domingo, marzo 26, 2023

La oposición necesaria

La historia reciente de Colombia es la del triunfo del bando de la casta oligárquica liberal como final de la bicentenaria querella bipartidista. Lo que pasa es que ese triunfo no traerá paz sino más crueldad y mentira porque para obtenerlo esa casta le vendió su alma al diablo, que es por una parte el imperio narcocomunista (que hasta participó abiertamente en el proceso de paz, en medio de la indiferencia, cuando no la alegre complicidad, de toda la intelectualidad hispánica) y por la otra el arte comunista.

Antes de continuar intentaré explicar qué entiendo por «arte comunista». En el principio hubo mentes atávicas cristianas que se veían desplazadas por el mundo moderno y formaron la Liga de los Proscritos, luego Liga de los Justos, luego Liga de los Comunistas, la cual encargó al filósofo alemán Karl Marx el Manifiesto comunista. En la audacia de ese texto, hijo de los absolutos de Hegel y del trastorno de 1789, se cifra el destino de Europa. Si ésta no se hubiera suicidado en 1914 y todo el mundo se hubiera hecho capitalista, la Tierra sería un Edén. El Manifiesto propone una tiranía que espera tener el apoyo de las clases mayoritarias para dominar al conjunto de la sociedad de forma violenta. Sin la certeza de que tal ensueño sanguinario era posible y deseable, certeza que obraba como el software del golpe de Estado bolchevique, no habría habido un imperio comunista dominando la mitad del planeta. La tecnología de terror que pusieron en práctica los comunistas y la imposición de la mentira a través de la propaganda les permitieron quedarse setenta años en el poder, y al cabo seguir dominando en el Estado mafioso actual, ya no unidos por la ideología sino por las redes de influencia heredadas del antiguo régimen. No hay aspirante a tirano que se resista a esa entente, ahora comandada por China, Rusia e Irán como enemigos de la sociedad abierta. Ni sobre todo a ese arte de dominación mediante el engaño y la intimidación. Chávez, por ejemplo, fue un militar golpista sudamericano típico, pero el régimen que impuso se mantiene gracias a esas alianzas y a ese arte.

Lo que siempre han querido los Santos, los López y los Samper es no tener rivales que no sean impotentes, apenas decorativos para que las redes de intereses de las castas norteamericanas y europeas acojan con simpatía al régimen y lo hagan reconocer universalmente. Pero ¿hasta dónde quieren llegar? Con la disolución acelerada que busca y consigue el gobierno de Petro, los oligarcas podrían quedar como los tontos útiles que crearon al monstruo que los devoraría. Puede que el Partido Comunista tenga planes en los que el poder de esos clanes sea mínimo, y aun de eliminarlos para no verse expuestos a conjuras de oposición. Gloria Inés Ramírez no tiene tanto interés en que los ricos de Londres vean con simpatía al gobierno colombiano. Puede que haya cambios en Cuba en los que pierdan a sus protectores, o que el PCC se sienta capaz de alzarles la voz a los cubanos y aun de someter a Venezuela. ¿Y qué pensarán las esposas de esos ínclitos señores cuando resulten criando a una mujer trans? La reverencia de los comunistas de la base no es muy sincera, son gente llena de resentimiento que estaría feliz de desollarlos.

Hechos como los de esta semana en San Vicente del Caguán dejan ver que en aras de someter a las Fuerzas Armadas y a la Policía los comunistas no vacilan en ejercer la violencia de masas, sean éstas estudiantiles, indigenistas o cocaleras. Eso aumentará sin cesar, salvo que a Velásquez le resulte fácil comprar oficiales y encarcelar o expulsar a los desafectos, caso en el que sembrar el territorio de campos de concentración o reeducación o como quieran llamarlos será el siguiente paso.

