miércoles, noviembre 23, 2022

No más uribismo, por favor

La decisión de la JEP de amnistiar del delito de rebelión al cabecilla narcoterrorista Rodrigo Granda era previsible pues ¿qué otra cosa va a hacer un tribunal nombrado por los criminales? Rasgarse las vestiduras por eso como si fuera posible esperar otra cosa es una muestra de mala fe o hipocresía. Pero esa disposición es común en Colombia porque quien cuestione el discurso oficial sobre el conflicto y la paz está en minoría.

¿Cómo ha sido posible que el país que en 2002 eligió a Uribe con la determinación de detener la orgía de crímenes terroristas esté tan conforme ahora con un gobierno en el que esos asesinos llevan la voz cantante y las hectáreas de narcocultivos son muchas más que entonces? ¿Qué ha pasado en estos veinte años para que una clara mayoría partidaria de la ley haya dejado triunfar al hampa?

Se podría decir que el autor de ese triunfo de las FARC y sus cómplices se llama Álvaro Uribe Vélez, aunque no sería exacto, tampoco si en lugar de él se aludiera a quienes lo rodean. El autor de ese triunfo es el uribismo, la adulación que llevan a cabo políticos y aspirantes a cargos que carecen de escrúpulos, y la adoración fanática del populacho que encontró en un ídolo la respuesta a las dificultades y nunca quiso darse cuenta de la inanidad del caudillo.

Suelen decir que Uribe «salvó el país» y uno se queda pensando que sería mejor que no lo hubiera salvado, porque ahora todo lo que buscaban las FARC en el Caguán ya lo han conseguido y el país es mucho más dependiente de la cocaína que nunca antes. Y también que Santos «lo engañó», como si esa posibilidad no fuera más horrible que la simple complicidad. Cualquiera que conociera la revista Alternativa, dirigida por el hermano mayor de Juan Manuel Santos, sabe que esa gente es la que verdaderamente dirige el narcotráfico y el terrorismo, algo que con mayor razón tiene que saber un político del más alto nivel.

Lo más extraño es que los logros de los gobiernos de Uribe se le atribuyen a él como si la gente que lo eligió no contara. Fue presidente porque encarnaba el anhelo de resistir a las bandas narcocomunistas, que en gran medida retrocedieron durante sus gobiernos, pero las tramas urbanas, las que verdaderamente importan, más bien se reforzaron: la CUT, con su principal sindicato, Fecode, hegemónico en la educación, las altas cortes, las universidades y los medios, estos últimos «regados» copiosamente con dinero público.

Es decir, en la concepción de los uribistas el hecho de que hasta cierto punto un gobernante cumpla la misión que se le ha encomendado es un mérito exclusivo suyo y no lo que debe ocurrir. ¿Cumplió Uribe con el mandato para el que fue elegido? En su primer gobierno el ministro de Interior era Fernando Londoño y lo que vivió Colombia fue un verdadero milagro, de una situación de colapso institucional y ruina segura se pasó a un considerable crecimiento económico y una drástica reducción de todos los indicadores de violencia.

Los problemas eran otros: ante la poderosa ola de rechazo a las FARC que despertó el Caguán y tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que determinaron un cambio de política en Washington respecto del terrorismo, el clan dueño del país prefirió esperar a 2006, no sin dejar de tener a su «ficha» en el Consejo de Ministros, pues ¿qué sentido tenía que el vicepresidente fuera Francisco Santos, un periodista que había defendido el despeje del Caguán hasta el final? Para 2006 no había un sucesor de Uribe y éste, a saber por qué motivos, hizo cambiar la ley para poder aspirar a la reelección.

El desafío que Colombia tenía en ese periodo 2002-2006 era, por una parte, construir una alternativa al todopoderoso «liberalismo» sin caer en los errores de los gobiernos de Betancur y Pastrana, tan complacientes con el crimen organizado como los de Barco, Gaviria o Samper. Uribe no tenía el menor interés en eso porque mantenía toda clase de lealtades con su antiguo partido. La única salida que se le ocurrió fue permanecer en la presidencia cambiando la ley, para lo que tuvo que aliarse con el clan de los Samper y los Santos. El periodo siguiente fue el de las grandes derrotas de las FARC pero también el de la preparación del relevo por Juan Manuel Santos, que como ministro de Defensa creaba su red de lealtades en las fuerzas militares y perseguía a cualquier militar que destacara por defender la ley.

