sábado, octubre 13, 2012

Poder, prestigio, persuasión


Me desconcertó un poco leer en alguna parte que el poder del Estado es ante todo poder espiritual. Pero pensándolo mejor resulta algo claro: por mucho que la fuerza sea el "argumento" que en últimas cuenta, no bastaría para mantener la estabilidad de un orden social determinado. Es necesario que los súbditos de una autoridad la reconozcan y con ese fin hay toda clase de elementos legitimadores, desde la ostentación de joyas y prendas suntuosas hasta las leyendas sobre su origen, pasando, claro está, por la poesía épica, que no en balde es señalada por muchos autores como el verdadero origen de las naciones.

Ese rasgo del poder evidente en las sociedades arcaicas no podía ser diferente en las modernas, en medio de cuya complejidad destacan grupos dominantes que deciden el rumbo del Estado. Esos grupos ejercen su mando sobre la sociedad a través de los medios de comunicación social, que, ante la "disponibilidad" del poder político, terminan siendo el verdadero poder. Entender su papel en la vida colombiana actual es esencial para saber qué está ocurriendo y qué ocurrirá. A las castas sacerdotales y las liturgias de la época en que la religión era la primera función del Estado las reemplazan hoy los grupos económicos, que en Colombia tienen por principal industria el control del Estado. No es nada especial, el hombre más rico del mundo, Carlos Slim, no ha inventado nada ni produce nada en un contexto de competencia, simplemente maneja relaciones con gobiernos que le dan licencias para sus empresas.

Esos medios de comunicación surgen del mismo poder y son ante todo una formidable máquina de propaganda. Cuando se consigue ver qué pretenden, adónde quieren llevar a su público, se entiende cuáles son los planes de los dueños del poder, los grupos dominantes: clanes, castas, logias o agrupaciones de diverso signo. En la historia de Colombia se podría hablar más bien de castas, aunque en su interior haya diversos clanes a veces enfrentados y a veces capaces de cooptar elementos externos.

¿Quién posee los medios de comunicación en Colombia? La mayor concentración está en manos del clan López-Samper, asociación familiar que opera desde el siglo XIX, cuando los ancestros de los actuales mandamases compartían negocios en Honda. Son los dueños de Semana y tienen una notable influencia en El Espectador y Caracol TV. El propietario formal de estos medios es el Grupo Santodomingo, pero su asociación con los López y Samper es muy antigua. La familia Santos, antigua propietaria de El Tiempo, también está asociada a ese clan y el actual director de Semana es el hijo del antiguo director de El Tiempo, el hermano mayor del presidente. Este periódico lo posee actualmente Luis Carlos Sarmiento, pero su influencia en la línea editorial depende en últimas de su lealtad al gobierno, que es el principal anunciante, por no hablar de otros negocios desconocidos. Lo mismo se puede decir del otro gran canal de televisión, RCN, algo más que dócil en su afinidad con el gobierno actual. En cuanto a Caracol Radio, la asociación del Grupo Prisa, su propietario, con el Grupo Santodomingo y los Samper es de larga data, y la compra de la cadena radial corresponde a una especie de riesgo compartido

Es decir, en lo esencial los medios colombianos presentan un sesgo a favor de sus dueños, lo que no sería nada sorprendente de no ser por su absoluta concentración, y sobre todo por la concentración de los recursos económicos en el Estado. Los clanes mencionados dominan a la vez el gobierno y el control ciudadano al gobierno, desde el gobierno pagan con recursos públicos su propaganda y no encuentran respuesta porque la gente parece no entender que aquello que publican está lleno de intención. De hecho, no recuerdo casi a nadie que vea un mismo plan en esos medios, por mucho que se demuestre que los mismos que los controlan tienen un pasado característico. Da lo mismo: la relación entre la propiedad de los medios y su orientación es invisible para los colombianos. Recuerdo el escándalo que se armó cuando cerraron la revista Cambio, órgano redundante dirigido por samperistas cuya circulación no justificaba que se publicara, ni siquiera a pesar de la pauta que pagaba el Estado. No faltaron los farianos que clamaron contra la "censura". Pero cuando se denuncia la abierta propaganda terrorista en que incurren, entonces todos salen con la pluralidad informativa.

Entender lo que dicen los medios colombianos sobre las guerrillas es entender el sentido que tienen estas bandas, pero ¿quién va a explicarles a los colombianos que a Antonio Caballero lo publican porque sus diatribas convienen a los dueños de la revista? Este rebelde profesional es el modelo de la mayoría de los "creadores de opinión". Si se ve que el premio de los crímenes terroristas es una misión obsesiva de los tres grandes medios escritos bogotanos, de la televisión de Santodomingo y ahora de la de Ardila Lülle, viene a resultar que las bandas sólo cumplen una labor al servicio de esos dueños de los medios, cuyos intereses saldrían reforzados en la negociación. Por eso durante los años del Caguán se leían órdenes directas de cometer asesinatos en las columnas de Alfredo Molano, Sergio Otálora o Antonio Morales en El Espectador. Hoy en día se trata de "aportar" justificaciones para premiar a las FARC, que pueden ser comparar a "Timochenko" con Mandela, como hace Natalia Springer, o proponer nuevos despejes, como hace otro sicario. De hecho, el actual director de El Tiempo empezó su carrera en la revista del M-19 y formaba parte de los comités temáticos del Caguán.

