sábado, octubre 16, 2010

¡Pero Casandra no vio las garras de las civetas!


Casandra es una heroína de la Ilíada, visionaria y, dada su corta edad, también verde. En sus pesadillas aparecían todas las calamidades que aquejarían a su ciudad y a su familia: su hermano Alejandro había provocado la guerra raptando a la famosa Helena. El nombre de la princesa troyana se ha usado tradicionalmente para aludir a los que anuncian desgracias venideras.

Esa clase de profetas proliferan últimamente en Colombia, un poco al ritmo de la campaña electoral y espoleados por la ilusión de asociarse a algún nuevo poder que necesitara de su consejo para hacer frente a las vacas flacas y evitar la catástrofe, toda clase de economistas, ex ministros y tecnócratas diversos advierten sobre los problemas que vienen.

El compromiso del candidato Mockus de aumentar los impuestos les complicó la vida porque antes era muy sencillo culpar al gobierno de Uribe del alto desempleo (pese a que durante la mayor parte de los ocho años se creó empleo y la situación sólo se agravó en los últimos dos años a causa de la crisis mundial), o despertar indignación por el regalo a los ricos materializado en el programa AIS o en las exenciones fiscales para las empresas que reinviertan sus beneficios.

La tarea se hizo un tanto más espesa: por una parte, hay que justificar un aumento del gasto público en más de un 30 %; por la otra, demostrar que el candidato Santos miente o engaña cuando asegura que no subirá las tarifas. Sin una catástrofe prevista no hay votos, tal como sin frenar el crecimiento económico con una tributación confiscatoria tampoco habrá rentas para los filántropos y pedagogos que se sacrificarán tal vez en balde para mejorar a los colombianos.

En todo caso, la labor de esos veedores de la gestión económica es continuación de una rutina tradicional: hay que promover el descontento porque el remero boga y porque no boga, porque hay asistencialismo y al mismo tiempo desatención a "lo social", porque se favorece la importación de bienes de equipo para la industria y porque no aumenta la productividad, porque las inversiones crecen y así se enriquecen los más ricos y porque dentro de poco todo se hundirá por la enfermedad holandesa.

Los ejemplos de esa doble medida son extremos: al mismo tiempo felicitan al ex alcalde de Bogotá Luis E. Garzón por ocuparse de los más pobres y critican al gobierno por el Sisbén o por el programa Familias en Acción. A menudo llegando a extremos grotescos como suponer que las limosnas ridículas de Familias en Acción disuadirán a alguien de trabajar (aunque al mismo tiempo se critica al gobierno por no crear empleo: ni el enfermo come ni hay que darle. ¿Para qué crear empleo si la gente prefiere quedarse en su casa disfrutando de los 60.000 pesos mensuales que con suerte constituyen el subsidio?).

Ojalá el despertar del interés por la política de estos meses aliente a alguien a publicar libros en que se recojan las lindezas que escriben los economistas y políticos de oposición. El mismo Jorge Enrique Robledo resulta valedor del ejemplo de la caña de pescar, lo cual no obsta para que el candidato Petro reivindique en un debate los "derechos" de la Constitución, junto con la transgresión de la legalidad que protagonizaron ellos y Bolívar (sin que el bando de la legalidad se negara por eso a buscar una alianza).

Desgraciadamente es muy poca la gente que presta atención al sentido de esa retórica que tanto éxito tuvo entre las clases afortunadas en las décadas pasadas. La Constitución de 1991 proclama el derecho a la vivienda, el cual se podrá materializar cuando el Estado tenga acceso a todo, para lo cual necesita avanzar en el despojo a los ciudadanos productivos y en la garantía a las rentas de los funcionarios leales. Los únicos países en que se respeta de verdad el derecho a la vivienda son Corea del Norte y Cuba. La retórica del derecho a la vivienda reduce la construcción de viviendas y concentra los ingresos en quienes ya las tienen y no piensan en producir nada sino en redistribuirse el fruto del trabajo ajeno.

