sábado, septiembre 26, 2009

¿Se desinfló el "No más FARC"?

Hoy se cumple un año de la histórica jornada en que millones de personas salimos en todo el mundo a exigir el cese de la violencia de la banda asesina. Y es una buena ocasión para reflexionar sobre lo que ha ocurrido desde entonces.

En primer lugar, la determinación de la sociedad de condenar sin paliativos los crímenes de ese grupo terrorista reforzó la moral de las fuerzas responsables de la seguridad de los ciudadanos. Eso sin duda tuvo alguna influencia en el acierto de la Operación Jaque y en muchos otros logros obtenidos por las fuerzas militares.

Pero una cosa es la voluntad de millones de personas razonables y otra la determinación de quienes han vivido siempre pensando en la forma de apoderarse de las riendas del Estado mediante la violencia: la prensa, cuyos dueños son a fin de cuentas los primeros empresarios del terrorismo, fingió apoyar la marcha cuando no había remedio, al tiempo que no vacilaba en intentar convertirla en la segunda parte de las marchas de 1997 por el diálogo. Tímidamente asomaban las sugerencias de que el objetivo de la marcha era el “intercambio humanitario”. Pero la gente no estaba para medias tintas y la prensa no tuvo más remedio que dar cuenta del hecho.

El bando fariano reaccionó rápido, con la obvia colaboración de la prensa, convocando marchas de desagravio con las que se pretendía equiparar a la tropa de la izquierda democrática con las instituciones legítimas. El resultado no fue el mismo, pero a fin de cuentas las fuerzas que maquinan a favor del terrorismo son ingentes y llevan casi un siglo conspirando para tomar el poder.

Tras el triunfo de la Operación Jaque pareció que los terroristas y sus patrones estaban desanimados, pero pronto encontraron el filón del Caso Tasmania y muchos otros para deslegitimar al gobierno que tanto daño les había hecho. El fracaso del trámite del TLC en el Congreso estadounidense, el triunfo demócrata en las elecciones en ese país y los desgraciados episodios de los asesinatos de inocentes para presentar resultados favorecieron el resurgir de la esperanza de los socios del terrorismo.

Se dice que Hugo Chávez obra con lógica de militar, que no renuncia a tomar la fortaleza tras un primer fracaso, sino que lo vuelve a intentar. La reelección indefinida ya fue rechazada por los venezolanos en 1999 y también en 2007. Le da igual, vuelve a proponerla hasta que la aprueben. Eso mismo ponen en práctica sus seguidores colombianos. Después de que el show de la liberación de Emmanuel fracasara, la senadora Piedad Córdoba volvió a ser protagonista de otro espectáculo de liberación de secuestrados, el cual sigue teniendo lugar estos días.

Desde el principio era evidente que se trataba de una operación propagandística para legitimar y alentar a los terroristas en busca de una recuperación que abriera el camino a la negociación política y echara por tierra el clamor de hace un año. Pero el respaldo de “la academia”, de la prensa y de los sectores políticos de oposición fue unánime. Aparte de las denuncias del presidente sobre el carácter de celada de la operación, no he leído ninguna denuncia ni crítica.

El espectáculo de esta semana es el de la mayor infamia: los esclavistas se permiten regalar unos esclavos a sus promotores a cambio de un gran protagonismo en la prensa que a fin de cuentas siempre los ha respaldado. La gente asiste impotente a la exhibición de poder y chantaje de unos sectores sociales y políticos que a fin de cuentas representan el poder tradicional en la sociedad. Aparte de ciudadanos aislados y del gobierno, no hay ninguna condena de la infamia de ese espectáculo.

Los mismos promotores de las marchas de hace un año están dedicados a favorecer el espectáculo con la maratón de firmas de apoyo a los secuestrados. Quien visite la página http://colombiasoyyo.org/ se enterará de que esas firmas son a favor de “la libertad y la reconciliación”, binomio que no deja de producir espanto y asco.

¿Es que alguien se podría proclamar contra la libertad? Ésta no requiere que la deseemos, sino que estemos dispuestos a hacer frente a quienes la coartan, que denunciemos el secuestro y la existencia de bandas de asesinos que pretenden anularla como la mayor amenaza.

Pero ¿cuál reconciliación? Parece que los familiares de la niña del barrio Fátima asesinada por una bicicleta bomba y de varios cientos de miles de personas que han caído por la ambición de una secta criminal y la complicidad de unos cuantos aventureros de las clases altas tuvieran que ir a pedir perdón a sus verdugos por no haber colaborado con ellos. El que cree que las víctimas deben “reconciliarse” con los verdugos es lisa y llanamente un cómplice.

La infamia de estos días forma parte del año electoral y es de algún modo el lanzamiento de una facción política aliada con las FARC que pretende unir al PDA, al “Partido Liberal”, a los visionarios de Mockus y a los pastranistas como alternativa al gobierno. El Gran Acuerdo Nacional requerirá infinidad de asesinatos para convencer a la gente de las ventajas de la paz. Los episodios de las últimas semanas, como los asesinatos de Roberto Payán, del Blockbuster de Bogotá o de Cali, son sólo el comienzo de esa campaña combinada de mentiras y crímenes.

Esa facción ya ha encontrado el apoyo más o menos expreso de los sectores mencionados, y en la medida en que diciendo que las FARC son “el ejército del pueblo” no conseguirán grandes mayorías, menos cuando el petróleo baja de precio y las posibilidades del mico de proveer recursos para comprar votos se reducen, lo que ocurrirá será que el uribismo resultará favorecido, al rechazar la mayoría de la gente la complicidad de esos sectores con las FARC.

Y eso no es una buena noticia. Viene a significar que el uribismo se vuelve un monopolio de la política, al no tener competencia legítima. Y la calidad de lo que producen los monopolios tiende a decaer. Tanto el peligro de corruptelas como de conductas políticas frívolas, ineptas o espurias se multiplica al no haber críticos que encuentren el respeto de los ciudadanos honrados.

Y a la larga el efecto de todo eso será mucho peor: la adhesión que encontraron los viejos comunistas y dirigentes de sectas totalitarias que firman la correspondencia con las FARC por parte de todos los grupos opositores terminará reforzando el peso de esa facción. Y la hegemonía del uribismo, que persiste en sus errores (como la continuación de la parafiscalidad o de la tributación a la importación de alimentos), hará que los descontentos empiecen a tomar partido por la disidencia o alternativa: por las FARC.

Ojalá que el presidente y quienes lo aconsejan se tomen en serio esa amenaza en el largo plazo y conviertan el alineamiento con las FARC de la oposición en una oportunidad para renovar la política. Primero deberían desistir del referendo y de la segunda reelección y correr el riesgo de lanzar al político mejor situado, Juan Manuel Santos, como candidato presidencial.

Y después desarrollando un programa político y un partido cuyas listas al Congreso en 2010 arrasaran al representar el rechazo al contubernio con los terroristas de las viejas mafias políticas y sociales (no otra cosa son la “academia” y los grupos económicos que controlan la prensa como medio de acceder al favoritismo oficial con sus negocios).

Pero no parece que vaya a haber tal.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 4 de febrero de 2009.)