sábado, junio 27, 2009

Medio siglo no es casi nada

Me levanto un día por la mañana y miro la prensa, aparece anunciada una columna de Eduardo Posada Carbó: ¿Por qué no conmemoramos, como se debería, el regreso a la democracia? No tengo tiempo de leerla. Sólo me queda el interrogante: ¿de qué hablará este tipo? Pasan muchas horas, por fin puedo dedicar un rato a la prensa, abro de nuevo El Tiempo y me encuentro el titular, que ya se me había olvidado. ¿De qué hablará este tipo?

Cierto escritor decía, palabras más, palabras menos, que a cada persona la define una sola idea, alrededor de la cual se construye su vida. En el caso de ese autor esa idea se puede resumir en esto: "No debemos considerar nuestra sociedad ni nuestras instituciones como de por sí dañadas y viciadas sino como parte de una tradición respetable". En ese afán de encontrar una mirada ni agónica ni trágica sobre la vida colombiana, la posesión de Alberto Lleras hace cincuenta años es descriptible como un retorno a la democracia.

¿Por qué no lo conmemoramos? ¿Por qué no se me ocurre que su artículo puede tratar de eso? Mejor dicho, ¿por qué ese retorno a la democracia no resulta interesante para nadie más? El wishful thinking, que yo llamo "razón deseante", que es el fondo de la idea central del pensamiento de Posada Carbó, conduce a forzar la realidad: ¿qué retorno a la democracia era ése?

Durante la primera mitad del siglo se habían formado unas elites de poder encarnadas en los dos grandes partidos; el enfrentamiento larvado y reducido a las zonas rurales estalló tras la elección de Ospina Pérez gracias a la división liberal, la cual a su vez era expresión del descontento de las mayorías con la elite gobernante. En medio del caos sangriento de las presidencias de Laureano Gómez y Urdaneta algunos sectores de esas elites encargaron a un militar el control de la situación: tras los acuerdos entre quienes habían llevado al país a la violencia se consideró que se podía prescindir del dictador y se agitó un poco a las bases urbanas. Ése fue todo el retorno a la democracia: las elites renunciaron al enfrentamiento sanguinario al precio de repartirse los puestos.

Tampoco es que se pueda despachar a la ligera el Frente Nacional: la violencia entre liberales y conservadores cesó, las libertades se garantizaron y hubo muchos progresos. A fin de cuentas la democracia son las formas, y el país en 1960 estaba mucho mejor que una década antes. En apariencia el experimento era bueno, y mienten quienes aseguran que se excluía a quienes no pertenecieran a los grandes partidos: Alfonso López obtuvo muchísimos votos llevando como compañero a la cámara al líder agrario comunista Juan de la Cruz Varela. La queja por la exclusión de otros partidos, típico argumento de propaganda de la izquierda comunista, pasa por alto que más del 95 por ciento de los que participaron en el plebiscito de diciembre de 1957 aprobaron el nuevo régimen, a pesar de la oposición de los comunistas y de la derecha radical, como se explica en este escrito de Eduardo Pizarro.

Lo que le daba legitimidad democrática al Frente Nacional era que no se perseguía a la oposición política, la cual se mantuvo activa durante todo el período: primero en el Movimiento Revolucionario Liberal de López Michelsen, después en el Frente Unido de Camilo Torres y al final en la Anapo. Pero una cosa es que la democracia son las formas y otra que se las pueda reemplazar por una ilusión óptica, por un trampantojo. Las formas democráticas implican que quien gana las elecciones gobierna, si eso no ocurre, no hay democracia. Esa falsedad del sistema, la nula disponibilidad de las elites de poder a entregarlo a un bando de oposición que ganara las elecciones, fue denunciada por Camilo Torres con la famosa frase "el que escruta elige". Peor, en las elecciones de 1970 se confirmaron los temores del sacerdote. (Es muy curioso que Pizarro, miembro en su día de la guerrilla cuyo pretexto fue ese fraude, no lo mencione en su balance del Frente Nacional.)

Es muy curioso enterarse de que la guerrilla del ELN surgiera del activismo de las juventudes del ELN, según nos cuenta Plinio Apuleyo Mendoza: quien a la postre heredaría el Frente Nacional, con el resuelto apoyo del presidente que se hizo responsable del fraude de 1970, fue López Michelsen. La cadena de descontento que encarnaba en el gaitanismo y veinte años después, con bastantes matices, en la Anapo, pasó por el activismo del cura, cuya inmolación sirvió para reforzar a una guerrilla surgida del movimiento de López Michelsen, y cuya destrucción frustraría ese mismo personaje, como nos cuenta el general Valencia Tovar. Con suficiente astucia, el más típico representante de las elites de la primera mitad del siglo, si acaso emulado por los Santos, explota el descontento en su favor y sacrifica el mismo Estado con tal de tener una fuerza que le puede ser útil en cualquier momento.

También llama la atención que la contestación al Frente Nacional la encarnara alguien como Rojas Pinilla: es verdad que la base social de su partido estaba formada por antiguos policías y militares que habían prosperado durante su gobierno, pero al final arrastró a todos quienes se veían excluidos socialmente por las prácticas clientelistas y desfalcadoras de la elite gobernante. Muy probablemente su gobierno habría sido un desastre, pero no uno comparable al falseamiento de la democracia.

Tras el fraude se abre una segunda etapa de la "democracia" nacida en 1958: el descontento por la ilegitimidad del régimen lo canalizan por completo los partidarios de la revolución a la cubana, y ese sueño de prescindir de la democracia (a menudo basado en la denuncia del fraude, como si alguien odiara la moneda de un país porque le dieron un billete falso) terminó, previsiblemente, atrayendo a los herederos de esas elites. A partir de entonces todo fue construir la trama del clientelismo armado que tantas pensiones tempranas y tantas carreras espléndidas ha provisto a los que se dedican a las ciencias sociales y consiguen gracias a esas redes empleos estatales.

Esa carrera concluyó en la Constitución del 91, la cual garantiza un volumen de gasto público que significa provisión para la nueva generación de las elites a costa de las mayorías y de quienes trabajan. De todo eso se llega al actual conflicto con las cortes, corporaciones cuyos miembros se formaron en las universidades en que era unánime el culto al Che y se sienten amparados por ese marco legal para dedicarse a delinquir para salvar a la facción esclavista-totalitaria, tan claramente una minoría hoy como en el plebiscito de 1957. Pero ahora reforzada por todo el poder que el clientelismo armado ha dado a sus "fichas" en diversas entidades públicas.

En lugar de conmemorar el retorno de la democracia deberíamos pensar en barajar de nuevo corrigiendo todos los desvaríos totalitarios de esa Constitución, de modo que se pueda decir que vivimos en un Estado de derecho y no sometidos a la tiranía del hampa.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 27 de agosto de 2008.)

martes, junio 23, 2009

Colombia e Irak

A medida que se piensa mucho en una cosa se va llegando a generalizaciones que corresponden más a la filosofía que al examen del fenómeno inicial. Pero la filosofía no es algo que interese de por sí a mucha gente, y a menudo se interpreta como una pérdida de tiempo centrada en la persecución de musarañas que nada tienen que ver con la realidad. Buen ejemplo de esa percepción es la historia del individuo huraño que pide consejo a un amigo sobre lo que podría decirle a una chica que le había concedido una cita: “Háblale de comida, señal de que te interesa su persona y no sólo su cuerpo; pregúntale por la familia, muestra de que tus intenciones son serias, y háblale de filosofía, para que sienta que valoras su inteligencia”. El diálogo con la chica fue así: “¿Te gustan los espaguetis?”. “No.” “Tienes un hermano.” “No”. “Y si tuvieras un hermano, ¿le gustarían los espaguetis?”.

No obstante, hay reflexiones filosóficas que pueden resultarnos útiles para entender lo que nos ocurre; por ejemplo, la antigua pretensión del idealismo de que no ocurre nada fuera de nuestra mente. En India esa idea tuvo mucha influencia, de modo que la corriente principal del hinduismo es el “Vedanta de la no dualidad”, doctrina centrada en la negación de que haya un mundo fuera del sujeto que lo observa. En el budismo la famosa sílaba sagrada “Om” se suele traducir como “Tú eres eso”, de nuevo negando la dualidad mundo-sujeto.

