martes, septiembre 24, 2013

Detrás de todo

La exsenadora Piedad Córdoba dijo durante un acto público en el Catatumbo "Que vivan las FARC" y todo el que quiso oyó el audio y prácticamente todos los colombianos del bando gobiernista se hicieron los desentendidos o simplemente dijeron que la señora había dicho "Que viva la paz", como tranquilamente afirmó ella misma, y la inmensa mayoría de los ciudadanos ni siquiera se sorprendieron.
Después propuso la frase como hashtag de Twitter, ampliamente seguido por miles de universitarios. No podía faltar el profesor de periodismo que hace unos años dirigió la infame operación de borrar los blogs de gente ingenua para acusarme. Son esa clase de gente: criminales.

No es ninguna noticia que esa señora diga eso, ¿acaso no decía que hacían falta más "marulandas" y que invitaba a los estudiantes a la rebelión? Tampoco que después lo niegue porque al mismo tiempo pretende ser otra cosa que una activista afín a la banda. Lo maravilloso es la actitud de los colombianos, que sin el menor pudor declaran algo completamente falso, o lo toleran.

Pero, como todo, es incomunicable. En ninguna otra parte podría pasar eso, ni que habiendo todas las pruebas que hay contra ella por colaborar en las actuaciones de la banda terrorista no se condene de forma masiva a los jueces que la dejan impune. Los colombianos comparten las mentiras más atroces de tal modo que se distinguen del resto de la humanidad. De hecho, entre los defensores de la senadora tenía que ser una señora extranjera la que partiera del hecho de que podría haber dicho "Que vivan las FARC".
Hay tantas perlas en tan breve texto. Claro que las FARC tienen respaldo social, el de las clases acomodadas que se lucran del Estado, que esperan ampliar sus privilegios gracias a la negociación en que se hacen legítimos los grandes capitales del secuestro y necesarios los miles de asesinatos de la banda. El problema es que el respaldo social no legitima el crimen, y a ese 1-2% de la población que apoya claramente a la banda sería nada en comparación con la proporción de alemanes que apoyaban a Hitler. Eso sólo multiplica el número de criminales.

Para justificar la arremetida de las FARC en el Catatumbo no podría faltar el escritor al que Chávez le dio el premio Rómulo Gallegos, que previsiblemente cuenta con menos rechazo que la exsenadora, la cual casualmente recomendaba esta columna en Twitter:
¿Qué hay detrás de todo esto?
Por William Ospina
Cuando en otros países se preguntan qué hay detrás de los hechos, están tratando de identificar las causas; cuando se lo preguntan en Colombia, están tratando de encontrar un culpable.
Los recursos de este triste canalla son indecentes y remiten a la dudosa pertenencia del Homo colombiensis a la especie humana. Ya en una ocasión comenté los secretos de su prosa. Esta vez se trata de oponer "las causas" y "un culpable". Por ejemplo, en otros países aparece un cadáver con un tiro en la frente, los forenses se aplican a identificar las causas, tal vez discutan si no se tratará ante todo de la mortalidad del ser humano, o del carácter pendenciero y vocinglero del occiso, mientras que en Colombia se ponen a averiguar quién disparó.
En Brasil, después de años de invertir en la comunidad y de un esfuerzo generoso por disminuir la pobreza, el gobierno de Dilma Rousseff, ante el estallido de las protestas populares que piden profundizar la democracia, ofrece a los manifestantes una constituyente. En Colombia, después de décadas de abandono estatal, de exclusión y de desamparo ciudadano, el gobierno, ante el estallido de las protestas, sólo se pregunta qué demonio está detrás de la inconformidad popular.
Ciertas mentiras burdas son menos responsabilidad de quien las dice que de quien las cree. Ocurre que en Brasil surgieron protestas contra el gobierno del PT y su presidenta a causa de la espantosa corrupción y de la impunidad de los políticos bandidos, ¡y gracias a la desfachatez de este malandro resultan ser a favor del gobierno! ¿Cómo es que "invierte en la comunidad" el gobierno brasileño? La falacia de esa idea es típica: ¿qué es lo que "invierte"? ¿Cuál es esa "comunidad"? El gobierno cubano, al que defiende Ospina, "invierte" mucho más en la comunidad sin dejar de generar miseria y opresión. Brasil ha tenido grandes avances en reducción de la pobreza gracias a la estabilidad económica heredada de Cardozo y precisamente a que Lula y su sucesora han respetado la economía de mercado, lo que ha favorecido un enorme crecimiento (basado en la circunstancia especial de los altos precios de las materias primas). La inversión en la comunidad parece ser lo mismo que la corrupción, tal como ha ocurrido en Bogotá con los tres gobiernos del Polo "Democrático", que por lo demás Ospina promovía.