Todo eso termina siendo ominoso incluso para los que protegieron a las guerrillas comunistas y financiaron desde el poder el adoctrinamiento en las universidades. El resto de la sociedad debería plantearse cómo impedir que acaben de implantar esa tiranía. Y para esa tarea falta una oposición que tenga una identidad definida, que sepa qué quiere, que tenga un programa político y mueva todos los resortes de influencia para triunfar. No hay una oposición semejante, sólo lloriqueo de vagos grupos de influencia y tuiteros que lamentan cada desmán del gobierno, casi siempre pasando por alto los aspectos más lesivos de la propaganda.

La primera bandera de esa oposición debería ser una reducción drástica del gasto público que permita bajar los impuestos y alentar el desarrollo empresarial. Gastar menos permitiría desactivar el mecanismo de la educación, que no forma personas para el capitalismo, como reconocía un profesor de la Universidad Nacional. Sin hacer frente a esa cuestión, todo será en vano. La segunda divisa, la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente que suprima la de 1991 y todas las leyes derivadas de ella, destituya a las cúpulas judiciales y prohíba aplicar nada de lo acordado con los regímenes de Cuba y Venezuela a través de la rendición a sus bandas de asesinos activas en Colombia. La tercera, la prohibición constitucional de la producción y el tráfico de drogas ilícitas, planteando incluir en el código penal el castigo a todos los que produzcan y cultiven insumos necesarios en esa industria. La cuarta, la supresión de todas las leyes ideológicas impuestas por las sectas narcocomunistas.

Todo eso implica pensar en el largo plazo, es evidente que la idea de cerrar las universidades públicas no será popular, y que cuando la gente entienda que su «ascenso» social gracias a los diplomas sólo le permitirá ganar algunas decenas de dólares al mes, como en Cuba, Venezuela y Nicaragua porque en el resto del mundo esos diplomas no valen nada, ya el régimen de terror estará instaurado, pero cuanto más se tarde en sacar del engaño a las mayorías peor será.

El cortoplacismo es el peor vicio de la política colombiana, y los que buscan acceso a cargos y prebendas deben más bien incluirse en el régimen. Es famosa la frase atribuida a Keynes de «en el largo plazo, todos muertos». Pero una persona de cincuenta años puede contar con que probablemente no llegará a cien y no por eso querrá que sus nietos vivan en la miseria, aterrorizados y sin esperanza. En 2026, aun si ganara la oposición, no se cambiaría nada, tal como en lo esencial del régimen no cambió nada Duque.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 5 de marzo de 2023.)

domingo, marzo 19, 2023

Desigualdad

La igualdad entre las personas es un fundamento de la ley, un fundamento reforzado desde que surgieron las instituciones liberales y democráticas en los siglos XVIII y XIX. Al respecto hay muchos malentendidos porque la propaganda totalitaria denuncia las sociedades libres con el argumento de que son desiguales porque «unos tienen tanto y otros tan poco». Una igualdad en la que todos tuvieran lo mismo, cosa que nunca ha ocurrido en ninguna parte, sería la mayor injusticia porque querría decir que los que trabajaran mantendrían a los demás y así nadie trabajaría. Y si para evitar eso se forzara a alguien a trabajar, ya tendría una ventaja objetiva el que ejerciera la autoridad.

De lo que trata la igualdad del liberalismo es de la igual dignidad de las personas, por ejemplo si un potentado mata a un mendigo la ley no puede castigarlo de forma distinta que a un mendigo que matara a un potentado. Ni se puede concebir, por ejemplo, que el voto de una persona valiera más que el de otra o que una persona pudieran ser la propiedad de otra.

Puestos a pensar en el acceso a los bienes, por ejemplo a la atención sanitaria, lo deseable es que las oportunidades de todos aumenten. Pero no se puede ni imaginar que las oportunidades de todos vayan a ser iguales, y ciertamente nunca ha ocurrido nada parecido. Si un ciudadano humilde enferma no tendrá la misma atención que el presidente, pero en los países libres la mayoría tiene acceso a una atención razonablemente buena. Eso depende de la riqueza del país, y los países prosperan en la medida en que rijan en ellos las instituciones liberales.

