viernes, diciembre 05, 2008

Ni Gore ni el gore

Publicado en el blog Desenlace sin fin el 29/04/2007

La publicación a comienzos de la semana anterior de una separata en la prensa con toda clase de detalles escabrosos de los crímenes de las AUC (principalmente, como era de temerse), sólo es el paso siguiente a la arremetida de Petro, algo que estaba perfectamene calculado y que se concibió al mismo tiempo que el debate. Ambas cosas forman parte de la campaña electoral de la izquierda democrática.

Y esto no tiene por qué ser una mala noticia: constituye una tácita aceptación de la democracia, si bien sus cálculos se basan en el control que han alcanzado gracias a sus fuerzas de choque de muchísimas nóminas estatales y también de las maquinarias de compra de votos que antes servían al llamado liberalismo. En cualquier caso, es preferible que busquen los votos engañando a la gente que asustándola con masacres como la de Bojayá (la cual multiplicó milagrosamente la intención de voto por Luis Eduardo Garzón en las elecciones presidenciales de 2002).

Lo que pasa es que probablemente van a tener que volver a las bombas porque la estrategia no da resultado. El desplante de Al Gore a Uribe despertó entre los colombianos sobre todo solidaridad con el presidente, por no hablar del daño que podría hacer a los intereses del Partido Demócrata el que se haga publicidad sobre su tácito apoyo a una formación como el PDA. Cuanta más información llegue a la gente del primer mundo sobre Colombia menos posibilidades habrá de justificar las pretensiones de la izquierda democrática y sus niños (negociación política). Con lo que toda la campaña tiene un efecto de corto plazo que no parece prometer muchos votos a esa facción. Salvo que esperen completarla con una arremetida de terror en la fase final de la campaña electoral.

Lo mismo ocurre con la manipulación de las noticias de atrocidades, algo que evoca el cine gore. Esa exhibición tiene por objeto forzar en la gente una condena del gobierno, al que tácitamente se hace culpable de esos crímenes. Por lo general el método consiste en debilitar cualquier sentido crítico gracias al impacto de las imágenes atroces, claro que para producir ese impacto no es necesario que haya delante pruebas de perversidad o crueldad, puede bastar un quirófano o el resultado de un accidente de tráfico. Se pretende sensibilizar a esa parte de la sociedad que ve en el llamado paramilitarismo un mal necesario, hacerla sentir cómplice de unos criminales monstruosos…

Pésima estrategia electoral. La capacidad de mentira y ocultación de los medios, que se pone de manifiesto cada vez que las víctimas son soldados y policías, se agotará antes de que la gente decida apoyar a los que ni siquiera condenan los secuestros. Al igual que se ha agotado la capacidad de culpar al gobierno de las bombas. De modo que la próxima vez que encarguen una monstruosidad para alentar el voto por sus pupilos lo que se encontrarán es con gente que por nada del mundo quiere ser cómplice de quienes esperan sacar provecho de esos hechos.

Y los que creen que el paramilitarismo es o fue un mal necesario merecen todo el reproche de la sociedad. Quienes recuerdan la situación colombiana en 2000 y 2001, cuando se oían tantas voces desesperadas clamando por una intervención estadounidense que no llegaría o esperanzadas en que la banda de asesinos de Castaño y Mancuso salvaría al país de la caída en manos de la izquierda democrática, comprobarán que hubo una alternativa distinta: elegir a un gobierno comprometido con el imperio de la ley. Un gobierno que no pretendiera complacer a los terroristas. El resultado ha sido la reducción casi de ensueño de los indicadores de violencia, algo que angustia a la izquierda democrática que ve alejarse las prebendas y los cargos vitalicios.

Esa reducción de la violencia es la gran conquista cívica de esta década. No la van a echar a perder con campañas de calumnias ni con manipulaciones como las imágenes de atrocidades. Cada día que alguien se pregunta por la causa de todo eso empieza a revolotear una luciérnaga que alumbra los nombres de las camarillas oligárquicas que lanzaron la revolución, como la de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional en los años sesentao, o la de la revista Alternativa. Y una pregunta a la que los farsantes del cartel de la calumnia no podrán contestar:

¿Por qué el PDA no pide a las guerrillas que desistan de su guerra?