martes, agosto 09, 2011

El espíritu de equidad


Hace poco me enteré de que el sabio gaditano José Celestino Mutis había encontrado a los santafereños "retóricos y leguleyos", cosa que por lo demás llamaba la atención de cualquier extranjero que visitara Colombia en los siglos anteriores, y que sigue siendo llamativa para cualquier colombiano que se haya desarraigado. Esos dos adjetivos hablan del sentido del daño moral colombiano: la mala fe omnipresente. Sirva de ejemplo esta perla que leí en El Tiempo del 18 de abril, respecto a la extradición del mafioso Makled a Venezuela:

¡Lo correcto según la ley es impedir la investigación de las mafias! ¿A quién le va a importar que la caterva de malhechores que ocupa la cúpula judicial haya acordado previamente con Santos, y quién sabe con qué incentivos, ofrecerle el pretexto para enviar a Makled a Venezuela? Los colombianos dan por buena la extraña pirueta legal, no les incomoda saber que el motivo por el que Chávez quiere a Makled es para proteger el tráfico de cocaína, el mismo por el que echó a la DEA de su país, ni que ese negocio sirve para financiar a las organizaciones terroristas con las que Santos pretende negociar las leyes, y que podrían matar a los mismos indolentes.

¿Por qué no va Santos a buscar la negociación política? Las leyes son un trámite en el que someterse a los más descarados prevaricadores es la "vacuna" (nunca mejor dicho) contra el prevaricato. Están hechas para proteger el tráfico de cocaína y el avance de los peones que adoctrinó el Hermano Mayor del presidente desde la revista Alternativa y que mueren por miles cada año sin que el poder de La Familia ni sus negocios mengüen.

Pero nadie debe creer que la desfachatez de los cínicos sólo tiene que ver con asuntos judiciales: es un rasgo de carácter profundo y determina todo lo que ocurre en la sociedad. Ya no sé cuántas veces habré señalado que prácticamente todas las personas que están en el primer decil de ingreso se proclaman rabiosas enemigas de la desigualdad, y que en el primer centil sin duda predominan los que tienen por oficio combatirla. ¿Alguien se molesta por eso? Bah, habría que salir de Colombia.

En cierta ocasión un caballero español me oyó decir algo sobre la inseguridad en Colombia. "Ciertamente no es Suiza", me dijo. Tuve ganas de confrontarlo con los colombianos ilustrados a ver si hubiera uno solo que juzgara preferible la vida en Suiza. No es que no vean problemas en Colombia, pero que nadie vaya a ponerles de ejemplo ese infierno del lucro y la usura. Bah, todos los países que figuran en los primeros lugares del Índice de Desarrollo Humano o de las estadísticas de PIB per cápita les parecerían igualmente despreciables para sus hondas aspiraciones.

Por ejemplo, un profesor de la Universidad Nacional, no sé si Colombiano por la Paz porque son 155.000 firmas y los más avispados no firmaron al comienzo, aunque casi todos firmaron... Bueno, un tal Mauricio García se quejaba de que en Colombia la desigualdad era tan grave que los pobres no tenían las mismas oportunidades de los ricos de obtener un doctorado. No vayan ustedes a pensar que es inconcebible un país que haya logrado tanta perfección, ni siquiera Corea del Norte... Perdón, tal vez Zimbabue sí llegue a tanto, toda vez que ya no hay ricos y nadie obtiene doctorados.

Colombia es así: el mayor obstáculo para que la instrucción llegue a todos y mejore su calidad es el despilfarro de recursos públicos en asegurarles rentas a varios miles de Colombianos por la Paz, dedicados a exigir perfecciones absurdas y obteniendo ingentes fortunas salidas de la caja común, con frecuencia por predicar la violencia. Si se cuentan las reclamaciones de derechos fundamentales de las altas cortes, se está sencillamente ante un despojo generalizado que se comete con el pretexto de favorecer la igualdad entre todos, ¿o esperará el profesor García que todos los pobres tengan las mismas oportunidades que tiene él de ganarse el sueldo de varias decenas de trabajadores honrados? Es exactamente el mismo procedimiento por el que lo legal es favorecer a las mafias en el circunloquio de Santos.