Así, la indignación contra los corruptos despierta movilizaciones masivas en Brasil y la presidenta propone una Constituyente para aprovechar la superior organización de su partido sobre las multitudes que protestan y seguramente asegurar más el poder, y el malandro convierte la protesta en apoyo al gobierno y la solución perversa en la expresión de esa protesta. Es Colombia, sólo es Colombia, es así y tiene esos hijos, no sólo el literato sino también su público. La única forma en que un colombiano puede entender que la humanidad no es así, que los demás países no son así, sería vivir mucho tiempo fuera o partir de un gran esfuerzo de credulidad.

Las protestas del Catatumbo son arremetidas de las FARC como los cientos de huelgas cocaleras, de maestros, de estudiantes universitarios, de indios del Cauca, etcétera, etcétera. El abandono estatal consiste en que los recursos se gastan en proveerles rentas fabulosas a los lectores de Ospina, cuya profesión consiste en promover esas protestas. ¿Hay alguna inconformidad popular en el Catatumbo? Sin duda, "inconformidad popular" es casi un pleonasmo, pues cuando las personas están contentas con su vida y aplicadas a su felicidad no se las define como "pueblo". Pero en el Catatumbo los únicos motivos que hay para manifestarse contra el gobierno son los incentivos de dinero extorsivo y las amenazas sobre los campesinos. La historia del jefe terrorista que lidera las protestas lo demuestra, además del activismo de la increíble exsenadora. (Cómicamente, colombianamente, para defender a ese angelino la revista Semana publica un escrito de otro dirigente terrorista: tal como cuenta Swift, muchas décadas después de la muerte de Gulliver la gente seguía diciendo para reforzar un argumento "Haz de cuenta que te lo dice el señor Gulliver".)

Tiene gracia, pero Colombia es el mundo al revés: las protestas en el Brasil son contra el gobierno pero el malandro las presenta como a favor del gobierno, mientras que en el Catatumbo no hay protestas contra el gobierno sino a favor. Lo que se busca, con cada vez más evidente connivencia de Santos, es mostrar al mundo a la guerrilla como expresión de un movimiento campesino que presenta reivindicaciones ante un gobierno de arrogantes burócratas blancos, según el mito que millones de personas creen en Europa y Norteamérica. El hecho de que haya combates con muertos contribuye a reforzar la importancia del hecho y a legitimar ante el mundo a los terroristas. El que quiera entender el problema que tiene para Santos negociar las leyes con una banda de asesinos que no representan a nadie puede ir pensando en la elección de Petro, en la que tan ingentes recursos se invirtieron para dispersar el voto descontento con el PDA. Fuera de Colombia esa negociación sólo puede parecer legítima si se hace creer a la gente que hay campesinos descontentos que se identifican con las FARC. El gobierno favorece el desplazamiento de los terroristas al territorio venezolano y el ingreso de recursos y armas, "por debajo de cuerda" favorece las protestas para legitimar su negociación.
¿Hasta cuándo les funcionará a los dueños de este país la estrategia de que cuando la gente reclama y se indigna, cuando estalla de exasperación ante una realidad oprobiosa que nadie puede negar, la causa tiene que ser que hay unos malvados infiltrados poniendo a la gente a marchar y a exigir?
Los dueños del país son los que le publican sus columnas a Ospina y a cientos de propagandistas del terror. ¡Qué casualidad! Si los colombianos no fueran subhumanos habría alguno que se preguntara por los motivos de esa autodestrucción de los dueños del país. Bueno, autodestrucción creativa, en ningún otro país del continente hay bandas terroristas que sobreviven por lo menos siete décadas, ni dinastías de gobernantes que duran siglos. Esa autodestrucción creativa debería bastar para explicar la existencia de las bandas terroristas.

Pero ahí está la mentira descarada, directa, brutal: no es que las FARC incentiven y obliguen a la gente del Catatumbo a cortar las calles y enfrentarse a la fuerza pública, sino que los dueños del país se inventan que tal cosa ocurre. En ningún otro país se pueden publicar mentiras semejantes, pero es cuestión de que los colombianos las toleran.
Cuando los voceros tradicionales de nuestro país se preguntan ¿qué hay detrás del Catatumbo?, podemos estar seguros de que no van a descubrir tras esas protestas la injusticia, la miseria y el olvido del Estado. No: detrás ha de estar el terrorismo, algún engendro de maldad y de perversidad empeñado en que el país no funcione.
Quién sabe cuánto tiempo les funcionará la estrategia. Una estrategia muy triste, muy antidemocrática, pero que no es nada nuevo. Uno se asombra de que la dirigencia colombiana tenga esa capacidad escalofriante de no aprender de la experiencia, de repetir ad infinitum una manera de manejar el país para la cual todas las expresiones de inconformidad son siempre sospechosas. Y es posible que haya algún infiltrado, pero una golondrina no borra la noche.
En el caso del Catatumbo no hay ningún infiltrado porque se trata directamente de una movilización "de masas" de las FARC, con un miembro de las FARC como César Jerez haciendo de representante de los que protestan y con Piedad Córdoba e Iván Cepeda como promotores: el hecho de que William Ospina salga a justificar esas protestas debería ser suficiente prueba de que son las FARC.