El odio a la libertad, cuyo otro nombre es «anticapitalismo», en realidad es resistencia contra esa igualdad en aras de un orden jerárquico en declive. No hay mejor ejemplo de lo anterior que Colombia, donde ciertamente no ha habido nunca ninguna igualdad ni la hay ahora, sino que una minoría lo tiene todo sin producir nada mientras que la mayoría lo produce todo sin tener nada. Aunque ahora se oculte, el rasgo idiosincrásico más marcado de Hispanoamérica es el racismo, por eso «indio» es un insulto y a los indios les dicen «indígenas» para no ofenderlos recordándoles lo que son.

Esa persistencia de la esclavitud es lo que permite el dominio de los totalitarios, tal como ocurre en Cuba, donde los negros y mulatos son los pobladores de los campos de concentración y los puestos de poder son para los blancos. En Colombia el programa comunista impuesto en 1991 produjo un espantoso aumento de la desigualdad económica durante esa década (el coeficiente de Gini estaba por debajo de 0,55 en 1991 y llegó a más de 0,60 en 1999, los ricos al despuntar el siglo eran mucho más ricos y los pobres mucho más pobres): los generosos derechos a la educación y la salud se tradujeron en privilegios para los «educadores» y médicos, y en general para todos los miembros de las castas superiores, que tienen modo de hacer valer esos «derechos fundamentales» y viven del Estado.

Conviene aclarar que la masa de los ricos que mide el coeficiente de Gini no tiene que ver con los grandes propietarios sino con la mitad más rica de la población respecto de la más pobre, y ciertamente en Colombia la mitad más rica la forman principalmente los empleados estatales y los titulados universitarios, es decir, los votantes del narcocomunismo.

El origen de esa desigualdad no es por supuesto la mayor productividad de la mitad más rica, sino la violencia que le ha permitido implantar leyes inicuas a costa de la mitad más pobre. Por eso es tan despreciable todo el que habla de izquierda y derecha. Cada vez más, la definición más exacta de la izquierda es «la derecha». Los votantes de Petro que no son clientes de maquinarias o de gamonales no son tanto enamorados de la épica guerrillera cuanto gentes de clase media absolutamente convencionales que encuentran acomodo en el parasitismo tradicional o en todo caso se identifican con él aunque de momento no puedan disfrutarlo. Los que se sienten «de derecha» son gente de un nivel social parecido que creen que la demagogia los amenaza y ven la amenaza de vivir sin servicio doméstico (como la mayor parte de las gentes acomodadas en los países ricos).

Pero suponiendo que rige la ley y hay juego limpio, la desigualdad como aumento de la riqueza de algunos sería deseable, pues correspondería al premio a una mayor productividad. Si un médico encuentra un tratamiento que cura el cáncer se hará mucho más rico que las demás personas, lo cual no debe entenderse como que alguien sea más pobre por su culpa, al contrario. Los pioneros de la informática e internet han acumulado grandes fortunas, que son una parte ínfima de la riqueza que esos desarrollos tecnológicos nos han traído a todos.

Hay un ámbito en el que el igualitarismo de los comunistas y afines es genuino: el de la educación. Todos los responsables educativos de todos los gobiernos colombianos proceden de colegios selectos y envían a sus hijos a esa clase de colegios, pero la misión de su vida es lamentar la desigualdad educativa, para lo que comparan lo mucho que saben ellos con lo poco que aprenden las personas marginales del último rincón de la selva. Eso sí, a cambio de un ingreso mensual que es varios cientos de veces el de esas personas. No se debe creer que hay alguna diferencia entre esos funcionarios y los comunistas, porque la ideología es un pretexto del parasitismo y ciertamente ningún gobierno colombiano de los últimos cuarenta años ha resistido a esa presión ideológica.