Pero los defensores de la justicia social no vacilan en quejarse porque se dé a la gente más pobre un subsidio miserable. Nadie debe dudarlo: consideran que ese subsidio es un despojo a la labor pedagógica y moralizadora que les proveería rentas fabulosas a ellos. Y no encuentran modo de convertirlo en un mecanismo de compra de votos. ¡A diferencia de los comedores populares de Garzón!

En 2008 Rodríguez Zapatero, el presidente del gobierno Español, anunció un descuento de 400 euros en la declaración de renta de cada ciudadano. Eso le sirvió para ganar las elecciones. La gente beneficiada lo apoyó. Pero, ¿y a los que hicieron realidad el Estado de Bienestar en Europa, no los apoyaron los beneficiados por eso? Lo fascinante es que una ayuda pequeñísima en un país que exporta materias primas despierte rechazo por parte de quienes admiran el modelo que provee subsidios de desempleo a todo el mundo, y que el apoyo electoral de los beneficiados les parezca un elemento que deslegitima el sistema.

Un capítulo especialmente sabroso de ese espectáculo que ofrecen las fuerzas retrógradas agrupadas en la oposición es el de la tecnocracia ludita: el mismo candidato Mockus, al igual que una buena cantidad de decanos, catedráticos y columnistas, salió a criticar las inversiones en bienes de equipo porque comportan reducciones de personal. Semejantes prejuicios tienen público en Colombia por la indigencia intelectual generalizada.

En contraste, Juan Velarde Fuertes, un economista español muy prestigioso que analiza la crisis de su país señala:
Cuando se repara en lo que ocurre en el terreno de las industrias manufactureras, contemplamos no sólo una caída verdaderamente espectacular en su participación en el PIB, sino que al estudiar las causas vemos una apuesta, ciertamente muy preocupante, hacia actividades relacionadas con tecnologías muy poco avanzadas. Como estas son accesibles a países competidores pobres que, además, tienen niveles salariales más bajos que los nuestros, el problema de nuestra competitividad queda agravado.
La inversión en bienes de equipo, favorecida por la revaluación del peso y por las exenciones de Uribe, no amenaza al empleo sino que lo asegura. Pero es que los grupos parasitarios son incapaces de ponerse en la piel de la gente que tiene que trabajar y de ver cómo podría mejorar sus ingresos. Sólo explotan un prejuicio vulgar, reproducido en sus universidades con ingentes cantidades de recursos públicos: allí donde llega una excavadora y abre una zanja en tres días, habrían estado cien obreros ganando un sueldo todo un mes. La excavadora los mandó a la miseria.

El último caballito de batalla de esa facción universitaria-totalitaria-parasitaria es el déficit y el endeudamiento público. ¡El próximo gobierno subirá los impuestos porque no hay modo de pagar el déficit público! De momento conviene más callar lo de la enfermedad holandesa, catástrofe que dará más resultado cuando no haya que justificar las subidas de impuestos. ¿Qué importa que en proporción el endeudamiento público colombiano sea muy inferior al de Japón, EE UU, Alemania, Francia, Italia o Brasil?

Como es bien predecible, las causas relacionadas con el cese de las exportaciones a Venezuela o con la crisis mundial no aparecen por ninguna parte. Todo se agota en los supuestos errores del gobierno, salvo cuando el público es antiimperialista y se puede decir que Uribe ha aislado a Colombia de la región. Y todo se resolverá subiendo impuestos a las empresas, porque si bien el candidato Mockus compara la tributación de Guatemala con la de los países europeos, nadie espera que un rector, por decir algo, que se gane veinte veces la cantidad que aparece como PIB per cápita vaya a pagar un 80 %, como pagaría en Suecia, sino ni siquiera un 20 %: en Colombia se pagan impuestos por producir, las rentas salariales de origen estatal son los sagrados recursos de la clase media.

Lo extraño, de verdad increíble, es que pese a tanta advertencia de estos interesados Jeremías, el CEO del banco suizo HSBC, Michael Geoghegan, incluyera a Colombia en un grupo de países que según sus palabras tienen un futuro muy brillante pues cada uno tiene una población numerosa, joven y creciente, una economía diversa y dinámica y, en términos relativos, estabilidad política. Siguiendo la moda de crear grupos de países con acrónimos, tal como antes se habló de los PICS y de los BRIC, el nuevo grupo es el de los CIVETS: Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica.