Menos “filosóficamente”, ese pensamiento puede servir para que nos demos cuenta de que una conciencia clara de lo que ocurre es casi una vía de solución. O, en otras palabras, que los problemas que creemos ajenos a nosotros están en realidad dentro y son errores de nuestra concepción. En apariencia eso no es así, el ciudadano corriente no tiene ninguna responsabilidad en que haya bandas de asesinos tratando de imponer una tiranía, pues el mundo en el que él apareció ya contenía eso. Pero podríamos pensar: “En 2008 los colombianos salieron por millones a condenar a las FARC y sus crímenes y a exigir la liberación inmediata y sin condiciones de todos los secuestrados. ¿Por qué eso no ocurrió en 2000, cuando había diez veces más secuestros y la amenaza de la banda era más temible?”. Hubo un cambio en la conciencia tan importante como el cambio en la realidad. Pero el cambio en la realidad también fue fruto del formidable cambio de conciencia que presenciamos en 2001.

Hay otro ejemplo que ilustra eso: los daneses que venden camisetas de las FARC y recaudan dinero para apoyar a esa banda. El colombiano corriente los ve como a unos incomprensibles malvados sin detenerse a considerar su situación. Para un escandinavo joven un país como Colombia es encantador, la mayoría de la gente le muestra su aprobación, particularmente la del sexo opuesto, y sus opiniones siempre resultan más valoradas que las locales. Cuando observa la miseria le parece que es el resultado de un sistema de opresión que fácilmente atribuye al gobierno vigente y a la democracia y no a un orden de castas que es precisamente el que defienden las guerrillas (el caso de la persecución política emprendida por la CSJ es paradigmático). Ni hablar de la facilidad con que se atribuye toda esa desgracia a los estadounidenses, la clase de rubios que cuentan con muchas más oportunidades que ellos (salvo la de ser aprobados por los colombianos). ¿Los daneses? ¿Qué piensan los colombianos de la causas de la miseria y del atraso?, ¿y de lo que realmente defienden las guerrillas?, ¿y de los estadounidenses? Los daneses amigos de las FARC sólo reproducen ideas que han prevalecido durante muchas décadas entre los colombianos, al menos entre los que ellos pueden conocer. No son ocurrencias de ellos.

Pero los daneses están muy lejos de poderse identificar con los parientes de un secuestrado, esas personas se convierten en su mente en abstracciones, como lo son en general también para los colombianos urbanos y universitarios (los secuestrados tienden a ser ganaderos, finqueros y empresarios que poco tienen que ver con el mundo relajado de las academias y cafés revolucionarios). La distancia y los vicios morales (vanidad) hacen que el sufrimiento de todas esas personas se desdibuje y se atribuya fácilmente a quienes no quieren rendirse a las pretensiones de los admiradores de los daneses. Pero ¿los daneses?, ¿los universitarios colombianos?

Según se dice, las dos palabras que con más ansiedad quiere la gente oír no son “te quiero”, sino “es benigno”. Es lo que se podría decir de las FARC si se las compara con lo que fue el comunismo triunfante en medio mundo o con lo que fue el régimen de Sadam Husein y la campaña terrorista con la que respondió, aliado con Al-Qaeda, a la deposición del tirano. Benigno: “dicho de una enfermedad, que no reviste gravedad”. Por mucha alharaca que yo haga, no conozco a ningún secuestrado ni a nadie a quien las FARC le hayan matado a un pariente. Sería muy raro que alguien conociera a un iraquí a quien el régimen de Sadam no le hubiera matado a algún pariente. Las personas que murieron a causa de esa tiranía podrían llegar a los dos millones, de los que casi un tercio serían iraníes, caídos en la guerra entre los dos países. Proyectado eso a Colombia y a las FARC, vendría a ser como si los muertos sumaran unos cuatro millones, visto que la población iraquí es como la mitad de la colombiana.

Pero es casi imposible encontrar a un colombiano que no condene la intervención estadounidense que permitió derribar a ese tirano y dar la posibilidad a los iraquíes de elegir a sus gobernantes y disfrutar de derechos básicos. Perdón... ¿Qué he escrito? No quería decir eso: es casi imposible encontrar a un colombiano que no apruebe la campaña de la correspondiente “insurgencia” iraquí contra los iraquíes, que hace de todas las masacres de las FARC un fenómeno benigno. Es más: es raro un colombiano que no lamente el cese de esas masacres. Recuerdo que en la fecha de la invasión se consideraba el apoyo de Uribe una actitud servil justificable por la necesidad de apoyo para combatir a las guerrillas: un juicio de gente que apoyaba al gobierno, no de los amigos del terrorismo.

¿Con qué derecho viene alguien a quejarse de los daneses y su alegre indiferencia respecto al sufrimiento y a lo que piensan y sienten los colombianos, cuando respecto a lo que sufren los iraquíes tiene la misma actitud? Parece que la viuda o el huérfano de Bagdad o Basora fueran distintos al de alguna ciudad colombiana, o que no merecen atención o solidaridad, habida cuenta de que el antiamericanismo eleva socialmente a quien lo profesa. O lo mismo: se atribuye a la intervención, como si la voluntad de los iraquíes de apoyar a su gobierno legítimo, confirmada por una participación electoral que no se ha alcanzado jamás en Colombia, no tuviera que significar nada en comparación con el orgullito de un imbécil del trópico que se siente danés en cuanto exhibe su odio a Bush y en el mundo real, fuera de su mente mezquina y rencorosa, siempre está expuesto a ser víctima de la violencia que esos daneses alientan, ellos sí seguros en su país rico y tranquilo.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 13 de agosto de 2008.)

viernes, junio 19, 2009

La derecha que no quieren

En Chile se ha armado cierto revuelo por la aprobación que ha mostrado el líder de la derecha y ex candidato presidencial de Renovación Nacional, Sebastián Piñera del gobierno colombiano. Por tal motivo un economista chileno que da clases en la Universidad de Yale publicó un artículo que se apresuraron a reproducir los propagandistas de los partidos hostiles al de Piñera. Parece una ocasión interesante para comentar las particularidades del gobierno de Uribe.
¿Cuál presidente de América Latina aparece cada semana en largos programas de televisión, visitando algún municipio, respondiendo preguntas de la comunidad, regañando a sus ministros públicamente, destituyendo y deteniendo ilegalmente a funcionarios sin darles oportunidad de responder a las acusaciones que hace el público? ¿Cuál presidente termina asignando sumas importantes del presupuesto mediante estos “shows televisivos”?

No, no se trata del programa Aló Presidente de Hugo Chávez, me refiero a los Consejos Comunitarios de Álvaro Uribe de Colombia.
Por desgracia no se puede pasar por alto el sesgo del personaje. Es decir, aparte de evaluar lo que son los "consejos comunitarios" hay que empezar señalando la caricatura que constituye esa entradilla del artículo: ¿qué significa "importante"? Es la clase de adjetivos que no se puede permitir ningún analista serio: ¿ha asignado Uribe en algún "consejo comunitario" el 10 por ciento del presupuesto? Eso sería "importantísimo", ¿el uno por ciento? No tampoco, puede que ni siquiera el 0,1 por ciento. Quien hace una caricatura tendenciosa de ese estilo siempre puede resultar justificado: ¿acaso el 0,001 por ciento no es una cantidad "importante"? (Ni hablar de la grosera copia de un escrito de otro economista.)

Lo mismo pasa con las demás afirmaciones: ¿cuántos funcionarios han sido destituidos en "consejos comunitarios"? ¿Cómo se entiende que los funcionarios destituidos y detenidos ilegalmente no tengan oportunidad de responder a las acusaciones? En este blog les ofrecemos la ocasión de hacerlo, ¿o estarán incomunicados desde entonces de tal modo que no se puede conocer su opinión? La misma artimaña: el lector chileno no sabe que eso ocurrió una vez ni entiende necesariamente que el funcionario destituido en el show no podía responder en el programa televisivo, cosa por lo demás obvia. Menos se va a imaginar que la "detención" tras desaparecer las cámaras no dependía del presidente.

