domingo, marzo 10, 2013

La alegre clientela


Tremendo revuelo se ha armado esta semana porque un concejal de Bogotá pidió la lista de empleados de Canal Capital que son homosexuales. En medio del imparable ascenso de las FARC, que no están derrotadas, como creen muchos militares, porque pueden haber perdido mucho fuelle en las zonas apartadas pero cuentan con el apoyo del llamado establishment de los medios, el gobierno y las camarillas oligárquicas en Bogotá, la ocasión de una "guerra cultural" es magnífica para los terroristas: la noción de ser perseguidos mueve a los homosexuales al activismo a favor de la empresa en que algunos de sus representantes se lucran del Estado, y en eso se cuela una que otra consigna a favor del interés de las FARC y de la "izquierda democrática", que es la parte del negocio terrorista que trabaja en boutiques y oficinas alejadas de la planta de producción y explota el negocio más importante: las rentas públicas.

La cuestión se puede abordar desde muchos puntos de vista, aunque siempre queda el principal, que es la profunda deformidad moral de los colombianos, capaces de negar la relación con las FARC del M-19 y el antiguo Polo Democrático por mucho que la historia demuestre otra cosa, a tal punto que el propio Juan Manuel Santos denunció la complicidad del actual director del canal con las FARC.

 

Mucho más llamativo es que los socios del castrismo, que ha perseguido de forma despiadada a los homosexuales (lo mismo que hizo y hace en Europa y Asia el comunismo que financió y promovió a los precursores de las FARC y de la "izquierda democrática"), hoy sean los defensores de los homosexuales colombianos.

Esta cuestión recuerda el argumento de la película El Ángel Azul, en la que el tirano, ante la imposibilidad de dominar a sus víctimas, recurre a corromperlas. No estoy planteando que la orientación homosexual de alguien sea más corrupta que la heterosexual, pero ciertamente el agrupar a la gente a partir de "identidades" derivadas de su vida privada es una forma de corromper. Se podría pensar en una universidad que ofreciera aguardiente a sus alumnos y considerara esa práctica un "derecho" perseguido por los demás. Al final, la gente se identificaría por su inclinación a ese consumo y pasaría por alto los temas centrales de la política. El activismo contra la persecución se vuelve también una forma de diversión y de tráfico de influencias. Por tal motivo, el lobby gay es una amenaza para la democracia.

La cuestión afecta a la política en todo Occidente. Es famosa la presión a favor de Zapatero de un líder de su partido, Pedro Zerolo:


También se debe recordar la "oportuna" proclama de Obama a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. Lo que pasa es que es muy poco probable que los colombianos entiendan la catástrofe que representó el zapaterismo para España, y que representará Obama para el mundo.

La cuestión cabe perfectamente dentro del totalitarismo del siglo XXI, que en todas partes tiene antecedentes relacionados con la tradición, los cuales en Colombia son fácilmente rastreables en la cadena del clientelismo. En otras palabras, en todas partes la agrupación identitaria en torno a la orientación sexual da lugar al clientelismo, pero en la Colombia de hoy sirve para reforzar el viejo orden de castas y clientelas, lo que produce un efecto multiplicador de sus aspectos corruptos: no que el homoerotismo sea un negocio, sino algo peor, que sirve de pretexto del viejo negocio de despojar a los demás a través del Estado, y en el caso concreto de la Alcaldía de Bogotá, elegida con el apoyo de Santos y los recursos de la internacional chavista, la forma ingeniosa de favorecer el terrorismo, enriquecerse desde cargos públicos y a la vez cultivar una clientela creciente, a la que se le "vende" su servilismo como "modernidad" y "progresismo".

Un importante dato que conviene señalar es que la rabia de los "fachos" contra las "aberraciones" de los homosexuales contribuye poderosamente a reforzar el fenómeno. Mejor dicho, es su parte principal, a los universicarios les queda mucho más fácil tomar partido contra los intolerantes e inquisidores que a favor de las FARC, por lo que el pretexto de Holman Morris, Petro y demás asesinos se favorece exhibiendo intolerancia con los homosexuales. Al final, esos intolerantes hacen lo que los terroristas buscan: enfrentar a los colombianos en torno a modas, costumbres o inclinaciones religiosas y no en torno al premio de los secuestros y masacres, que son el medio que todos esos criminales encontraron para apropiarse del país.

Y siempre se vuelve a lo mismo: ¿cuánto cuesta Canal Capital? ¿Cómo explicar que en una democracia esa clase de medios públicos son un problema porque SIEMPRE terminan sirviendo de máquina de propaganda de quien los controla? ¿Y que el proyecto chavista en toda Sudamérica se fundamenta en la multiplicación de cargos públicos y tareas del Estado con pretextos diversos en cada lugar, incluida la "modernización" de las costumbres? Lo que es urgente es que haya alguien que se plantee seriamente reducir el tamaño y las funciones del Estado y oponerse tanto a la deformidad moral de los colombianos tradicionales, para los que la sodomía es un crimen mucho peor que el asesinato, como a la manipulación de los homosexuales por parte de los totalitarios a través de la formación de una clientela que cumple una función de engaño (no tiene nada que ver ser homosexual con servir a las FARC) y ayuda a corromper aún más la función pública (al final, los funcionarios contratados no son los mejor dotados. O sí, según como se entienda).

(Publicado en el blog País Bizarro el 2 de noviembre de 2012.)