sábado, mayo 01, 2010

Los motivos del lobo

Desde hace un tiempo circula por internet un mensaje de correo electrónico que supuestamente envió por error el arzobispo de Caracas a los destinatarios equivocados y que ha sido copiado en cuanto lugar de propaganda del chavismo hay. La autenticidad de dicho mensaje resulta menos importante que el análisis del contraste que establecen los izquierdistas con él y, más a fondo, del sincretismo de diversos vicios tropicales que representa el chavismo. El escándalo que les produce el sentido de ese mensaje hace recordar los discursos de los años sesenta, los discursos que dieron lugar a las guerrillas. Comentaré por partes el texto, quien quiera leerlo entero sólo tiene que hacer clic en el enlace de arriba.
La Iglesia Católica debe oponerse a todo intento de homogeneizar la educación básica, porque esto sólo nos llevará al caos y a las guerras entre hermanos.
Es el tema grato por antonomasia para los comunistas, el de la desigualdad económica y la exclusión, que pretenden remediar tomando el poder y construyendo la sociedad sin clases. La frase del mensaje parece concebida para retratarlos, porque el medio por el que pretenden hacerse con el poder es la guerra civil. Es decir, la exclusión le parece al arzobispo necesaria para evitar el caos y la guerra, mientras que a los revolucionarios les parece necesaria la guerra para remediar la exclusión.
Los niños de los estratos más pobres querrán acceder a las mismas posiciones que sus compañeros más afortunados, creándose la inconformidad y alimentándose la envidia.

Friedrich Nietzsche decía que la igualdad nos parecía una aspiración irrenunciable porque queríamos igualarnos al de arriba, y que en cuanto lo conseguíamos querríamos ponernos por encima de nuestros iguales. A los intelectuales colombianos los desvela la dificultad que tiene una persona humilde para llegar a las altas jerarquías, lo cual es sumamente extraño porque si tal cosa ocurriera las personas humildes "igualadas" amenazarían los ingresos y hasta el prestigio de esos intelectuales. El caso de Nicolás Castro explica el sentido de esa angustia: las personas humildes no son los niños hambrientos ni los desplazados, que, lo saben, no podrán competir con ellos por las rentas públicas dedicadas al arte, sino que son ellos mismos, agraviados por los privilegios de las familias presidenciales.

De no ser así, ¿qué importancia tiene que alguno de los niños humildes llegue a ser magistrado o senador? ¿Es eso más importante que el que todos tengan posibilidad de alimentarse o que se alargue la esperanza de vida para todos? Bueno, la justicia de los revolucionarios es una desiderata a la que no cuesta nada añadirle adornos, cosa que sólo es muestra del atraso de Hispanoamérica. En el mundo de su ensueño no falta nada mientras que en la realidad de su ensueño materializado la gente se gana diez dólares al mes y sufre palizas y humillaciones si se muestra levemente insumisa. No les importa, pues el núcleo de ese ensueño es su propio poder y protagonismo, que visiblemente no alcanzarán allí donde haya que trabajar.

¿Qué pasaría si excepcionalmente un niño humilde llega a ministro pero la desigualdad entre ricos y pobres, o la pobreza, no se reduce? Es muy interesante de nuevo el contraste entre las inquietudes del arzobispo y los anhelos de los revolucionarios: la inconformidad y la envidia le parecen al primero desgracias que hay que evitar, mientras que para los segundos son los bienes más preciados, pues gracias a esas pasiones conseguirán soldados que los conviertan en oradores luminosos, embajadores y ministros vitalicios y en cualquier caso hacedores de la historia. El molde reaccionario de las ideas del arzobispo no es en absoluto más cruel ni más inmoral que la ambición de unos aventureros cuyo tesoro es el resentimiento que les permitiría provocar la guerra civil y hacerse con el poder.

Los de los estratos superiores perderán motivación para estudiar y alcanzar el éxito.

A primera vista esto resulta extraño. ¿Por qué iban a perder motivación? Pero puede ser cierto: en buena medida las clases altas las forman las personas más refinadas y aun aptas de una sociedad, y la educación suele ser sobre todo la transmisión del refinamiento, de las destrezas y hasta de los conocimientos que previamente alcanzaron los privilegiados sociales. En un contexto en el que sólo se trata de "ser como los demás", los vástagos de esas clases perderían toda motivación. Pero sigue siendo curioso que un arzobispo piense en el éxito. ¿No es éste un valor consumista extraño a los valores cristianos?

Con una educación talla única, lo que crearemos es una nación de envidiosos y conformistas.