Muchos lamentan que la política se haya vuelto un espectáculo en el que se usan sin cesar efectos de ese estilo, a otros nos duele más que el comentarismo político haya seguido por el mismo camino. El aspecto más marcadamente populista del gobierno de Uribe se explota deformando la realidad: ¿cuántos son los ministros regañados? Bueno: lo interesante no es la falta de elegancia y objetividad de ese profesor, sino los "consejos comunitarios". Es que la "política-espectáculo" es tan rentable que sólo sociedades más bien maduras y equilibradas pueden contar con que los políticos no la practicarán.

Es difícil no sentir cierto disgusto ante la zafia ligereza que domina todo ese artículo: casualmente se olvida lo que le ha ocurrido a Colombia en las últimas décadas. Los "consejos comunitarios" transmiten la sensación de que hay en Estado que funciona y que atiende las necesidades de la gente. Eso permite sacar provecho en términos de popularidad de la energía del presidente y de su laboriosidad. Pero también vencer la sensación de impotencia de la gente, que incluso con un buen gobernante encerrado en su lejano palacio sentirá que respecto a los abusos funcionariales o a los problemas acuciantes no hay nada que hacer. Bueno, hay algo más sobre eso: en Colombia siempre hay algo que hacer, ¡un paro cívico para demostrarle al gobierno que los de tal o cual región se hacen respetar! ¿Es que nadie lo recuerda ya? Lo que más molesta de los "consejos comunitarios" es que la gente ya no se deja llevar fácilmente a bloquear carreteras para que sus cuitas parezcan llegar al gobierno central.
Sí. El mismo Álvaro Uribe que tanta admiración causó entre Sebastián Piñera y su equipo. “El llamado estilo Uribe me acomoda plenamente” afirmó el empresario luego de su reciente visita a Colombia. “La Alianza puede recoger del mandatario colombiano la implementación de prácticas novedosas y políticas públicas sensatas” agregó un asesor político del presidenciable de RN hace poco en su columna regular de La Tercera.

Es cierto que las políticas de Uribe para derrotar la guerrilla han sido exitosas. También que la extradición de los líderes del narcotráfico a los Estados Unidos fue elogiada ampliamente, aunque varios analistas argumentan que no tuvo alternativa en vista de indicios crecientes respecto de su relación pasada con paramilitares y narcotraficantes (la distinción entre ambos grupos es tenue en Colombia).
La vulgaridad del recurso lo lleva a uno a preguntarse qué está ocurriendo con las universidades estadounidenses para que contraten a personas de tales calidades: ¿cuál es la "relación pasada" con paramilitares y narcotraficantes del presidente? Algo que "argumentan varios analistas". Impresionante: si hubiera el menor indicio serio, más allá de la propaganda de los amigos de la guerrilla, de tales relaciones, y de tales motivaciones para extraditar a los jefes de las AUC, ya las conocería todo el mundo. Bueno, en rigor es perfectamente posible que el acuerdo entre la CSJ y esos presos se estuviera consumando a fin de que los primeros declararan que recibían órdenes del presidente: no hay ninguna diferencia sustancial entre ambas cúpulas, ni una lindeza como ésa sorprendería a nadie en Colombia.
Sin embargo, en los ámbitos más tradicionales de las políticas públicas, aquellos donde los problemas de Colombia guardan alguna relación con los de Chile, la evaluación del gobierno de Uribe deja bastante que desear. En política social, Uribe ha enfatizado una serie de programas asistencialistas, que intentan remediar mediante transferencias directas la exigua generación de empleo formal en el país cafetero.
Incluso en términos de rigor lingüístico el profesor de Yale deja mucho que desear: los programas asistencialistas no intentan "remediar la exigua generación de empleo" sino sus consecuencias. Lo interesante es la consideración del asistencialismo, sobre todo del programa Familias en Acción. Como bien señaló en una ocasión el presidente Uribe, los críticos más acérrimos de ese programa son los mismos que claman porque el gobierno desatiende "lo social". El reproche por el asistencialismo lo ha llegado a proclamar un analista de la categoría del senador Robledo, para que vean (los comedores comunitarios son sólo el esfuerzo contra el hambre, lo que hace el gobierno es condenable asistencialismo: hay que haberse corrompido engañando a jovencitos durante muchos años para llegar a tanto descaro: perdón, es peor, Engel dice que el programa intenta remediar la exigua generación de empleo, para Robledo es la causa de que sea exigua).

Nuevamente el profesor pasa por alto la realidad colombiana: lo que se podría hacer desde el gobierno para generar empleo es muchísimo, pero las medidas más obvias como suprimir la tributación que depende de la contratación no han figurado en el programa de ningún partido, ni siquiera han merecido el interés de ningún columnista de prensa influyente hasta hace poco. En buen romance eso quiere decir: el que sacrifique el asistencialismo en aras de la creación de empleo obrará rectamente en términos técnicos y aun morales, pero no gobernará en Colombia. Convertir al presidente Uribe en el porfiado ejecutor de políticas populistas vendría a ser como si las lectoras de este blog fueran las arrogantes despreciadoras de Robert Redford, pues lo más probable es que sus novios o maridos desmerecen en apostura al lado del actor.

Ese programa y el asistencialismo en Colombia merecen otros dos comentarios: por una parte, los críticos del gobierno lamentan sin cesar que el crecimiento no vaya acompañado de la necesaria equidad y de que aumente la "pobreza relativa" (un concepto académico genial que no soy el más indicado para explicar): pero esos programas efectivamente la reducen, con lo que la crítica al gobierno es la vieja rutina del "palo porque bogas, palo porque no bogas". Lo otro es esto: Colombia es un exportador de petróleo, gas y carbón, ¿a quién pertenece eso? Si se estima que es a todos los colombianos, esos programas asistencialistas al menos muestran que algo llega de esa riqueza a los más pobres. Sin esos programas no es que hubiera más generación de empleo, ni siquiera cuentas públicas más saneadas, sino un reparto más generoso entre las bases de la izquierda democrática, entre quienes se organizan y luchan, como se vio abrumadoramente durante el gobierno de Ernesto Samper.
Colombia tiene la tasa de desempleo más alta de las siete economías grandes de América Latina y la solución a esta situación pasa por reformas del mercado laboral, no subsidios que tienden a perpetuar situaciones de dependencia. Uribe tampoco ha sido particularmente respetuoso de los contrapesos institucionales: eso de que tener instituciones que funcionen le importa un rábano.
Como ya he señalado, la grosería es el tono predominante de ese artículo: parece que efectivamente el presidente no necesitara a la opinión y pudiera hacer lo que le diera la gana, como reformar el mercado laboral cada vez que se enterara de las claves de generación de empleo (pero sí ha promovido una reforma, con un precio tremendo en términos de propaganda hostil en la prensa). También lo de que los subsidios generan dependencia es un lugar común cuya comprobación no parece muy segura, sobre todo teniendo en cuenta lo exiguos que son y que están ligados a la inserción de los niños en el sistema escolar.