Por otra parte, había que plantearse construir una verdadera democracia, con jueces independientes y no meros militantes comunistas o «fichas» del clan oligárquico cuyo nombramiento dependía de la masacre de los verdaderos juristas en noviembre de 1985 y del golpe de Estado de 1991. Pero ciertamente Uribe no estaba para eso, pues era uno de los autores de dicho golpe de Estado, a tal punto que en calidad de senador presentó una ponencia que reforzaba la impunidad del M-19.

El poder mediático estaba atento a contener a cualquier aspirante a la presidencia que pudiera estorbar a Santos, de ahí salió el tremendo escándalo de Invercolsa, consistente en que Londoño había comprado acciones reservadas a los empleados sin serlo, como si el hecho de que éstos pudieran comprarlas no fuera de por sí una iniquidad. Lo mismo ocurrió con las inverosímiles condenas al coronel Plazas Vega y a Andrés Felipe Arias, a las que tampoco se opuso el uribismo para no traicionar la palabra empeñada a Santos.

La presidencia del tartamudo fatídico y su monstruosa obra son el fruto del uribismo, que lo hizo elegir en 2010 y no le hizo oposición después, que nunca denunció la atrocidad de llamar «paz» a las «negociaciones de paz» que eran simplemente la supresión de la ley y el premio del crimen y que finalmente desaprovechó la derrota de Santos y corrió a salvar el infame acuerdo, lo que se reforzó con la presidencia de Duque, absolutamente indolente respecto a las infamias del acuerdo y el narcotráfico.

No se preocupen de que Petro convierta a Colombia en otra Cuba. Colombia ya es otra Cuba. Y para remediarlo hay que deshacer todo lo que el clan oligárquico ha ido imponiendo durante más de medio siglo, hay que convocar una Constituyente legítima, hacer un Núremberg al Partido Comunista y a las demás bandas criminales y un juicio a todos los procesos de paz, así como una evaluación de las sentencias emitidas por las cortes surgidas del golpe de Estado de 1991.

Dichas medidas no pueden entenderse como un ejercicio de sectarismo sino como mero sentido común. ¿O en qué país democrático se admite que los criminales nombren a los jueces?

El cambio pendiente no puede ser superficial, no es como que un país normal haya elegido a un patán que formó parte de una banda de asesinos. Se trata del país de la cocaína, el país sin ley. El uribismo no forma parte de los que buscan ese cambio. Más bien es un estorbo y un factor de confusión: en realidad, respecto de todas las cuestiones importantes, está en el mismo bando de Petro. Puede que quien crea en la democracia liberal esté en absoluta minoría, pero para contarse en el bando del hampa no se entiende por qué no unirse directamente a Petro como hacen los políticos del Partido Conservador.

(Publicado en el portal IFM el 28 de octubre de 2022.)

miércoles, noviembre 16, 2022

La hora de la reforma urbana

Lo que hará el gobierno de Petro se puede saber desde ahora porque todos los gobiernos narcocomunistas hacen lo mismo, todos tienen el mismo libreto y por ejemplo en Chile intentaron crear los mismos bantustanes (palabra que designa los pseudoestados para negros del régimen de Apartheid en Sudáfrica) que impuso el golpe de Estado de 1991 en Colombia (aunque los mapuches fueron menos torpes que los indios colombianos y votaron masivamente en contra). Las mamarrachadas ambientalistas se ponen en práctica en todas partes, al igual que la ingeniería social relacionada con la ideología de género y muchos otros fenómenos que a lo  mejor un incauto cree que tienen origen local.

Por eso el caso de la película española En los márgenes no puede ser tomado como algo extraño sino como una premonición: el problema de la vivienda será una ocasión magnífica para los malhechores que «gobiernan» en Colombia y la solución ya se ve en España, pero, insisto, pronto se verá en toda Hispanoamérica.

El actor Juan Diego Boto dirige esa película financiada por un fondo de la Unión Europea y Radiotelevisión Española, y con algún aporte menor de Amazon Prime y una entidad belga. Es decir, la mayor parte de la inversión es dinero público, también el de la UE, que no tiene una reserva inagotable de recursos sino que se financia con los impuestos que pagan los contribuyentes de los países miembros. En el reparto figuran actores muy reconocidos y bien pagados, como Penélope Cruz y Luis Tosar.