¿De qué modo es genuino ese igualitarismo? Esa clase de personas disfrutan de privilegios y les aseguran privilegios a sus hijos, pero esos privilegios consisten en los contactos que adquieren juntándose con los de arriba, no en ningún conocimiento. Esos privilegios e iniquidades serían casi tolerables si gracias a ellos se formara un parnaso de sabios. A lo sumo los hijos de esa clase de personas van a colegios que imparten las clases en inglés con la esperanza de que terminen adquiriendo un buen acento en esa lengua, a pesar de que estarán en clara desventaja para cualquier otro conocimiento.

El siniestro gobierno de Pedro Sánchez impuso en España una ley educativa que rebaja drásticamente la exigencia para los estudiantes, de modo que todos tienen la ocasión de graduarse sin haber aprendido nada. Esa clase de medidas también se llevan aplicando en Colombia al menos desde el gobierno de Andrés Pastrana.

La desigualdad educativa también sería lo deseable, pues cada vez que alguien aprende algo aumenta esa desigualdad respecto de los que no aprenden nada. Y es lo que no hay en Colombia. Si el país tuviera media docena de personas que produjeran patentes importantes o se ganaran premios Nobel en Física, Química o Fisiología, eso mejoraría al país más que varios millones de cupos universitarios. Las pruebas PISA, en las que Colombia es el último país de la OCDE, reflejan una situación general, ojalá se pudiera decir que los hijos de los ricos sí han aprendido algo. Bueno, a nadie le interesa ni le hace falta aprender nada, a fin de cuentas, el país no produce nada que requiera patentes o conocimientos.

Esa indolencia, otro rasgo que delata los hábitos de la esclavitud, es lo que permite el triunfo de una facción política tan grotesca como la de Petro. Son los inútiles agrupados los que mantienen el orden de esclavitud dirigidos por los descendientes de los encomenderos y criollos, sazonando su dominación y parasitismo con dosis de demagogia y cebo a clientelas miserables, a la vez que lucrándose de mil maneras del narcotráfico.
(Publicado en el portal IFM Noticias el 26 de marzo de 2023.)

jueves, marzo 09, 2023

¿Cuándo van a entender que se trata del comunismo?

Las recientes declaraciones de la vicepresidenta en contra de la presencia del régimen cubano en la lista de amigos del terrorismo y elogiando su sistema de salud despejan cualquier duda que se pudiera albergar sobre los designios del gobierno de Petro. No es nada nuevo para quien conoce a la llamada izquierda colombiana, pero precisamente el problema es que parece que nadie los conociera. En los comentarios que siguieron a las manifestaciones del 15 de febrero y entre los propios lemas de los manifestantes no había ninguna alusión al comunismo, como si los hubieran convencido de que éste terminó en 1989.

Claro que los colombianos están preparados para asimilar el comunismo porque de algún modo sufren el llamado «síndrome de la rana hervida» (una rana a la que se mete en agua hirviendo salta, pero si el agua fría se va calentando paulatinamente hasta la ebullición, la rana se va acostumbrando). Ya muchos puntos clave del comunismo son creencias arraigadas de los colombianos, como la idea de que las personas tienen un «derecho fundamental» a la salud o a la educación y hasta pueden ir al juez a reclamarlos. A ninguno se le ocurre que no hay un derecho fundamental al alimento, al vestido o a la vivienda, por no hablar de las caricias de otra persona, que suelen ser más necesarios que la educación y la salud.

¿Es concebible esa noción de los «derechos fundamentales» en países que no sean socialistas? Pues no, parecen ocurrencias desastrosas, pero es difícil que un colombiano se lo plantee. Al respecto recuerdo mi sorpresa leyendo hace varias décadas la parte de La democracia en América en que Tocqueville pone a las leyes en el origen de las costumbres. Por extraño que nos resulte, el origen de las costumbres son las leyes tal como el origen del pueblo es el Estado, y no al revés. Los descendientes de los aborígenes americanos creen sinceramente en los dogmas de la religión cristiana, que no fue propiamente un descubrimiento al que llegaron libremente sus antepasados. Los colombianos de hace sesenta años no creían que uno tenía derecho a la educación, pero el poder de la conjura oligárquica lo impuso en 1991. Ahora sugerirles que la gente no debería pagar impuestos para que otros adquieran diplomas les resulta tan inconcebible como espetar a la mamá y asarla a la brasa.
Otro gran avance en la conquista del país por parte del comunismo fue la paz de Santos, que no fue el alivio de la violencia guerrillera sino la entrega del país al narcorrégimen cubano, y que sencillamente determina el dominio comunista sobre el Estado.