Perdón por ser redundante, pero es algo respecto de lo cual uno encuentra siempre una ceguera especial de los colombianos. Durante los años del Caguán aquello que para un habitante de un país civilizado es obvio (y aun escandaloso suponer otra cosa), que prometer premiar los asesinatos sólo conduciría a multiplicarlos y significaría el fin de la democracia, era anatema en la prensa colombiana. Ese mismo sentido tiene hoy lo que se publica en ella: alentar el terrorismo para obtener ventajas en una negociación. Ya los asesinatos del M-19 y su socio Pablo Escobar trajeron, con la Constitución de 1991, la multiplicación del gasto público, es decir, de las rentas y el poder de los dueños de la prensa y su vasta clientela a costa del desarrollo del país, la orgía de asesinatos que buscan ahora con el pretexto de que es urgente negociar les aseguraría mucho más poder y control.

Y siendo que los medios publicitan lo que interesa a sus dueños, habrá que ver cómo lo hacen, porque hay una parte de seducción y otra de persuasión, y combinadas producen un mainstream de opinión que responde a sus estímulos. A veces siguen al público para no perderlo, pero pronto lo recuperan: el horror de las fotos de Íngrid Betancur en 2008 motivó un gran rechazo a las FARC que determinó que esos medios apoyaran la marcha del 4 de febrero, obviamente tratando de convertirla en un movimiento por la negociación (tal como las marchas del No Más del 97 sirvieron de preludio al Caguán por mucho que buena parte de la clase media que participó en ellas esperaba un cese real de los crímenes). Así, El Espectador la convirtió en marcha por el Acuerdo Humanitario:



Pero esos casos en que complacen tendencias del público para desviarlas son más raros, lo habitual es que simplemente orienten la opinión con métodos de seducción directa. Por ejemplo SoHo es una especie de burdel virtual, cuyo "encanto" no excluye la pederastia, como se puede ver leyendo el texto que acompañan a esta foto:






El director de la revista es un miembro de la familia Samper cuyo "humor" es, como "La Luciérnaga" o los dibujos de Vladdo o Bacteria Opina, pura violencia virtual al servicio del interés de la familia, de los Colombianos por la Paz (grupo al que pertenecen tanto Vladdo como Darío Arizmendi) y en general de... eso, del intercambio humanitario y la solución política negociada del conflicto social y armado. La risa es (al igual que la exhibición del cuerpo femenino), un recurso fácil por el cual se llega a las mayorías y se genera la ideología que interesa al poder. Por ejemplo, la imagen de abajo forma parte del blog de un progresista de ésos. El populacho siempre va a donde hay imágenes sugerentes y risa fácil.




Acerca de la ideología de SoHo y del objeto último de sus seducciones, que no es, como muchos creen, sólo vender revistas o anuncios, sino atraer público para Semana y adherentes ideológicos que terminan votando por el progresismo ya publiqué una entrada en este blog hace unos años. Pero si se interesan por su creatividad o su calidad, es una distracción gravísima no conocer este blog: Fotocopias colombianas.

Esos datos ya orientan ampliamente sobre el sentido de los medios colombianos, pero la promoción de ideología, de un discurso indistinguible del chavismo y que en un país civilizado sería con frecuencia algo muy despreciado y ligado a medios marginales, cuando no objeto de atención de la policía y los jueces, es obsesiva y no desdeña recursos. Se podría hacer algún estudio sobre las telenovelas, en las que se encontraría lo mismo. Al menos el actor que encarna a Pablo Escobar es activísimo en Twitter: otro adalid cívico que dedica su tiempo libre a maldecir a Uribe con falacias del más burdo sicariato, y que con eso consigue además de reconocimiento, excelentes relaciones con los que influyen en los castings de la televisión. Eso por lo demás es común a la farándula local, no en balde es el país de los "lambones".

Aparte de la pornografía, el escándalo y las burlas ofensivas que halagan a la peor chusma, los medios colombianos tienen otro medio de seducción particularmente eficaz: la indignación. En realidad es lo mismo que la pornografía y el "humor", algo montado sobre un engaño: el halago, las víctimas del "ingenio" de Samper Ospina son a menudo personas que despiertan envidia en el público, personas de mejor condición social y económica, que resultan despreciables gracias a que el patán que lee al gran poeta se incluye sin darse cuenta en el Dream Team de los que reciben favores de las modelos, cosa que en la realidad está lejísimos de ocurrir. Eso mismo pasa con la indignación, la gentecita menos digna de consideración oye o lee a los abanderados de la justicia y de repente resulta moralmente perfecta pero afectada por los desafueros de quién sabe qué enemigos. Lógicamente, los malos son los que no convienen a los dueños de los medios y del poder político. Vale la pena ver este "mensaje" del típico "intérprete de la angustia popular"

La cosa no es para bromas, el video ya tiene más de 243.000 reproducciones en YouTube. Creo que es difícil encontrar un ejemplo más claro del modo en que la indignación es una forma de halagar al público y hacerlo compartir una superioridad moral tan grata como participar del ingenio de los humoristas o de las danzas sinuosas de las modelos. De paso el prócer señala a Andrés Felipe Arias, con alias y todo, como un delincuente, cosa que su público se traga sin mucha reflexión: el delito de Arias es incomodar a los que le pagan a este payaso, lo más parecido que hay en la Colombia de hoy a Hugo Chávez.