El tema de En los márgenes es el drama de las personas que no pueden hacer frente a la hipoteca que pesa sobre su vivienda y se ven expuestas a un desahucio. En el periodo de expansión de la economía que concluyó en 2008 se concedieron muchos préstamos hipotecarios a personas que no aportaban muchas garantías y cuando vino la crisis fueron muchos los que no pudieron pagar y perdieron la vivienda que consideraban suya. Fue un motivo de movilización de los comunistas españoles que tuvieron gran presencia en los medios y grandes recursos para la propaganda gracias a la «generosidad» de Chávez y Maduro. Sin ir más lejos, la actual alcaldesa de Barcelona, un personaje que parece una mezcla perfecta entre Claudia López y Gustavo Petro, destacó como líder de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Ese protagonismo le dio muchos votos a su partido llamado (recuerden, siempre es todo lo mismo) ¡Comunes!

La crisis de 2008 fue particularmente cruel en España con la gente más pobre, era el resultado del gobierno de Zapatero, que había ganado las elecciones gracias a los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 y había despilfarrado los recursos en propaganda y medidas demagógicas. Ese «plus» de sufrimiento favoreció la propaganda comunista en la década siguiente, no hay que olvidar que Zapatero es, junto con Ernesto Samper, un gran valedor del régimen de Maduro. La miseria que generan se vuelve su principal baza. Ésa es la magia de la llamada «izquierda». Mientras no haya una conciencia mayoritaria de lo que significa el socialismo, siempre encontrarán público.

De modo que el dinero público se gasta en pagar a personas que se jactan de las mansiones que tienen y que evitan pagar impuestos en España (a tal punto que Javier Bardem, esposo de Penélope Cruz, fue multado por evadir impuestos) para que hagan propaganda de la ideología del gobierno, y esa clase de gasto es lo que determina que se reduzcan las oportunidades para los que necesitan una vivienda, al menguar la inversión y el empleo.

Desgraciadamente el socialismo es en realidad hegemónico en la mentalidad hispanoamericana, y claramente mayoritario en Europa. Las personas que sufren desahucio se sienten víctimas de una gran injusticia porque ya se consideraban dueñas de su casa y culpan al banco o al constructor. Las demás sienten automáticamente un impulso solidario. ¿Se habrá puesto el lector a pensar cuántas personas conoce que cuestionen el «derecho a la vivienda»?

Este «derecho» está incluso en las constituciones de muchos países de la región, incluida España, aunque su materialización, incluso en los textos constitucionales, se queda en vaguedades. La verdad es que la mayoría de la gente ante el temor de no tener dónde vivir considera de lo más natural poder preguntar: «Bueno, ¿yo dónde me quedo?».

Si se piensa en el «derecho a la educación» y en la naturalidad con que todo el mundo cree que el Estado debe pagar la carrera de todos los jóvenes, es comprensible que sean aún más los partidarios del «derecho a la vivienda». El tipo de ser humano que habita los países hispánicos se gratifica con ese sentimiento justiciero.

En paralelo a la movilización política que pretendía anular los créditos hipotecarios y expropiar a los prestatarios, avanzó en España otro fenómeno, el de los okupas. Grupos de personas que se organizan para tomar viviendas deshabitadas y quedarse a vivir ahí. Cada vez hay más, en 2021 se denunciaron más de 17.000 actos de esa clase y es famoso que incluso hay personas viejas que no salen a la calle por miedo a encontrar su vivienda okupada al volver.

¿Recuerdan las «invasiones» de tierras? ¿Cuántas personas recuerda el lector que sin tener un interés directo en el asunto se pongan resueltamente en contra de los invasores? La okupación de viviendas parte del mismo principio y es materialización del derecho a la vivienda, que el gobierno no puede garantizar porque aún no se ha consumado la revolución. Los que conocen algo de Cuba saben que a cualquiera le meten en su casa a personas que no tienen donde vivir, o quien recuerde la película Doctor Zhivago tendrá presente el retorno del médico a su casa, okupada por indigentes.

Es la reforma urbana que pronto llegará a Colombia; las víctimas, que unánimemente reconocen el derecho a la vivienda, a lo mejor se sorprendan de que les haya tocado a ellas, pero no tanto, lo que es seguro es que no le tocará a Penélope Cruz, o en Colombia a Manolo Cardona o Julián Román. Bah, mejor organizarse y luchar por ese derecho y dejar a los arrodillados al capitalismo que trabajen y paguen su casa. Es lo que pensarán millones, y la amenaza a las viviendas desocupadas o mal defendidas será una fuente de apoyos y votos para los narcocomunistas: se construye poco y cada vez hay más gente que renuncia a comprar una casa o a pagar alquiler.

