lunes, diciembre 01, 2008

El polvo blanco y el oro negro

Publicado en el blog El Andurrial el 22/04/2007


Antes de que el narcotráfico se enseñoreara de la sociedad colombiana hubo una clara hegemonía ideológica del sistema de valores que le permitiría imponerse. Para la inmensa mayoría de los colombianos educados en los años sesenta y setenta, el bienestar del país debía provenir de un precio «justo» de las materias primas que los estadounidenses nos «robaban» (por no haber gobiernos «dignos» que «lucharan» por el pueblo).

Ese discurso sigue siendo el que predomina en los sectores sociales que se conocen como izquierda democrática, tanto en sus organizaciones armadas como en las que operan dentro de la legalidad, que en algunos textos característicos son por completo indistinguibles, como en este escrito de William Ospina. (Se recomienda en especial, caso de que se siga el enlace, las alusiones a Chávez para ver el sentido rentista del discurso de esa facción). Lo que permitió el narcotráfico, es decir, que muchas personas se dedicaran a una industria criminal cuya rentabilidad se basa en la ilegalidad y el peligro, fue esa sensación generalizada de agravio respecto a la gente de los países desarrollados. Lo que hacía justificable ese rencor era el supuesto robo de los recursos naturales.

Y el problema es el sobreentendido que va dentro y que sólo con mucha obstinación se descubre. Salvador de Madariaga decía que en Bolívar coexistían la arrogancia del conquistador y el resentimiento del conquistado. Eso parece darse en casi todos los latinoamericanos. El sobreentendido no se nota porque, según las rutinas católicas en que viven los colombianos, la sed de justicia del pobre parece la manifestación misma del bien. No se ve que también hay un valor propio de los criollos y de los castellanos viejos: que no hace falta trabajar.

Coca y petróleo tienen eso en común, que el trabajo es mínimo en comparación con la rentabilidad. En el caso del mineral porque está en el territorio dominado por un Estado; en el de la droga, porque la prohibición multiplica el precio. Y cuando se piensa en la decadencia de un país como Irak se encuentra precisamente eso: la caída de la gallina de los huevos de oro en manos de una banda mafiosa eficazmente organizada. Sin esa riqueza Irak habría sufrido muchísimo menos. Y no menciono a Venezuela porque ese país aún no ha vivido completo su viacrucis.

Porque esas fuentes de riqueza sólo sirven para hacer más poderoso al que vive de la fuerza, del asesinato, del terror, del control paranoico, respecto del que trabaja. En última instancia la izquierda democrática es el partido de los que viven de rentas y las obtienen gracias a sus conexiones, es decir, gracias a su origen social. La organización que les provee esas rentas se puede llamar izquierda democrática como en Colombia o Estado bolivariano como en Venezuela, en uno y otro caso de lo que se trata es de repartir entre unos pocos el botín petrolero y de conservar el dominio de la máquina estatal para asegurarse esos ingresos.

Por eso es ocioso desesperarse ante Chávez y atribuirle singularidades psicológicas: fatalmente el petróleo cae en manos de mafiosos. Y por eso es inconcebible una renovación real de Colombia sin hacer frente a ese discurso de la educación pública: Colombia necesita que su población trabajadora pese más en la economía que la suma de petróleo y cocaína. Por eso es tan necesario que el gobierno implante medidas que favorezcan la creación y expansión de las empresas y la contratación laboral, porque los países realmente ricos y respetados son aquellos que no tienen otras fuentes milagrosas de renta que el trabajo concienzudo de su población: Japón, Corea del Sur, Suiza.

Ésa es la diferencia entre la población que muestra benevolencia ante el gobierno de Uribe y la minoría que quiere que se dé poder a los secuestradores. Entre la derecha y la izquierda democrática. En el primer grupo está la gente que no tiene contactos para conseguir empleos estatales y que no ha encontrado otra fuente de ingreso que el trabajo. En el segundo están los legalizadores que extrañamente se olvidan de que el programa de su partido exige que se necocien las leyes con una organización de narcotraficantes, como lo es las FARC.