En todo caso, el lugar común de que el presidente no respeta los contrapesos institucionales encontrará una lectura sesgada en Chile: se trata de que a veces critica las actuaciones del banco emisor o de alguna institución semejante: ¿ha impuesto su voluntad sobre esas actuaciones? No, pero en ese nivel de propaganda rastrera se convence al lector desinformado de que eso es así y de que la crítica a alguna entidad ya es una forma de persecución. Lamentable, yo tenía mejor opinión de los analistas chilenos.
Las agencias de gobierno encargadas de evaluar las políticas públicas han sido debilitadas bajo su gestión. Insulta a los jueces, impreca públicamente al consejo del Banco Central y está a punto de cambiar la Constitución para que ser elegido por tercera vez.
Lo de que "está a punto de cambiar la constitución" es una mentira grotesca: ¿qué es "a punto"? ¿Hay algún proyecto de ley en el legislativo en tal sentido? ¿Está "a punto" de hacerse algo que en todo caso tardaría muchos meses? Yo estoy casi seguro de que esa reforma no se llevará a cabo, pero si alguien creyera que tal cosa ocurrirá eso no autoriza a divulgar mentiras tan toscas. También los chilenos no están al tanto de lo que es la Corte Suprema de Justicia, que se podría describir minuciosamente como una caterva de criminales. ¿Cuáles son las agencias evaluadoras debilitadas? ¿Cuáles son los insultos a los jueces? Ya se verá: este académico es tan zafio que no se resiste a comparar a Uribe con Chávez. ¿Cuántos chilenos están al tanto de la realidad colombiana?
Visité Bogotá, durante una semana, a fines de junio. Dicté varias conferencias, me reuní con destacados políticos y técnicos, incluyendo ex ministros de Estado y un precandidato presidencial. En general, lo que percibí fue una gran frustración con la gestión del presidente Uribe, porque el éxito obtenido en la lucha contra la guerrilla no ha ido acompañado de reformas que contribuyan a un mayor crecimiento futuro y a reducir la pobreza.
Es de verdad inverosímil tanta grosería y tanta estupidez: el rango de los interlocutores del profesor resulta una prueba de las mentiras que cuenta a continuación: ¿hay una gran frustración con Uribe? Sí, entre sus enemigos, que no quieren que tenga éxito. ¿Qué puede probar eso? Hay que ser un poco desaprensivo para argumentar de ese modo. Pero ¿el gobierno se resiste a emprender reformas que contribuyan a un mayor crecimiento futuro? Bueno, el crecimiento colombiano del último sexenio es extraordinario, si se piensa en lo que ocurrió durante el sexenio anterior. ¿No se ha reducido la pobreza? Todas las reformas objetivamente útiles "que contribuyan a un mayor crecimiento futuro y a reducir la pobreza" tienen en contra a la oposición que tiene puestos en el legislativo. ¿O no?
El ingreso promedio de Colombia es la mitad del de Chile, queda todavía mucho por hacer y Uribe ha dejado pasar las posibilidades que dio la bonanza internacional de commodtires para hacer reformas urgentes. Fue por eso que me llamó la atención cuando me enteré por la prensa de la versión que estaban dando Piñera y su equipo sobre Colombia. No cuadraba para nada con lo que me tocó ver.
Impresionante: ¿a qué viene que el ingreso promedio sea la mitad del chileno? A que queda mucho por hacer. El ingreso promedio chileno es menos de la mitad del noruego, queda mucho por hacer. ¿Qué prueba eso contra un gobierno o unas políticas? Pero ¿qué fue lo que le tocó ver a ese prócer en Colombia? La cara de sus interlocutores, ex ministros de Estado, probablemente del gobierno de Samper. ¿Qué prueba lo que a él "le tocó ver"? En el futuro una de las misiones de la escuela pública debería ser enseñar normas mínimas de autorrespeto.

Respecto a las reformas necesarias en términos de racionalidad económica, las posibilidades reales del presidente son muy reducidas: cualquier paso en falso que significara pérdidas de apoyos políticos podría abrir las puertas al caos. La presión de todo tipo de intereses en los medios de comunicación y la hostilidad de las clases poderosas, que anhelan volver a los noventa, impiden siquiera que se planteen esas reformas: la torpe superchería de ese profesor consiste en atribuirle al presidente todos los defectos de la sociedad. Es el juego típico de los demagogos en todos los contextos: ¿qué pasaría si el gobierno en aras de reducir desigualdades eliminara los subsidios a la gasolina o dispusiera una tributación similar a la chilena, por poner un caso? Que se encontraría con un país ingobernable, con huelgas de empleados estatales y descontento de todos los políticos, por no hablar de las llamadas insurreccionales desde la prensa.
Una vez más la derecha chilena se dejaba encandilar por alguna experiencia extranjera sin conocerla mayormente. Ya pasó en diciembre cuando un ex primer ministro de Estonia participó en la Enade, o hace unas semanas cuando se puso de moda exagerar los éxitos recientes de Perú.

Es cierto que Uribe es de los pocos presidentes de derecha en América Latina y que además fue reelecto. También es cierto que ha reducido los impuestos a las empresas, una idea siempre popular en la Alianza. Pero eso no significa que haya hecho un buen gobierno. Uribe es un populista de derecha, así como Chávez es un populista de izquierda.
Alguien que escribe "que Uribe es un populista de derecha como Chávez es un populista de izquierda" no debería escribir en un periódico importante, ni menos dar clases en una universidad. Como mucho, podría trabajar en una empresa de llaves y cerraduras. ¿Qué les parece esa demostración? "Eduardo Engel es un cretino chileno tal como Felipe Zuleta es un cretino colombiano". Con tan genial recurso queda sustentado que Uribe no ha hecho un buen gobierno, de tal modo que la aprobación mayoritaria de los colombianos resulta una prueba de que son idiotas. ¿Cómo podría evaluarse un gobierno para ver si es bueno o malo? ¿Qué tal los indicadores de seguridad ciudadana? ¿O de crecimiento económico? ¿O de reducción de la pobreza? ¿O de ampliación de los cupos escolares? Tal vez Colombia gobernada por un Ángel progresaría más, pero las alternativas reales a Uribe se llaman Horacio Serpa o Carlos Gaviria. Y las políticas deseables requieren algo más que la buena disposición del gobernante: algún apoyo en la sociedad, cosa que en Colombia no se da, salvo últimamente respecto del esfuerzo para contener a los terroristas.

La tosquedad del recurso de ese señor recuerda mucho la universidad colombiana: si el crecimiento colombiano fuera diez veces el actual, siempre se podría decir que nos merecemos un crecimiento mayor. Si fuera ya abrumador, se diría que no estaba bien repartido. Si estuviera "bien" repartido, habría una queja contra el materialismo que sólo considera el bienestar económico.
Chile no necesita populismos, ni de derecha ni de izquierda. Uno esperaría un poco más de seriedad del presidenciable de RN y su entrono. Esta no es la derecha que queremos.
Yo soy tan bienintencionado que creí que este hombre representaba un discurso centrista o de una derecha alternativa, pero resulta que es una figura próxima a la Concertación (coalición de gobierno formada por socialistas y democristianos). ¿Se figuran qué significa el título de su escrito?: pretende cómo debe ser su adversario, como cuando a la novia de uno le resulta un pretendiente y uno intenta definir los rasgos que debe tener, o como cuando un hincha de un equipo de fútbol aconseja al técnico rival sobre la alineación que le conviene (al hincha). Prodigioso.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 6 de agosto de 2008.)

lunes, junio 15, 2009

La tiranía del hampa

La primera vez que se me ocurrió describir la realidad colombiana como “Tiranía del hampa” fue durante el gobierno de Andrés Pastrana, cuando los medios presionaban de forma abrumadora para que la sociedad aceptara la imposición de las FARC y para que el poder que esos asesinos adquirían por medio del terror obtuviera reconocimiento y se convirtiera de facto en fuente de derecho: mandaban porque mataban, ésa era la doctrina de El Tiempo, El Espectador, Semana y Cromos, con algunos matices en el caso de Cambio (entonces).

La expansión de las bandas de asesinos que Castaño y Mancuso llegaron a liderar es en buena medida un corolario lógico de esa racionalidad: la búsqueda de la paz llevaba como secreto ingrediente el premio de los crímenes, pero una vez se abría la veda era difícil convencer a esos provincianos de que los crímenes sólo eran legítimos si quienes los ordenaban tenían confianza con el señor Santos Calderón y con el señor García Márquez, o con Antonio Caballero o Alfredo Molano o alguien próximo a Julio Mario Santodomingo. Pero sería muy equivocado llegar a responsabilizar sólo a esas personas: aun estaría legitimado el crimen si quienes lo ordenaban tenían relación con el clero universitario. Los dueños de los medios y el laureado novelista y su séquito sólo eran como una cúpula, como un sínodo de un gremio vasto y arraigado.

