martes, mayo 21, 2013

La verdadera lucha de clases


Sociedad e ideología

No se puede siquiera soñar con enderezar el rumbo de Colombia, ni de la región andina ni de Sudamérica ni de toda Iberoamérica, sin hacer frente a la ideología que se ha quedado como sedimento de la vida compartida desde la época de la Conquista. En una ocasión traté de describir los registros falsos más importantes de la ideología colombiana. Siendo el igualitarismo uno de los más característicos y arraigados, hay que reconocer ahí un fuerte "caldo de cultivo" para la implantación de la ideología totalitaria: a todo el mundo le parece ¡tan evidente! la teoría de la lucha de clases. En gran medida, desde traidores a su clase como Juan Manuel Santos o su hermano mayor hasta el último sicario de la última selva, todos creen que la distribución de la riqueza en el mundo es injusta y que de algún modo es apremiante remediarla. Para creer eso no importa que los líderes de la rebelión ya fueran riquísimos y lo sigan siendo gracias a los crímenes terroristas (Alfonso López Pumarejo era banquero antes de meterse a político, y tras los negocios que hizo su hijo en la presidencia, como la multiplicación del valor de la Hacienda La Libertad, por no hablar de los que habrá acordado en Panamá con los capos de la cocaína, es seguro que el patrimonio familiar es de muchos cientos o aun miles de millones de dólares, convenientemente invertidos a través de testaferros). Siempre se puede soñar que a los demás se los despoja por amor al pueblo.

Noción de "clase"
Lejos de lo que se cree, una clase social es algo más complejo que un "estrato". Puede que en el origen las clases sociales sean grupos étnicos diferenciados que al convivir se especializan en determinadas funciones dentro del aparato social. En el caso de la India, los invasores del norte, de piel clara, se convirtieron en las clases superiores de la sociedad. La palabra ario, tan explotada después por los nazis, sólo distinguía a esas clases en India y Persia. En Colombia, los descendientes de los conquistadores y de los funcionarios o colonos españoles se convirtieron en las clases altas de la sociedad posterior. Lo que se debe tener en cuenta es que una clase social comparte determinadas maneras y rasgos de estilo, así como conexiones internas y aun costumbres y valores arraigados, por lo que no es una mera categoría socioeconómica.

Lucha de clases
Al lado de la vieja manía igualitaria, el colombiano de hoy en día, adoctrinado por Fecode (todo el chavismo viene de la educación, Hugo Chávez podría ser considerado una especie de Dale Carnegie del trópico que pone en práctica la educación que recibió: tenía ventaja, su madre era  una maestra, como la de Piedad Córdoba, la de Guillermo León Sanz [Alfonso Cano], la de Luis Édgar Devia [Raúl Reyes], la de Pablo Escobar, la de Horacio Serpa y la de la mayoría de los próceres que dirigen la explotación de tal teoría) profesa la creencia en la lucha de clases. Esa teoría se propaga explotando el resentimiento de las víctimas de la Conquista y de sus descendientes, el igualitarismo que siempre utilizaron los curas para contener a cualquier poder que amenazara su hegemonía, el control de la casta intelectual en todo Occidente y aun la educación y la prensa para que sirva a los designios de las clases poderosas en Colombia, que en el siglo XVI y en el XXI son aquellas que viven arrimadas al Estado.

Mentiras eficientes
Es decir, en cuanto grupos diferenciados las clases tienen intereses opuestos, pero la noción de lo que es una clase permanece oculta a la mayoría de la gente porque la tradición religiosa la mueve a pensar que nadie debería tener más. El resentimiento parece dirigido a quienes han depojado, desposeído, etc., a otros, pero su raíz es otra. Al respecto cito un párrafo muy ilustrativo de Ortega y Gasset:
A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo que funciona en la conciencia pública degenerada: le llamó ressentiment. Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior por carecer de ciertas calidades —inteligencia o valor o elegancia— procura indirectamente afirmarse ante su propia vista negando la excelencia de esas cualidades. Como ha indicado finalmente un glosador de Nietzsche, no se trata del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez en el fruto, y se contenta con negar esa estimable condición a las uvas demasiado altas. El "resentido" va más allá: odia la madurez y prefiere lo agraz. Es la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una capitis diminutio, y en su lugar triunfa lo inferior.
Parece un retrato esforzado de la mentalidad de un colombiano. Pero se encuentra por todas partes y está en la base del sueño del paraíso igualitario, que tanto daño hizo en los siglos anteriores. Lo que hace especial a Colombia es que quienes lo explotan son sistemáticamente los más ricos y privilegiados y en la conciencia del ciudadano ordinario esa rabia, ese rencor, conviven confundiéndose sin cesar con el sueño de ser de la casta superior y con el servilismo más repulsivo ante cada persona que exhibe los rasgos de esas castas. Otro rasgo de primitivismo inquietante.

