de asegurar el atraso y el despojo de minorías parásitas, pero como amenaza para EE UU y sus aliados sólo será tema de risa.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 11 de junio de 2008.)