La existencia de ese poder como estructura íntima, secreta, de la sociedad colombiana es algo que siempre se niega, tanto como se niega su interés en que se suspenda la democracia en favor de la paz con justicia social o de la solución política negociada del conflicto social y armado o de una segunda oportunidad sobre la tierra para la estirpe maldita. Pero ¿qué podemos decir del acompañamiento que han significado los medios para el gobierno de Uribe Vélez? Recuerdo en esos primeros meses de 2002 la presencia del candidato más popular en El Tiempo, unas ocho veces menos que el candidato abiertamente promovido por el editor general (da lo mismo que fuera Rodrigo Pardo o Roberto Pombo, ambos apoyaban a Garzón), que obtendría, a pesar de eso, ocho veces menos votos. Pero ¿qué ha ocurrido después? ¿Cuántas noticias no han salido armando gran escándalo porque los hermanos del consejero Gaviria pudieran haber sido testaferros de mafiosos? ¿Y el libro de Joseph Contreras? ¿Y el de Virginia Vallejo? ¿Y las ocho mil personas supuestamente asesinadas por el gobierno? ¿Y la atribución al ejército de los atentados de El Nogal, de la Escuela Superior de Guerra y los que se cometieron contra Germán Vargas Lleras?

Hay un orden secreto que impera a pesar de la institucionalidad formal, está formado por relaciones personales —como las que ligan a ciertos magistrados con quien dirigía el DAS en la época en que fue asesinado Álvaro Gómez Hurtado—, por recursos formidables —como los que han acumulado las FARC con decenas de miles de secuestros, cientos de miles de “vacunas” y miles de toneladas de cocaína exportada, por no hablar de los que concentra el despreciable sátrapa venezolano—, por prestigios arraigados —como el del novelista nobelizado o como el que ostenta el tristemente célebre Karadzic del trópico, antes conocido como “el cobramasacres del frac”—, pero sobre todo por ideología: por las inercias de la esclavitud con la que convivió el país la mayor parte de su historia y que todavía tiene en las FARC regulares practicantes.

Ese orden secreto no encuentra modo de destruir al gobierno, y dado que las columnas incendiarias sólo convencen a los convencidos (a ninguna persona razonable se le ocurriría negar que se vive mejor que en 2000), que las FARC no aciertan más que a quemar busetas, que las urnas se muestran más bien reacias a favorecer a los amigos del terrorismo y que hasta Chávez podría perder las elecciones regionales de final de año, no les queda otro remedio que la conjura judicial.

Esa conjura ha llegado con la “parapolítica” y la “yidispolítica” a extremos de descaro que sólo son concebibles en Colombia y que permiten describir el orden realmente existente como tiranía del hampa. Al presidente del partido de la U lo capturan porque unos delincuentes dicen que se reunió con paramilitares: ¿qué credibilidad tienen esas denuncias? ¿Cuánto habría que pagar a personajes de esa calaña para que declararan mentiras que nadie podría refutar?, ¿una millonésima parte de la bolsa discrecional de Chávez no bastaría? Pero ¿qué demuestra el que el acusado se reuniera con los delincuentes? Pero ¿qué necesidad hay de dictar orden de captura cuando para abrir el sumario a Piedad Córdoba hacen falta cientos de declaraciones de diversas personas.

Todo eso no es nada: ¿quién dicta esos autos? Perfectamente puede ocurrir que la persona que disparó contra José Raquel Mercado forme parte de esa corte, pues ¿cómo es que no se sabe quién lo hizo? La persona que lo hizo, colombianamente, vive clamando por verdad, justicia y reparación. No hay ningún problema, ninguna sorpresa: quien esté cerca del hampa tiránica tiene licencia para matar y respaldo para ejercer de maestro de moral. Buen ejemplo de eso lo constituye el asesino jubilado León Valencia, obviamente amigo del director de El Tiempo:

Porque lo que están haciendo las guerrillas de hoy es servirle en bandeja de plata toda la opinión nacional al presidente Uribe y permitirle que a cuento de la lucha contra las Farc y contra el secuestro esconda o rebaje a un segundo plano problemas graves y dolorosos del país como la 'parapolítica', los diez mil desaparecidos causados por los paramilitares y los cerca de cuatro millones de desplazados que arroja el conflicto.

También le están facilitando que se perpetúe en el poder por mano propia o prestada, que se lleve de calle la separación de poderes y aplaste la oposición. En una palabra: que vulnere a su antojo, de manera profunda, la democracia.

No hay que sorprenderse: los cerca de cuatro millones de desplazados que arroja el conflicto no tienen que ver con las guerrillas, sino que éstas hacen olvidar eso al prestarse a servir al interés del gobierno. No hablemos que los desaparecidos de los paramilitares y la parapolítica sean un problema vigente mientras que combatir a las guerrillas sirve para tapar eso: a fin de cuentas tienen permiso constitucional para desaparecer y desplazar. Y claro, ganar elecciones es vulnerar la democracia. ¿Qué va a ser la democracia sino la imposición de ese psicópata y sus patrones, obtenida a punta de castraciones, torturas y corruptelas con personajes tan dudosos como los que le aseguraron la impunidad y le permiten seguir promoviendo el crimen desde la tribuna periodística? Es Colombia, el secuestro se llama “intercambio humanitario”, los que organizan las masacres se llaman “víctimas”, la persecución más inicua la emprende la “justicia”.

No hay que sorprenderse: el sueño de construir un país democrático tendrá siempre la formidable resistencia de la tiranía del hampa, y muy equivocado está quien crea que basta una mayoría circunstancial de opinión o un liderazgo popular para contrarrestarla. Al menos habría que prestar atención al poder que concentran esas camarillas de asesinos y a la amenaza que representan.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 30 de julio de 2008.)

jueves, junio 11, 2009

Nacionalismo

... el nacionalismo no es más que una manía, el pretexto que se ofrece
para eludir el deber de invención y de grandes empresas. La simplicidad
de medios con que opera y la categoría de los hombres que exalta,
revelan sobradamente que es lo contrario de una creación histórica.
José Ortega y Gasset


1. Patriotas y apátridas. El apego de la gente a los que comparten su herencia genética y sus experiencias es un impulso que está en la configuración básica de la vida humana. Quien verdaderamente prefiriera el éxito o el bienestar de otros al de los suyos resultaría tan enfermizo o incomprensible como quien se lastima por vicio. No es lo que interesa discutir, está claro que como colombianos nos interesa el ascenso y la mejora de nuestra comunidad, pero ese sentimiento da para toda clase de perversiones y manipulaciones que vale la pena considerar.

2. Arafat contra Israel. Supongamos que alguien decide por los motivos que sean tomar partido por los palestinos árabes y musulmanes contra Israel, por ejemplo, una persona que pertenece a esa nación: ¿qué debería pensar de Yasir Arafat? Al cabo de muchas décadas de terrorismo, intransigencia y despotismo, ¿qué han ganado los palestinos frente a los israelíes? Al morir Arafat tenía, eso sí, una cuenta de mil millones de dólares. Cuanto más se piensa en eso más resulta evidente que el bienestar y hasta la vida de los palestinos ordinarios se sacrifica en aras de un mito cuyo único sentido es la dominación de una camarilla. Lo mismo se podría decir de todo el nacionalismo árabe: todo sería mejor para su gente si hubieran estado siempre en buenos términos con Israel, pero tal vez ellos no tendrían el poder.

3. Noción de amor propio. Hace unos años leí en una columna de un académico colombiano (que citaba a un filósofo estadounidense) que para un pueblo la "autoestima" es tan necesaria como para un individuo: sin una alta consideración de uno mismo es imposible llegar a ninguna parte, y mal haría el grupo humano que no partiera de pensar así. Pero eso no debe llevar al delirio complaciente de quien al no tener para unos zapatos elegantes se consuela pensando que las cotizas embarradas que tiene que ponerse son muestra de una elegancia más sensitiva y auténtica y va con ellas al acto solemne. Cada vez que en la vida cotidiana encontramos a personas que se repiten que son felices y maravillosas, deducimos que sufren un trastorno psiquiátrico o neurológico. Lo que hace la gente razonable es buscar que los demás digan eso.

