domingo, julio 31, 2005

Eufemismos, retruécanos, sobreentendidos

El seductor-predador ve que ha llegado el momento oportuno y se arma de valor para preguntarle a su víctima: "Bueno, nos vamos a tu apartamento o al mío".

Claro que alguien que tiene muy claro lo que quiere no cae en la trampa. Por ejemplo una persona más segura de sí misma, más rica, más hábil con las palabras que el tiburón. Pero también una persona así tal vez no se hallaría en esa situación.

O alguien que tuviera una determinación muy firme. En fin: es un ejemplo de las trampas que el lenguaje permite. Si analizamos la situación encontramos que hay un elemento tácito "irnos juntos a un apartamento" que se da por sobreentendido, y que por lo general no estaba en las cuentas de la víctima.

Esa introducción de sobreentendidos es un arma muy peligrosa por parte de los propagandistas políticos. Lo importante es lo que no se dice, pero como la mayoría de la gente está "disponible" (como la víctima de mi ejemplo, que tal vez no va a retozar con un don Juan sino a morir a manos de un serial killer), entonces no les resulta difícil salirse con la suya.

Justicia social
El más influyente de esos sobreentendidos es la justicia social. ¿Cuál es el sentido de esa expresión? Casi todos los que la usan lo dan por obvio. Si un hombre tiene una gran fortuna y otro no tiene nada, hay una injusticia. Y como no hay justicia sin quien la administre (no hay justicia en la naturaleza: la gacela no protesta por la injusticia de que el león se la coma), viene el segundo sobreentendido: cuando hay gente que tiene mucho y gente que no tiene nada, tiene que haber un Estado que reparta esa riqueza. Todo obvio. El socialismo, un proyecto político más bien controvertido, se presenta como una obviedad moral.

Por ejemplo, si mi lector se compra una alcancía y cada día guarda mil pesitos, al cabo de tres años tendrá un millón de pesos que yo no tendré, y lo "justo" sería que eso se repartiera entre él y yo. Pero ese ejemplo es muy tonto: lo que una persona resuelta a conseguir plata puede alcanzar es extraordinario, puede crear empresas, emigrar a países ricos, escribir libros o hacer películas que producen millones de dólares... Da lo mismo, que trabajen los tontos, que al final del camino siempre están los buenos socialistas dispuestos a repartir sus ahorros.

Pongamos que se tratara de la igualdad: a mí me parece una aspiración básica, no es justo que haya gente viviendo en condiciones infrahumanas, que los niños no se alimenten bien, que las viviendas sean miserables: cualquiera que se dedicara a construir viviendas, a producir alimentos, etc., tendría en condiciones normales de mercado capitalista posibilidades de prosperar, de ser más rico que quienes sólo quieren tomar cerveza o fumar marihuana. A ver: para los socialistas no se trata de crear las condiciones de la igualdad sino de repartir lo ajeno.

Y aun, si mañana surgieran unos rebeldes que se propusieran despojar a los ricos para repartir lo que hay entre los pobres, uno podría juzgar eso de muchas maneras: podría plantearse seriamente que el origen de la riqueza de los ricos en esa sociedad no es legítimo, o que es más importante asegurar los gastos básicos de la gente pobre que el derecho de propiedad. En Colombia no ocurre nada parecido.

En Colombia hablan de justicia social los que se roban los recursos de la gente: los magistrados que no administran justicia y sí reciben rentas que alcanzan los 60 salarios mínimos, por no hablar de los negocios sucios que manejan o de la edad a la que se pensionan, los maestros y profesores universitarios, cuyos ingresos en comparación con los del promedio de la población son varias veces superiores a las de sus colegas de los países desarrollados, los titulados universitarios, que también disfrutan de las rentas más altas del mundo pese a su ínfima productividad, los sindicalistas estatales, los intelectuales, los políticos profesionales, los periodistas... En Colombia hablar de justicia social es algo que caracteriza a las personas que tienen servicio doméstico. Con lo que a la superchería de la obviedad del socialismo se añade el cinismo de la mentira descarada por parte de los parásitos.

