jueves, octubre 06, 2022

La fuerza del destino

El nombre de esta ópera de Giusseppe Verdi sirve para ilustrar el rumbo que lleva Colombia hacia una tiranía totalitaria como las que oprimen a Cuba, Venezuela y Nicaragua, y parece que si alguien es consciente del peligro se siente impotente para hacer nada mientras que la inmensa mayoría de los que no quieren ese rumbo se aferran a ilusiones que no tienen fundamento o, peor y aún más frecuente, a la suposición de que alguna fuerza cósmica impedirá lo que todos saben que pasará.

La ilusión más funesta y frecuente es la de que dentro de cuatro años el país se habrá empobrecido y habrá una mayoría de descontentos que elijan a un presidente de signo contrario. Eso no es lo que ocurre en los países que caen en manos de los comunistas, y aun si la mayoría fuera tan grande que no pudieran impedirlo, el control de todos los resortes del poder y sobre todo de la educación y los medios les aseguraría el retorno, como ya ocurrió en Nicaragua y Bolivia. Pero esa mayoría no aparecerá, las elecciones en Colombia no dependen de la opinión de la gente sino de las maquinarias que encauzan la compra de votos.

Esas ilusiones parten de una interpretación incorrecta de los datos de la realidad, que a su vez es el resultado de la indigencia intelectual de la mayoría. Por ejemplo, la idea de que Colombia es un Estado de derecho porque tiene supuestamente división de poderes. Al pensar en eso me resulta imposible no acordarme de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, en los que un nadador del equipo de Guinea Ecuatorial no sabía nadar: todos los países parecen iguales porque todos tienen bandera, himno, universidades, cortes de justicia y equipo olímpico. Los miembros de las altas cortes colombianas son simplemente malhechores, rábulas que sirven a la mafia de la cocaína y presentan sus abominaciones como textos jurídicos. Cualquiera que conozca los procesos contra Plazas Vega, Arias Cabrales, Uscátegui, Andrés Felipe Arias y muchos otros lo podrá confirmar. Son magistrados como ese muchacho africano era nadador, lo cual deja la duda de si Alfredo Garavito no habrá pensado en doctorarse en cirugía.

Lo mismo ocurre con las demás instituciones de la supuesta democracia colombiana: Santos fue elegido porque prometía seguir combatiendo a las FARC y en cuanto se posesionó hizo lo contrario de lo que prometía, cosa que para ningún periodista o profesor representa ningún problema. ¿Alguna vez ha ocurrido algo parecido en un país democrático? No, la democracia colombiana es tan democrática como la democracia popular de Rumanía en tiempos de Ceaușescu. Otro ejemplo podría ser el plebiscito de 2016, en el que triunfó el NO pero en realidad triunfó el SÍ porque la voluntad popular no significa nada.

Esa escasa exigencia de los colombianos respecto del sentido de las palabras se extiende a todos los ámbitos, por ejemplo, creen que un filósofo es alguien que tiene un diploma de filosofía, y prácticamente todos los colombianos que lo tienen son tan ignorantes y ajenos al pensamiento como los que dicen que la filosofía es algo inútil.

Luego, plantearse el futuro de Colombia evitando ese destino requiere en primer lugar entender que en Colombia no hay democracia ni Estado de derecho, que la Constitución fue redactada por una Asamblea elegida por menos del 20 % de los posibles votantes, convocada violando la ley y evidentemente controlada por las mafias de la cocaína, sin hablar de que no fue refrendada por una votación popular, como en Chile. De lo cual hay que sacar el corolario de que en realidad no hay mucha gente en el país a la que le importe la democracia ni el Estado de derecho porque cuando uno habla de convocar una constituyente lo miran como si propusiera cerrar las universidades públicas, es decir, algo tan inconcebible como asar a la madre a la brasa y comérsela en brochetas.

Y admitiendo que no hay democracia ni Estado de derecho, queda claro que Petro no es un presidente legítimo: su elección es la coronación de una larga carrera criminal en la que la casta oligárquica (heredera directa de la que dominaba el país antes de la independencia) buscó la alianza con los regímenes soviético y cubano, alianza que dio lugar a las guerrillas comunistas, premiadas por los sucesivos gobiernos y dueñas del poder judicial y las universidades. La elección de Petro, a pesar de todo eso, no deriva de una votación libre sino de la compra de votos y aun del fraude, como debería intentar demostrarse al menos ante el público, porque las autoridades que lo podrían evaluar son las mismas que lo cometieron.

La democracia y el Estado de derecho no van a llegar sin una larga lucha por implantarlos, para lo cual hace falta que haya gente que crea en ellos, pero eso se daría en otro plano de la conciencia, ya que ¡todos aman la democracia y el Estado de derecho! Hay que descender a un plano en el que las palabras significan algo, en el que la persona ha madurado lo suficiente para concebir que algo es verdad y no el rótulo que se le pone, como el nadador ecuatoguineano o los magistrados o filósofos colombianos. Habrá democracia y Estado de derecho cuando sea abolida la Constitución de 1991 y sea juzgado el comunismo con todos sus cómplices así como los procesos de paz.

Pero la fuerza necesaria para imponer esas ideas no existe y por tanto la implantación de la misma tiranía que oprime a Cuba Venezuela y Nicaragua es un destino inexorable. La supuesta oposición que ejerce el CD, basada en la aceptación de que hay democracia y Estado de derecho y que por tanto las cortes de justicia —y hasta la JEP y la Comisión de la Verdad— son legítimas, es en realidad reconocimiento al régimen. Discusión sobre lo accesorio que se va volviendo una farsa incentivada para asegurar la continuidad del statu quo.

Pero las cosas son lo que son, el gobierno de Petro es la dominación de una vasta organización criminal y sus efectos son opresión, miseria y violencia para los ciudadanos. De ahí se debe partir para hacerle frente, aunque esa lucha deba emprenderse por muchas décadas. Por una parte, es necesaria la pedagogía para que la gente entienda de qué se trata, por la otra, hay que hacer un gran esfuerzo para denunciar ante los jueces estadounidenses que se ocupan del narcotráfico a los políticos y funcionarios colombianos ligados a esas tramas —como es el caso de Piedad Córdoba—, publicando información obtenida en Colombia y aportándola a los procesos.

Si hay algo fascinante es la incapacidad de los colombianos acomodados de gastar por ejemplo cien dólares en apoyar una tarea como ésa —que podrían llevar a cabo inmigrantes colombianos en ese país— pensando en los cientos de miles o millones de dólares de pérdidas que el colapso del país les ocasionará. En esa mezquindad y en esa ruina segura se puede detectar lo que señalé al principio: la fuerza del destino. Realmente no se hará nada, el que no emigre se acomodará, y la gente sólo intentará sobrevivir, como ya ocurre en los países sometidos.

(Publicado en el portal IFM el 9 de septiembre de 2022.)