viernes, octubre 28, 2011

¡Todos con Petro!

Tal como a las personas menesterosas la penuria las obliga a tomar decisiones y adquirir compromisos que a largo plazo empeoran su situación, a los países inestables las soluciones desesperadas que encuentran se les vuelven trampas fatales de las que les resulta casi imposible salir.

Es lo que pasa en la Colombia del siglo XXI con la situación política heredada tras varias décadas de hegemonía de las mafias de la cocaína y de las organizaciones terroristas surgidas de las universidades. La Constitución fue concebida para debilitar los poderes ejecutivo y legislativo y también los partidos políticos. El escaso arraigo de las convicciones democráticas y el peso de tremendas tradiciones clientelistas hicieron el resto: los viejos partidos quedaron convertidos en meras redes de nombramientos y corruptelas y los socios de las bandas terroristas encontraron una gran ocasión de desarrollar un partido fuerte, cohesionado y rico gracias al ascenso de sus afines en países vecinos.

De tal modo, hay una mayoría que apoya el combate contra el terrorismo y quisiera vivir en un país democrático como los de Europa y Norteamérica, pero sin el menor reparo el gobierno elegido opta por la política contraria y esa mayoría queda indefensa. No hay ningún partido que la represente, sino que las catervas clientelistas siguen al gobierno en aras de la rapiña y los terroristas se frotan las manos, pues saben que les tocará buena parte del botín.

Ante las elecciones a alcaldías y gobernaciones del próximo octubre, esa orfandad de organización de la mayoría se hace más patente. Sobre todo en lo que concierne a Bogotá. ¿Cómo es que no hay un candidato uribista claramente posesionado si el uribismo obtuvo el 60% de los votos en las últimas elecciones generales y el gobierno del PDA sufre un desprestigio clamoroso? Al respecto, nadie contesta.

El apoyo de Álvaro Uribe a Enrique Peñalosa pareciera el deseo de influir en la elección, toda vez que no parece tener futuro ningún candidato de confianza, salvo él mismo. No obstante, dado el origen del Partido Verde y su reciente papel en las elecciones presidenciales de 2010, ese apoyo no encontró mucho entusiasmo entre los miembros de ese partido, sin que tampoco haya mejorado notoriamente las posibilidades del candidato, que difícilmente podría entusiasmar a los votantes uribistas dada su relación con la campaña de calumnias del año pasado, y difícilmente podría entusiasmar a nadie, dadas sus dificultades de comunicación con la ciudadanía ordinaria.

La deserción de Mockus no es la única consecuencia llamativa de ese apoyo. Pese a todas las críticas que ha recibido, ¿no es lógico que Mockus se retire siendo que la identidad de ese partido es el antiuribismo y que él se comprometió a fondo en la explotación de los "falsos positivos" como recurso para calumniar el anterior gobierno? ¿No estuvo su campaña presidencial promovida por gente afín al terrorismo como Sergio Otálora, William Ospina, León Valencia o Antonio Morales? No cabe ninguna duda de que los militantes y activistas del Partido Verde, salvo por el interés personal que pudieran tener en puestos o negocios relacionados con el poder, preferirían que ganara Petro y no un Peñalosa apoyado por Uribe.

Más interesante es el hecho de que el presidente del Partido Verde, Luis Eduardo Garzón, se pronunciara en apoyo de las acusaciones de Santos a la mano negra de la extrema derecha. Si ya el atractivo de Peñalosa para los votantes uribistas era tibio, habrá que pensar en lo que habrá después. Es muy sencillo: Garzón también quiere que gane Petro. Fue su socio de partido durante casi una década y comparten orígenes ideológicos, por no hablar de las escasas perspectivas que le anuncian las encuestas a Peñalosa. Por eso espanta a los votantes uribistas.

El apoyo de Uribe a Peñalosa no es compartido en absoluto por los partidos "uribistas". Prueba de eso es el apoyo que ofrece el periódico presidencial a la candidatura de Gina Parody, por no hablar del silenciamiento que hacen del ex alcalde. La candidata tiene escasísimas posibilidades de ganar, pero en cambio sí puede arañar muchos votos hostiles al PDA. Su candidatura tiene como principal objeto impedir el triunfo de Peñalosa. Es decir, de Uribe.

Negar que al gobierno de Santos le interesa el triunfo de Petro es negar que tiene interés en un proceso de paz con las FARC, por mucho que lo reconozca. ¿Qué proceso de paz va a haber con una banda insignificante en términos políticos y deslegitimada por las urnas? El triunfo de Petro sería la legitimación de ese proceso, por no hablar del impacto que tendría en la prensa internacional un alcalde que respaldaría la negociación. La resistencia a entender eso es uno de tantos misterios de Colombia que uno quisiera entender. De hecho, la publicación en El Tiempo de este interminable escrito del arquetípico profesor de la Universidad Nacional Medófilo Medina es prueba de las presiones que hace el gobierno en torno a la negociación.

Yo tengo la plena certeza de que esa negociación contará también con el apoyo de Uribe, que es el jefe del partido de la U, pero sin duda despertará recelos entre mucha gente que lo apoya. La insistencia en apoyar a Peñalosa, pese a las crecientes pruebas de su fracaso, es prueba de esa resignación.

En cuanto a Petro, no cabe la menor duda de que cuenta con el apoyo de los medios. El desprestigio del PDA hará que la dirección de ese partido intente "pasar de agache" ante las elecciones, mientras que sus miles de militantes harán campaña por el candidato "progresista". Lo mismo se puede prever que hará Mockus, pues sus posibilidades son escasas y sus afinidades con el ex terrorista son claras.

Finalmente, Petro es el candidato del chavismo: amigo personal del líder durante varias décadas y claro portavoz de su ideología en Colombia. No es ninguna sorpresa que a su favor se moverán las grandes fortunas que generan tanta pasión obsesiva contra Uribe en cientos de periodistas y tanta desfachatez en el prevaricato en cientos de jueces. Las mismas fortunas que animaron la elección de Samuel Moreno en 2007 y seguramente también la de Luis Eduardo Garzón en 2003. ¿Qué creen que hará la impresionante maquinaria samperista, heredera de Martha Catalina Daniels?