(Publicado en el portal IFM el 21 de octubre de 2022.)

domingo, noviembre 06, 2022

Identidades

Ciertas palabras, como identidad, obran como fetiches cuyo sentido todo el mundo cree entender pero en realidad nadie podría definir. La identidad es un rótulo que se pone a las personas y que éstas aceptan porque así forman parte de un grupo y eso en algunos casos parece que las alivia de su dispersión, aislamiento y desorientación.

En lo que puede aproximarse a esos rótulos, las definiciones que da el diccionario normativo de «identidad» son éstas: «2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás» y «3. f. Conciencia que una persona o colectividad tiene de ser ella misma y distinta a las demás». En esa distinción se basan las políticas de identidad que marcan el discurso totalitario del presente siglo.

En su origen hay problemas reales, como el racismo o la tradicional discriminación de la mujer, pero la propaganda reduce la identidad a una pertenencia de esa clase, tal como en otros contextos lo hacen el nacionalismo o la religión. Cuando las personas relegadas por su origen étnico reducen su existencia a una obsesión están por una parte aceptando las definiciones racistas, que no ven en ellas seres humanos diversos y complejos sino que las reducen a un estereotipo.

Esa clase de identidades y la sensación de agravio dan lugar al continuo enfrentamiento en la sociedad con el que los comunistas pretenden continuar el juego ya desgastado de la lucha de clases. Las mujeres son la nueva mayoría a la que buscan mantener en guerra con sus padres, hermanos, hijos, maridos y con el resto de los varones. Según la disponibilidad de la persona a atender al halago de la propaganda, su respuesta a ella va a ser útil para que se expanda el gasto público y los políticos desagraviadores tengan poder. Cuanto más poder alcancen esos políticos, la obsesión por remediar los males del patriarcado se vuelve más y más delirante, como ya ocurre en España con el partido hermano de las FARC, ahora en el gobierno, y como ocurrirá en Colombia con los recursos públicos dedicados a esa propaganda a medida que Petro se afiance en el poder.

A esa tarea de «desagravio» se dedica la actual ingeniería social. Dado que hay una «masa crítica» de personas susceptibles de asimilar la doctrina woke y grandes recursos para financiar la intimidación, además de intereses turbios, se van viendo en los productos de ficción o históricos toda clase de disparates orientados a complacer esa demanda inventada, de ahí que en la serie Troya de la BBC el actor que encarna a Aquiles sea un negro, o que incluso en una serie de Netflix la reina inglesa Ana Bolena sea también negra, o aun que en la serie Vikingos haya una guerrera ansiosa de hacer tríos con su marido y un esclavo, y que mata a un compañero de correrías por violar a una mujer.

El caso de las «personas LGBTI» es aún más chocante, más empobrecedor para la persona que asume la «identidad» y más asentado en falsedades. Todas las grandes tradiciones culturales prohíben las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y es posible que el peso de ese tabú en la conciencia de la mayoría de los habitantes del Imperio romano influyera de forma determinante en el triunfo del cristianismo. En la tradición de la Iglesia, heredera de las nociones judías, el transgresor era un réprobo, alguien condenado al infierno para la eternidad, y su crimen se consideraba de los más abominables. De ahí viene el que las personas «homosexuales» de los últimos siglos se definan como otro pueblo perseguido con rasgos tan distintos de los demás como el color de la piel o la pertenencia a uno de los dos sexos.

Tal como el machista ve a la mujer como un ser inferior que no podrá aprender matemáticas o el racista ve al negro o al indio como un esclavo sin redención, así el intolerante ve al «homosexual» como un monstruo, percepción en el fondo movida por la envidia. Y en respuesta la mujer renuncia a aprender matemáticas por estar todo el día reivindicando derechos, el negro a emprender y prosperar, por estar esperando la compensación que le darán los redentores, el indio colombiano a ver el mundo más allá del gueto o bantustán en que el golpe de Estado de 1991 encerró a su gente y el gay a ser otra cosa que una persona que se permite placeres que los demás se prohíben y a tener otra vida que su vida sexual.

