viernes, octubre 02, 2009

Orwell en Colombia

El escritor británico George Orwell ha quedado como un clásico de la literatura y del análisis político del siglo XX por su atención al lenguaje y a las implicaciones de éste en la conducta de la sociedad. Su novela 1984, una ácida caricatura del régimen soviético, ha quedado como el retrato perfecto del totalitarismo y de la corrupción del lenguaje que permitió la dominación de la casta burocrática.

Aludir a un tema como ese en un blog colombiano parece algo que no va a interesar mucho a los lectores: lo predominante es la búsqueda de confirmación de las propias certezas y la pereza en fijarse en algo como el lenguaje. Pero sin salir de las rutinas mentales será imposible entender lo que ocurre, por ejemplo lo que hay en la cabeza de los terroristas o de quienes los apoyan. Todavía está en minoría quien diga que las guerrillas en Colombia son expresión de la cultura tradicional: quien más quien menos, todos encuentran culpables de todo tipo, entre los que el más socorrido y lamentable es el del narcotráfico, fenómeno que empezó a ser importante varias décadas después del surgimiento de las guerrillas y es más bien consecuencia de la ideología revolucionaria.

Tan en minoría como quien intenta explicar que las creencias supersticiosas de la mayoría de los colombianos son sobre todo rasgos del atraso. La superstición es un buen ejemplo, las nociones reemplazan en la mente los fetiches a los que se encendían velitas o los productos mágicos que despertaban la pasión por uno en otra persona. Buen ejemplo de eso es “revolucionario”. ¿Qué es “revolucionario”? Uno puede encontrarse como hablando a una asamblea de sordos si explica que “revolución” en términos políticos es sinónimo de “violencia”, y por lo general una cosa funesta para la gente a la que se pretende redimir.

Nada: el primitivo encontró que a la revolución y a lo revolucionario se podría adscribir todo lo deseable (como los racistas atribuyen a los negros todas las condiciones despreciables), y a partir de ahí encuentra lo revolucionario como amigo y lo contrarrevolucionario como enemigo, con lo que cualquier examen de las cosas es imposible. Mejor dicho, la persuasión es posible, siempre y cuando se use la retórica que encaja en la mente del primitivo. Para conseguir lo que uno quiere de él, adorna con adjetivos como “revolucionario” la pretensión.

Atender al lenguaje es importante porque no puede haber sociedades sin lenguaje. Y el lenguaje es tradición literaria, no surge de sí mismo sino del comercio de muchas generaciones humanas. El lenguaje corriente, sobre todo gracias a los medios, está lleno de figuras literarias que la gente no detecta y que son útiles a la persuasión, exactamente como el lenguaje falseado de los nazis y comunistas servía para llevar a los verdugos correspondientes a crueldades peores que las de los niños sicarios de la izquierda democrática en Colombia.

A mí me parece del máximo interés analizar el lenguaje de los amigos del terrorismo porque necesitamos entender lo que bulle en su cabeza. Ese lenguaje corrompido es obra de literatos más o menos hábiles y opera en esas mentes porque la cultura literaria del país es ínfima y la disposición a obtener recursos copiosos sin esfuerzo muy grande: lo mismo que se supone que motiva el tráfico de drogas está en la base del sindicalismo estatal. El maestro, el abogado de la Procuraduría, el profesor universitario, el médico del antiguo ICSS, el empleado judicial, el de la antigua Telecom o de Ecopetrol y de muchas otras entidades públicas resultaba a un tiempo favorecido por privilegios inconcebibles para los demás colombianos y a salvo de toda evaluación gracias a su adhesión a la causa “revolucionaria”.

¡Y además contaba con el halago, aparte de estar en el estrato 5 o 6 sin grandes esfuerzos, resultaba de la clase de personas justas y generosas que despreciaban a los yanquis y el neoliberalismo! Claro que sólo en la medida en que lo ignorara todo sobre economía, historia y aun literatura. Pero las exigencias del medio eran modestas, y la izquierda le ofrecía sus autores y sus obras, de modo que tampoco era (es) difícil sentirse de una élite intelectual.

Buen ejemplo de ese lenguaje es la palabra paz. ¿Qué es la paz? Cada vez que renunciamos a mirar el diccionario por la seguridad de que sabemos lo que es algo, estamos cayendo en sobreentendidos que nos impiden entender las cosas. ¿Cómo es que hay un grupo de intelectuales y personalidades que se llaman “Colombianos por la Paz”? Ciertamente, la mayoría de ellos esperan ascender socialmente gracias a las guerrillas y aun obtener rentas, pero ¿a qué aluden cuando hablan de paz?

