miércoles, noviembre 17, 2010

El legado

El inverosímil episodio de Iván Cepeda Castro exigiendo al gobierno pedir perdón por el asesinato de su padre es sólo la punta del iceberg de lo que se mueve en ambientes menos públicos, de lo que sigue pasando en la vida colombiana: el poder que acumularon los terroristas, es decir, Manuel Cepeda y cientos de dirigentes comunistas, de los que las FARC y el ELN son sólo los peones, lo han heredado sus hijos, y no vacilan en seguir promoviendo crímenes y esquilmando a los demás colombianos, con los pretextos más inverosímiles. El caso de Cepeda es extremo: "el Estado" como tal no tuvo nada que ver, el presidente Samper era más bien un aliado del PCC que un enemigo, y más que cualquier otro crimen cometido por funcionarios, ése fue un crimen contra el gobierno.

Un ejemplo de esa herencia es el surgimiento de un grupo de "hijos del M-19" que reivindican la acción de sus padres con la mayor desfachatez, y ciertamente ostentando de forma arrogante el poder que gracias a los asesinatos, secuestros y extorsiones, junto con la alianza con Pablo Escobar y otros jefes de la mafia del tráfico de drogas, concentraron sus padres. Lástima que los nuevos asesinos carezcan de imaginación hasta niveles grotescos y se limiten a reproducir la penosa cháchara, el tosco lirismo, paradigma de la mala literatura, con que sus padres se dedicaron a imponer la tiranía, a mandar matar sindicalistas y a apoderarse de las instituciones.

Lo que pasa es que esa retórica, por mucho que haya tantos que quieran negarlo, es toda la enseñanza de las universidades públicas colombianas, que son a fin de cuentas, junto con las instituciones de justicia y otras entidades estatales, el premio que obtuvieron esos asesinos, y que ahora entregan a sus hijos. Y siendo que tienen gracias al Estado el rebaño al que pueden adoctrinar (lo cual es el verdadero crimen de Estado), ¿quién impedirá que dentro de unos meses vuelvan a las andadas? Yo podría apostar a que en pocos años surgirán los nuevos héroes que empezarán la tarea revolucionaria recuperando las banderas de Camilo, el Che y Carlos Pizarro.

Invito a los lectores a prestar atención a esa retórica, porque están diciendo abiertamente que quieren más guerrillas y más asesinatos, que los crímenes con que sus padres se enriquecieron eran necesarios y prácticamente que hacen falta más. (El mismo presidente Uribe reconoció que su gobierno tuvo que darle dinero al M-19 en agradecimiento por sus proezas, gracias a la negociación de César Gaviria y Rafael Pardo) . De hecho, hay un blog de "Juventudes del M-19" en el que se reproducen exactamente las clases de las universidades públicas. Sería muy lamentable que el lector por pereza no conociera esas perlas.

En realidad cuando surgió el primer M-19 la gente reaccionó con la misma indiferencia: unos jóvenes idealistas que iban a hacer la justicia social, bello objetivo que halagaba a todos los débiles y agraviados, aunque en la práctica sólo les produce rentas a los que tienen relación con las sectas dueñas de la función pública y de las universidades. Hoy en día pasa lo mismo, no sería nada extraño que los jóvenes de la ola verde terminaran afiliados masivamente al nuevo movimiento, pues las raíces del crimen en Colombia son ésas: desde el siglo XIX, la forma correcta de hacer carrera política es matar y secuestrar gente.

De hecho, esa capacidad de intimidación, esa organización cerrada y eficiente, es una herencia más rentable que un hotel o una flota de camiones. Por mucho que uno demuestre día tras día que todo lo que se enseña en las universidades públicas es ESO (claro que se finge enseñar otras cosas, lo cual es como si alguien defendiera a Alfredo Garavito porque no sólo hacía cosas ilegales, también cogía el bus y pagaba lo que consumía), ¿cuánta gente cree que el gobierno debería dejar de gastar el dinero de las víctimas en adoctrinar a sus verdugos? Yo creo que soy el único.