El descontento actual y las protestas contra Petro adolecen, en mi opinión, de esa falta de visión de conjunto, congruente con el generalizado cortoplacismo con que se emprende todo en el país. Los que consiguen reunir a muchas decenas de miles de personas descontentas deberían prestar más atención a la historia de Venezuela durante la primera década de chavismo. También había multitudes oponiéndose al tirano pero a la hora de entender que simplemente estaba creando otra Cuba ya no había mucha cohesión.

Se observa una candidez generalizada en la oposición a Petro, también marcada por el apego a Uribe y su partido. Los comentaristas en las redes sociales vuelven con la queja de que las ONG de derechos humanos son complacientes con el gobierno, como si fueran autoridades legítimas y no activistas ligados a intereses particulares.

Se saca pecho por el comportamiento cívico de los manifestantes como si los de la Primera Línea fueran violentos por capricho y no porque la intimidación es rentable y da poder.

Abundan los que proclaman que Petro yerra al imponer su reforma a la salud como si su propósito fuera mejorar la salud de los colombianos o como si un deterioro de ésta lo fuera a perjudicar. Es al contrario, cuanto más enfermos y pobres sean los ciudadanos más seguro es el poder del tirano comunista, de otro modo los cubanos se habrían rebelado para mejorar sus salarios de veinte dólares al mes. Se acusa al gobierno de querer volver al funesto Instituto Colombiano de Seguros Sociales, pero en realidad sólo quiere nacionalizar todos los sectores que pueda.

La reforma a la salud es el conflicto actual gracias al cual ya se olvidó la reforma tributaria. Cuando haya sido aprobada vendrá otra reforma legal que generará descontento y la hará olvidar. Poco a poco la gente se acostumbra a vivir en un país semejante como ya les ocurre a los venezolanos.

Se depositan esperanzas en los legisladores de partidos distintos al de Petro, la inmensa mayoría de los cuales aprobarán todo lo que les pongan siempre y cuando puedan lucrarse haciéndolo…

En fin, Petro es un patán ignorante y de muy corta visión que simplemente aplica el libreto que le dictan los Santos y sus socios cubanos. No hay que olvidar que en plena pandemia viajó a la isla a recibir instrucciones y asegurarse el favor de los jefes, los mismos que pusieron al español Enrique Santiago, dirigente del Partido Comunista de España, a negociar en nombre de las FARC. Ese libreto conduce a la destrucción de la democracia tal como ya ocurrió en Nicaragua y Venezuela y pronto en Bolivia. Petro no es un mal gobernante que perderá las elecciones (ni siquiera sería sorprendente que los cubanos lo mataran, como hicieron con Allende y probablemente con Chávez, para poner a uno más controlable) sino el títere cubano al que reemplazará uno que confirmará sus reformas, tal como Duque confirmó las de Santos.

Sencillamente, desde los años de Uribe, con Juan Manuel Santos en el ministerio de Defensa, y hasta ahora, han ido controlando las Fuerzas Armadas y la policía, que en pocos años serán completamente afines a las FARC. Éstas no han desaparecido sino que controlan extensas zonas rurales sin que ya les haga falta matar soldados ni cometer secuestros. A la par irán conquistando totalmente las instituciones y así las elecciones que haya a partir de ahora serán una farsa en la que siempre ganarán ellos porque cuentan con el narcotráfico para comprar votos y con el soborno a los políticos de la oposición o con el asesinato si hace falta. Ya controlan el poder judicial desde hace décadas, ahora tendrán de su parte a las Fuerzas Armadas y la policía.