Pero es difícil librarse de esa potente presencia. Por ejemplo, otro líder universitario, Alejandro Gaviria, se ocupaba en su última columna de la aborrecida exclusión: claro que el motivo "profundo" es el consuetudinario festín de afrentas contra los Uribe, pero el pretexto es gracioso.
Tomás Uribe parece suponer que la pertenencia a cierto círculo social señala o predice el buen comportamiento. Como si la prestancia moral fuese hereditaria. Como si el origen o la afiliación social permitiera juzgar el carácter o adivinar la conducta. Si mis tratos hubieran sido con un joven de una familia desconocida o de un estrato intermedio, sugiere Tomás, mis contradictores tendrían razón en cuestionar mi comportamiento. Pero mis relaciones fueron con un joven de la alta sociedad, alejado en principio de los malos pasos, de los negocios turbios.
Si no fuera en Colombia, nadie pondría en duda que la pertenencia a cierto círculo social señala o predice el buen comportamiento. Es muy poco probable que la gente rica le dé escopolamina a uno para robarlo, o que se llene la barriga de bolas de látex con drogas. El terrible sesgo por el que los descendientes de personas distinguidas son mejor considerados es la norma en todo el mundo en todas las épocas. Pero no en Colombia, donde el espíritu de equidad está a todas horas a punto de saltar, sobre todo entre los grandes beneficiarios de la desigualdad.

En el siguiente párrafo Gaviria alude a unos becados de su universidad que no encuentran trabajos tan buenos como los de los procedentes de familias ricas. Eso mismo pasa en todo el mundo, y a nadie le sorprende: cuando el empleador no puede discriminar según sus valores y preferencias, sencillamente no hay propiedad. Y es que el fondo de tanto amor a la equidad es sólo el gastado colectivismo: no una queja contra la exclusión sino contra la autonomía ajena.
Muchos empleadores, dicen los que saben, filtran las hojas de vida con base en los lugares de residencia, en los nombres propios, en las referencias personales, esto es, en los marcadores obvios del origen social. Y lo hacen de manera rutinaria, casi automática, con la misma naturalidad (inocente en apariencia) de la carta de Tomás Uribe. Los prejuicios de clase no suelen ser estridentes. Pero su acumulación silenciosa es nefasta, reduce las posibilidades de movilidad social, concentra las oportunidades en los mismos muchachos de la alta sociedad.
Exactamente lo mismo que describí antes sobre la mentalidad leguleya. ¿Es que en los demás países no se prefieren siempre los de extracción social más alta? Claro, pero el sentido de equidad de esa gente no es como el de los colombianos (pues no es cuestión de Gaviria ni de los Colombianos por la Paz sino de la mentalidad típica). ¿Cómo es que hay menos desigualdad en los países en los que los estudiantes de las universidades más prestigiosas no andan cuestionando que los ricos tengan más dinero? Mejor dicho, ¿cuál es el sentido del rechazo de los privilegiados colombianos a la desigualdad? Es exactamente el mismo mecanismo por el que los magistrados de las altas cortes cobran el sueldo de centenares de personas (a lo largo de la vida), se gastan aún más en viajes, reciben muchísimo más en negocios derivados de su cargo, y todo lo hacen por el amor a la igualdad y a los derechos de todos.

Lo extraño es que en los países donde no hay tal voluntad generalizada y aun unánime de remediar la exclusión hay muchas más oportunidades para la gente pobre que en Colombia: ya lo he dicho, la forma de no prevaricar es favorecer a las mafias. De hecho, no es raro que a Gaviria lo convencieran los "argumentos legales" para extraditar a Makled a Venezuela.

El tema de la odiada discriminación encontró fervorosos seguidores en el foro del blog del decano. ¡Nada molesta tanto a los obscenamente pretenciosos patanes de UniAndes como la exclusión! Basta con ver cómo miran a los demás colombianos. En su payasada leguleya, gracias a la cual se ponen un adorno moral tan ridículo como la "conciencia social" de la sobrina de Noemí Sanín y la inmensa mayoría de los pensadores de su laya, reflejan ese apego tradicional a la equidad. Por ejemplo, hace unos años se aprobó una ley según la cual uno no puede ser discriminado por la edad. Va un hombre de sesenta años a competir por un puesto con uno de veinticinco, y si al empleador le da por preferir al joven, el rival puede presentar una denuncia por discriminación.