Pero era sólo un ejemplo. Todo sería muy fácil si los que hablan en Colombia de justicia social repartieran sus rentas con su servicio doméstico.

Guerra y eufemismos
Hoy sale en la revista Semana un artículo de Eduardo Posada Carbó sobre el uso de eufemismos respecto al terrorismo. Entre las joyas que nos muestra aparecen algunas citas de un artículo de Javier Darío Restrepo aparecido hace unos meses en El Colombiano.

Para el propósito de este post, ese escrito es lo que se dice una joya. De nuevo aparece el hábil procedimiento de dar por sobreentendido lo esencial:

"En efecto, llamar terrorista al guerrillero lo descalifica, es una agresión verbal muy similar a la que ocurría cuando se iniciaba un ataque a una población. En los primeros minutos, atacantes y atacados echaban mano de todo su arsenal verbal, el más grueso y ofensivo, después venían los disparos."

¡De manera que si usted es un habitante de un pueblo que va a ser demolido a punta de cilindrazos, o un policía que trata de evitar tal cosa, usted es el agresor si descalifica a quienes van a ejecutar esa tarea! El ejemplo no podía ser más apropiado para preparar al lector para el párrafo siguiente:

"Se trata de eliminar cualquier posibilidad de legitimación de la guerrilla. Esa agresión verbal se propone dejar atrás la imagen del guerrillero que lucha por la justicia y por un nuevo orden, como si estos dos logros ya se hubieran dado o hubieran sido definitivamente abandonados."

¡Póngase usted a deslegitimar a la guerrilla o a poner en duda que lucha por la justicia o por un nuevo orden ("Nuevo Orden" era la consigna de Hitler), y resultará convertido en un agresor! A ver, a ver ¿Es que ya se ha conseguido la justicia o es que ya se ha renunciado a que la haya?

Todo aquello que sería motivo de discusión pasa por obvio: que la guerrilla busca la justicia: ¿qué justicia? Yo no veo mayor injusticia que la que ha aportado la guerrilla a Colombia, desde la masacre del Palacio de Justicia, que renovó la cúpula judicial por encargo de Pablo Escobar hasta la espantosa infamia del reclutamiento masivo de niños, pasando por el despilfarro de muchos miles de millones de dólares en prebendas para su clientela de Fenaltrase. Pero eso ya pasó por obvio en la frase de ese columnista. ¿Y cuál es el nuevo orden por el que lucha el guerrillero? ¿El régimen comunista? ¡Todo eso está obviado, ya se estableció que la guerrilla era la agredida!

Todos los días, sobre todo los domingos en El Espectador y en Semana se encuentra uno con "argumentos" de ese tipo.

Vuelta al principio: la víctima del seductor no sólo es torpe a la hora de responder sino que también está muerta de ganas de jugar a la seducción. Lo mismo le pasa a la sociedad colombiana, que QUIERE creer que la guerrilla es algo ajeno y marginal y no el producto típico de la cultura del país. Por eso estos propagandistas del terror son columnistas de prensa, y a menudo de los más leídos.

Retruécanos
Quien quiera ahorrarse la definición puede recordar simplemente el dicho de que no es lo mismo una pelota negra que una negra en pelota. Esos dichos son muy útiles a la hora de transmitir a la gente determinados contenidos de forma que resulten en apariencia obvios, simétricos, incuestionables.

Un ejemplo que casi bastaría para entender todos esos mecanismos: en 2002, durante la campaña electoral, el columnista Daniel Samper escribió repetidamente desaconsejando la elección de Uribe porque ¿a quién se le ocurre remediar la guerra con más guerra?

Eso: que alguien conteste. ¿Se remedia el dolor con más dolor, el hambre con más hambre, la suciedad con más suciedad?