Con todo, la cosecha de votos de Petro provendrá del caladero de la clase media arribista que lee Semana y ostenta el antiamericanismo como una marca de su estrato, pero también de las clientelas creadas con recursos públicos durante los ocho años de gobiernos del PDA a través de los comedores comunitarios y también de Fecode y sus afiliados.

Mucha gente duda de ese triunfo convencida de que el descontento con el caos e inseguridad de la ciudad moverá el voto contra el PDA. Parecen olvidar que la mayoría de la gente no vota, que los incentivos del chavismo son formidables, que el bando "anti-Polo" es disperso, que los medios de comunicación son en realidad medios de manipulación y siempre están en el bando de los terroristas y sobre todo que ningún líder político significativo se opone a la anunciada negociación con las FARC en que hará de mediador Baltasar Garzón.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 18 de julio de 2011)

domingo, octubre 23, 2011

Aclarémonos

Una idea recurrente en la propaganda de la universidad es la de que el "conflicto" no se acaba "a bala". ¡Hay que negociar! A partir de ahí, quien se opone a que se negocien las leyes con los terroristas es un enemigo de la paz, y la presión alrededor de esa idea es tal que ya la gente se ha acostumbrado a creer que la existencia de negociaciones de paz es lo mismo que la paz. Los adoctrinados ya confunden ambas nociones, por mucho que pensándolo un poco sale claro que las conversaciones de paz son el objetivo de la guerra, y viene a ser como si la disposición a entregarle la billetera al atracador se llamara "seguridad". Ese mecanismo perverso, muestra de algo que decimos hace tiempo, que los ejecutores de atrocidades son otras víctimas en comparación con los intelectuales y profesores que los dirigen a distancia, es la ideología de los medios colombianos.

El caso es que si un día el gobierno negociara las leyes con unas bandas de asesinos se habría abolido por completo el menor vestigio de democracia. ¿Para qué habría elecciones? Pero eso es exactamente lo que se propone el gobierno de Santos, buscar que la presión venezolana y ecuatoriana, con el respaldo de Brasil, lleve a una mesa de negociación en la que sean los asesinos y secuestradores quienes impongan normas y presupuestos a los demás colombianos.

Oponerse a tal designio es una obviedad para cualquier demócrata, pero cuando uno escribe eso recuerda que lo van a leer colombianos. ¿Qué es "demócrata"? La proyección urbana y legal de las organizaciones terroristas se llama "Polo Democrático". El lenguaje es para los colombianos cualquier cosa, sobre todo en el ámbito de la política, de tal modo que la caterva de hampones de origen "liberal" (es decir, socialista, ya que dicho partido pertenece a la Internacional Socialista) que se agruparon alrededor de Uribe en el Congreso se llamaron "Partido Social de Unidad Nacional". ¿Alguien entendió que había un proyecto llamado "Unidad Nacional" consistente en comprar a todos los lagartos gracias a un gigantesco desfalco llamado "Ley de Víctimas"? Tal vez lo pensaba Juan Manuel Santos, pero la gente acudió a votar por el "Partido de la U" sin prestar ninguna atención al nombre, sólo a la primera letra. Las palabras son gratis y quieren decir cualquier cosa. Los asesinatos en masa, como los del Cauca la última semana, parecen la sombra de esa actitud, porque cuando las palabras significan cualquier cosa la gente también se cosifica.

Fuera de Colombia es una obviedad y a nadie se le ocurriría que las leyes se pudieran negociar con bandas de asesinos, pero al pensar en eso hay que volver a esa idea de las palabras que significan cualquier cosa: ya no se trata de las costumbres, sino que las leyes colombianas autorizan la impunidad de los criminales, tal como expresamente aparece en la Constitución y se da por sentado siempre que se aluda al "delito político", falacia criminal que resulta inconcebible en la ley de cualquier país europeo. Como las palabras son cualquier cosa, nadie se fija en el contenido de la constitución del país, sólo los que usufructúan un orden jurídico que hace del país algo bastante parecido a la Venezuela de Chávez.

Así, se podría decir que en Colombia hay dos bandos, uno, mayoritario fuera de la universidad, que se opone a que se decidan las leyes a punta de asesinatos y supone que se debe respetar el resultado de las urnas, y otro, hegemónico entre los periodistas, jueces y profesores universitarios, que plantea la necesidad de esa negociación. Como en realidad esos bandos vienen a corresponder en términos sociológicos a las clases sociales básicas de la sociedad, a los criollos y sus descendientes en el bando del látigo y los demás poniendo los muertos, la percepción resultante es la que promueven los medios de comunicación, que en el caso de los medios escritos corresponde a la visión de los grupos dominantes. A los grupos que plantean un rumbo como el cubano gracias a una negociación con los terroristas se los considera la "izquierda" y a quienes nos oponemos nos llaman "derecha".

El problema de la indigencia intelectual generalizada es que mucha gente termina adoptando esos rótulos sin conocer del todo su significado. Cada vez que alguien que se opone a los terroristas y a quienes cobran sus crímenes se define como de "derecha" legitima al otro bando, que resulta descrito como el de los progresistas, liberales, modernos, etc., cuando sólo representan la dominación de siempre ejercida a través de las tropas de niños que castran policías en público y destruyen poblados de gente humilde. El necio se pone con orgullo el pin de Hitler para humillar al secuestrador que lleva el de Olof Palme.

¿Qué es izquierda y qué es derecha? Según el diccionario, la derecha es la corriente de las personas de ideas conservadoras, que pueden ser las ideas de personas racistas partidarias de excluir a los grupos antes dominados; las personas partidarias de conservar las desventajas de la mujer respecto del hombre; las personas que valoran sobre todo la autoridad y la jerarquía; las personas que quisieran volver a otras épocas; las personas afectas a un orden tradicional que no ven problema en las desigualdades económicas existentes en la sociedad.

