miércoles, febrero 01, 2012

Los procesos de Bogotá


La aplicación del llamado "Principio de oportunidad" en el caso del ex ministro Andrés Felipe Arias es una monstruosidad jurídica que equipara a los prevaricadores totalitarios que hoy por hoy dominan el poder judicial en Colombia —incentivados por las presiones de los ex presidentes aliados de Chávez, la fuerza tranquila de Asonal Judicial y los tremendos incentivos económicos del sueño bolivariano— con sus antecesores del Tribunal de la Inquisición. Y más aún con el régimen estalinista.

Sencillamente, expuesta a la perspectiva de otro periodo en la cárcel y quién sabe si una condena, la señora Camila Reyes del Toro dice lo que le ordenan decir. Confiesa lo que haga falta, como haría cualquiera en su situación. Como la mayoría de los dirigentes bolcheviques de la vieja guardia que incomodaban a Stalin o como el protagonista de la película La confesión de Costa Gavras.

Lo que no es tan previsible ni tan fácil es el silencio de la sociedad. La prensa es de nuevo el órgano del interés de los terroristas, tal como lo ha sido desde hace décadas. Pero en Colombia todavía hay libertades y parece que la presión conjunta de la propaganda y la unanimidad de los agentes políticos en torno al gobierno y sus alianzas terminan adormeciendo a los ciudadanos, pues no se ven protestas, ni siquiera en las redes sociales, ante semejante infamia.

Un rasgo idiosincrásico que llama la atención de Colombia es el hecho de que el comunismo siga siendo algo prestigioso. La gente protesta porque las FARC son mafiosas y trafican con cocaína y no son verdaderas guerrillas, como si las verdaderas guerrillas sí fueran respetables. Del mismo modo se quejan de las acciones de guerra de esa banda asesina, pero no condenam sus propósitos, que son mucho peores que esas acciones de guerra. Comparado el sufrimiento de los colombianos a manos de las bandas terroristas con el de los ciudadanos de países que han caído en manos de los comunistas, resultaría como el de alguien a quien miran mal por la calle comparado con el que vive años secuestrado.

Pues hete aquí que los jueces están sometidos a una organización comunista (Asonal Judicial, fundada por el líder comunista Jaime Pardo Leal) y son en medida muy considerable adeptos de esa ideología. Sus crímenes, ligados siempre a diversos intereses mafiosos, ahora a los del lamentable tartamudo que lleva a Colombia camino del Alba y de la dictadura bolivariana, les resultan justificables tal como a los verdugos soviéticos de los años treinta les parecía estar a un tiempo rodeándose de lujos y haciendo avanzar la historia.

Ojalá algún día se entienda que la unanimidad totalitaria de las facultades de derecho no es algo baladí. En la Universidad Libre, de cuya facultad de Derecho era decano Pardo Leal, se enseñaba que "El derecho no es más que la voluntad de la clase dominante erigida en ley". De ahí el activismo de tanto justiciero que en la condena del capitalismo y de la propiedad privada ve ocasión de prosperar y hacerse amo.

¿Qué dicen los demás juristas de las absurdas acusaciones de la ex funcionaria contra su antiguo jefe y del procedimiento porque fueron obtenidas? Hay un silencio generalizado, fruto sin duda de la intimidación, pero también de la indigencia intelectual en que los totalitarios tienen sumido al país. Si consiguieron que el país de Tolstói, Kandinsky y Shostakóvich llegara a ser el erial que es hoy, ¿qué no harán con países cuya cultura es más o menos rival de la de Angola, Chad, Camboya o Eritrea?

Queda el testimonio de una protesta aislada, que lanzamos desde aquí: ese proceso es una infamia absoluta, es pura aplicación del delito de autor, una descarada persecución política apoyada por el presidente y su gobierno. El método de forzar la delación y la autoinculpación a cambio del perdón es típica tortura de regímenes antidemocráticos, y el silencio y la indolencia de la sociedad anuncian catástrofes humanas mucho peores.

En últimas, quien tolera que a la gente la secuestren legalmente porque incomoda al poder tampoco encontrará quien sufra por su libertad ni por su vida. La cobardía del colombiano, su disposición a someterse a unos asesinos encorbatados que hablan enredado (ahora también como si tuvieran una papa en la boca, dado que la afiliación comunista es la forma correcta de prosperar y asegurarse lujos), es el preludio del triunfo de cualquier monstruo que se imponga como lo han hecho los comunistas: castrando gente en público y lanzando cilindros de gas contra iglesias. La indiferencia ante la infamia termina siéndolo ante la propia vida.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 20 de septiembre de 2011.)