Porque es lo que pasa con la persona que «sale del armario», que ya nadie la puede ver como alguien más sino que en todo momento tendrá presentes sus prácticas sexuales, a lo que se va reduciendo su persona primero ante los demás y después objetivamente. Cuando la reivindicación y la celebración de la identidad sean las misiones de su vida, y la oferta de gratificación (mucho más difícil para el “heterosexual”) sea continua, será muy difícil esperar cualquier logro de esa persona, salvo una carrera política como representante de su gente. La identidad se vuelve así un recurso por el que las personas empiezan a formar parte de sectas en las que su experiencia vital se degrada.

El transexualismo, que se verá en Colombia cada vez más porque su promoción será una tarea a la que el gobierno narcocomunista dedicará grandes recursos y se hará una tarea central de Fecode, es ya un caso extremo en el que la dominación llega a los niños a partir de un disparate creado por la propaganda. Pero el primer paso de esa dominación es la seducción de las identidades, la supresión de la base de la sociedad liberal, que es el estar fundada sobre individuos libres e iguales.

Esas identidades son trampas de los nuevos tiranos, conviene abrir los ojos sobre su sentido. La disposición de los agraviados profesionales a armar escándalos y persecuciones penales por cualquier motivo es un elemento clave de la dominación de las mentes que se proponen los ingenieros sociales. Es la llamada «corrección política» por la que no compartir las opiniones obligatorias conduce a la «cancelación» y a la persecución penal por «delito de odio». El reciente hostigamiento, encabezado por la propia policía, contra la señora que usó expresiones ofensivas contra la vicepresidenta es un ejemplo de ello: ahora gracias al dudoso triunfo de Petro las opiniones corrientes son delito, y si bien esas opiniones son sin duda condenables, el Estado no está para obligar a la gente a pensar de determinada manera.

(Publicado en el portal IFM el 14 de octubre de 2022.)

martes, noviembre 01, 2022

El síndrome de Laputa

Refiriéndose a Los viajes de Gulliver, Rudyard Kipling dijo alguna vez que Swift había querido levantar un testimonio contra la humanidad y había terminado escribiendo un libro para niños. Y es que por tal se ha tomado ese libro poco leído, del que todo el  mundo conoce la imagen de los liliputienses, muchas veces reproducida en ilustraciones, pero casi nadie puede decir nada más de él.

Se trata en efecto de un testimonio contra la humanidad, la Liliput que encuentra el marino en su primer viaje es una caricatura de una corte europea con toda su pompa y solemnidad, que a ojos ajenos resulta grotesca y lamentable. En el segundo viaje, Gulliver llega a un lugar habitado por seres al lado de los cuales el liliputiense es él, cuyo rey lo adopta hasta que lo oye sugerirle que use pólvora en la guerra con sus vecinos. ¿Cómo un ser tan ínfimo podía concebir algo tan monstruoso?

En el tercer viaje el marino llega a Laputa, que es una isla flotante cuyos habitantes dominan al país que tienen debajo, y después a otros destinos igual de fantásticos. En el cuarto llega a un país en el que los que hablan y razonan son los caballos y en el que lo reconocen como un “yahoo” (de ahí viene el nombre de la famosa compañía de internet), una especie de alimañas despreciables que se ven en el país. Los desconcierta que un yahoo hable y use vestidos, y se sorprenden de lo que les cuenta Gulliver sobre nuestro mundo.

Conviene aclarar que tanto “Liliput” como “Laputa” tienen que ver con el sentido de la palabra española puta. Ambos lugares son representativos de la humanidad y del horror que representaba para Swift. En el caso de la isla flotante, que es el que quiero evocar para el tema de este artículo, se trata de una metáfora del gobierno y de lo que significa para la sociedad a la que somete. Gracias a un elemento magnético, la isla se mantiene por encima del país y lo explota mediante impuestos. Sus gentes son ajenas a cualquier consideración práctica, sólo tienen interés por las matemáticas y la música, y por las intrigas del poder.

A pesar de ser una obra publicada en 1726, el relato de Laputa anticipa en gran medida el socialismo. Cuando Gulliver baja al país sometido se entera de que ciertas ideas que se han impuesto desde la isla flotante han impedido a los habitantes disfrutar de cualquier prosperidad, pues se debe hacer lo que se decide arriba, cosa que conoce bien cualquiera que haya leído sobre la historia del comunismo en el antiguo Imperio ruso y en sus colonias. Pero, como ya he señalado, Laputa es una metáfora del gobierno, por una parte algo necesario, pero siempre expuesto a caer en manos de intereses particulares lesivos para los demás.