Si se juzgara por los valores reales de los grupos de poder que se presentan como "izquierda" se podría asegurar que esas personas son sencillamente de derecha. ¿O cuántos negros hay emparentados con las familias Samper, Santos, Lleras, López, etc.? ¿O no son esas familias y unas cuantas decenas más herederas del orden viejo las que dirigen la "izquierda"? ¿O no son las rentas de los típicos funcionarios estatales de "izquierda" escandalosamente superiores a las de los demás ciudadanos gracias a la relación privilegiada que tienen con el poder político? ¿O no son las bandas terroristas que hacen el trabajo sucio para esas familias y sus redes de lagartos el extremo de sujeción a la autoridad y la jerarquía?

Pero para la buena conciencia del "universicario", del jovencito capaz de aprobar exámenes al que "igualan" a punta de halagos los profesores de las universidades públicas, siempre hay una derecha de terratenientes y ganaderos (los dueños de la izquierda son demasiado ricos y demasiado "finos" para lidiar con ganado, pero los estudiantes creen que por adoptar cierta indumentaria y cierta jerga se parecen a sus amos y se incluyen en los grupos privilegiados).

En todo caso, cuando uno se opone al terrorismo y a la negociación política con los terroristas (que es una máscara del terrorismo tal como el que cobra el secuestro es un secuestrador y no un liberador) no está de por sí contra el progreso ni contra la modernidad. Pero hay gente que sí lo está, y si este escrito se titula "Aclarémonos" es porque la existencia de esos conservadores, reaccionarios, tradicionalistas, integristas católicos, intolerantes, "homofóbicos" y demás termina siendo la legitimación perfecta que necesitan los empresarios del terror.

Puede que la mayor parte del activismo hostil a la propaganda de Semana y El Espectador esté formado por personas de ideas conservadoras como las descritas. Y para mí es muy grave que esas discusiones primen sobre la cuestión decisiva, que es la superación del "conflicto" por desmovilización de las bandas terroristas. Pero desgraciadamente es así: como si la cultura de la muerte se hubiera hecho tan "natural" que ya no importara, ni siquiera el avance de las bandas terroristas, la gente anda más ocupada en prohibir las drogas o buscar que se encarcelen abortistas que en formar una mayoría opuesta a las FARC.

Parte de ese interés de ocultar la cuestión se detecta en la columna de León Valencia que comenté la semana pasada, pero también en este artículo-reportaje de Semana. Este blog, que jamás ha mostrado la menor condescendencia con extremistas, aparece como uno de los órganos de la derecha radical, a la que le cuelgan el "alzatismo" y aun la adhesión a Hitler, Ramiro Ledesma y otros personajes parecidos. Un esfuerzo de manipulación que muestra a esa revista como un órgano bastante cercano a la propaganda hitleriana, aunque con la tosquedad y zafiedad de una sociedad esclavista tropical.

A mí me gustaría que quedara claro: la agenda conservadora se podría discutir y podría haber muchas cuestiones que merecerían reconocimiento, pero no es lo que se discute en Colombia ni lo que distingue a la mayoría de los partidarios de las bandas terroristas y sus patrones. Cada vez que se insiste en el afán de prohibir las drogas se llena de razón a los amigos de la "izquierda", que siempre tienen "argumentos" más eficaces con los que ocultan su verdadero interés de crear un régimen totalitario gracias al terror. Lo mismo ocurre si se trata de la unión de personas del mismo sexo (la cuestión de la palabra "matrimonio" es demasiado sutil para un medio como el colombiano) o de lo que se podría hacer para combatir el aborto.

Cada cosa que existe en el mundo empezó siendo una anomalía que terminó arraigando. Cada especie de ser vivo y aun cada filo y cada orden. Cada costumbre y cada lengua. El territorio de la Nueva Granada o Colombia se fue convirtiendo, a punta de "educación" y propaganda como la de Semana en la tierra del crimen, en el lugar que nunca sale de sus asesinatos en masa y sus bandas de secuestradores. ¿Cuándo entenderán que las manías "identitarias" de quienes pretenden oponerse a dicha facción se vuelven elementos legitimadores?

(Publicado en el blog Atrabilioso el 13 de julio de 2011.)

domingo, octubre 16, 2011

¿Dictadura judicial?

Ya es un lugar común ese de que en Colombia quienes mandan son los jueces, y uno lo oye hasta de personas juiciosas. Las increíbles citaciones a miembros del gobierno para que den cuenta de su rendimiento en la aplicación de las órdenes de alguna alta corte ayudan a pensar eso, pero si se analiza el aserto con un poco de rigor resulta evidente que se trata de una solemne tontería.

La primera duda proviene de la noción de mando y poder. Si mandan los jueces hay que suponer que nadie les manda a ellos. Si no, quienes mandarían en el Ejército serían los sargentos. ¿No hay ninguna autoridad real por encima de los jueces? Ya veremos si la hay.

También es una noción difícil de concebir un mando centrado en un gremio, oficio o corporación. Cuando eso ocurre, como en las teocracias, cada miembro de la corporación tiene una parte del poder y la suele conservar y transferir a sus herederos. Los magistrados colombianos de las décadas pasadas visiblemente influyen poco sobre lo que hagan los actuales, que en cualquier momento dejan el cargo a otros. ¿Qué poder es ese que se pierde tan fácilmente? Como si uno tiene que llevar un maletín con mucho dinero y después se jacta de haberlo tenido en sus manos.

Parece haber una confusión entre esas nociones, un poco como efecto del "santanderismo", de la idiosincracia local, que hace emanar la realidad de autoridades reconocidas por sí mismas, como si uno atribuyera el origen de las sardinas que saca de una lata ovalada a la fábrica de la que salen al mercado. Una cosa es que los desmanes totalitarios que hacen inviable al país sean decretados por alguna alta corte, otra que la determinación de hacerlo surja de la caterva de tinterillos.

Para demostrar que eso no es así baste con pensar en las declaraciones de la familia de Álvaro Gómez Hurtado sobre los posibles inductores de su asesinato. Mencionaban a personajes que están por encima de la ley. ¿Cómo así que "por encima de la ley"? Si es así, ¿no están también por encima de la autoridad, es decir, de todo el poder judicial? Sin la menor duda, y si el poder de los magistrados fuera real su primera urgencia sería despojar a esos rivales. A esos personajes los obedecen los magistrados, y la impunidad de los involucrados en la "Farcpolítica" corresponde en buena medida a que son protegidos por esos grandes señores.