A mí este pensamiento me resulta extraño. ¿No está la envidia antes? Por lo demás, la revolución socialista no es, como tanta gente cree, una opción de los pobres y discriminados sino de los ricos y discriminadores. El que lo dude puede averiguar quién hizo la Revolución cubana y de dónde proceden todos los jerarcas del régimen. También en Venezuela los ricachones del régimen bolivariano son en su mayoría personas de extracción social alta que encontraron en el bolivarismo lo que sus primos habían encontrado en la política anterior.

Los niños que, por su origen socioeconómico, tienen desventajas, deben ser educados en el respeto hacia la autoridad, en la diligencia, en la modestia y, sobre todo en el mensaje cristiano del amor.

La rutina ideológica hispánica condiciona los puños apretados y el semblante épico del universitario tropical cuando lee eso. Y yo me pregunto ¿qué pasaría si las ideas del arzobispo tuvieran éxito? Nada peor que el chavismo, pues la insumisión no ha servido para despertar los talentos dormidos de los pobres sino para henchir la nómina de la delincuencia. El hecho de que Colombia fuera el país del tráfico de cocaína y de muchos otros negocios criminales es el resultado directo de la promoción del resentimiento que floreció con Gaitán y siempre tuvo enormes apoyos entre las clases medias urbanas. El ensueño jerárquico del arzobispo y de los reaccionarios de ese estilo cedería ante la presión de la globalización y el mercado, mientras que la rebelión justiciera sólo conduce a jerarquías más brutales y opresivas, como las que sufren los cubanos o venezolanos. ¿Por qué habría de pensar alguien que es mejor una nación de "malandros" que atracan ancianos y matan a sus vecinos que una de cristianos modestos y dóciles? Para los doctores colombianos la respuesta es obvia: los primeros pueden abrir el camino hacia el poder. Los segundos podrían asegurar el ascenso de las clases productivas.

Los hijos de familias pudientes, llamados a ir a las universidades y, más tarde, tomar las riendas de empresas, negocios, ejercer las profesiones libres y ocupar los cargos más altos de la administración pública, deben ser educados para alcanzar estos fines y asumir su responsabilidad social de la forma más responsable y cristiana.

Los hijos de las familias pudientes llamados al mando se convirtieron en los más crapulosos juerguistas y en los más pretenciosos barbilindos, pero no por eso renunciaron a sus privilegios. ¿Por qué habrían de ser mejores que los que describe en su ensueño el arzobispo? Porque son de izquierda, son justos, pacifistas (tanto que quieren el intercambio humanitario para poder ser más pacifistas después, cuando haya más gente retenida para intercambiar), ecologistas, críticos, inconformes, rebeldes, intelectuales (leen a William Ospina), sensibles (algunos ya hasta conocen a Serrat), etc. Ah, y son científicos, se dicen unos a otros que Dios no existe y compadecen a los que no llegan a tan madura y sesuda conclusión. Lo que los diferencia de los que vislumbra el arzobispo es que no son responsables ni servirían para dirigir empresas ni ejercer con acierto ninguna profesión. La adhesión a la ideología revolucionaria reemplaza cualquiera de esas virtudes burguesas.

Nadie debe pensar que en las sociedades totalitarias todo el mundo va a las mismas escuelas, por el contrario, la exclusión siempre es mayor. Pero ¿qué se ganaría si todo el mundo fuera a las mismas escuelas? Lo urgente sería más bien mejorar la calidad de todas las escuelas de modo que todos aprendieran más. Pero ¿qué es "aprender"? En las escuelas colombianas "aprender" significa "hacerse consciente" o "pensante", es decir, razonar como un miembro de las milicias chavistas. Y es una verdadera tragedia que ese condicionamiento para el crimen no sólo se considere "educación", sino también una forma de remediar injusticias y atrasos. Lo que objetivamente han conseguido los revolucionarios en Colombia es multiplicar las desigualdades (gracias a los privilegios inverosímiles de los profesionales de la protesta) y destruir todo rastro de juridicidad (gracias a las tutelas, que sencillamente convierten a los jueces en dueños del erario). Lo único en que se diferencia el mundo que han creado a punta de asesinatos del orden en que sueña el arzobispo es que no hay nada cristiano ni responsable ni modesto ni diligente. Como ya expliqué en otra ocasión, el fruto de la educación colombiana es Pablo Escobar, ese precursor de Chávez.



(Publicado en el blog Atrabilioso el 9 de diciembre de 2009.)