4. Complejo de inferioridad. Cuando se da el caso de que los demás consideran maravillosos a otros y a uno lo encuentran horrible se puede generar el famoso "complejo de inferioridad". Pero ese complejo es otro dato de la realidad y conviene contar con él si uno quiere curarse de sus problemas, como tener que usar cotizas o hasta sufrir una deformidad en la cara. Suena a chiste, pero el cosmólogo más importante de las últimas décadas padece una enfermedad degenerativa horrible, y muchas personas que han merecido la admiración del mundo tenían que afrontar desgracias parecidas. La forma por la que no se va a remediar nada es tapando la verdad con proclamas.

5. El honor patrio ofendido. La arrogancia y grosería de ciertos gobiernos europeos respecto a Colombia indigna a mucha gente de gran sensibilidad patriótica, a mí me ofende por lo que representa de traición a la decencia y a la rectitud, por lo que deja ver de continuidad de una vieja complicidad de esos gobiernos con las bandas terroristas que pretenden imponer en Colombia una tiranía totalitaria: ¿ya hemos olvidado a cierta pareja alemana de apellido emblemático? ¿Y las presiones de los "países amigos" en el Caguán para que se aboliera la democracia colombiana en aras de una paz que se alejaba más cuanto más se la persiguiera, como la zanahoria que les ponían a los burros para que tiraran del carro? La conducta de esos gobiernos, como las declaraciones del canciller francés en apoyo de sus representantes, son infames y criminales, pero hace mucho tiempo que debemos ser conscientes de eso: también las presiones del lamentable Sarkozy, con las que consiguió la liberación de Granda, merecen nuestra condena.

6. Realidad y medida. Pero una cosa es ésa y otra la hostilidad contra todo lo que Europa significa. El primer problema de eso es de naturaleza objetiva: no hay en este blog ni casi en ningún periódico ninguna palabra que no haya llegado de Europa, lo mismo que las creencias y valores, lo mismo que las técnicas con que se obtiene lo que comemos y usamos. El delirio que permite olvidar nada menos que eso es tan grave que el camino del que se parte al ceder de esa manera al complejo de inferioridad sólo puede ser el del crimen y la locura (ya explicaré eso).

7. Vigencia de la razón. Antes de seguir con los problemas de la desaprobación xenófoba de lo europeo quiero compartir con ustedes una frase del escritor chileno Jorge Edwards, que forma parte de un artículo sobre Colombia y su gobierno:

Europa nos falla a menudo, pero acercarse al legado intelectual del Viejo Mundo no nos hace ningún daño.

Desecho detalles y me digo algo esencial: mientras más lejos me encuentre de los reyes Ubú de nuestros laberintos selváticos, y más cerca de Miguel de Montaigne, de René Descartes, de Denis Diderot, más tranquilo me podré sentir en mi larga y angosta faja chilena. Otro asunto es que los franceses del año 2008 lean todavía a Montaigne, a Descartes, a Diderot. Otra cosa, otro cantar.

Es importante no olvidar esas circunstancias. Hace ya un montón de años en el foro de Caracol discutí con un racista: cuando le expliqué que una de las mayores civilizaciones de la historia surgió entre gente negra ¡me replicó mostrándome datos del Egipto de hoy en día! Si se piensa en los filósofos griegos, hace muchísimo tiempo que quienes los leen viven más bien en el centro de Europa o en Massachusetts que en la península balcánica.

8. Una entrada de Atrabilioso. Muchos de esos problemas del nacionalismo los he encontrado en un post publicado la semana pasada en este blog y firmado por Mauricio López. Desgraciadamente muchas de las cosas que se dicen en ese escrito y que no comparto encuentran público en Colombia. Voy a detenerme en algunas. Por ejemplo, la protesta porque "un gobierno diferente al de Colombia" tome decisiones respecto a un grupo alzado en armas: ¿qué se habría dicho si un gobierno diferente al de Alemania hubiera resuelto que estaba mal encerrar a los judíos en campos de trabajo? ¿Y no estuvo bien que un gobierno diferente al de Yugoslavia frenara el genocidio de los bosnios y después de los kosovares? La afinidad con las FARC es un crimen por lo que son las FARC, no porque los gobiernos sean extranjeros.

9. Naturaleza violenta. En el siguiente párrafo el texto de Mauricio evoca el caso de un funcionario británico que en medio de la campaña de las ONG amigas de las FARC negó que el gobierno colombiano matara sindicalistas.

Éstas fueron sus palabras:

Muchos civiles son víctimas de la violencia no por sus creencias, trabajo o afiliación sindical, sino porque la sociedad colombiana es violenta por naturaleza. Esto no es un consuelo para las víctimas, sino un triste reconocimiento de una sociedad dañada.

Es posible que la idea de "ser violenta por naturaleza" signifique otra cosa en el contexto de la lengua inglesa. El punto es (y conviene leer lo que aparece en El Espectador como muestra de la capacidad de manipulación de esa gente) que el gobierno no mata sindicalistas, y que efectivamente la sociedad colombiana es una sociedad dañada. Hasta hace muy poco prácticamente todos los indicadores de criminalidad tenían a nuestro país en el primer puesto, y todavía está entre los primeros. El mecanismo reactivo ante esas declaraciones lleva a una de las más graves perversiones que se pueden concebir.

10. La historia traducida al delirio. Por ejemplo dice Mauricio respecto de los británicos:

Si mis clases de historia no me fallan no han sido los pueblos latinoamericanos los que iban por ahí invadiendo y colonizando a los que consideraban más débiles porque no sabían matar con tanta efectividad y eficiencia. Se hacen muy los de la vista gorda todos aquellos que pasan por alto el hecho de que desde hace más de cinco siglos los procesos de colonización Europea no hicieron otra cosa que exportar sus sistemas feudales, convirtiendo a individuos que hasta ese entonces eran libres en esclavos y siervos en función de la satisfacción de su voracidad, ¿qué puede ser más intrínsecamente violento que eso?

Esa nueva entidad, "los pueblos latinoamericanos" resultan hermosamente inocentes: la barbarie colombiana, es decir, la tasa de crímenes, sería inconcebible sin esa "idea" tan frecuente: ¿qué son los "pueblos latinoamericanos"? La gente de Colombia procede en su mayoría de la mezcla de los españoles con diversos grupos indígenas, pero esa mezcla tuvo lugar en mucho tiempo y sigue un patrón muy concreto, cuanto más alto es el nivel social más cerca se está del tipo físico de los conquistadores españoles. Los "pueblos latinoamericanos" son los descendientes de unos genocidas con los que nadie compararía a los británicos, la violencia actual en Colombia tiene mucho que ver con la persistencia de la forma de vida de la Conquista, con la dificultad de crear una sociedad moderna por el aislamiento, el desarraigo y la hostilidad del medio natural. La atribución de libertad a los que no tenían contacto con Europa es o ignorancia o mala fe: la facilidad con que unas decenas de aventureros se apropiaron de imperios casi tan grandes como el romano de la Antigüedad sería inconcebible sin el apoyo de infinidad de grupos sometidos a esos imperios por el terror. Las personas concretas que habitaban el altiplano del centro de Colombia estaban expuestas a castigos atroces por mirar a la cara al soberano.

11. Deriva paranoica. Ese enemigo disperso que se atreve a señalar los defectos de Colombia va exhibiendo sus lacras poco a poco: del funcionario británico que niega que el gobierno mate sindicalistas se pasa al colonialismo en general, como si el más despiadado no fuera el que afectó a Latinoamérica, y de ahí al colonialismo europeo en África. ¿Qué tienen que ver los británicos con el genocidio de los herero por parte de los alemanes o con el saqueo del Congo por Leopoldo I? También son europeos. El hecho de que el Imperio británico emprendiera cruentas campañas para perseguir el tráfico de esclavos y aboliera esa institución muchísimo antes que Colombia no es nada: el ciudadano que cree que se deben respetar los derechos humanos resulta genocida de los herero debido a que comparte el ser europeo con los alemanes que lo hicieron.

