lunes, febrero 18, 2013

El totalitarismo del siglo XXI

Ahora es casi raro oír decir que Chávez sólo es un loco, pero hace unos años era una opinión predominante en Colombia, salvo entre los comunistas, que son la inmensa mayoría de las clases altas (en las que incluyo a las personas que están a la vez entre el 10% que tiene más ingresos y entre el 10% que tiene más años de estudio; en realidad, una clase social es más una tradición que una situación económica, y en ese caso se podría demostrar que la ideología comunista es aún más hegemónica entre los descendientes de los poderosos de los siglos anteriores, pero no es el tema de este escrito). No obstante, abundan los que creen que el chavismo y los regímenes afines son una especie de antigualla, un extravío tropical del que se saldrá en algún momento, cuando se recupere la sensatez.

Tras ese juicio no hay más que la superstición creacionista, de la que ya me ocupé en alguna ocasión. El mundo no tiene por qué ir hacia ninguna parte, y lo que ocurre con las tiranías chavistas es que reflejan una tendencia poderosa de nuestra época en todo Occidente, sin que se pueda decir mucho sobre lo que ocurre en Asia y África. Y esa tendencia no es una moda de los últimos años sino el hecho político más importante desde la época de las revoluciones burguesas: la expansión incesante del poder estatal.

Este proceso ya fue denunciado en el siglo XIX, por ejemplo por Friedrich Nietzsche, lástima que  su comentario forme parte del Zaratustra, un libro oracular que se presta a malas interpretaciones y que difiere radicalmente de sus demás libros. En todo caso, ese capítulo, "Del nuevo ídolo" es extrañamente preciso y profético. Con mucha más claridad, José Ortega y Gasset describió el proceso en La rebelión de las masas, "El mayor peligro, el Estado", en el que destacan datos que nos pueden sorprender, como que el Estado absolutista, por ejemplo el de la época de la Conquista de América era una organización extraordinariamente pequeña en comparación con los Estados modernos.

Es decir, una corriente poderosa que crecía por diversos motivos, encontró en los socialistas del siglo XIX teóricos que concibieron una sociedad totalmente controlada por el Estado, cosa que fue posible en el siglo XX primero en el antiguo imperio ruso, a partir del proyecto marxista de los bolcheviques, y después en muchos sitios, muchas veces por socialistas no marxistas, como los fascistas italianos, los nazis alemanes, los falangistas españoles, los naseristas egipcios, los baazistas iraquíes y sirios y muchos otros. En Europa occidental se adoptó una versión blanda, marcada por las urgencias de la recuperación económica. En esta versión se respetaron las libertades individuales y la elegibilidad de los gobiernos, así como la propiedad de los medios de producción, aunque siempre sometida a tasas confiscatorias.

La caída del comunismo hizo creer a muchos que se había acabado el totalitarismo porque lo achacaban a las ideologías, pero la verdad es que las ideologías sólo eran el disfraz de las ambiciones de que habla Nietzsche. Más allá de ellas estaba la expansión de la casta burocrática, que ante la nueva organización reúne y organiza los remanentes de las viejas castas sacerdotales y guerreras. De modo que los huérfanos del comunismo, capaces de hacerse intérpretes de los intereses de la burocracia y las viejas realidades de dominación, encuentran una gran oportunidad al perderse la atención estadounidense sobre el resto del continente. Pero ese ascenso no es aislado, también en Europa y en la misma Norteamérica avanza la expansión estatal, y pronto recluta a grupos que tienen bastantes afinidades con las izquierdas tropicales.

Valdría la pena detenerse a considerar los rasgos del supuesto revival del comunismo para ver que realmente no hay ninguna diferencia importante entre la Venezuela de Chávez, la Colombia de Santos o la España de Zapatero y ahora la Cataluña que pretende separarse de España. De hecho, el mismo Partido Demócrata estadounidense tiene tendencias parecidas, si bien la cultura de su país y su propia tradición le impiden avanzar por esa senda socialista.

En lo esencial, los rasgos del totalitarismo del siglo XX se mantienen, es decir, el Estado como organización de los funcionarios se muestra afín a un partido que es el que representa los intereses de los funcionarios. Estos prestan diversos servicios, pero a medida que el aparato estatal se expande, predominan las funciones espirituales, de transmisión de la ideología del partido que se hace hegemónico. Los usufructuarios de ese orden no son necesariamente funcionarios, por ejemplo en Colombia los profesores de las universidades privadas pueden no tener ninguna relación directa con el Estado, pero al no tener sus empleadores derecho al lucro, y disfrutar de ventajas tributarias, dependen completamente de la perpetuación de ese orden, y aun de las inversiones crecientes del Estado en educación, y por tanto son clientela de la misma facción. Más marcadamente, y en todos los países, ocurre eso con los periodistas que tienden a ser simples propagandistas del régimen, como ocurre con la prensa colombiana, pero igual con la de todos los países bolivarianos, con la española, muchísimo más fuerte con la catalana, y también con la estadounidense. En este caso el gasto público es casi invisible para los ciudadanos, así como la relación subalterna de los medios respecto del poder político, o al revés.