Lo anterior se agrava cuanto más lejos esté el gobierno del control del ciudadano, que se ve sometido a leyes y disposiciones que no ha escogido ni puede cambiar y que se toman atendiendo a la agenda de camarillas de intrigantes con planes de dominación a menudo bastante siniestros. Por eso las sociedades de los últimos siglos han prosperado menos cuanto mayor fuera el control de una autoridad central.

En el siglo XX el poder del Estado y sus desvaríos llegaron a extremos espantosos, ya antes de la Revolución rusa los franceses, alemanes, británicos, turcos y rusos se vieron forzados a matar y morir en una guerra por intereses de élites que decidían por ellos, de modo que para conciliar esos intereses y limitar esos conflictos se pensó en crear una organización que de algún modo fuera el germen de un gobierno mundial. Así surgió la Sociedad de Naciones, que sirvió de muy poco para impedir la continuación de esa guerra monstruosa. Después de 1945 se creó una nueva organización, a la que pertenecen casi todos los países del mundo, representados por sus gobiernos, y con muchas agencias dedicadas a atender diversos frentes.

Lo malo es que esa organización, a pesar de su limitado poder, representa a los gobiernos, la mayoría de los cuales no son democracias, de modo que Pol Pot, Sadam Husein o Fidel Castro han enviado a sus delegados a representar a sus víctimas. ¿Qué autoridad moral tiene la ONU para tomar decisiones que afectan a las personas en cualquier lugar del mundo?

Si Colombia no fuera el país de los sinsentidos (nadie ha sido capaz de explicar, por ejemplo, cuál es el delito que cometió la señora racista que ofendió a la vicepresidenta) todo el mundo recordaría que durante al menos cuarenta años la ONU y sus agencias han promovido abiertamente a las bandas de asesinos comunistas. ¿Nadie recuerda la negociación del Caguán con los representantes de la organización, Egeland y Lemoyne, presionando al gobierno de Pastrana para que premiara las masacres que cometían cada día espoleados por los citados señores?

Ese secuestro de esas entidades por agendas particulares se hace patente en la llamada Agenda 20-30 y en muchas actitudes de los “globalistas” que controlan esas instituciones. Y esa especie de conjura global de propaganda “woke” e intereses espurios es una de las mayores amenazas que afronta la humanidad hoy en día. La alta burocracia global es uno de los frentes, junto a los medios, las universidades, las grandes compañías de internet y los partidos totalitarios, de esa conjura que amenaza la libertad en todas partes con su ingeniería social delirante y opresora.

 Por desgracia, la respuesta predominante es el patriotismo, que sin remedio comporta la exaltación de la masa de cualquier país que se va convenciendo de ser mejor que el vecino y que reacciona violentamente ante cualquier agravio. No es raro que la mayoría de los patriotas y consumidores de teorías de conspiración hayan visto en el tirano imperialista ruso una especie de salvador que hace frente a los “globalistas” y endereza el mundo.

 En ese ensueño “multipatriótico” (porque cada patriota terminaría siendo hostil con el antiglobalista del país vecino) basta con que cada uno se encierre en su país para que deje de haber problemas globales, de los que ni siquiera hay que hablar porque todos son puros inventos de los “globalistas” (que son el espejo de los patriotas, tal como ocurre con la izquierda y la derecha).

La cuestión del gobierno mundial es la misma que la del gobierno nacional: ¿cuánto poder tiene el Estado y hasta qué punto puede determinar el ciudadano concreto su rumbo? No es sólo que haya democracia representativa, pues a fin de cuentas Chávez contó con mayorías abrumadoras, sino que la gente sea dueña de su vida (no para negarse a usar mascarillas ni a quedarse en casa, como querían los exaltados antiglobalistas) y las instituciones estén sólo para coordinar los intereses diversos de la sociedad. La fiebre “gretinista” de las élites actuales (la niña autista, cuya peripecia extrañamente interesó a los medios y así a los ciudadanos en todo el mundo, es miembro de importantes academias) no es tan diferente de los abusos del “gamonal” de una aldea, o de los parásitos de la isla de Swift, y poco se avanzará con el ensueño de Estados-nación a los que los ciudadanos adoran, que ya fue una pesadilla de los siglos anteriores, por mucho que en el ensueño pueril de los patriotas esas patrias no vayan a ser el origen de guerras y destrucción.

(Publicado en el portal IFM el 7 de octubre de 2022.)