12. Enseñanzas de la Gita. Lo más grave de todo eso es el orgullo del fracaso: no hemos inventado nada, no hemos despertado ninguna admiración, no se nos ha respetado nunca. Claro, es que somos pacíficos, sencillos, modestos. Nadie debería permitirse eso. En el famoso Canto del Bienaventurado, que es uno de los textos capitales de la religión hindú, el héroe, un joven guerrero vacila ante la terrible responsabilidad de ir a matarse con sus primos en una guerra. El dios Krishna, encarnado en su cochero, lo alecciona: no está en manos del hombre decidir si debe prevalecer o no. Sólo cumplir su misión. Si alguien lee esto es sólo debido a una bonita invención derivada de ese afán de prevalecer, que es el castellano y su padre el latín y las lenguas de que éste surgió. Si Colombia no ha disputado con Alemania el dominio del mundo eso no es un mérito de Colombia. No podemos convivir con esa cómoda complacencia.

13. No queremos su "desarrollo". Muy sintomático de ese trasfondo... mamerto es poner palabras como "desarrollo" entre comillas: sí, el nivel de vida de los países ricos es desarrollo, su orden, tranquilidad, eficiencia... Claro que sí. El desprecio de esa realidad recuerda mucho a esos justicieros igualitarios que tanto abundan en Colombia y que están dispuestos al asesinato por el rencor que sienten contra los que salen en las páginas sociales. Decir que el desarrollo de la civilización moderna es la causa de la esclavitud es otra muestra de ignorancia: en África había esclavitud mucho antes de que comenzara la exportación de personas a América, y la sigue habiendo. En la América precolombina había esclavitud: es al contrario, es la civilización moderna, surgida de las grandes transformaciones de la sociedad europea, la que ha permitido acabar con la esclavitud en la mayor parte del planeta. Los diez millones de habitantes de Norteamérica antes de la Conquista y la condición de "cárceles maquilladas" de las reservas indígenas forman parte de ese mismo espíritu resentido y falsario que alienta la rebelión de los "pueblos latinoamericanos" contra el mundo moderno.

14. Sometidos a vigilancia. La forma en que ese espíritu "nacionalista" tiene relación, en el plano espiritual, con los crímenes de todo tipo se descubre relacionando el escrito de Mauricio con el famoso diálogo de Bolívar con el francés en la novela El general en su laberinto. ¿Quiénes son ellos para venir a mirarnos? Perfectamente hitleriano, protochavista. Nadie debería oponerse a que se fiscalice el respeto a los derechos humanos en todos los países, a que se persiga la tortura y el asesinato en todas sus formas. Yo saldría a protestar si algún gobierno europeo no se dejara vigilar. Si organizaciones como AI o HRW cumplieran la función que dicen cumplir, serían tan necesarias como las mismas fuerzas armadas colombianas, pues ningún gobierno y ningún país puede estar por encima de ese imperativo de humanidad.

15. Vocación a la guerra. A muchísima gente le escandaliza lo que yo escribo sobre las universidades colombianas, pero cada día que pasa me doy cuenta de que son personas que razonan como Mauricio: conozco a una persona que está terminando una carrera de Ciencias, y en una ocasión me enteré de que esa persona no piensa que Estados Unidos sea un país importante en materia científica. Son otros los países importantes. Eso sí: Estados Unidos sabe explotar la ciencia para sus guerras. Fíjense en esto:

Son muy numerosos los casos de real barbarie donde se evidencia el subdesarrollo de los países Europeos que se autodenominan como más “desarrollados”, basta revisar un poquito la historia para encontrarlos apenas unos años atrás. Durante cientos de años las pautas con que algunos países pretenden medirnos y calificarnos no han sido más que una ilusión proyectada por estándares económicos amañados, utilizados para esconder su vocación a la guerra y para poder tildar a pueblos sin vocación guerrerista como “menos desarrollados”.

Hay algo de cierto en eso, ya lo he señalado: no hemos inventado nada, no producimos realmente casi nada (el primer producto de exportación de Colombia es el petróleo, y el conjunto de los recursos naturales da para la mayor parte de las exportaciones), no nos respetan ni nos aceptan ni nos quieren, pero es porque somos mejores, no tenemos "vocación a la guerra". No intentamos prevalecer sobre ellos sino que nos contentamos con nuestra cara de Trisomía 21. Impresionante.

16. ¿Negar o superar el atraso? Todo el resto del escrito abunda en esas mismas ideas cuyo fondo es la pretensión de negar el atraso. Y por puro patriotismo, por puro respeto de nosotros mismos, por pura honradez intelectual, es necesario denunciar esa actitud. Deberíamos buscar la manera de que los colombianos tuvieran en promedio el nivel de ingreso, de seguridad, de eficiencia de las leyes, de consideración como personas, de información, de productividad, de armonía en su vida ordinaria que tienen los británicos. Qué digo, deberíamos tener de todo eso mucho más. Deberíamos ser el modelo del mundo. Eso es lo patriótico: decir que es que no han aprendido a ser como nosotros es un triste extravío, como el orgullo del hombre que no encuentra trabajo y en lugar de mendigar o de esforzarse en lo más penoso sale a atracar gente. Es una muestra de esa vieja arrogancia de los hidalgos castellanos que de ser dueños del mundo pasaron a ser el lugar más pintoresco de Europa. Exactamente lo que ha hecho que Hispanoamérica sea miserable e indigente en materia intelectual pese a sus extraordinarias riquezas.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 23 de julio de 2008.)

domingo, junio 07, 2009

Marchas y convocantes

Siempre es una buena noticia que la gente salga a exigir la liberación inmediata de todos los secuestrados: es la constatación de que definitivamente los terroristas tienen en contra a la inmensa mayoría. Por eso las marchas del 4 de febrero fueron para las FARC un golpe tan definitivo como las liberaciones del 2 de julio.

A propósito de esas liberaciones, la onda expansiva está resultando más trascendente que la misma acción: los socios del terrorismo tienen que salir a defender la posición conquistada hace una década y en esa labor se desgastan porque la gente escéptica o perezosa empieza a verlos como lo que son: cómplices y en gran medida empresarios de ese negocio criminal.

El caso de los emblemas de la Cruz Roja produce una enorme impresión, porque quienes mostraron su verdadera faz fueron los editorialistas de los dos grandes periódicos capitalinos: el clamor por el respeto al DIH les sirve para meter como sobreentendido la beligerancia de las FARC y su legitimidad igual a la del gobierno. Alguien les creerá.

Pero es que nadie acordó con los comunistas una guerra ni ninguna legislación internacional autoriza el crimen, sólo la que tradicionalmente impera en el país y que si se mira bien evidencia la identidad entre el viejo orden y las bandas terroristas: la persistencia de la figura fascista-medieval del “delito político” es como una carta blanca que se da para atentar contra el sufragio.

De modo que lo que se dio no fue una acción de guerra sino una tarea contra una organización criminal: que esa organización y su causa cuenten con la simpatía de los editorialistas de El Tiempo y El Espectador es otra cosa: lo único que sale en claro de sus patéticos escritos. Pero tanto esos periódicos como las FARC son como son porque hay un medio social que los respalda.

Por ejemplo, un profesor de la Universidad de Los Andes, Bernardo Congote, dice al respecto:
... mecanismos políticos como el intercambio humanitario, la mediación internacional, el uso de emblemas privativos de ONG humanitarias, ¡todos ellos caminos de paz! , han sido pisoteados con orgullo por la dupla político militar que trajo de la selva a 15 seres humanos a un costo moral que los colombianos nos tardaremos varias generaciones en reparar. ¡Hemos vendido, nuevamente, nuestra frágil primogenitura moral por un pobre plato de lentejas! (Citado por Alejandro Gaviria en su blog.)

Pero es hora de volver al principio: el golpe ha sido tan grande que ya se pierde el miedo al ridículo. Los que hace poco posaban de mesurados y razonables han llegado a extremos obscenos, como el decano Kalmanovitz proponiendo la infalibilidad de los feroces hampones de la llamada Corte Suprema de Justicia: nunca el autoritarismo fue tan atrevido, tan injustificable, tan inepto.