Pero los colombianos ya están hechos a vivir mintiendo y su servilismo e indignidad los apartan cada vez más de la humanidad. Tranquilamente toleran que Piedad Córdoba haya dicho "Viva la paz" por mucho que la N y la S de los plurales se entiendan claramente, o que unas protestas dirigidas a los fines de las FARC (de crear una zona para las FARC) no son de las FARC, o que Sigifredo López es víctima de un error de la Fiscalía pese a que el único dictamen técnico que hay sobre la voz del video demuestra que es la suya. (Debería bastar que antes de la publicación del video William Ospina iba a presentar un libro del angelino.)

Claro que el que piense que hay alguna diferencia entre el gobierno y las FARC respecto del Catatumbo, o, como tantos idiotas en Twitter, que Santos "no supo manejar" la situación, podría fijarse en que los negociadores que ha enviado son antiguos dirigentes de las FARC: Luis Eduardo y Angelino Garzón. El primero fue el iniciador del dominio terrorista en la región, según nos cuenta el propio Alfredo Molano. Sigue Ospina:
Hace demasiado tiempo que protestar en Colombia es sinónimo de rebeldía, de maldad y de mala intención. Todavía flota en la memoria de la nación esa masacre de las bananeras, que no es una anécdota de nuestra historia sino un símbolo de cómo se manejaron siempre los asuntos ciudadanos. 
En toda democracia verdadera, protestar, exigir, marchar por las calles es lo normal: es el modo como la ciudadanía de a pie se hace sentir, reclama sus derechos, muestra su fuerza y su poder. Y en todas partes el deber del Estado es manejar los conflictos y escuchar la voz ciudadana, no echar en ese fuego la leña de la represión al tiempo que se niegan las causas reales.
Sería casi divertido ir al fondo de la noción que tienen los universitarios colombianos de "rebeldía", porque normalmente es lo más honroso pero esta vez uno de sus ídolos usa el término como algo próximo a "maldad" o "mala intención".

Como es habitual, la noción de "democracia" de los colombianos es plástica y elástica, puede convertirse en cualquier cosa. Ahora es la posibilidad de manifestarse sin represión, cosa bien cómica pero diciente: ¿va a resultar que Cuba no es una democracia a pesar de que Evo Morales declaraba que sí lo era? Pero ¿en la democrática Venezuela se respetan y escuchan las protestas ciudadanas?

