viernes, abril 16, 2010

El modelo "Pro-rico"

El consenso generalizado entre los colombianos a la hora de rechazar a los ricos es un rasgo llamativo de la mentalidad predominante. Y es curioso: lo que distingue a un país desarrollado es que en él los ricos se sienten bien. Mejor dicho, los países desarrollados son aquellos que gustan a los ricos, bien por la oferta de lujos, bien por la tranquilidad, bien por el prestigio de su cultura, bien por las oportunidades de negocio que se presentan. Una de las fuentes de ingresos más importantes para la mayoría de los países es el turismo, y el éxito en este campo depende en gran medida de que se consiga atraer visitantes ricos, razón por la cual infinidad de países se esfuerzan por corregir todo lo que podría espantarlos.

Ésa no es la visión que predomina en Hispanoamérica. Todavía recuerdo un artículo del inefable dandi taurino Antonio Caballero en plena época del Caguán quejándose de que veía demasiados estadounidenses en Colombia. El ejecutor de los sueños de gente como Caballero, el espeluznante Hugo Chávez Frías, ha convertido a su país en uno de los que menos desean visitar los ricos de otros países, por no hablar de los propios, que huyen desde que él empezó a "gobernar", dejando sus bienes en manos del hampa que asciende con el sátrapa (Venezuela es, de lejos, el país más corrupto de Hispanoamérica, según Transparencia Internacional). Más resuelto aún, el "caballerista" africano Robert Mugabe ha arrastrado al hambre a la población de su país con el muy patriótico pretexto de expropiar a los granjeros blancos.

De modo que cada vez que oigo hablar del "modelo pro-rico" me parece un elogio involuntario: claro que una política correctamente enfocada tendría por objeto que la gente en Colombia se enriqueciera. Pero en las universidades colombianas la "enseñanza" unánime conduce a pensar que aquello que obtienen los ricos es lo que quitan a los pobres, con lo que cuando personajes infectos como la senadora López Montaño hablan del "modelo pro-rico" su público se siente legitimado en toda su violencia y perversidad. ¡Parece que se estuviera cometiendo la mayor injusticia! ¿Habrá algún país sin pobres en el que no haya ricos? No; sólo hay países más ricos que otros: los más ordenados, productivos, amables, respetuosos de la ley, solidarios y justos. En las satrapías totalitarias los poderosos no necesitan ser ricos, pues disponen de todo sin necesidad de comprarlo. ¿Cuándo entenderán que el hecho de que las víctimas de las universidades colombianas crean que Cuba es preferible a Luxemburgo sólo es la persistencia de un esclavismo atávico?

Esa ideología de la suma cero es tan impresionante que hasta un enemigo del gobierno como Rudolf Hommes la reseña:

Pareciera que culturalmente, por aquello de que es más difícil que un rico llegue al cielo a que pase un buey por el ojo de una aguja, cuando los colombianos pensamos en justicia social o distribución, la mayoría lo entiende como un "juego de suma cero" en el cual se les quita a aquellos para darles a estos.

En Colombia, cuando se habla de distribución es de repartir lo que hay y la idea de 'justicia' va acompañada del concepto de "castigo", que consiste en quitarle al rico para darle al pobre.

Esto se refleja en otra característica popular que consiste en que la gente se siente con derecho a tener ciertas cosas aunque tenga que robar, engañar o hacer trampa para obtenerlas. Y en el ejercicio de los negocios, muchos operan con la idea de que son "juegos de suma cero" en los que lo que uno gana lo pierde otro.

El escándalo reciento por el programa Agro Ingreso Seguro ha servido para el despliegue de la peor demagogia. La inmensa mayoría de las columnas, como es habitual en la prensa colombiana, presentan el programa como una simple forma de robar recursos públicos y repartirlos entre los amigos del gobierno. Al respecto conviene prestar atención a lo que señala Alfredo Rangel:

Entre los años 2002 y 2009 se han incorporado 700.000 nuevas hectáreas a la agricultura, o sea un 16 por ciento adicional, y la productividad por hectárea se incrementó en 10 por ciento. Como resultado, antes producíamos 22 toneladas de alimentos y hoy producimos 27 toneladas, un 22 por ciento más. Por eso la inflación de alimentos es la más baja de los últimos 20 años. Simultáneamente la pobreza rural bajó de 80 por ciento a 65 por ciento y el desempleo rural descendió de 10,8 por ciento a 7,4 por ciento. Hoy obtenemos tres veces más divisas por nuestras exportaciones de alimentos que lo que pagamos por las importaciones. Y si estas últimas han crecido un poco es para alimentar gallinas y cerdos para satisfacer la enorme demanda de proteína animal que por sus bajos precios consume en forma creciente la población colombiana.