Y entre los recursos desesperados que buscan está la manipulación del sentido de las marchas del próximo 20 de julio: hace una década les dio resultado, muchas personas que salieron a clamar por la paz con banderitas blancas querían condenar la existencia de las guerrillas pero resultaron colaborando en el cobro de sus proezas.

Por eso es tan importante que la gente de bien esté alerta: el éxito de Colombia soy yo automáticamente tentó a toda clase de oportunistas. Para la convocatoria del 20 de julio se sumaron las centrales sindicales controladas por el Partido Comunista, y su adhesión no podía dejar de aparecer registrada en El Tiempo, en un texto imprescindible que podría servir de modelo para entender la manipulación criminal de esos “periodistas”.

Llama mucho la atención que los organizadores sean “País Libre, Colombia Soy Yo, Redepaz y el grupo “Un millón de voces contra las FARC”. ¿Qué es Redepaz? Lo que distingue a Redepaz de las FARC es el estrato de sus miembros, esa organización forma parte del llamado Polo Democrático y desde antes del Caguán se dedica a organizar presiones en pro del cobro de los secuestros y masacres.

Lo mismo que las citadas centrales sindicales, capaces de movilizar a sus clientelas con incentivos bolivarianos y la tradicional intimidación: las marchas contra las FARC pueden volverse marchas por el “intercambio humanitario”, que es el proceso cuya primera parte en buen romance se llama “secuestro”:

"Nosotros también marcharemos contra la desaparición forzada, por la solución política al conflicto, por la búsqueda del acuerdo humanitario y porque haya verdad, justicia y reparación a las víctimas", dijo el secretario general de la central obrera [CUT], Domingo Tovar.

Y es que la gente opina que no debe meterse en batallas de colores políticos. Esa actitud tiene muchas razones válidas, pero no debe llevar al malentendido de creer que “el conflicto” no tiene un sentido político y que se puede estar contra las FARC sin ser contradictores políticos de la banda y de sus socios urbanos.

Esa tentación lleva al malentendido y permite a los manipuladores explotar la rabia de la gente en su favor, tal como en el judo el impulso del ataque del enemigo se aprovecha para vencerlo: es muy agradable pensar que contra las FARC estamos “todos” los colombianos, pero ¿es que los de las FARC no son colombianos?

Puede no ser grato leer esto, pero alguien tiene que decirlo: exigir la liberación de todos los secuestrados es también contrariar al Polo Democrático y a Redepaz y a la CUT: quien no quiera marchar contra esos angelitos corre el grave riesgo de colaborar en la tarea más infame de todas, la del cobro del secuestro, tarea a la que se ha entregado la Alcaldía de Bogotá con recursos públicos durante dos administraciones.

Tienen razón los sindicalistas en que no se trata de marchar a favor del presidente ni del gobierno, no se trata de eso: se trata de prohibir el premio de los secuestros, de vencer en las calles a los empresarios de la muerte, que tantas rentas obtienen de los recursos comunes gracias al poder de la tropa de rústicos y niños y al chantaje que esa tropa lleva a cabo con los secuestrados.

¡Libertad ya, para todos, sin condiciones, es una bandera de este blog antes que de cualquier otra entidad colombiana! La estafa que pretenden cometer los asesinos encorbatados no nos puede dejar indiferentes.


(Publicado en el blog Atrabilioso el 18 de julio de 2008.)

martes, junio 02, 2009

Sistema parlamentario

La idea de abolir la institucionalidad colombiana existente y crear una de sistema parlamentario como la que rige en la mayoría de los países de Europa es como una sombra que revolotea sobre el debate político y en cualquier momento resulta tentando al que menos se espera. Entre los que recuerdo que la han propuesto destaca el injustamente olvidado Horacio Serpa, hoy gobernador de Santander, seguramente amargado por la pérdida de su protagonismo en favor de Piedad Córdoba. Últimamente he leído la propuesta en una columna de Juan Manuel Charry. Vale la pena detenerse a evaluar esa propuesta: sus promesas y riesgos.

Congreso abominable
Se habla mucho del desprestigio del Congreso, y mayoritariamente se da por sentado que es merecido. Lo que no resulta tan claro es que adjudicándole el poder de nombrar al gobierno vaya a cambiar rotundamente. ¿Es la proliferación de personajes de las calidades de Yidis Medina el producto o la causa de la irrelevancia del Congreso? Yo diría que hay un déficit de civismo que permite ascender a personajes de esa calaña. Con una disposición distinta entre los votantes el Congreso estaría formado por personas más respetables. ¿Cambiaría eso una organización en la que el Congreso no sólo legislara sino también eligiera el gobierno? Es posible: el problema es la inseguridad que se generaría, pues nadie puede contar con que van a ser elegidos representantes honrados y entonces las presiones espurias podrían llevar a una inestabilidad permanente, a gobiernos de pocos meses y a protagonismos aún más lamentables que el de la mencionada señora.

La forma de elección
Suponiendo que por algún motivo que ahora no se me ocurre llega a darse el consenso entre la clase política y se adopta el sistema parlamentario, seguiría quedando la cuestión de la forma en que se elegiría el Congreso. Hay un sistema mayoritario (un representante por cada distrito) y uno proporcional (una cantidad de representantes asignada a cada región y repartida de forma proporcional entre los partidos más votados). El primero significaría el refuerzo de las mafias locales y la exclusión de las minorías, el segundo seguiría planteando el problema de los límites de cada circunscripción: cuanto más pequeña, más riesgo de excluir a las minorías. Con una circunscripción nacional se daría paso al predominio de los votantes de las grandes ciudades, pues sólo en Bogotá ya se recaudarían más votos que en todos los departamentos del sur y el oriente sumados.

El refuerzo de los partidos
Se supone que el sistema parlamentario refuerza el poder de los partidos porque la gente vota por listas cerradas que dependen de esas organizaciones. Lo que pasa es que su debilidad en Colombia no procede de la organización del sistema, sino de la misma dispersión de la sociedad. Los partidos colombianos no siguen ideas ni programas sino que se basan en relaciones personales entre sus dueños y en la habilidad que tengan las respectivas maquinarias a la hora de buscar votos y repartir prebendas. Por eso ni siquiera sus nombres corresponden a su conducta. ¿Se remediaría su vacío interior dando poder a sus aparatos? Parece muy poco probable.

Reforma necesaria
Lo cierto es que el sistema actual de reparto de curules es atroz. ¿Cómo es que Enrique Peñalosa no pudo llegar a senador en 2006? ¿Obtuvieron los demás senadores en proporción siquiera remota más votos que él? No, sólo explotaron la concentración de listas y el voto preferente, una de esas formidables ruedas triangulares con que funciona la institucionalidad colombiana. Pero siempre es así, no hay una proporcionalidad razonable entre los votos y las curules debido a que las normas están hechas en favor de quienes las hacen. Más allá de que se adopte o no el sistema parlamentario, sería bueno que la elección del Congreso fuera como la de los países europeos, sin esas particularidades que terminan anulando o falseando la institución del sufragio.

El peligro caudillista
La cuestión del sistema parlamentario requiere mucha más discusión, en todo caso el desprestigio del congreso existente, en buena medida derivado de las leyes torcidas que rigen, y la debilidad de los partidos, por otra parte, refuerzan la tendencia al caudillismo: la gente encontró un líder en el que confía y cada vez más encuentra que la división de poderes sobra, al igual que los partidos. Esa tendencia lejos de remediar el déficit institucional que deriva del desprestigio e inoperancia del Congreso lo multiplica. El líder actual por una parte es un político de larga experiencia y por la otra surgió del clamor nacional contra el terrorismo, puede que un líder futuro que base su popularidad en grandes proyectos asistencialistas o en la retórica nacionalista tenga menos escrúpulos para suprimir la institucionalidad. Ese peligro casi tangible parece aconsejar la consideración del sistema parlamentario. Sólo que tal vez para que funcione serán necesarios partidos con idearios claros, y no al revés.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 16 de julio de 2008.)