Bueno, hay algo innegable en la relación de la prensa colombiana con los portavoces urbanos del terrorismo, y, como ya he señalado, eso nos debería hacer pensar sobre la verdadera naturaleza de las guerrillas. ¿Por qué tanto El Espectador como El Tiempo publicaron editoriales apoyando la iniciativa de Piedad Córdoba de comunicarse con las FARC para pedirles un intercambio humanitario que era lo que pedían las FARC? Era obvio que se trataba de legitimar a las bandas terroristas, pero ¿no es lo que hace la prensa día a día? Se dirá que hay algunos columnistas hostiles a las FARC y el ELN, pero por ejemplo en Semana no lo es ninguno, y en El Tiempo cuando escribe José Obdulio Gaviria hay otros cinco comunistas radicales en la página de opinión. Si no abrieran de vez en cuando la puerta a gente que expresa el sentido común de la mayoría, sería más evidente su sesgo.

Pero no hay que complicarse mucho la vida. Héctor Pineda, un asesino del M-19 que participó en el engendro de 1991, cuenta sin incomodarse demasiado:

Al final de la guerra, cuando regresé a mi tierra con la buena nueva de la paz, Pedro Bonett, el abogado del Grupo Santo Domingo, imagino que con el beneplácito del "jefe invisible", nos acompañó en el periplo de la política como senador de la bancada del M-19.
Eso son, tras la retórica de la lucha de clases y la indignación antipolítica y anticapitalista sirven a la conjura de los grandes poderes cuyos negocios consisten simplemente en el control del Estado. Las relaciones del samperismo con las FARC, cada vez más evidentes, sobre todo gracias a la abierta representación que hace al funesto expresidente de Chávez en Colombia, remite de nuevo a esa relación. La ideología totalitaria es un buen pretexto para expandir el gasto público, a través del cual se aseguran los negocios de los dueños de los medios, y para mantener cebada a una clientela que se forma casi automáticamente gracias a que cristaliza sobre el molde atávico de la sociedad de castas colonial (razón por la que tiende a ser dominante en Bogotá y más difícilmente en otras regiones).

El terrorismo es pues clientelismo armado y un recurso de la casta dueña del país, que por eso concentra su odio en el expresidente Uribe, porque fue el único que hizo frente a los proyectos de refundación basados en el premio del crimen. Los medios son para sus dueños, además de, como ya he explicado, una formidable máquina de propaganda, un medio de intimidación. ¿Qué mejor ejemplo que la última columna de María Jimena Duzán, siniestro personaje que fue nombrada cónsul en Barcelona para complacer a las FARC: con el pretexo de la fallida reforma, acosa al fiscal para presionarlo para que libere a Sigifredo López (es el sentido de ese artículo).
Si para el fiscal Montealegre estos orangutanes modernizan nuestro estado de derecho, entonces ya no sorprende su obstinación por inculpar al exdiputado Sigifredo López, a pesar de que todas las pruebas que tenía contra él se le han deshecho.

¿De qué modo se han deshecho? Gracias a la magia de los medios: la voz del personaje que habla en el video que publicó la Fiscalía es la de Sigifredo López, así como la dicción, la prosodia, etc., y cualquier cotejo profesional lo confirmará. La afirmación de la figurona terrorista se basa en la multitud de mentiras que han publicado los medios, la principal de las cuales es que el FBI emitió un dictamen favorable, cuando simplemente señaló que el material que recibió no servía para hacer un cotejo.

En esa misma campaña, Semana publica un artículo de Daniel Coronell que valdría la pena desmontar de no ser porque esta entrada ya es interminable. "La Fábrica Nacional de Testigos" sólo se ocupa de uno, un antiguo miembro de las FARC al que no les habrá costado nada amedrentar o comprar, o ambas cosas, para que se desdiga. Por ahí descalifica a decenas de testigos de todas clases, incluido un vendedor de fruta que vio a Sigifredo López dando órdenes. Obviamente no dice nada del cotejo de voces que rehúyen: el arte de Coronell es brindarle a la masa de mediocres tinterillos parásitos que sirven de base social al régimen y a las bandas de asesinos que lo sustentan supuestas pruebas de calumnias. Ese artículo es un ejemplo típico, ¿qué denuncia? ¿Cuál es el delito de Muñoz? ¿Qué pretende demostrar con las "pruebas" que aporta? Sólo consigue que un público previamente aleccionado, de arribistas y lambones, crea que se han desvirtuado las decenas de testimonios que inculpan a Sigifredo López, por no hablar del problema del cotejo.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 4 de julio de 2012.)