Pero como estos datos que demuestran el éxito de la política agropecuaria son irrebatibles, entonces Robledo, los liberales y algunos medios insisten en que AIS es un programa "pro-rico" y ''le da plata al que no la necesita". Argumento efectista, burdo y populista. Primero, porque está probado que el 98 por ciento de las 316.000
familias campesinas beneficiarias son pequeños y medianos productores cuyos patrimonios en su mayoría no pasan de 250 millones de pesos. Esas familias también han recibido el 86 por ciento de los subsidios, porcentaje superior al 70 por ciento que el mismo senador Robledo declaró aceptable en el momento que se discutió y aprobó AIS en el Congreso. Segundo, porque este no es un programa asistencial como el Sisbén, sino de estímulo a la producción, y por eso los subsidios deben llegar a los productores pequeños, medianos y grandes, para crear más riqueza y más empleo. Tercero, porque aquí no se trata de regalar plata improductivamente, sino de incentivar la inversión y el desarrollo del campo. Así, por cada peso de subsidio estatal, el beneficiario ha tenido que invertir cuatro pesos de su propio bolsillo. Cuarto, hay que recordar que el Incentivo a la Capitalización Rural -componente de AIS- fue creado en 1993 por César Gaviria para aliviar los efectos de una apertura descontrolada que arruinó a muchos empresarios agrícolas. También lo aplicaron Samper y Pastrana, sin que en esas épocas fuera criticado por los críticos de hoy. Puro oportunismo. Y quinto, porque AIS es mucho más democrático y equitativo que programas similares de otros países. Así, mientras en Colombia los pequeños y medianos campesinos reciben el 84 por ciento de los recursos, en la Unión Europea sólo reciben el 50 por ciento; en Francia, el 40 por ciento; en México, el 33 por ciento, y en Inglaterra, el 16 por ciento, para citar sólo algunos ejemplos.

No estaría mal que el debate que presentan los opositores se basara en cifras reales y no en la incidencia sobre los prejuicios ideológicos de la gente. Más allá de esa clase de críticas, los subsidios agrícolas se cuestionan con frecuencia por lo que tienen de apoyo a la ineficiencia. El problema de esa clase de argumentación es que nadie ha demostrado que sin subsidios la agricultura fuera viento en popa. El mismo Hommes, aludiendo a AIS decía:

Y el novio de la reina de belleza remató confesando que si no le hubieran regalado plata no hubiera emprendido el negocio.

Extraño "razonamiento" que delata el interés de hacer demagogia con el asunto: ¿no sería lo realmente escandaloso que subsidiaran a quien de todos modos habría emprendido el negocio? Es que precisamente se subsidia porque las inversiones no son suficientes para la potencialidad del sector.

En la misma dirección se critican las exenciones tributarias, los pactos de estabilidad y la posibilidad de desgravar las inversiones. Eso también encuentra fervorosos aplausos en los medios universitarios. Primero, ¿no es Colombia un exportador de materias primas? Eso hace pensar que la provisión de recursos que recibe el Estado debería alentar una fiscalidad baja para quienes crean empleo y producen, pero la mentalidad tradicional conduce a esa noción "anti-empresa". No se trata ya de ricos y pobres, pues ¿será por casualidad pobre la senadora López Montaño? La inmensa mayoría de los empresarios tienen ingresos muy inferiores a los suyos como senadora, y si hubiera el menor interés en reducir la desigualdad ella misma habría promovido el fin de la exención de la cuarta parte de los salarios del impuesto de renta. Lo que ella tiene exento es unas diez veces lo que se gana de promedio un colombiano.

El punto es la presión "redistribuidora" de los grupos parasitarios de siempre, que opera a favor del despilfarro estatal y a costa de la producción, el crecimiento y el bienestar de la mayoría de la gente.

Esa polémica hace recordar la trayectoria del difunto líder chino Deng Xiaoping: tras el fracaso del esfuerzo colectivizador del Gran Salto Adelante, Deng, un comunista curtido y leal, pero práctico, se planteó, hacia 1960, aquello de que "da lo mismo que el gato sea negro o gris con tal que cace ratones". Es decir, en lugar de la ingeniería social, Deng optaba por el aumento de la producción, que sin la menor duda implicaba el permiso para enriquecerse (tal como había ocurrido en la URSS al comienzo de la década de 1920, con la Nueva Política Económica). Tras la reacción de la Revolución Cultural y la muerte de Mao, al ser rehabilitado, Deng lanzó un programa de modernización económica que ha permitido tres décadas de crecimiento sostenido en ese país.

Naturalmente no faltan los que se quejan de las desigualdades que la liberalización produce: parece que la vida de los chinos hace cincuenta años, cuando murieron más de veinte millones de hambre, o durante la Revolución Cultural, cuando la inmensa mayoría de la gente comía una vez al día, fuera mejor que ahora.

Y es que los alegatos contra el "modelo pro-rico" son sólo resistencia al progreso de los enemigos del comercio. Lo que hizo Deng en China fue precisamente favorecer el enriquecimiento creciente de los ciudadanos, obviamente primero de los más productivos, y por supuesto que tuvo formidables resistencias. Aunque seguro que no fueron tan poderosas como en nuestra región porque China es una cultura antigua y compleja, y sin duda allá la gente no está esperando que la riqueza salga del subsuelo y sea suficiente para pagarlo todo.


(Publicado en el blog Atrabilioso el 11 de noviembre de 2009.)