Burguesía y proletariado
Una cosa muy extraña de esa ideología es que la palabra burgués, en principio los habitantes de las ciudades y después el miembro de las clases medias productivas (tenderos y artesanos) en contraposición al aristócrata y al bohemio, ha resultado ser "alguien que tiene de sobra y se rodea de lujos". Como la gente vive amargada por carecer de lujos, que parece lo único que podría hacer grata la vida, el odio a los burgueses atrae a multitudes.

Pero en la realidad de la zona andina los ricos nunca han sido los artesanos y tenderos sino siempre los que de algún modo explotan el poder político. En la mayoría de los casos las empresas no son propiamente manufactureras, pero aun cuando lo sean, el origen de la fortuna de sus dueños no es el trabajo sino previsiblemente la relación con el poder político.

Todo eso genera una vasta confusión: un pequeño empresario que dé trabajo a diez personas, por decir algo, no tiene el patrimonio que alcanzan los secuestradores y asesinos como Gustavo Petro, Angelino Garzón o León Valencia. Los grandes patricios que maquinan para desarrollar el poder terrorista nunca han trabajado lejos del Estado, ni ninguno de sus antepasados desde la Conquista. De hecho, si se evaluara realmente el ingreso de todos los propietarios de negocios, con toda certeza sería inferior al de los asalariados estatales, con decir que la mitad de estos están en el 10% más rico de la población, en el que de todos modos habría que contar a muchos abogados y asalariados con alta calificación.

De ahí que medidas como aumentar el salario mínimo no favorezcan realmente a la gente más pobre, primero porque excluye a muchos que no podrían ser contratados porque no generarían recursos para pagarles, y segundo porque con base en él se calculan ingresos de grupos parasitarios.

Falacias
En resumen, sí hay grupos sociales con bastante homogeneidad que tienen intereses diferentes. El problema es la serie de inferencias falsas que el poder de los grupos parasitarios en la sociedad genera: el trabajador sin calificación no resulta despojado por el empresario, la teoría de la plusvalía es un disparate que provocaría risa en cualquier persona que lea la prensa económica, pero el conjunto de los ciudadanos sí resultan despojados por los grupos parasitarios de siempre, y ese despojo es la única causa del atraso y la pobreza. Los altísimos impuestos que pagan las empresas en Colombia se van a financiar las universidades públicas, en las que unos individuos bastante ignorantes y ociosos explican sus opiniones del mundo a unos jóvenes que desde hace medio siglo son el grupo de presión decisivo en la sociedad. Ese gasto es sólo prolongación del gasto en "burocracia", en puestos parasitarios (conozco a varias personas que han tenido empleos en el Estado cuya única "labor" consistía en acercarse a cobrar el cheque). La revolución es sólo el clientelismo agresivo y adornado de retóricas burdas.

Las verdaderas clases opuestas
Así pues, hay una clase típica, hegemónica sobre todo en Bogotá, que vive del cuento, de exhibir cultura, de descrestar calentanos, de presentar tutelas, de conseguir "corbatas" (como se llamaba antes a los empleos sin función), de reclamar derechos, de protestar y organizarse y luchar, una clase cuyo discurso es el de la llamada "izquierda" (de muchas maneras el socialismo representa a grupos parasitarios o retrógrados, pero como bando de los ricos inútiles y ladrones no llega a serlo en ninguna parte como en Colombia). En contraposición está el resto de la sociedad, las mayorías que aceptan la ideología de esa clase por su tremenda indigencia cultural y espiritual, que tienen que trabajar no porque crean en sí mismas sino porque no hay otra salida, y que en la medida en que maduren y se hagan conscientes constituye la base social (potencial) de una democracia liberal.

No se engañen: por mucho que lo repita todo el mundo, la guerrilla no es una rebelión contra la corrupción sino la continuidad de las guerras de tinterillos del M-19, sus partidarios son en esencia los mismos tinterillos y demás parásitos del Estado, sindicalistas, profesores, periodistas, sociólogos, antropólogos, etc. No será posible enderezar el país, como advertía al principio, sin hacer frente a esa ideología.

De hecho, el atraco callejero, tan típico de Hispanoamérica, es sólo esa lucha de clases entre el que produce y el que despoja. Lo que anima al atracador es la ideología fecodista. Antonio Caballero justifica la delincuencia porque sus métodos y valores son los de todos los delincuentes, y entre el grupo de Alternativa y el último raponero sólo hay una diferencia de rango.

(Publicado en el blog País Bizarro el 8 de enero de 2013.)