Sin remedio hay que volver a hablar de literatura. De retórica. Sabemos que están a favor de las guerrillas y consideramos su lenguaje un recurso falaz. Pero ¿cómo esperan que alguien les crea? La verdad es que tienen partidarios, y esos partidarios les creen.

¿Cómo así que les creen? Basta con leer los comentarios de los estudiantes y empleados estatales en los foros de la prensa para comprobar que son muchos los que apoyan a esa gente. No la mayoría de los ciudadanos, ni muchísimo menos, pero la mayoría puede verse arrastrada por diversas perversiones del lenguaje y apoyando políticas que podrían perjudicarla. ¿Qué ocurrió con el “Mandato Ciudadano por la Paz” de 1997? Sus gestores lo convirtieron en un elemento de presión a favor de la negociación con las guerrillas, lo que reforzó la determinación de Pastrana de negociar las leyes y el poder con los terroristas. Del mismo modo, los amigos de la guerrilla intentaron convertir la movilización del año pasado en contra de las FARC en presión por el “intercambio humanitario”. No lo consiguieron, pero la obsesión por el secuestro, un síntoma de la guerra como las bombas o las minas o la extorsión, llevó a una nueva manipulación: la misma organización convocante terminó acompañando el show de las liberaciones de la semana pasada. ¿Qué es la paz? ¿Por qué esa panda de bellacos asumen encantados el nombre de “Colombianos por la Paz” que les asignan las FARC, organización a la que suelen hacer propaganda por diversos medios? (Por ejemplo, se puede oír lo que dice Jorge Enrique Botero de alias Raúl Reyes.) ¿A quién pretenden engañar?

Se llama sinécdoque y es una figura retórica que se usa continuamente, por ejemplo en expresiones como “la mano que mece la cuna”. En el contexto de la propaganda de El Espectador, la palabra paz sirve para aludir a “negociaciones de paz”. Los intelectuales a los que lidera Piedad Córdoba son los “colombianos por las negociaciones de paz”.

Y eso es muy interesante porque a fin de cuentas esos personajes cuentan con el apoyo expreso o tácito de toda la oposición política. ¿Cómo es que la mayoría de los periodistas e intelectuales, amén de muchos políticos, acompañan ese curioso desplazamiento de sentido? Porque esas negociaciones de paz les interesan. Los votantes de Samuel Moreno, al que Gustavo Petro le pregunta si está asociado con las FARC, sienten que es bueno que haya quien le reclame a las FARC dejar de secuestrar porque eso no les conviene y aleja una negociación política.

Ese anhelo de negociación lleva siempre a la cuestión que más incomoda a la gente que no está con la guerrilla: la de si ésta tiene apoyos políticos significativos en la sociedad. En mi opinión no hay ningún error más funesto que negar esos apoyos, que se evidencian en toda esa actitud. Los que esperan que finalmente a las FARC se las premie en el sentido de que el país se haga más socialista y se favorezca más a los proveedores de educación y salud y demás son varios millones de personas.

A las cuales la paz sin negociación, la paz derivada simplemente de que los que hacen la guerra desisten, no les interesa. No les gusta. ¿Puede haber paz sin justicia?, se preguntan. Uno puede suponer que de la negociación con unos criminales totalitarios no va a resultar ninguna justicia, pero ¿qué es la justicia? Ya el ejemplo de los países vecinos ha mostrado hasta qué punto hay vastos sectores de la población que se sienten agraviados por la vieja cleptocracia y esperan reemplazarla: ésa es la “justicia” para ellos.

Y cuando “paz” es “negociaciones de paz” nos encontramos con que esas negociaciones son el oxígeno que necesitan los terroristas totalitarios para recuperarse y emprender nuevas acciones criminales, como ha ocurrido en la última semana. Lo cual nos lleva de nuevo a Orwell y a la corrupción del lenguaje.

Uno de los lemas del Estado totalitario que describe en 1984 es “La paz es la guerra”. Los colombianos por la paz son los colombianos por la guerra, y el problema es que frente a una minoría inteligente y organizada, directamente heredera de los grupos que siempre han dominado el país, sólo hay una masa desorientada que cree que las FARC son una rebelión de bandidos rústicos con ideas pasadas de moda.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 11 de febrero de 2009.)