Del mismo modo, Héctor Echeverry Correa, el viudo de Gloria Lara, señaló como inductor del monstruoso secuestro y asesinato de su esposa al Hermano Mayor del presidente Santos, al que infinidad de testimonios relacionan con actividades de bandas terroristas en los años ochenta y puede que aun antes. ¿Cómo es que nunca ningún juez se ha atrevido a investigarlo? Los procesados por "parapolítica" sufren prisión preventiva por testimonios de criminales que si se miran de cerca tienen que ser falsos en muchos casos, pero un señor involucrado en cientos de crímenes graves ostenta un poder sobre la sociedad que ya quisiera para sí el más influyente magistrado.

Es decir, por encima de la aparente "dictadura judicial", del gobierno (o "desgobierno") de los jueces hay un poder distinto, el de los clanes familiares que dominan el país desde principios del siglo XX y en realidad desde mucho antes (ver aquí relación de las familias López y Samper y aquí los antepasados prominentes de Ernesto Samper). Ese poder se materializa en muchos datos, desde el patrimonio (puede que en cierta medida Julio Mario Santodomingo sea un testaferro de los López, antiguos banqueros) hasta el control de formidables redes de clientelas políticas, pasando por la propiedad de los medios de comunicación.

Se trata en fin de la vieja oligarquía con la que se enfrentaba el caudillo Jorge Eliécer Gaitán. Lo que cambia tras la Constitución de 1991 es que en lugar de controlar el país desde el poder ejecutivo y el legislativo lo controlan por medio del poder judicial. Las probadas relaciones de esos clanes con las bandas terroristas y con sus socios urbanos (que llegan a tal punto que la actual alcaldesa de Bogotá y líder de la organización de fachada del Partido Comunista sea una sobrina de Alfonso López Michelsen), muestran, por otra parte, que la industria del secuestro es una parte del statu quo imperante.

Muy significativo al respecto es el hecho de que el profeta que hablaba del "siglo de los jueces", entonces presidente de una temible corte, sea descrito por José Obdulio Gaviria como "un político menor", en un texto en el que lo acusa de llamar "denuncio" a una denuncia. Dicho personaje era una "ficha" del actual ministro de Interior y Justicia, previsiblemente miembro de una vieja familia del poder, obviamente impune de cualquier implicación criminal pese a que en su partido abunden los presos por relaciones con paramilitares y a que se lo acusa de ir de cacería con Salvatore Mancuso y de tener relaciones con otro temible asesino "paramilitar": Martín Llanos.

La "dictadura de los jueces" es sólo el formato actual del orden de siempre, de la pertinaz dominación de una oligarquía cuyo poder se basa en la combinación de todas las formas de mando e influencia, desde las intrigas leguleyas hasta el tráfico de cargos públicos, desde el control remoto de las sectas de psicópatas hasta la contratación del inmundo coro de sicofantas, que sólo es menos repulsivo que las sectas de psicópatas porque la mayoría de la gente no lee y porque quienes lo hacen desconocen otros escritos y se sienten intelectuales y aun "decentes" leyéndolos.

Y ese poder, no obstante, sólo subsiste y perdurará porque es imposible extirpar de la cultura local el servilismo y la pereza mental, de la cual es buen ejemplo el parloteo sobre la dictadura de los jueces.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 11 de julio de 2011.)

martes, octubre 11, 2011

La retórica santista


Las variaciones que introdujo Juan Manuel Santos en la conducción del Estado colombiano después de su posesión pronto despertaron el entusiasmo de los columnistas de la prensa bogotana: no hay uno solo, por grosero que fuera con el presidente cuando era candidato o por descarada que sea su adhesión a los terroristas, que no lo haya felicitado. Recuerdo que alguien se sorprendió de que yo empezara a juzgar ásperamente el gobierno casi desde la posesión: ¿no era obvio que la alegría de los propagandistas del terrorismo tenía que ver con la recuperación previsible del poder de las bandas de asesinos?

Esa cuestión se falsea cuando se habla de "seguridad": respecto de la masa de rateros, sicarios y demás delincuentes, el Estado tiene un problema como garante de la seguridad de los ciudadanos. Respecto de las bandas terroristas y sus proyecciones legales, no se trata simplemente de evitar crímenes sino de derrotar a un enemigo que aspira a destruir el orden legal. La seguridad se mide en infracciones concretas, el avance del enemigo político podría darse sin ningún cambio en los indicadores de "seguridad". La desmoralización militar, que impresiona a todos los que conocen el tema, no produce en lo inmediato cambios en los indicadores de seguridad.

Ese disparate expresa el gran vicio de la sociedad colombiana, que es la incapacidad de entender el problema guerrillero como un conflicto de grupos dentro de sí y no como un factor externo surgido en las selvas, como si alguien atribuyera los síntomas del sarcoma de Kaposi a agentes externos que afectaran la piel. Como si una víctima del "paquete chileno" tomara al "solucionador de problemas" como tal y no como el probable "cerebro" de la estafa. Ya sé que es el tema de todas las semanas, pero ¿alguien me responderá acerca de si se puede considerar un problema de seguridad cualquiera el avance de las FARC? ¿Son Piedad Córdoba, Iván Cepeda, Carlos Lozano Guillén o Gloria Cuartas líderes terroristas o meros "idiotas útiles" como los consideran casi todos los colombianos?

La confusión sobre la política se encuentra a todas horas en la vida colombiana. Ayer Alejandro Gaviria aludía a la "oposición uribista", noción novedosa cuando para todos, incluido el ex presidente Uribe, el uribismo lo representan los partidos que apoyan a Santos y la oposición son los grupos que perdieron las elecciones. Al respecto nadie responde: los antiuribistas están contentos con Santos porque los complace, los uribistas están descontentos, salvo si tienen sueldo estatal o curul, en ese caso también están contentos y callan sobre el cambio de planes. Ah, y Uribe está a la vez contento y descontento, siempre dispuesto a complacer tanto a los descontentos con Santos como a los contentos, porque son sus compañeros de sus partidos. Claramente se ve que una influencia suya en las elecciones de octubre podría mover a sus copartidarios a aprobar lo que haga falta para otra reelección.