Los mamertos bailaban en una pata de lo contentos que estaban con el hallazgo. Y mucha gente que realmente quería que hubiera seguridad y reducción de la violencia seguramente habrá vacilado. Uno de los problemas con que cuentan esos propagandistas es que la mayoría de la gente no los lee, con lo que el impacto directo de sus trampas es limitado. Aunque por eso mismo cuentan con la ventaja de que la minoría que los lee se siente de un nivel intelectual asombroso y no se da cuenta del paquete chileno que le están metiendo (aunque como a las víctimas del seductor...).

Es que la gente que no lee entiende que hay unas bandas que destruyen pueblos y secuestran gente y hay que ir a capturarlos o a matarlos para que eso no siga ocurriendo. El lector, ay, con lo poco lector que es el colombiano, ya está mareado con tantas palabras tan bonitas y se ha olvidado de eso y se ha dejado imbuir de que el enemigo no es la secta de psicópatas, sino la guerra. Esos lectores proclives a la retórica de Daniel Samper (que junto con Antonio Caballero son los mejores representantes de las clases altas tradicionales, de su moralidad y valores), quieren que se haga la guerra contra la guerra y no contra la guerrilla. Ahora bien, ¿cómo se hace la guerra contra la guerra? Ya está descartado que sea con más guerra. ¿Cómo?

El regalito que trae el retruécano de Samper es que hay que rendirse a la guerrilla y premiar sus crímenes (aunque ése es mi lenguaje, el que quiera demostrar que no son crímenes y que no andan proponiendo premiarlos tiene todo el campo abierto para demostrarlo). El mecanismo con el que se introduce eso indecible es la idea de que hay que combatir la guerra, cuando la gente lo que quiere combatir es la transgresión de las leyes y la opresión de las bandas criminales.

Es que esas bandas están formadas por personas que han recibido esos juegos retóricos, esa corrupción del lenguaje, en un estado de absoluta inmunodeficiencia. Gente rústica, primitiva, indigente, para la que es fácil concebir que hay un diablo que es EE UU y que los lujos y placeres que les gustarían tener son naturales, pero los estadounidenses o los militares o los empresarios o los políticos indóciles se los han robado. Una vez creado el fetiche y encontrada la víctima, no es tan difícil explotar la vanidad y la soberbia sembradas con el abono de esos truquitos en almas simples, resentidas y acomplejadas. Las rentas y el poder siempre terminan en manos de Daniel Samper y sus próximos.

Otro ejemplo de retruécano, de muchos que recuerdo, es la reacción del actual alcalde de Bogotá ante el aumento de controles para prevenir ataques terroristas de las FARC. Nos enseñó el simpático Cantinflas semioligarca que la democracia se defiende con más democracia. ¿Dónde está el guapo que se atreve a contradecirlo?

Para el caso "más democracia" quiere decir "menos controles", y "menos controles" quieren decir "más facilidades para cometer atentados". "Más democracia" quiere decir "más atentados", pero por una parte, ¿quién ha dicho que las FARC no son democráticas? Siempre han dicho que luchan por una democracia auténtica, y sus partidos hermanos se denominan democráticos: el Polo Democrático Independiente y Alternativa Democrática. El encanto de las palabras es así: Kampuchea Democrática, República Democrática Alemana...

Con lo que no se sabe a qué se refería el alcalde, pues el mismo defiende el régimen cubano. La verdadera democracia, sin duda.

Vamos a suponer que se refiere al sistema democrático occidental: ¿se altera la democracia porque aumenten los controles para impedir atentados? No ocurre tal cosa en absoluto, sólo que hay una parte de los colombianos que con el mayor gusto del mundo vivirían gobernados por Tirofijo con tal de verse a salvo de los controles. En todas las familias de alcurnia bogotanas, y creo que de otras regiones también, hay varios militantes de la izquierda. Si Colombia cayera en manos de Tirofijo esas personas estarían a salvo de los controles. Entonces para esas personas parece como lógico que "democracia" sea sinónimo de "pocos controles".

Ahora, con pocos controles no se defiende nada. Pero la frase ya estaba hecha y sonaba bien. El alcalde es un experto en juegos de palabras parecidos, pero se encuentra con un pueblo que secunda cualquier amasijo de palabras en el que encuentre algo que cree que lo favorece.