viernes, diciembre 30, 2022

El volcán de Tonga

¿Sabía usted que la guerra civil española comenzó tras el fracaso de un golpe de Estado contra un gobierno que había sido elegido mediante fraude y cuyos funcionarios habían asesinado cinco días antes al jefe de la oposición? ¿Y que durante los cinco años transcurridos desde la instauración de la segunda república se habían cometido miles de crímenes contra curas y monjas por el hecho de serlo? ¿Y que tras el estallido de la guerra y la toma de poder por partidos marxistas muchos miles de personas que no tenían ninguna relación con la rebelión fueron asesinadas por milicias de esos partidos, que contaban con centros de tortura conocidos como “checas”? ¿Y que los padres de la república, como Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala, se oponían resueltamente al gobierno del Frente Popular y volvieron a España tras la guerra?

No es muy probable que lo sepa, salvo que tenga un gran interés en la historia de España, de otro modo casi seguro cree que hubo una guerra civil que emprendió el fascismo contra la república. Es sólo un ejemplo de lo que explicaré después.

¿Sabía usted que antes de Trump, en este siglo, dos candidatos del Partido Demócrata estadounidense cuestionaron el resultado del escrutinio exactamente igual que lo hizo el líder republicano? Lo hicieron Al Gore en 2000 y Hillary Clinton en 2016. A lo mejor si usted ya ha alcanzado cierta edad, le presta atención a la política internacional y tiene buena memoria lo recuerda. La mayoría lo desconoce y es capaz de creer que lo que hace Trump pone en peligro la democracia en ese país, tal como a todas horas repiten los medios, que aprovechan el estilo áspero y desapacible del expresidente para alimentar un odio en el que caen las personas sencillas por pura presión ambiental. Son los famosos cinco minutos de odio que cada día ponían en práctica los habitantes de Oceanía en la famosa novela de Orwell, pero que sólo era el reflejo de lo que había ocurrido en la Unión Soviética con Trotski, el rival de Stalin, y sigue ocurriendo en los regímenes comunistas cerrados, como Cuba o Corea del Norte, y quizá pronto de nuevo en China.

Son dos ejemplos que ilustran claramente la labor de los grandes medios, unidos en torno a un consenso que comparten con el Partido Demócrata estadounidense, las grandes empresas de internet, la alta burocracia global, la mayoría de los gobiernos europeos, las universidades y otras instancias de dominación: aquello que cuentan es lo que favorece en el público las percepciones que convienen a su agenda, en gran medida compartida con regímenes totalitarios como los de Irán o China. Al que quiera formarse una idea de cómo opera ese consenso le debería bastar saber que para la inmensa mayoría de los europeos y americanos la paz de Santos, basada en el resurgimiento de unas bandas criminales prácticamente extintas, en la multiplicación del narcotráfico, la traición a los votantes y el premio de miles de crímenes monstruosos es un gran avance para el país.

El engaño de los medios no se basa tanto en lo que publican cuanto en lo que ocultan, como se infiere de lo explicado anteriormente. Respecto al cuento del «cambio climático» y la implantación forzosa de una ideología ambientalista muy apropiada para forzar unanimidades y recortar libertades, además de blanquear a los diversos herederos del totalitarismo del siglo pasado, ahora cuentan con la ventaja de que efectivamente hace mucho más calor y las víctimas de la desinformación no tienen modo de enterarse de que no es por culpa de los consumidores de combustibles fósiles (que le sacan la sangre a la Tierra, como advirtió un «sabio» «indígena» y confirman hoy todos los científicos, según dijo Petro en su obsceno discurso en Queens, que no mereció la menor atención de la supuesta oposición, salvo por lo de la manada de lobos, errado pero congruente con su ideología colectivista).

La causa del inusitado aumento de la temperatura es la erupción a comienzos de este año del volcán submarino de Hunga Tonga-Hunga Ta’apai, en Oceanía, la mayor registrada en la Tierra en la era moderna, que expulsó a la atmósfera miles de millones de kilos de vapor de agua. La temperatura podría mantenerse muy por encima de los niveles habituales durante cinco años, según se explica con claridad en este artículo de National Geographic, y más detalladamente en el estudio enlazado en él.

El alarmismo climático es un elemento clave en el siniestro programa de ingeniería social que está implementando en todo el mundo la conjura de los dominadores. Tras la persecución de los combustibles fósiles están los intereses de las empresas de energías renovables y aun del régimen chino, que los sigue usando sin preocuparse y los encontrará más baratos gracias a la abstinencia occidental. China es el principal socio comercial de Alemania, que como poder hegemónico en la UE puede hacer que todos los demás socios compartan el pago de la factura energética, sobrecargada por dicha abstinencia.