En este grupo Colombia es el país menos poblado, y si bien el tamaño de su economía dobla a la de Vietnam, la población es sólo la mitad, por lo que es previsible un crecimiento más firme en el país asiático. Los demás países del grupo tienen economías más grandes, destacando Indonesia, el país que heredó el antiguo imperio holandés en Asia y que con 242 millones de personas es el cuarto más poblado de la tierra.

Esa inclusión es muy interesante porque hay muchos otros países comparables por cuyo futuro no se apuesta. Venezuela tiene todavía una economía más grande que la colombiana, al igual que Argentina, pero nadie confía en que esa ventaja se mantenga al cabo de unas décadas. Otros países importantes como Ucrania, Nigeria, Pakistán, Bangladesh o Filipinas tampoco generan tanto optimismo.

Hay que recordar el carácter interesado de las advertencias de las casandras y prestar atención a las enormes posibilidades que tiene Colombia de acceder al desarrollo en la década que comienza. Por una parte tiende a convertirse en la metrópoli regional, y gracias a Hugo Chávez a hacer dependientes a los venezolanos de las empresas locales, así como del consumo de productos culturales y de servicios colombianos.

También debe tenerse en cuenta que el próximo parlamento estadounidense probablemente aprobará el TLC, y que la recuperación de la economía mundial irá acompañada de un aumento de los precios de las materias primas. Podría darse una revaluación indeseada de la moneda, pero ¿no protestan por la deuda externa? La revaluación rebaja el valor de esa deuda, y los exportadores afrontarán dificultades que serían mayores si no contaran con ventajas como las exenciones a la inversión.

Es muy significativo lo alcanzado por Colombia a lo largo de esta década, tras la crisis espantosa de final de siglo. Si se continúa el rumbo, aumenta la inversión y la expansión empresarial, así como el comercio con el resto del mundo, es muy probable que nuestro país sea la prueba del acierto del señor Geoghegan y que los CIVETS sean otro ejemplo de éxito económico tal como hace unas décadas lo fueron los tigres asiáticos.

Eso se hace cuando la sociedad opta por quienes piensan en un crecimiento tangible y no por quienes apuestan por la biodiversidad, como el líder de la campaña de los Verdes Pedro Medellín Torres. De hecho, la bajeza de este personaje diciendo que el gobierno compró los votos de las elecciones me hizo entender cuál es el mayor obstáculo al desarrollo, el CUN que separa a Dinamarca de Cundinamarca.

Es la Cultura de la Universidad Nacional. Es lo que aflora con la ola verde y con los lamentos de los agoreros que a toda costa intentan negar lo obtenido desde 2002 y pretenden, con diversos disfraces, integrar a Colombia en el Alba y apartarla de las políticas que podrían servir de base a una economía sólida. Al respecto es mejor terminar con una frase que cita el señor Velarde Fuertes y que se puede aplicar sin problemas a la realidad colombiana:
Ocho, diez años en la vida económica moderna son suficientes para encumbrar a un pueblo en el concierto internacional o para dejarlo batido y rezagado por medio siglo.
Hagamos que en esta década Colombia llegue a ser un país de grandes empresas productivas, de oferta de servicios sanitarios y turísticos para gente de los países desarrollados, y de constantes mejoras en el nivel de vida. Así nos salvaremos de la ingeniería social que pretenden los ilusos de la biodiversidad y de la tributación abusiva, que pretenden imponer a los que producen: no a los inversores (que descuentan la tributación y si no les resulta rentable no invierten), sino a los asalariados productivos, cuyas oportunidades se verán reducidas cuanta menos inversión haya y cuyos ingresos reales menguarán a medida que aumenta la tributación de las empresas.

PD. Este artículo fue escrito antes del lunes 7 de junio, fecha en que apareció una columna del ex ministro Alberto Carrasquilla que orienta ampliamente sobre el tema fiscal.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 9 de junio de 2010.)