A aumentar la confusión acuden todos los identificados con nociones de "izquierda" y "derecha". Más allá de la "hemiplejía moral" de que hablaba Ortega, en el contexto colombiano dichos conceptos son completamente falseados. La izquierda resulta ser el partido de las personas ricas que disfrutan de privilegios debidos a su origen y obtenidos mediante toda clase de maquinaciones y violencias. El Estado provee bienes asombrosamente superiores a los de cualquier esforzado tendero o microempresario a las personas que proclaman su conciencia social y declaran todo el día su indignación con la desigualdad. Eso es de por sí monstruoso, pero de una monstruosidad vulgar y aburrida de no ser porque las personas que encuentran injusto todo eso se proclaman con todo orgullo de derechas. A partir de semejante disparate, se construyen discursos ideológicos tan falaces que sencillamente hay que suponer que la gente no entiende ni quiere entender lo que lee.

No obstante, el gobierno de Santos no carece de ideología, lo que pasa es que cada vez que se la define como "izquierda" o "derecha" se entra en un juego de falacias que hacen llorar y reír a la vez, como si se llamara "hombres" a las personas con mamas y "mujeres" a las que tienen pene y uno tuviera que aclararse en semejante confusión.

Para enfrentar las críticas que se hacen a su gobierno por traicionar a sus votantes, Santos encontró la descripción de los críticos como "extrema derecha" y trató de igualarlos con los secuestradores y asesinos de las FARC, que le parecen la "extrema izquierda". Sobre eso ya se ha discutido mucho. A mí me interesa más encontrar la continuación de ese discurso en la obra de un "periodista" que proclama su amistad con el Hermano Mayor del presidente. Creo que es fácil reconocer la influencia de tan importante amigo de Fidel Castro tanto en su hermano como en su amigo León Valencia. Voy a comentar el "Manual para identificar a la extrema derecha" de este "periodista": es la ideología de Santos, pero no la del postizo y patético tartamudo sino del Santos que de verdad influye en Colombia. Hoy por hoy es la ideología del gobierno.
Venden la idea de que los pobres son perezosos y los campesinos, ineficientes, y tachan las propuestas de restitución o distribución de la propiedad de argucias para promover la lucha de clases.
Esta entradilla ya orienta sobre lo que es la izquierda y la derecha para el comentarista: la "distribución de la propiedad" no es de por sí una idea violenta o radical sino algo de sentido común a lo que se enfrenta la "extrema derecha". Uno siempre está explicando cosas que los niños de ocho años saben: "propiedad" es aquello que no está sujeto a "distribución". La distribución de la propiedad es la abolición de la propiedad, cosa que en la sociedad colombiana tiene raíces profundas: la Conquista significó la abolición de toda propiedad pues todos los individuos dejaron de ser dueños de nada al pasar todo a ser posesión de la Corona española. En ningún país europeo democrático se habla NUNCA de distribuir la propiedad
Como en los últimos días el presidente Santos, el diario El Tiempo y algunos columnistas hablan de la extrema derecha colombiana y de su propensión a la ilegalidad y a la violencia, sin mencionar a grupos sociales o políticos concretos o a personas de carne y hueso -incluso varios comentaristas han dicho que son fuerzas oscuras, inasibles, indefinibles-, quiero entregarles a los lectores un manual para identificar a estos sectores de la sociedad colombiana y para ponerles rostro a sus líderes.
Supongo que el lector sabe que León Valencia es un antiguo secuestrador y asesino amnistiado que, con ayuda del Hermano Mayor y otros personajes de la oligarquía convirtió su frente en ONG que hoy en día asesora al gobierno. ¿Cómo puede hablar alguien así de ilegalidad y violencia? Yo sé cómo:

La doctrina santista significó durante todos los años del Caguán que la actividad terrorista de las bandas movidas por causas políticas no era ilegal. Día tras día se aludía en los periódicos bogotanos a diversos tipos de ilegalidad, como los actos de los "paramilitares", pero cuando se trataba de las FARC y el ELN sus acciones eran dignas de reconocimiento porque terminarían en una negociación de paz. Eso sigue, a tal punto que León Valencia, junto con cientos de legitimadores del terrorismo, formó parte de la campaña mediática de apoyo a Antanas Mockus y su proclama de "legalidad" y "decencia".