La magia de la retórica de esos asesinos está plasmada en la norma fundamental por la que se rige la sociedad colombiana, y se manifiesta en hechos como las exigencias de Iván Cepeda, pero también en la absoluta inoperancia del sistema judicial, que sólo sirve para esquilmar a los demás colombianos: el Estado tiene una serie de deberes con los ciudadanos. ¿Qué es el Estado? Los derechos los reclaman unos particulares y los cobran los jueces a todos los ciudadanos, pero en la retórica son éstos los beneficiados: al quitar lo han llamado "dar", y la gente está feliz con sus derechos.

Pero ocurre lo mismo que con las universidades: nadie, insisto: nadie quiere aceptar que el principal freno del desarrollo es ese esfuerzo por organizar asesinatos con recursos de las víctimas. Y tampoco nadie quiere aceptar que los derechos de la Constitución son una vulgar estafa con las palabras, y es porque en realidad todos quisieran estar en la situación de los privilegiados (de los herederos del crimen), a los que pretenden odiar pero en realidad admiran.

La indolencia generalizada ante la reaparición del M-19, y aun la simpatía con que se acoge su retórica, amenaza profundamente el futuro de la sociedad colombiana. Nadie debe olvidar que en los próximos años el peso de las industrias de extracción en la economía crecerá, y que esas industrias generan rentas enormes que van a manos de organismos públicos. De hecho, los años en que más funcionó la organización de las bandas terroristas y se impuso la Constitución protochavista, fueron los mismos del descubrimiento de Caño Limón. El enorme botín les abre la tarasca, y la violencia es una forma muy eficaz de acceder a él, como de hecho demostraron los padres de estos asesinos con pedigrí.

Ojalá la sociedad colombiana mirara a su interior y entendiera que un retroceso, una desviación por el camino de Venezuela, sería el comienzo de una catástrofe mucho peor que la experimentada hasta ahora. Y que el peligro es cierto, que efectivamente el Partido Verde tiene relaciones muy extrañas con el M-19, y la antigua secta asesina tiene suficiente poder para elegir, en alianza con el samperismo y el Partido Comunista, dos veces, y quién sabe cuántas más, alcalde de Bogotá.

Claro que mucha gente cree que el M-19 es algo distinto de las FARC (cosa tan cierta como que Rodríguez Gacha era distinto de Escobar, aunque ambos fueran socios del M-19). Al interesado lo invito a leer lo que cuenta Eduardo Pizarro sobre las relaciones internacionales de la guerrilla patriótica. Y esa idea engañosa encaja perfectamente en la nostalgia generalizada de una guerrilla "con ideales", que comparte hasta el general Valencia Tovar. De modo que todo está dispuesto para alguna acción admirable como el robo de la espada de Bolívar, o la toma de la embajada dominicana.

(Para formarse una idea de cuál es la Cultura de la Universidad Nacional, el "cun" que distingue a Cundinamarca de Dinamarca, los invito a leer este genial artículo de un destacado profesor, también columnista de El Tiempo. Respecto a la reclamación de Íngrid, el prócer manifiesta:
No es aceptable que los funcionarios, para liberarse de sus responsabilidades, le hagan firmar un documento al ciudadano. Los funcionarios del Estado tienen la obligación de impedirle el paso cuando sea necesario.
No es humor, es algo serio: los mismos que encargaban los secuestros se dedicarán ahora a hacer de defensores de los secuestrados [los jueces son sus compañeros de estudios, parientes, vecinos, amigos y en todo caso cómplices "ideológicos"], para cobrar dos veces o muchas más el secuestro, esta vez compartiendo el premio con las víctimas. Ese columnista no tenía empacho en pedir que se hiciera justicia social para que liberaran a Íngrid. Y entre tanto cada semestre se forma una nueva hornada de secuestradores, que cuando sean viejos despojarán a los demás colombianos mediante demandas por sus crímenes, pues a fin de cuentas el ciudadano colombiano, como el que juega a la lotería, vicio que algunos llaman "el impuesto de los bobos", no vacila en ser generoso con quienes roban de la caja común, siempre con el sueño de ser un día el afortunado.)

(Publicado en el blog Atrabilioso el 28 de julio de 2010.)