Acerca de ese alarmismo, el interesado podría evaluar la serie de artículos que publicó hace unos meses el periodista español Federico Jiménez Losantos.

En Colombia el asunto es como una productiva guaca para Petro: la inevitable caída del PIB por su reforma tributaria y la fuga de inversiones queda justificada por la necesidad de proteger a la Pachamama del pecado del consumismo, y tan hermoso y noble propósito redime a su gobierno y a sus clientelas de su origen en la industria del secuestro y de su patente relación con el tráfico de cocaína. Los típicos «intelectuales» colombianos no ven ningún problema en la compañía de personajes como Ernesto Samper y sus socios de toda la vida porque son la misma clase de gente que hace cuarenta años se ilusionó con Pablo Escobar, ahora con un barniz de cultura y con el aplomo que proveen los diplomas que expiden los marxistas, hegemónicos en casi todas las universidades. El ambientalismo inflama sus corazones sensibles de nobles propósitos mientras parasitan (y roban si pueden, es decir, si tienen suficiente rango social y contactos para acceder a puestos de poder).

(Publicado en el portal IFM el 18 de noviembre de 2022.)

martes, diciembre 20, 2022

Ya eres como ellos

En las películas de cine negro y también en muchos wésterns, cuando el justiciero o la víctima se dispone a matar al villano suele haber alguien que le advierte: «entonces serás como él», y no es un peligro teórico, por ejemplo, en The Searchers, Ethan Edwards, el personaje al que da vida John Wayne, termina arrancándole la cabellera al indio que raptó a su sobrina.

La historia colombiana reciente también es un relato de villanos y víctimas, los justicieros son más difíciles de identificar, pero ¿en qué se diferencian los villanos de sus enemigos salvo en el papel que le corresponde a cada uno? Mejor dicho, ¿qué clase de ser humano se decide a secuestrar y asesinar gente en aras de una transformación de la sociedad que siente que tiene derecho a buscar porque su opinión debe prevalecer sobre los intereses y hasta sobre las vidas de los demás?

A esa cuestión del móvil remoto de los posicionamientos ideológicos no se le suele prestar atención porque como se dice en Cien años de soledad, en Macondo «el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre». La mayor parte de las veces, el origen de la adhesión ideológica al comunismo se explica por contagio de «ideologías foráneas», como si, por ejemplo, la guerrilla del ELN no hubiera tenido durante más de medio siglo una fuerte imbricación con la Compañía de Jesús y otros grupos católicos.

Se podría explicar más bien de otro modo: el devenir histórico que preveían los colonos españoles hace tres o cuatro siglos no se parece al que realmente ocurrió. Los traidores al papado se hicieron amos del mundo y en sus países floreció una nueva ideología, que en el siglo xix se hizo hegemónica, aunque España e Hispanoamérica contaban poco en ese siglo. Los grupos dominantes de nuestras sociedades perciben esa ideología, el liberalismo —que aspira a una sociedad de ciudadanos libres e iguales—, como una amenaza y oponen un escudo de resistencia. El colectivismo-estatismo que tan poderosamente seduce a los universitarios de toda la región en el siglo xx es un formato de ese escudo. Una salida, una solución.

Una cuestión en apariencia ajena me ha hecho reflexionar sobre eso. Cuando se habla de los derechos humanos los colombianos «de derecha» no pueden ocultar una llamativa repugnancia. Es verdad que las ONG de «derechos humanos» han convertido esa cuestión en un elemento útil de su propaganda, y que esas ONG son parte de la conjura narcocomunista, de modo que cualquiera de sus campañas de calumnias contra los militares colombianos, por poner un ejemplo, equivalía a una masacre con cientos de víctimas, pero precisamente eso ocurría porque incluso los defensores de los militares estaban dispuestos a creerlas. No había ni hay un consenso respecto a los derechos humanos, entendiendo como tales los llamados «de primera generación» (los que no son bienes que los demás deben pagar), porque su fundamento ideológico es el liberalismo, algo ajeno y opuesto a la idiosincrasia local.

Al interesado en la cuestión le recomiendo un comentario que escribí hace años sobre un artículo del entonces presidente de la Asociación Colombiana de Juristas Católicos que se oponía a la aceptación de los derechos humanos como base del ordenamiento jurídico. https://pensemospaisbizarro.blogspot.com/2014/03/derechos-humanos-ideologia-y-ley.html.