Da igual cuál sea el origen del poder. A veces es el propio entramado mediático, como ocurre en Colombia, donde los grandes periódicos son el refugio de la casta de delfines, que manipulan los hilos de las relaciones políticas y así mantienen el control, pero puede ser al revés, como en todos los países bolivarianos, donde con diversas maquinaciones se crea una hegemonía ideológica artificial gracias a los favores o a las persecuciones del poder. Al respecto es muy recomendable este artículo de Andrés Oppenheimer. Todos esos rasgos se pueden encontrar en el gobierno de Obama, bien es cierto que atenuados. En todo caso se detecta un gran aumento del gasto público durante su gobierno, a la vez que la adhesión resuelta de todos los grupos ligados al Estado: "lobbistas" (Obama obtuvo en el Distrito de Columbia 14 veces más votos que McCain, cosa que no ocurre en ningunas elecciones en ninguna otra parte), medios, universidades, etc.

Un rasgo que define en todas partes el totalitarismo del siglo XXI es el "buenismo", ese afán de exhibir las buenas intenciones que se detecta en la forma de obrar de todo el clero occidental y que se manifiesta desde el lenguaje "políticamente correcto" hasta la pasividad frente a las actuaciones violentas de sectores hostiles a Occidente, pasando por el despilfarro de recursos públicos en la cooptación de clientelas de gente desvalida. En lugar de la agresiva disposición de los bolcheviques y sus imitadores nazis y fascistas, ahora todo se hace con guante de seda aunque el fin es el mismo.

Otro rasgo característico en todas partes es el "progresismo", el afán de hacerse "protectores" de grupos marginados o potencialmente expuestos: minorías étnicas, sexuales, religiosas, etc., siempre en contra de la moral o la religión tradicionales (insisto, la descripción de Nietzsche es abrumadoramente exacta). En algunos casos esos fines parecen legitimar la agresión sectaria que el bando totalitario ejerce, como ocurría con la España de Zapatero, obstinada en promover todas las  manifestaciones culturales que fueran hostiles a la Iglesia católica o a sus tradiciones, pero otras veces hace falta un pretexto diferente: la identidad catalana, la defensa de los recursos naturales, el castigo de los gobiernos anteriores, como la dictadura argentina, o la salvación de la imagen del país, destruida por un agresor que generó el odio del resto del mundo (caso de los demócratas estadounidenses y Bush).

Si se toma como molde del totalitarismo la famosa novela de George Orwell, 1984, en casi todos los países se cumplen la mayoría de sus características, salvo por la apariencia de libertad individual, que depende de las posibilidades de negarla que hayan. Por ejemplo en Colombia la libertad individual es una ficción porque todo el mundo está expuesto a ser asesinado por las bandas terroristas aliadas del gobierno, o a sufrir persecución por el poder judicial, igualmente aliado del gobierno y de las bandas terroristas. Otro tanto ocurre en todos los países del área bolivariana, y sin duda terminará siendo la norma en Cataluña cuando se consume la secesión. Las instituciones estadounidenses parecen resistir mucho mejor esa clase de agresión.

La medida en que las castas usufructuarias del totalitarismo amenazan las libertades y se arrogan privilegios depende de las tradiciones de cada país. Es decir, dado que la esencia del colectivismo es la dominación, será más fácil y más drástico allí donde haya una experiencia reciente de esclavitud, como en Cuba, que no alcanzó a vivir un siglo sin esclavitud legal, o como en los países andinos, donde la condición de los descendientes de los aborígenes y de los esclavos negros nunca ha estado muy lejos de la esclavitud. El caso colombiano, con sus sueldos de 60 salarios mínimos, su prácticamente nula tributación a los salarios, sus pensiones a los cuarenta años y demás prodigios no debe de ser muy diferente del venezolano, y al final sólo expresar la capacidad de persistencia de un orden antiguo (que acomoda sus jerarquías a las nuevas circunstancias de gasto público). En otras partes podría variar un poco, pero siempre asegurándose el control de la economía y la opinión por parte de la casta organizada para controlar el Estado.

Pensando en la novela de Orwell, un rasgo universal del nuevo totalitarismo, igual que del antiguo, es la dedicación de grandes esfuerzos gubernamentales al odio: contra los "escuálidos" en Venezuela, contra los uribistas en Colombia, contra el PP en España (estigmatizado como franquista), contra los españoles de otras regiones en Cataluña y contra los republicanos en Estados Unidos (descritos por lo general como provincianos ignorantes, racistas y agresivos). La forma en que opera ese odio recuerda mucho a los autos de fe de la Inquisición, presentes en la tradición de España e Iberoamérica.

El otro rasgo, que comparte este totalitarismo con el del siglo XX es la capacidad de generar miseria y atraso. Es la norma en los países del eje bolivariano, donde la ingente riqueza de las exportaciones recientes no genera una mejora clara de las condiciones de vida de la gente, y será igual en Colombia, donde Santos se gasta los recursos en comprar apoyos inventando puestos para las clientelas. De algún modo fue la norma en Europa durante mucho tiempo (al respecto orienta mucho Guy Sorman). También en Cataluña la "construcción nacional" ha servido para dilapidar la riqueza de la región, que cada vez atrae a menos inversores. Ocurrirá otro tanto en Colombia, donde el avance de las FARC ya ha llevado incluso a proponer prohibir las inversiones extranjeras en el campo.

Sobre todo, la extrema afinidad de los medios colombianos y los canales chavistas, así como de la ideología y los hábitos del clero de todos los países de la región, hoy dominantes hacen que resulte muy difícil negar la realidad: Colombia es tan chavista como Ecuador y Bolivia, y el origen ilegítimo del gobierno chavista no significará nada porque ya tiene acceso a los recursos con que se asegurará la continuidad.

(Publicado en el blog País Bizarro el 19 de octubre de 2012.)