Cuando se habla de "poner rostro" a los líderes de la "extrema derecha" la orden de asesinato es casi manifiesta: ¿alguien se ha dado cuenta que las centenares de amenazas contra Collazos, por poner un ejemplo de un canalla paniaguado por Santos, ocupan miles de veces más espacio en la prensa que el asesinato de Hernán Yesid Pinto Rincón, o de cientos de militares, o el real intento de asesinato en Bogotá hace pocos meses de Fernando Vargas? Como asesino ascendido gracias al poder de la "izquierda", León Valencia es encargado de "dar dedo" para complacer al poder santista.
Debo confesar que no ha sido mayor el esfuerzo para compilar estas señales de identidad de la extrema derecha. En la historia reciente del país abundan las ideas, las actitudes y los hechos que permiten saber quién se ubica en esa perturbadora corriente política. Estoy seguro, además, de que quienes lean esta columna podrán agregarle nuevas indicaciones a esta lista corta y desordenada.
Para este asesino (y ya verán hasta qué punto su defensa de las bandas terroristas es actual), el rechazo de sus pretensiones pone a las otras personas en una "perturbadora corriente política". Es obvio: condenar el asesinato y el cobro del asesinato tiene que perturbar a quien acumula una cómoda fortuna en dicha industria.
Empecemos por aclarar que no es en las Fuerzas Armadas donde se encuentra el núcleo duro de la extrema derecha. Esta idea, muy difundida en la izquierda, ha sido desmentida por la realidad. En los últimos veinte años, una multitud de políticos, empresarios, líderes de opinión, han puesto la cara para defender un delirante proyecto de derecha y han encontrado un importante respaldo en la sociedad. Los militantes civiles han resultado mil veces más implacables que los vilipendiados militares.
La "derecha" en Colombia tiende a molestarse cuando uno dice que Colombia es un muladar. ¿Cómo se puede definir un país en el que los "periodistas" empiezan secuestrando niños y después amenazan y discuten las ideas ajenas con epítetos? ¿Qué es lo "delirante"? No someterse a la industria de León Valencia. Y algo delirante tiene ya que a fin de cuentas el gobierno colombiano de hoy en día ha adoptado los valores de este asesino, a tal punto que ha contratado a su secta.
Se sienten más cómodos en la guerra que en la paz. Defienden la salida militar como la única alternativa y califican las iniciativas de reconciliación como ejercicios de apaciguamiento que solo sirven para envalentonar a la guerrilla. Lograron que el país concentrara su atención en la llamada amenaza terrorista y se desentendiera de otros problemas igual o más graves que el desafío insurgente. En las coyunturas de negociación se las ingenian para desatar acciones de terror o darles resonancia a las agresiones guerrilleras con el fin de crear un ambiente adverso a los acuerdos de paz.
Cada vez que se habla con colombianos hay que correr a buscar el diccionario. La presión del viejo orden determina que las palabras signifiquen siempre otra cosa. En este párrafo "paz" significa "conversaciones de paz". Si se piensa en un atracador que nos asalta con un cuchillo, toda resistencia se llamará "guerra" y todo sometimiento se llamará "paz": la primera frase del párrafo lleva en sí la legitimación de la actividad terrorista. Claro que cuando a uno lo atracan tiene que "conversar" con su nuevo amo para entregarle todo. ¿En qué se diferencia la actividad de las bandas terroristas de un atraco? ¿Los colombianos que no quieren reconocer a los terroristas se sienten más cómodos en la guerra? ¿Los que salen a secuestrar niños son los verdaderos pacifistas? Todo esto es monstruoso, infame, pero uno no debe saturar sus textos de adjetivos violentos. Todo esto es colombiano. En otras partes resultaría intolerable.

Por ejemplo, yo me siento más cómodo en la paz que en la guerra. ¿Qué es paz? Que salgo a la calle y no hay nadie armado amenazándome. ¿No es lo que quieren los millones de personas que votaron por Uribe Vélez y en 2010 por Juan Manuel Santos? No, por lo visto no quieren la "reconciliación", que se describe como el reconocimiento de legitimidad a quienes asesinan y secuestran. ¿Qué es reconciliación? El niño mutilado por una mina va y abraza al antiguo director de Alternativa, que perfectamente puede ser el promotor de esa política (alguna razón especial tiene Juan Manuel Santos para no publicar el contenido de los computadores de Jojoy). Ésa es la reconciliación: bastó eso para que Juan Manuel Santos me pareciera repugnante, cuando en la ceremonia de posesión saliera con que "cesaron los odios". ¿Cuáles odios? La pierna mutilada de miles y miles de niños aseguran el poder y las rentas del Hermano Mayor, el niño que sale a ser mutilado no odiaba a los intelectuales de Alternativa y éstos no odian a sus víctimas.

¿Sirven las conversaciones de paz para envalentonar a la guerrilla? Eso es muy importante que el lector se lo plantee, porque es muy difícil encontrar a un colombiano que no esté intoxicado por las falacias de la propaganda: la tradición del país determina que generación tras generación prospere una especie como de subhombre servil, arribista y cruel que está dispuesto a comulgar con piedras de molino con tal de verse incluido entre los beneficiarios del Estado. ¿Sirven las conversaciones de paz para envalentonar a la guerrilla? Eso que parece sobreentendido en Colombia es exactamente sobreentendido en España: nadie se atrevería a dudarlo, al menos en la prensa. Nadie cree que se deba negociar con bandas terroristas. Pero lo fascinante, y es por lo que hablo de subhumanidad, es que aceptar esa evidencia lo pone a uno en la ilegalidad y la violencia. Los guerrilleros matan y secuestran, pero quien cree que premiarlos los envalentona es el ilegal y el violento. ¿A cuántos colombianos escandalizan las lindezas del portavoz de los Santos que abiertamente interpreta al presidente? Insisto, ¿a cuántos? ¿Cuántos académicos, periodistas, políticos, etc. han comentado semejante belleza?

El problema es que todo sigue sin alterarse y uno habla con colombianos como quien habla con piedras: ¿cuántos textos han leído en los que se evalúe siquiera la afirmación de este asesino? Es de lo más corriente: ser de "izquierda" provee una "identidad" gracias a la cual uno es superior moralmente a la "extrema derecha" (todo el que dude de que se deban premiar los crímenes es de la extrema derecha). ¿Qué importa que suscribir la opinión de TODOS los periodistas o académicos de los países civilizados sea ilegal y violento y dar por sentado que el asesinato debe imperar sobre las urnas es ser moderado y razonable? El colombiano es una especie de subhombre al que le prometen la inserción en un estrato mejor y ya suscribe cualquier falacia que habría avergonzado al más rudo y perverso de los sicarios nazis.

La obra del asesino poeta, completamente identificable con la retórica presidencial, es un viejo recurso que se puede encontrar en cualquier periódico de los años del Caguán: es puro santismo y no sería raro que el artículo fuera escrito en colaboración con el Hermano Mayor: abolir la democracia (no otra cosa es negociar cambios legales gracias al poder de organizaciones de asesinos, ni perseguir a quienes eligen al gobernante, que una vez posesionado se alía con los perdedores) es lo correcto y razonable y lícito, y aun lo democrático. El colombiano está adoctrinado para eso. La desfachatez del asesino Valencia es ya rutinaria y aburrida.
Han hecho la más eficaz combinación de todas las formas de lucha. Mientras la guerrilla mediante esta estrategia logró una influencia marginal en el Parlamento o en lejanas alcaldías y gobernaciones, estas fuerzas se apoderaron mediante la coacción y la muerte de una tercera parte del poder local y regional y obtuvieron una influencia decisiva en el Congreso y en el Ejecutivo Central. Fue la respuesta que le dieron a los avances democráticos de la Constitución del 91. Amparados en la teoría de la ausencia de Estado y con el pretexto de defender a la población de la agresión de las Farc y del ELN han fomentado la creación de poderosas organizaciones de justicia privada.
¿Alguien entendió en el párrafo anterior que se trataba de oponerse a la negociación política con los terroristas? Por esa magia que es tal vez la única enseñanza sutil de las universidades colombianas quienes no quieren que se premie a León Valencia por sus asesinatos y secuestros y a cientos de malhechores como él resultan responsables de montones de crímenes. ¿Alguien ha mostrado el menor reproche frente a tal procedimiento? ¿Alguien recuerda que el ministro Vargas Lleras contrató a la secta del asesino León Valencia pese a que muchos miembros de su partido están investigados por paramilitarismo y que él mismo participó en una cacería con el jefe paramilitar Salvatore Mancuso? (como convicto, Mancuso no pierde nada negándolo, Vargas haría el ridículo cuando le presentaran pruebas, por eso calla). La fórmula es casi cómica: quien se opone a los intereses de este criminal resulta otro criminal, por mucho que al final todos los criminales tengan una gran coincidencia de intereses.

