martes, octubre 06, 2009

Ecologismos

El ecologismo es una de esas causas que no tienen enemigos. Es inconcebible que alguien crea que debe haber más contaminación o más acumulación de basura. Claro que cuando se hurga un poco en el sentido de todo lo que se dice resultan muchas cosas extrañas. Por ejemplo, que la mayoría de los ecologistas son personas de países ricos o de clases acomodadas de los países intermedios que se quejan de las desigualdades entre los países ricos y los pobres, ciertamente pensando que el nivel de consumo de la gente de los segundos es insuficiente: que deberían contaminar tanto como el resto.

Eso relativamente: la queja contra la pobreza de los pobres no excluye la condena del despilfarro y el exceso que rodea a la gente de los países ricos, despilfarro y exceso a los cuales la mayoría de los ecologistas no renuncian. Uno de los líderes de esa corriente moderna, el ex vicepresidente estadounidense Al Gore, se desplaza en jet privado. En Colombia el arquetípico representante del ecologismo es el poeta William Ospina, que reflexiona en el avión en que vuelve de India sobre el discreto encanto de los pobres de ese país.

Reflexionar sobre el ecologismo conduce a una dispersión muy difícil de eludir. Me ocuparé primero de esa particular incoherencia de los ecologistas: por lo general se trata de las personas menos dispuestas a reciclar, incluso en Colombia, donde sólo tienen que darle la orden correspondiente a la empleada doméstica. ¿A qué corresponde eso? A la necesidad generalizada de buena conciencia y autohalago. Fernando Savater decía hace años que el yogur del desayuno sabe mejor cuando uno piensa en lo mal que está el mundo, en los niños que no comerán nada en todo el día y en todos esos que no tienen la valiosa conciencia que tiene uno.

Eso se mezcla con otro fenómeno, ya señalado en su día por el pensador francés Jean-François Revel: que el ecologismo —como el feminismo, la defensa de los homosexuales, la ya en desuso protesta contra la energía nuclear, etc.— es una bandera de la que se apropiaron los comunistas al caer su proyecto: ya que no es posible decir que el capitalismo se hunde mientras el socialismo triunfa, queda la opción de culparlo del deterioro ambiental. El cinismo de todo eso es obsceno, pero en Colombia al menos es normal: los defensores de la dosis personal y del colectivo LGTB son los mismos defensores del régimen cubano; y los enemigos de la contaminación son los mismos partidarios de los que desecaron el mar de Aral y dejaron sin bosques buena parte de Europa central.

Todo eso falsea la cuestión de los problemas de contaminación y “desarrollo sostenible”. Los activistas del ecologismo no buscan que se reduzca la contaminación sino anunciar el Apocalipsis que está a punto de llegar por la persistencia de este sistema. El que dude de eso puede fijarse en las reacciones frente al cambio climático: lo corriente es desesperarse por imponer la noción de que es un producto de la actividad humana, pese a que muchísimos científicos lo niegan. ¿En qué se basan tantos personajes que claman por la atribución de la responsabilidad a la industria? Sólo en la resuelta complicidad de otros tan ignorantes como ellos y tan necesitados de formar parte de los enlightened. El mismo problema tiene mucha menos importancia que la posibilidad de acusar a los gobiernos del mundo, seguramente movidos por ideales menos altruistas que los críticos.

Para abordar esas cuestiones conviene estar atentos a los diversos contenidos manipuladores que hay en toda la propaganda. Con muchísima frecuencia el ecologismo tiende a ser nostalgia de sociedades primitivas, con el mismo anhelo de condenar el capitalismo y buscar adhesiones a la alternativa. El citado William Ospina es característico, y su condena de la civilización termina en la admiración y el respeto por Chávez, cosas que son sus verdaderas proezas. También el mucho más interesante poeta nicaragüense Ernesto Cardenal combina la defensa de los valores prehispánicos con la militancia en el sandinismo.

Mucho más frecuente es en otros contextos la asociación con valores religiosos o primitivos ocultos o poco razonados en personas que se creen “modernas” o ateas. Esa suplantación de la religión por supersticiones infantiles merecería un post. Pero respecto al ecologismo la cuestión es particularmente compleja: ¿la “naturaleza” o la Tierra son instancias superiores a la humanidad? Siguiendo el famoso alegato del jefe indio, ¿pertenece la tierra a los hombres o éstos a aquélla? El viejo esquema del pecado, la culpa, la deidad suprema y sus representantes en la Tierra y entre los hombres se reproduce casi cómicamente con los ecologistas.

El conjunto de creencias extrañas y de valores dudosos que tienen relación con todo eso es abrumador. Uno de los elementos sociales tradicionales que recogen los ecologistas y que encauzan a su vago sueño alternativo, aunque siempre coincidente con iniciativas generosas como el Foro Social Mundial y hostil a las empresas y bancos estadounidenses, es el miedo a la técnica, y el rencor de los que resultan relegados por ésta. La militancia en el amor a la naturaleza convierte a estas personas en parte de una nueva aristocracia. La rabia por todo eso que se le quita a lo que está por encima de nosotros se convierte en el blasón de quienes no tienen nada más que ostentar.

Y si bien abunda la actitud de quienes se desentienden por completo de todo, la verdad es que la solución a los problemas de que se ocupa el ecologismo es principalmente técnica: de desarrollo de tecnologías que permitan explotar mejor las energías limpias, de industrias que procesen la basura, probablemente con procedimientos automatizados más eficientes que los actuales, de estrategias de reforestación y de obtención de agua y de freno a la desertización… Un campo inmenso precisamente para la denostada industria y las denostadas empresas.

Y para todo eso ciertamente es necesaria una gran conciencia de los peligros que afrontamos, pero el revival romántico y más bien cursi de los colectivistas y nostálgicos de la prehistoria y adoradores de la Tierra o de la “naturaleza” y demás fauna antimoderna no es precisamente el camino. Es uno de los principales obstáculos, pues por puro amor a la Tierra colaboran con el despliegue bélico más impresionante que se ha dado desde la caída del comunismo.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 18 de febrero de 2009.)