Las posibilidades de sufrir discriminación afloraron de forma maravillosa en dicho foro: ¿por qué no tiene las mismas oportunidades de dirigir una empresa de perfumes alguien que se llama Apestoso que uno que se llama Carlos? ¿Cómo es que el empleador prefiere a la gente que le puede generar beneficios y no a la que le ocasiona pérdidas?

El fondo de la cultura universitaria colombiana es el anticapitalismo: hace cuarenta años era la llamada unánime a la lucha armada contra la explotación y unas décadas antes era abierto jesuitismo. Los inútiles consideran que algún adorno moral les permitirá disponer de las propiedades ajenas y obligar a las orquestas a contratar músicos malos y a los colegios a nombrar pederastas, pues ¿cómo va a tolerarse la exclusión?

Es muy curiosa esa preocupación no por la igualdad sino por las posibilidades de acceder a la cúpula, y expresa inquietudes menos generosas que el dolor por el fracaso de quien se llama Yasbleidy. ¿Qué importa que alguien de extracción muy humilde llegue a dirigir las empresas si la situación de los demás no mejora? Las quejas por la exclusión en esos casos, muy frecuentes entre personas riquísimas y ligadas a familias muy influyentes, sólo son el sentimiento de que la familia de Pastrana o la de Samper o gente así los excluye a ellos.

Si fuera por lo que inquieta a las personas excluidas, en primer lugar habría que pensar en remediar la pobreza, pero ¿acaso negarán que la principal causa de la pobreza es la improductividad de la educación? ¿Cuántas empresas han creado los cientos de miles de mejoradores del mundo que han vomitado esos antros en las últimas décadas? ¿Cuántas patentes han registrado? ¿Cuántas obras de mérito han hecho? Tras la exhibición de buenos sentimientos siempre está la buena conciencia con que se ejerce el más dañino parasitismo, siguiendo el ejemplo del viejo clero.

En segundo lugar, estaría la desigualdad. He explicado cientos de veces que la mayor causa de la desigualdad es ese mismo parasitismo, que los nobles comentaristas del blog del decano no producen nada y se quedan con todo gracias a sus privilegios. No a que un fabricante de colchones prefiera nombrar gerente a su hijo y no a un rebelde justiciero de cara cortada y familia incestuosa, sino a que el Estado se gasta los recursos de todos en proveerles rentas a esas personas (podría apostar a que buena parte de dichos comentaristas son becados, planificadores, profesores de universidades públicas, etc., o hijos de tales). Sin el factor Estado la selección basada en el favor y no en el mérito estaría en desventaja frente al esfuerzo de la competencia. Es decir, la burocracia es una fuente de privilegios que no tiene competencia y sólo requiere exhibición de buenos sentimientos, idénticos al apego a las leyes de Santos.

Sin el sobreentendido, común a casi todos los colombianos, de que el hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, sería fácil entender que Colombia en el mundo es un país miserable y atrasado, y que todos los países que no lo son sencillamente han ahorrado el refinamiento de sus elites durante siglos. La barbarie latinoamericana consiste en que cada generación aparecen unos príncipes Chávez cuyos descendientes podrían llegar a apreciar la ópera al cabo de medio milenio. En contraste, la familia real japonesa está ahí hace miles de años, y las aristocracias escandinavas o la británica pierden sus raíces en la Edad Media.

El otro factor decisivo, tras la pobreza y la desigualdad, es el funcionamiento del Estado. ¿No es fascinante que TODOS, TODOS, TODOS, TODOS los incluyentes de UniAndes que comentan en dicho blog sean defensores del derecho líquido, de la acción de tutela y de cuanta arbitrariedad dispongan los "jueces"? Es que la no exclusión es el pretexto para hacerse poderosos sobre los demás, tal como ocurre en todo el colectivismo.

Hace muchos años vi una viñeta de un humorista argentino en el que un minusválido sin piernas que se desplazaba en un carrito de balineras apoyando las manos en el suelo persigue a una muchacha: "Me despreciás por ser sudaca". La pretensión idiota de los parásitos es que las empresas acepten a los que se tiran pedos en el consejo de administración, y detrás de esas babosadas sólo está (al igual que en el odio al programa AIS que Gaviria desaprueba sin argumentos) el viejo odio a la propiedad.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 20 de abril de 2011.)