La oposición no puede vivir centrada en el último exceso o en el último atropello del régimen, ni creer que en 2026 se cambia el gobierno y se empieza a arreglar todo. Es necesario partir de entender que el régimen narcocomunista es ya una realidad y que para combatirlo hay que deslegitimar todos los golpes de Estado que han traído hasta aquí y toda la trayectoria del comunismo en el país, tanto la Constitución del 91 como los acuerdos de La Habana deben ser llevados a juicio, y es natural que quien piense en algo así esté en minoría y en el corto plazo no vaya a ganar elecciones. Pero sin esa perspectiva el descontento no servirá para nada, a lo sumo para la carrera de algún demagogo que prosperará lloriqueando en el Congreso.

Restaurar la democracia sólo es posible si se entiende que ya la abolieron. No es que las manifestaciones y protestas sean inútiles, pero para que no lo sean hace falta un proyecto que atienda a la realidad antes que a los intereses de candidatos a curules en las que vivirán bastante cómodos prestando reconocimiento tácito al narcorrégimen. Un proyecto coherente es lo imprescindible si se quiere evitar que el narcorrégimen comunista que llevan medio siglo implantando se quede hasta el siglo XXII.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 19 de febrero de 2023.)

domingo, marzo 05, 2023

El ocaso del país del ocaso

 Por @ruiz_senior

En una ocasión Borges comentaba que el libro traducido como La decadencia de Occidente podría haberse llamado en español «La ida hacia abajo de la tierra de la tarde», debido a que en alemán se llama Der Untergang des Abendlandes (unter = abajo, Gang = paso, Abend = tarde, Land = país). También podría ser «El declive del país del crepúsculo» o «El ocaso del país del ocaso».

El segundo volumen de ese libro se publicó en 1923, hace un siglo exactamente. Su tesis es que la civilización occidental entraría hacia el año 2000 en una crisis que sería el comienzo de su final. ¿Es consciente la población de estar experimentando esa catástrofe? No, y para la inmensa mayoría los signos evidentes de esa decadencia definitiva son buenas noticias.

¿Qué es Occidente? Se podría definir como las naciones que heredaron la antigua civilización grecolatina y adoptaron el cristianismo como su religión. Spengler incluía en esa categoría a Rusia, a toda Europa, a toda América y a Australia. Para entender lo que significa esa decadencia conviene mirar los datos.

Antes de 1914 Europa tenía una población cercana a los 450 millones de habitantes, una cuarta parte de una población mundial que llegaba a 1.850 millones. En 2020 con 746 millones no llegaba a ser una décima parte de los casi ocho mil millones de seres humanos del planeta. Claro que entre esos 746 millones hay que contar a una buena parte de personas provenientes del resto del globo, situación casi inconcebible para la gente de esa época, en la que eran los europeos los que colonizaban África y diversas regiones de Asia.

El periodo anterior al comienzo de la Primera Guerra Mundial, que era el de la hegemonía del Reich alemán en Europa central y occidental y la expansión de los imperios coloniales se recuerda como la «época bella». Pero entonces también se cumplía un siglo del final de las guerras napoleónicas, y en el Imperio británico, la principal potencia de ese siglo, la mayor parte de ese periodo es la llamada «época victoriana». Tal vez no haya habido en toda la historia humana un periodo de mayores avances en todos los terrenos. Todos los adelantos tecnológicos que definen al siglo XX se inventaron o se desarrollaron en esas cuatro décadas: el cine, la radio, el teléfono, el motor de explosión, la aviación. Incluso la comunicación telegráfica entre Europa y América a través de un cable submarino.

También es una época gloriosa para las cuestiones del espíritu, la pintura francesa, la música alemana, las grandes novelas rusas. O el conocimiento del universo y la naturaleza, con logros como la tabla periódica de los elementos o la teoría de la relatividad, además de la mecánica cuántica.