A esa hostilidad ideológica se le suma la confusión conceptual: ¿qué son los derechos humanos? El diccionario los asimila a los derechos fundamentales, aquellos que forman parte de la dignidad de todo ser humano y figuran como tales en los textos constitucionales. Si una persona sufre un atraco o una violación, no es una cuestión de derechos humanos salvo que esos hechos fueran obra de las autoridades. En cambio la cuestión del voto militar, sobre cuya prohibición hay un gran consenso en Colombia, sí remite a la situación de unos ciudadanos despojados de su derecho fundamental a elegir a sus gobernantes.

Pero hay que insistir en que los colombianos no tienen ninguna adhesión a esos derechos como no la tienen a los valores liberales, ocurrencias como «los derechos humanos son para los humanos derechos» encuentran enseguida mucho público, al parecer porque a la mayoría les parece que ciertas personas no deben tener derecho a un juicio justo o se las debe torturar o ejecutar sin juicio. ¿Qué otra cosa puede significar ese dicho?

¿Qué otra cosa puede significar un tuit de un influencer muy conocido de la «derecha» (muy afín al partido que quiere respetar los acuerdos con las FARC) en el que dice que Colombia necesita a un Naguib Bukele y se toma una foto al lado de un cartel con la imagen del presidente salvadoreño y la frase «Los derechos humanos de la gente honrada son más importantes que los de los delincuentes»? https://twitter.com/jarizabaletaf/status/1586424825974693888

Los derechos humanos de todos son sagrados e igualmente importantes, la gente que se describe como honrada es relativa, por ejemplo en Cuba sin duda llaman así a los matones del régimen, el único sentido que tiene esa perla de Bukele es la idea de que se puede prescindir de los derechos de algunas personas.

Es gracioso, el poder político en Colombia está en manos de una banda de asesinos que no respetarán ningún derecho de nadie cuando les convenga violarlos, tal  como ya ocurre en Cuba, Venezuela y Nicaragua, y los jueces son simplemente secuestradores al servicio de la misma mafia de la cocaína, pero lo que ilusiona a los supuestos opositores es que se pueda prescindir de los derechos humanos de alguien. Y precisamente lo que ocurrirá será que los militares y policías colombianos violarán los derechos humanos de quien se oponga al régimen narcocomunista, sólo hacen falta unos meses para que el gobierno controle a los mandos de esas instituciones.

El colombiano suele creer que se puede prescindir de los derechos de alguna persona, por esa ausencia de valores liberales es por lo que algunos colombianos optan por mejorar las vidas ajenas contra la voluntad de esas personas. Los que «razonan» como Arizabaleta y Bukele ya son como los terroristas.

(Publicado en el portal IFM el 11 de noviembre de 2022.)

viernes, diciembre 16, 2022

Los demócratas de todo el mundo contra Donald Trump

Hay un consenso en los medios europeos y latinoamericanos sobre determinadas cuestiones y la audiencia suele compartirlo, salvo cuando la afecta directamente. Por ejemplo, sobre la paz en Colombia puede haber muchos colombianos que se pregunten si es de verdad lícito que un presidente se haga elegir para hacer lo contrario de lo que prometía, que las instituciones se repartan con bandas de asesinos monstruosos, que éstos nombren a los jueces y que pasen a ser legisladores sin ser elegidos. Fuera de Colombia nadie discute nada de eso, los periodistas porque obedecen a la consigna general, la audiencia porque no le importa.

Ese mismo consenso se da respecto del «populismo» de la «extrema derecha» y puede que ahí sí haya muchos colombianos no necesariamente partidarios de Santos y sus sucesores que se sumen al consenso. El triunfo de Lula en Brasil contó con el apoyo de esos medios, que describen a su rival como una especie de Hitler austral y tapan tanto las evidencias de corrupción del reelegido como su evidente conexión con tiranías sangrientas y organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico.

Es decir, el periodista europeo típico puede declararse liberal, conservador o libertario, pero respecto a las dos cuestiones mencionadas está en el mismo bando de los que casi explícitamente son financiados por Maduro, por los ayatolás iraníes, por Putin o por el régimen comunista chino. Nada podría resultarles más ingrato que ser considerados amigos del populismo o de la extrema derecha.