Es puro santismo, en el sentido del Hermano Mayor: toda persona que incomodara las pretensiones de entregar el país a los terroristas automáticamente resultaba de extrema derecha y "paramilitar". Fue la doctrina de toda la prensa bogotana durante los años del Caguán y lo que transmitieron miles de profesores universitarios a sus huestes. No importa que los oligarcas efectivamente anden aliados con las antiguas autodefensas criminales, al igual que los magistrados (hay pruebas de la relación con Mancuso). El sicario no vacila en convertir la defensa obvia de la democracia en una actividad criminal, lindeza que es como culpar a los que no le gustan a uno del genocidio ruandés.
Aprovechan una y otra vez los ciclos de violencia para amasar grandes fortunas y tienen una extraña obsesión por la tierra. De la confrontación de los años cincuenta entre liberales y conservadores salieron con parte de las mejores tierras cafeteras y ganaderas. Han utilizado la tortuosa guerra que vive el país desde principios de los años ochenta para entrar a saco en los recursos del Estado y para apropiarse y legalizar las rentas provenientes del narcotráfico, despojar de las tierras a millones de campesinos y meterles la mano al petróleo y a la minería. Al tiempo venden la idea de que los pobres son perezosos y los campesinos, ineficientes, y tachan las propuestas de restitución o distribución de la propiedad de argucias para promover la lucha de clases. Los que difunden aquí y allá que las organizaciones de derechos humanos son aliadas de la guerrilla, la justicia obedece a oscuros designios del terrorismo y los organismos internacionales que critican la vulneración de derechos esenciales de la población son simples portavoces de la subversión y aviesos responsables de la mala imagen de nuestro país en el exterior. Los que promovieron la campaña de exterminio de la Unión Patriótica y los magnicidios de Galán, Pizarro, Gómez Hurtado y Bernardo Jaramillo y han estigmatizado el ejercicio de la oposición y la disidencia política. Los que no le perdonan al periodismo la crítica y la independencia.
Genial: quienes no quieren que se negocien las leyes con quienes las transgreden y que se acepte la dominación de unas bandas de asesinos han amasado grandes fortunas: ¿cómo es que nueve millones de personas votaron por Santos porque se creía que representaba el continuismo? ¿Cuántas fortunas hay en el país amasadas con violencia? El nivel de la calumnia de este asesino es sólo digno del país. Ciertas ONG de derechos humanos no son aliadas de la guerrilla sino exactamente lo mismo, y personajes como Cepeda II son jefes terroristas activos. La atribución del asesinato de Galán y de Gómez Hurtado a quienes se oponen a la guerrilla es el colmo del cinismo, pero encuentra público entre colombianos. ¿No hay bastantes pruebas de que en ambos asesinatos influyeron los dueños de la revista que publica su bodrio, pues a fin de cuentas los Samper y los López son socios desde el siglo XIX?

El gobierno de Santos es el de la alianza con los terroristas y por eso su primer impacto es la multiplicación de la actividad de las FARC y el ELN (incentivados por la esperanza de negociación), que pretenden tapar con el silencio o con patochadas grotescas como el supuesto bombardeo al campamento de "Alfonso Cano".

El siguiente efecto del santismo, una vez la sociedad está aplacada y justifica la persecución y el asesinato de las personas descritas como de "extrema derecha" (las FARC intentaron matar a Uribe más de diez veces antes de que fuera presidente sin que la prensa condenara nunca esos atentados), es legitimar las masacres con el argumento de que "las partes necesitan llegar fuertes a la mesa de negociación". Yo podría encontrar cientos de mockusianos de 2010 que suscribieron esa bella afirmación durante los años del Caguán. La grotesca falacia del criminal Juan Manuel Santos acerca de la "mano negra" de la "extrema derecha" es rutinaria preparación para una escalada terrorista que será necesaria para "convencer" a la población de que es mejor someterse. Todo eso con la aquiescencia del ex presidente Uribe, ¿o alguien ha entendido que haya roto con los partidos uribistas que sostienen al gobierno o con éste? Otro efecto de irrealidad: la gente cree lo que quiere.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 4 de julio de 2011.)

jueves, octubre 06, 2011

Los fervores de la chusma rica

El artículo que publicó María Jimena Duzán sobre el video que hay en YouTube hecho por una periodista española en el que sale el empresario Carlos Mattos me ha resultado toda una pieza antropológica sobre las clases altas colombianas.

Duzán representa esa vieja retórica que caracteriza a esa patética pseudoaristocracia pseudointelectual que en Colombia ascendió como acompañante característico de la industria del secuestro. Para mostrar hasta qué punto es grotesco ese espectáculo, veamos lo que escribe:
Mattos representa esa nueva estética que distingue a este tipo de millonarios recién venidos a más y que es acaso más ostentosa y fastuosa que la que distinguía a los millonarios de vieja data, probablemente más austeros y menos proclives a que las cámaras de una periodista española del cotilleo entren a sus propiedades con el morbo y la pretensión con que penetran en la recámara de un torero o del famoso de turno.
¿No les parece una especie de Dejà vu ese cuento de los nuevos ricos ostentosos y los millonarios de vieja data, más austeros? El mecanismo psíquico de esa basura es bastante más repugnante que la ostentación del millonario: el lector que lee la revista del lujo local, cuya única aspiración en la vida es ostentar cosas lujosas, de marcas caras, etc., o lo que es lo mismo, la pretensión intelectual que llega a su nivel de cultura, leer a Duzán, a Caballero y a Coronell, resulta superior moralmente al señor que puede gastarse el dinero en los lujos que él no se puede pagar. ¡Es que el dinero no vale tanto como la "clase"!