Era la época de los grandes imperios que se repartían el mundo, cosa que la gente de ahora ve con absoluta reprobación. En las repúblicas de la América española y portuguesa el odio al colonialismo es un rasgo derivado de la propaganda legitimadora de los que llevaron a cabo la separación de España, la cual fue promovida y financiada por el Imperio británico, el viejo rival. Después ese odio sirvió al comunismo y se instaló en las conciencias como la cosa más natural del mundo. En una ocasión oí a un profesor de la Universidad Nacional de clarísimos ojos azules decir que los españoles «nos» conquistaron.

El imperialismo, que es como se podría definir esa tendencia, tenía un ideólogo muy explícito en el gran escritor Rudyard Kipling, que veía la conquista de territorios como un servicio a pueblos que eran «mitad demonios y mitad niños». Es comprensible que prácticamente ningún colombiano apruebe esa visión. ¿Alguno sabe cómo se puso fin al tráfico de esclavos entre África y América y quién lo hizo? Tal como con toda la propaganda comunista, parece que las fábricas se construyeran solas y los inventos fueran regalos de los dioses.

El tráfico de esclavos fue abolido por el Imperio británico en 1807 y la aplicación efectiva de esa prohibición conllevó grandes costos y conflictos. Pero es sólo un ejemplo, también en la India se acabó con la horrible costumbre de poner a la viuda en la pira funeraria. La colonización de África dio lugar a horribles crímenes por parte de los alemanes y belgas, pero no particularmente de los británicos.

¿Trajo algún beneficio la destrucción de los imperios? Ciertamente no para los africanos, asiáticos y oceánicos que con ella vieron surgir nuevos Estados. Éstos cayeron pronto en manos de «élites extractivas» que destruyeron toda actividad económica productiva y se dedicaron a saquear las riquezas de los países. El caso de la agricultura en Zimbabue, la antigua Rodesia, podría servir de ejemplo. Pero hay uno mucho más cercano: antes de la revuelta que dio lugar a la independencia, Haití era una de las regiones más productivas del Imperio francés, hoy es la más miserable del hemisferio occidental.
 
Por supuesto que hacía falta abolir la esclavitud y favorecer la prosperidad de los antiguos esclavos, pero la expulsión de los europeos no ha traído a ningún país ningún desarrollo. La historia de Haití es la de Argelia y muchos otros países, también la de Vietnam o Camboya, aunque en estos casos cuenta también en gran medida la injerencia comunista. La descolonización sólo trajo a África y otras regiones hambre, violencia y desorden.

Tampoco en Europa la caída de los imperios fue una buena noticia: ni Viena ni Praga ni Budapest volvieron a ser las espléndidas capitales que habían sido. Y Rusia tiene hoy menos población que en 1914, tras más de un siglo de hambre, frío, miseria, terror y genocidio.

Esa caída fue el resultado de la guerra de 1914 y la culpa de quienes la promovieron, que pagaron cara esa actuación. Si entonces se hubiera buscado la concordia, otra sería la historia de Europa y del mundo y quizá no habría tenido lugar el monstruoso crimen que fue el comunismo, ahora renacido y dueño de toda Sudamérica y otras regiones, además de hegemónico entre las clases medias europeas.

Lo que vemos hoy en día con atrocidades ideológicas como la doctrina woke, el veganismo, la «teoría crítica de la raza», la guerra contra la familia en sus diversos frentes, la censura y la degradación de las instituciones educativas (no es sólo en Colombia) es la prueba de aquello que anunció Spengler. Baste comprobar que los elementos principales de las nuevas industrias ya sólo se producen en Extremo Oriente y que la economía de esa región ya es más importante que la de toda Europa para entender que el mundo se encuentra en un nuevo ciclo y que probablemente será esa región la que domine en los próximos siglos.

(Publicado en el portal IFM noticias el 12 de febrero de 2023.)