jueves, febrero 11, 2010

La persecución contra Alfredo Molano

Más allá de lo que se piense del famoso proceso de la familia Araújo de Valledupar contra el sociólogo y columnista de El Espectador Alfredo Molano por un artículo que les pareció calumnioso, es innegable que los hechos que denuncia en su última columna merecen la más enérgica reprobación de todos los que deseamos defender el Estado de Derecho. ¿Qué clase de investigación es una sobre un delito prescrito cometido hace más de cuarenta años? Uno se queda con la impresión de que los funcionarios no han entendido cuál es su función (aplicar las leyes) y se dedican a acosar a personajes públicos que no son de su agrado.

Lo más característico es que tanto la denuncia de los Araújo como la investigación por el robo de libros en la Buchholz son endebles jurídicamente, pero Molano podría haber sido al menos denunciado cientos y aun miles de veces por apología del terrorismo (aunque el declive de las FARC también ha traído una mengua de su entusiasmo), y en un país civilizado la causa habría prosperado. Ahí está pintada la sociedad colombiana: como no hay nadie importante afectado por el fervor con que Molano aplaudía la masacre de Vigía del Fuerte, tampoco hay denuncia. Ciertamente es probable que los jueces colombianos hubieran fallado a favor del escritor, pero la denuncia habría servido para mostrar al mundo la clase de retórica de los empresarios del asesinato en masa.

En todo caso, esa última columna retrata de nuevo al personaje, sobre todo en sus virtudes: escribe bien y dice lo que piensa. Quienes nos oponemos a sus ideas podemos agradecer la sinceridad con que describe sus verdaderos valores. Y vale la pena prestar atención al detalle.

Ya en una ocasión, en la época en que las FARC se daban un festín semanal de cientos de asesinatos y las autodefensas criminales hacían otro tanto, Molano describió en términos patéticos su desamparo ante el exilio al que supuestas amenazas lo habían forzado. ¡Le había tocado barrer! ¡Le había tocado barrer! El acto execrable se describía con detalles minuciosos y la humillación se transmitía a los lectores con la seguridad de encontrar comprensión. Es que no hace falta investigar mucho para entender la categoría humana de los lectores de semejante personaje.

Otro canalla vividor de la misma ralea de Molano pero melifluo y santurrón, Héctor Abad Faciolince, contaba en una columna que Susan Sontag le había preguntado por qué no le reprochaba a García Márquez su silencio ante los asesinatos y encarcelamientos de la satrapía cubana, a lo que le respondió que García Márquez le había hecho muchos favores y le debía lealtad. Tranquilamente, no hay modo de sorprenderse, ni siquiera del hecho de que para los demás colombianos no haya ningún problema: es la cultura nacional.

Insisto, no hay como atender a sus propias nociones, a lo que juzgan como razonable y sensato. Es ahí donde se los puede entender. En el caso de Molano y el robo de libros en la Buchholz, según su artículo, eso ocurrió después de salir de la universidad, es decir, después de entablar una relación privilegiada con Camilo Torres, Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna y otros próceres de la intelectualidad nacional. ¿Cómo es que alguien así se permite entrar a una librería a robar? Ni siquiera es el acto de robar, es mucho más grave si se piensa que quien pone una librería en Colombia es una especie de Quijote que puede contar con pérdidas casi seguras, no hablemos de ser víctima de robos.

Hay que señalar que se observa el mismo fenómeno de la afrenta por tener que barrer: a Molano ni siquiera se le ocurre que por robar cantidades como ésa hay personas que pasan años en la cárcel. El graduado Molano cuenta con que su alcurnia y sus relaciones familiares le aseguran la impunidad y su única preocupación al ser descubierto es por los reproches maternos. Hay unos colombianos que barren (y a veces como Condorito, al que encuentra un amigo barriendo y le pregunta: "¿Cómo has podido llegar a esto?". "Pues porque tengo un amigo en la Alcaldía.") y que van a la cárcel si roban, hay otros que sienten el tener que barrer como un ultraje y, pese a formar parte de una elite selecta, consideran el robo una travesura que pueden permitirse y por la que con toda certeza no recibirán ningún castigo.

La preservación de esa jerarquía entre los colombianos es la única verdadera causa de que haya izquierda democrática, y también es el motivo profundo del ascenso de Chávez. Es verdad que éste, como esperaban hacer los comunistas en Colombia, se apoyó en el resentimiento de mucha gente pobre, pero también que los magistrados, congresistas, militares, gerentes y demás personajes del chavismo que ganan más de cien salarios mínimos no provienen de tristes familias de malandros sino de las mismas clases parasitarias del viejo orden.

Aparte, la alegre audacia del joven sociólogo patricio tiene otro aspecto característico: robar libros estaba de moda en París. Era casi prestigioso entre los inmigrantes del Tercer Mundo, y en realidad la lesión al negocio de los libreros era mucho menor, tratándose de tiendas con ventas copiosas. La traducción a Colombia casi que describe al personaje: el señorito de arriba no tiene escrúpulos en despojar al tendero inmigrante, probablemente judío, que en semejante erial se atrevió a poner una librería. Es lo que hicieron los antepasados de Molano durante muchas generaciones y lo que pretenden seguir haciendo las personas de ese medio: disponer de todo con la garantía de que ninguna arbitrariedad tendrá respuesta por el temor que inspiran entre las víctimas los nexos familiares o el prestigio de los autores.

Es lo que hacen los profesores y sindicalistas con las mujeres que los rodean: disponer de ellas como quien ejerce un derecho. De nuevo: lo que han estado haciendo desde hace varios siglos sus familias. De hecho, ¿por qué no pensar en la percepción de sí mismo que tenía el joven sociólogo mientras robaba libros? Es que la épica de la Historia podría ser para él otra travesura, otra emoción, otro motivo de autohalago. Ya no de ese personaje sino de todo su medio social se puede decir que las travesuras han ocasionado la muerte de cientos de miles de colombianos y la miseria de la mayoría. Pero no van a dejar de sacar pecho, ni van a recibir una condena resuelta de la gente, porque quienes los leen son por lo general la misma clase de personajes reaccionarios, y las víctimas no tienen ocasión de leerlos.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 18 de agosto de 2008.)