lunes, enero 31, 2011

Jojoy y la ideología universitaria. 1. La mejor universidad

En una ocasión leí una noticia sobre un grupo de jóvenes del Huila que habían sido enrolados en las FARC con engaños y después estaban medio secuestrados, mientras sufrían adoctrinamiento y se los preparaba para cumplir tareas al servicio de la banda. Me quedó sonando que una chica de ésas contara que según Jojoy ésa era la mejor universidad que podían tener.

Ya sé que la gente del medio universitario está harta de que se relacione sus beneméritos centros de saber con las guerrillas, pero ¿qué clase de argumento es ése? Es como si los ex presidiarios protestaran porque los incluyeran entre los sospechosos de alguna infracción. Habría que plantearse si hay algo de cierto en eso, cosa que SIEMPRE se descarta en medio de las típicas amenazas y acusaciones de paramilitarismo.

Realmente esa asociación molesta a los interesados y a los ignorantes. Los que se han aventurado a estudiar carreras como sociología o antropología en la Universidad Nacional saben que sus profesores son sólo los compañeros de estudios y militancia de Alfonso Cano, cosa muy fácil de comprobar por ejemplo enterándose de quiénes escriben cartas a las FARC quejándose de los "falsos positivos" y tratando de legitimar a la banda para que se premien sus proezas. O consultando a cualquier persona que conociera las universidades públicas en los años sesenta, setenta y ochenta. Yo conozco incluso profesores extranjeros cuya labor, muy bien pagada, es la difusión del marxismo. Basta echar un vistazo al artículo enlazado en este párrafo para entender que es a lo que se dedican cientos de profesores.

De modo que Jojoy no andaba tan desencaminado cuando se sentía formando una nueva generación de revolucionarios: los demás doctores sólo son más ineptos como asesinos, no menos ignorantes ni menos fanáticos ni menos leales al sueño totalitario.

Lo nuevo es que la izquierda marxista ya no está sólo en la universidad ni se plantea emprender la lucha armada para imponer el socialismo, sino cobrar el fruto de la lucha armada que empezaron los del Movimiento Estudiantil Revolucionario de las generaciones anteriores. Y ahora domina la mayor parte del Estado, a través de los sindicatos, de la Administración de Justicia, de entidades como la Alcaldía de Bogotá y de redes de políticos venales que siguen las órdenes de Hugo Chávez (en algunos casos prácticamente lo dicen).

Arrinconada la tropa rústica, lo que caracteriza a la universidad actual es el odio al líder de la otra Colombia, que llevó a la victoria de las Fuerzas Armadas y formó una mayoría social que rechaza el comunismo. Los pretextos de ese odio son grotescos, a menudo mentiras descaradas o apreciaciones delirantes (como considerar las supuestas interceptaciones a los evidentes socios del tráfico de drogas y el terrorismo como delitos de lesa humanidad) y explotan a la vez el resentimiento contra los que salen en las páginas sociales y el desprecio de las personas cultas y sensibles de la capital por los colombianos de las zonas rurales.

Es el odio de la clase de gente indignada por el monstruoso crimen de unos vulgares subsidios agrícolas, menos sesgados a favor de los ricos que en los demás países, pero dispuesta a considerar justificada la indemnización de 2.000 millones de pesos, decenas de veces lo que un trabajador colombiano obtendría en toda su vida, porque un presunto prevaricador se sintió incómodo ante la posibilidad de que lo estuvieran investigando.

En Twitter yo sigo a decenas de personas que se sienten unidas en su rechazo al terrorismo y a su promotor venezolano. Yo creo que mientras no se tenga claro que el problema es el orden social cuyo principal engranaje es la universidad, y no sus efectos, como las bandas terroristas (si se piensa en las surgidas en las universidades después de la revolución cubana, serían varias decenas: sólo las FARC y el ELN persisten, gracias a la ayuda generosa de la Unión Soviética y del territorio libre de América, en su día); mientras no se entienda que la guerrilla es casi una fatalidad para Colombia y no una desgracia que le llegó por mala suerte, y que incluso cuando la tropa rústica ha sido vencida, aquello que la mueve sigue conspirando y haciendo casi tanto daño como entonces... Mientras no se haya pensado seriamente en eso, sólo se estará disfrutando de una tregua en la cual olvidarse de los problemas.