Tiene especial gracia siendo algo que sale de la pluma de semejante personaje, como si la revista y su espíritu no fueran ya suficiente. ¿Cuántos lectores sabrán que María Jimena Duzán fue cónsul en Barcelona probablemente gracias a los acuerdos de Tirofijo con Pastrana y que representó la voluntad de paz en una oficina situada en un suntuoso edificio del Paseo de Gracia, que no es ya la calle más lujosa y elegante de Barcelona sino tal vez de toda España? (La sede del consulado pasó a unas instalaciones mucho más modestas cuando subió Uribe.) Parece que la ostentación de lujos es intolerable cuando la gente la paga con su propio patrimonio y no con el de los demás, más si es en representación de la industria del secuestro, con la que la mártir heredera administraba la representación consular en Barcelona. Sin duda es para eso para lo que el cuñado de la columnista, Salomón Kalmanovitz, quiere multiplicar los impuestos.
Mattos es de esos ricos sin pudor que no le temen a mostrar su ostentación ni su mal gusto. Los primeros planos son todos pincelazos que refuerzan esa estirpe: Mattos descendiendo en un ascensor dorado como si estuviera bajando del Olimpo de la opulencia para dejarse tocar por la plebe; Mattos mostrando su extenso comedor, como un gran falo, en el cual, según la periodista, se sientan solo los poderosos, "como presidentes y ministros de Estado"; Mattos y su jet privado con bidés de cuero, mampostería de oro y asientos que se vuelven cama; Mattos y su isla privada; Mattos recibiendo una condecoración del Senado, registrada por la periodista como todo un homenaje. Nadie le ha contado a esta comunicadora que esas condecoraciones son, por sobre todo, una gran deshonra.
La recitación del "buen gusto" de no tener jet privado es aún más hostigante que los lujos del millonario: la clase de gente que lee Semana no puede resistirse a prestar atención a todos esos lujos que quisiera disfrutar y no puede. Además necesita confirmarse sin cesar su mayor elegancia, refinamiento y calidad moral.
[...]


Sin embargo, la parte que más me impactó del video no fueron estos planos de superhombre que engrandecen la figura de Mattos, sino la parte aquella en que él confiesa cómo fue que hizo su fortuna. Esta es su fábula: sus padres tenían unas tierras y él, a la temprana edad de 12 años, decidió venderles panela y arroz a los peones de esas fincas. A los 15 años, dice él muy orgulloso, "ya tenía en el banco 15.000 dólares". Y de tal palo tal astilla: su hijo de 12 años, que también sale en el video, con la cara tapada, cuenta que él ya tiene esa misma cantidad ahorrada. Claro: ya no por cuenta de sacarles plata a los peones, sino por cuenta de sacarle plata a su papá: el niño hace que su papá le traiga relojes de la China que él revende. La familia ideal.
¿Cuántas veces habrá que repetir que la "bigornia", el nutridísimo conjunto de figurones que los López y los Samper pagan para sus operaciones de calumnia e intimidación, sólo explotan la ideología tradicional? Aquí hay un ejemplo grotesco: el odio al comercio, tan típico de la mentalidad clerical y antisemita que condicionó el retraso de España y de Hispanoamérica en los siglos XVII y XVIII. El hecho de vender panela y arroz es "sacarles plata a los peones". Ocupar cargos de poder gracias a los asesinatos, las castraciones, los secuestros, el reclutamiento de niños y sobre todo al servilismo con los poderosos es algo profundamente honroso en comparación con "sacarles plata" a los demás proveyéndolos de lo que necesitan.
[...]

Al final, y para tranquilidad de la periodista, Mattos da la receta para ser millonario. Apúntenla bien, sobre todo si quieren llegar a ser como Carlos Mattos: "Ser inteligente, ser trabajador y tener suerte". Y él mismo dice que solo ha tenido las dos últimas.
Aquí la ironía responde a otro de los lugares comunes de la ideología habitual: no es posible hacerse millonario siendo inteligente y trabajador y teniendo suerte. Es lógico: la clase de seres humanos que leen Semana y se intoxican con ideología criminal de la que divulgan personajes como Duzán no son en absoluto trabajadores. Heredan puestos estatales o ejercen de intermediarios de las industrias del asesinato, el secuestro o el tráfico de drogas ilícitas. No conciben ninguna forma de prosperar que no sean los negocios basados en relaciones con el poder estatal o con sus dueños (es decir, los dueños de Semana). La idea de que alguien inteligente, trabajador y con suerte prospera les produce risa, cosa que es característica de Colombia, tal como el airecito de superioridad moral de este patético personaje, cuya fealdad la excluye de cualquier posibilidad de interesar a un millonario pero le provee recursos para encarnar los valores de su público. En cualquier país civilizado sería una obviedad que algunos de quienes se aplican a prosperar terminan siendo millonarios.

No me interesa la vida de la gente rica, no había oído hablar nunca de Carlos Mattos y espero no tener que volver a saber de él. Pero ese espectáculo obsceno de halago de la envidia de una chusma que no tiene otra aspiración que adornarse con los rasgos de su "estrato" me parece algo que urge denunciar y analizar. No se entenderá la tragedia colombiana mientras no se vea la relación entre las organizaciones de traficantes de cocaína (con los que se entendió el patriarca López Michelsen, a saber qué habrán acordado, y con las que comparte negocios el émulo y compañero de Duzán, Daniel Coronell), las redes de corrupción política (como las de Ernesto Samper o Germán Vargas Lleras, hoy en el poder pese a su derrota electoral), las bandas terroristas (como las que aseguran el protagonismo de personajes como Duzán) y las familias oligárquicas, es decir, todo lo que encarna Semana.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 27 de junio de 2011.)