En el Catatumbo las protestas incluían armas y explosivos, además de todo tipo de actos de violencia, que en Colombia son habituales y siempre quedan impunes. Lo que distingue a un país civilizado es que esas protestas son rarísimas, a menudo inexistentes (¿cuántas revueltas callejeras se ven en las ciudades de Suiza, de Japón, de Canadá o de Escandinavia?), pero sobre todo que ningún desmán quedará impune. Otra mentira para reforzar la mentira monstruosa que pretenden promover, que lo del Catatumbo no son las FARC.
Pero si un delegado de Naciones Unidas dice una verdad que aquí nadie ignora, que “la población allí asentada reclama al Estado, desde hace décadas, el respeto y la garantía de los derechos a la alimentación adecuada y suficiente, a la salud, a la educación, a la electrificación, al agua potable, al alcantarillado, a vías, y acceso al trabajo digno”, y añade que la muerte de cuatro campesinos “indicaría uso excesivo de la fuerza en contra de los manifestantes”, este Estado, que nunca tiene respuestas inmediatas para la ciudadanía, no tarda un segundo en protestar contra la abominable intromisión en los asuntos internos del país; el Congreso se rasga las vestiduras, las instituciones expresan su preocupación, las fuerzas vivas de la patria se indignan y los medios se alarman. Nadie pregunta si las Naciones Unidas han dicho la verdad, defendiendo a unos seres humanos que son nuestros conciudadanos, una verdad de la que todo el mundo debería poder hablar, así como nosotros podemos hablar de Obama y de Putin, o de los derechos humanos en China. Para esas fuerzas tan prontas a responder, el funcionario está irrespetando al país. Y el irrespeto que el país comete con sus ciudadanos se va quedando atrás, en la niebla, no provoca tanta indignación.
La burocracia de la ONU siempre ha sido cómplice de las FARC, a tal punto que en los años del Caguán los señores Mengeland y Demoine hacían de portavoces de la banda. Eso no demuestra nada. Tanto las muertes de "campesinos" como la respuesta a la ONU contribuyen a difundir la noticia, a "meterle pueblo" a la movilización de las FARC y a legitimar a la banda que oprime a los campesinos como su representante.
Así fue siempre. Aquí, en los años sesenta y setenta a los estudiantes que protestaban no les montaban un escándalo mediático: les montaban un consejo verbal de guerra. Todo resultaba subversivo. Las más elementales expresiones de la democracia: lo que en Francia y en México hacen todos los días los ciudadanos, y con menos motivos, aquí justificaba que a un estudiante lo llevaran ante los tribunales militares y lo juzgaran como criminal en un consejo de guerra.
La hegemonía terrorista en los años sesenta y setenta en las universidades era aún más manifiesta que ahora: gracias al aplomo para mentir de este prócer ese hecho pasa inadvertido: no sé cuántas manifestaciones violentas presencié sin que se sometiera a nadie a Consejo de Guerra ni nada parecido, ahora va a resultar que el problema era la represión y no el activismo revolucionario promovido por las FARC, el ELN, el EPL y el MOIR (que no usaba armas pero perseguía los mismos fines).
Y los directores de los medios de entonces, que eran padres y tíos de los actuales presidentes y candidatos a la presidencia, no veían atrocidad alguna en la conducta del Estado sino que se preguntaban, como siempre, qué maldad estaría detrás de esos estudiantes diabólicos. 
Siempre la misma fórmula. Tal vez por ella se entiende que, hace un par de años, un exvicepresidente de la República, sin duda nostálgico de aquellos tiempos en que el papel de los medios era sólo aplaudir al Estado, se preguntaba ante una manifestación estudiantil pacífica por qué la policía no entraba enseguida a inmovilizar con garrotes eléctricos a esos sediciosos.
Es pura calidad colombiana: ¿quién ha dicho que los autores de desmanes violentos eran "diabólicos"? Se trata de la atribución de ideas y palabras a los demás, tan típica de la mala fe. Esos estudiantes eran comunistas violentos y sólo la desfachatez de este sicofanta generosamente pagada por gobiernos como el venezolano, en cuya génesis tienen un gran papel las industrias del secuestro en Colombia, permite suponer otra cosa.

La idea de inmovilizar a los estudiantes de la manifestación estudiantil "pacífica" (¿es concebible eso en Colombia? ¿No es la MANE una expresión de las FARC?) con garrotes es una de tantas salidas del vicepresidente de Uribe, cuyas ocurrencias son tan atroces que si llegara a ser presidente haría que todo el mundo echara de menos a su primo.
Esos son nuestros demócratas: la violencia de un Estado que debería estar para servir a la gente y resolver sus problemas, merece su alabanza; pero el pueblo en las calles, que es el verdadero nombre de la democracia, les parece un crimen. Quizá por eso algunos piensan que ese personaje debería gobernar a Colombia: se parece tanto a nuestra vieja historia, que sería el más indicado para perpetuarla. 
Ahora bien: si las verdades las dicen las Naciones Unidas, son unos intervencionistas; si las decimos los colombianos, somos unos subversivos, ¿entonces quién tiene derecho aquí a decir la verdad? ¿Y hasta cuándo tendremos que pedir permiso para decirla?
Todo es al revés y francamente monstruoso, pero tiene público en Colombia. El pueblo en las calles es el verdadero nombre del fracaso de la democracia y por eso en las democracias sólidas nunca se ven esas protestas. Los intentos de resistir a asonadas de criminales resultan "violencia de un Estado" y lo obvio, la verdad abrumadora de que en el Catatumbo se mueven los recursos y las armas de las FARC para avanzar en la conquista del territorio, se convierte en lo contrario de la verdad que nadie tiene permiso para decir.

Yo insisto en que el odio a Piedad Córdoba se basa en que es mujer y negra, tal como a los miembros de las FARC les atribuyen un tipo de calzado que favorece la bromhidrosis. No creo que ni unos ni otros hagan tanto daño ni lleguen a grados de desfachatez comparables a los de este asqueroso, "uno de los grandes intelectuales" del país, según Eduardo Posada Carbó.

(Publicado en el blog País Bizarro el 15 de julio de 2013.)