Para hacerles frente habría que preguntarse ¿por qué produce Colombia personajes como Jojoy o como Pablo Escobar?, ¿de dónde salen las certezas y condicionamientos que los llevan a hacer lo que hicieron? En el caso del campesino comunista el alivio que siente uno al saber que desapareció no compensa la indignación que sigue dejando la impunidad de los cientos de miles de miserables que lo apoyaban y que se lucraron de muchas maneras de las atrocidades que ordenaba, sobre todo robando al conjunto de los ciudadanos a través del sindicalismo estatal, pero también desde ONG, grupos políticos y agencias de mediación de secuestros.

Jojoy desapareció pero las FARC persisten, y seguirán matando colombianos cuya suerte importa a muy pocos. Y el país cuenta con cientos de miles de Timochenkos y Romañas (más cobardes e hipócritas, eso sí) "formados" en las universidades. Mientras no se atienda a esa cruel realidad, la alegría por la desaparición de Jojoy puede ser tan fútil como la que en su día experimentaron los colombianos por la caída de Sangrenegra, Desquite o Efraín González. Los jefes de la conjura siguen disfrutando sus sueldos multimillonarios en la Universidad Nacional y sin duda se ríen del entusiasmo de los colombianos por la muerte del patán al que desprecian tanto como a las víctimas.

Por lo general, cuando se consideran las relaciones de la izquierda universitaria con las bandas terroristas hay personas que se echan a temblar por algo que les parece excesivo o calumnioso. Pero ahí se trata de algo intelectualmente atroz: la pretensión de que un prejuicio va a ser más cierto que el conocimiento empírico. Quienes no dudan de esa relación son quienes conocen por dentro esas sectas, como Plinio Apuleyo Mendoza, José Obdulio Gaviria o Eduardo Mackenzie.

Con todo, lo interesante es considerar lo que era Jojoy, sus valores y aspiraciones, su condición moral y la base de su concepción del mundo. Fuera de su liderazgo, de su zafiedad, de su condición de criminal activo y de su arraigo en la guerra, las ideas de Jojoy son exactamente las que han profesado la mayoría de los intelectuales colombianos desde los años sesenta. Al pie de la letra. A lo mejor es que leía demasiado la prensa y por eso razonaba así. Pero la verdad es que desde los años ochenta el mando en las FARC lo tienen los universitarios. El rústico Jojoy sólo era un peón de las ideas de Cepeda I, de Gilberto Vieira (cuyos descendientes también tienen su parte de mando en las redes de la lucha revolucionaria) y de los demás líderes del PCC.

¿Cuáles son esas ideas? Es profundamente estúpido suponer que se trata de "ideologías foráneas", pero no por eso se debe concluir que son un simple desarrollo endógeno de la mentalidad tradicional. La vieja cultura de saqueo y esclavitud halló un pretexto potente en el totalitarismo marxista, tan potente que el arquetípico golpista venezolano no encontró nada mejor para asegurarse el poder. En gran medida esos valores se adaptan a corrientes poderosas que atraviesan todo Occidente, pero en el contexto primitivo y de indigencia moral generalizada (que es otro nombre del primitivismo) que reina en Colombia, la traducción en crimen masivo fue inmediata. En otras partes no es tan fácil para los rateros convertirse en fanáticos ni para los fanáticos convertirse en rateros.

Es decir, la ambición de un guerrero primitivo como Jojoy encontró la cadena de falacias que le permitían obrar como obraba sin vacilación. La casta intelectual (formada por miles de individuos que reciben sueldos multimillonarios y toda clase de prebendas por dedicarse a hacer política contra el sistema democrático) aseguró su poder gracias a los crímenes de las bandas, y al mismo tiempo proveyó las coartadas que en la mente de decenas de miles de campesinos se convirtieron en la orgía de sangre que todavía asusta a la mayoría de los colombianos.

¿Cuáles son esas coartadas? ¿De qué modo la ideología universitaria sigue siendo hegemónica entre las clases altas en Colombia y amenaza con nuevas erupciones de redes criminales dispuestas a tomarse el poder, toda vez que ya tienen copado la mayor parte del Estado sin que las mayorías se decidan a cambiar esa situación? En la siguiente entrega continuaré explicándolo.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 8 de noviembre de 2010.)