El consenso se hace rabioso cuando se trata de Donald Trump. Con toda certeza, claramente comprobable, ni Hitler ni Stalin, ni menos Mao, Castro o Pol Pot, tuvieron la mala prensa que tiene Trump en los medios europeos. ¿Está justificada esa aversión? Primero hay que tener en cuenta que todos los presidentes republicanos —también los demócratas pero últimamente menos desde que la pasión antiamericana necesita disfrazarse un poco—, son presentados como los mayores criminales de la historia. El que ha cumplido cincuenta años recuerda la campaña contra Bush por la invasión de Irak, que sacó a millones de europeos a las calles, cosa que ciertamente no ocurre respecto de la invasión de Ucrania. Pero los mayores pueden recordar lo que se decía de Reagan cuando gobernaba, y aun habrá quien presenciara la misma borrachera de odio contra Nixon. Baste recordar que Pablo Neruda publicó un libro llamado Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena.

Pero debo insistir en que respecto de Trump el odio está más disfrazado y los periodistas del consenso no se presentan como los enemigos de Estados Unidos sino como los defensores de su democracia. Para eso tienen dos «caballitos de batalla» típicos: el que se resistiera a aceptar la derrota electoral y el que mandara a sus partidarios a tomarse el capitolio.

¿Qué es un periodista? Un personaje de la película El matrimonio de Maria Braun declara «soy periodista, no tengo opinión», y no se trata de eso. Todo el mundo tiene opiniones, pero la labor del periodista no es llevar a su audiencia a compartir las suyas sino informar. Y si es inevitable que se conozca su opinión, al menos debe expresarla respetando la autonomía del interlocutor y sin mala fe. Los dos temas mencionados sobre Trump dejan ver la mala fe de la mayoría de los periodistas europeos y latinoamericanos.

Todos hacen creer a la gente poco informada que el resultado electoral en noviembre de 2020 fue claro a favor de Biden, pero los que estábamos atentos a la cuestión vimos maravillados cómo una victoria clara de Trump se convertía en lo contrario al cabo de muchas semanas de recuento inexplicablemente lento. Tal vez no podamos probar que hubo fraude, pero es innegable que en los estados decisivos, Georgia, Pensilvania, Arizona, Wisconsin y Michigan el recuento fue extremadamente dudoso. Para esos falsos periodistas parece que dudar del resultado fuera un atrevimiento inconcebible, pero ellos, y su audiencia, pues el fervor antiamericano es un rasgo idiosincrásico de las mayorías en ambas regiones, más bien exigían que se hiciera fraude para que Trump perdiera.

El asalto al capitolio es una mentira aún más grotesca: en muchas circunstancias los políticos llaman a sus seguidores a manifestarse, sin ir más lejos, los comunistas en España rodearon el Parlamento de Cataluña, impidiendo entrar a los diputados. Si finalmente los exaltados partidarios de Trump entraron en el capitolio fue porque los dejaron entrar, cosa que se explicó muchas veces en Twitter con el efecto de que se suspendían las cuentas que lo hacían. De hecho, se publicaron pruebas de que los invitaron a entrar, y aun el más propenso a creer el cuento de la amenaza a la democracia de unas decenas de manifestantes se preguntarán cómo es que nadie ha pensado antes en dar un golpe de Estado definitivo por ese medio.

Mala fe y desfachatez, durante mucho tiempo yo veía a los personajes de los medios colombianos como Daniel Coronel o Félix de Bedout como bandidos con micrófono explicables en un país sometido al crimen organizado, pero después he visto que los tertulianos y redactores de los medios españoles se les van asimilando de una forma escandalosa.

He señalado que esos exigentes demócratas afines a Santos y a Lula y a los periodistas amigos de Maduro prácticamente pedían que se hiciera fraude. El que lo dude debería plantearse estas preguntas: ¿cómo se puede justificar que las televisiones estadounidenses, empresas privadas que sirven a los intereses de sus dueños, se permitan interrumpir la transmisión de lo que dice el presidente elegido por los ciudadanos para dirigir el país? ¿Quién atenta contra la democracia? ¿Qué es democracia?

No, esas preguntas no son las que debe plantearse el lector porque al final hay otra que lo resume todo con mayor claridad: ¿qué periodista de los que se santiguan horrorizados por los frikis del Congreso o las acusaciones de fraude ha mostrado alguna vez el menor reproche sobre ese hecho, o sobre la cancelación de la cuenta de Twitter del expresidente? Sería muy bueno que el que haya visto alguno lo publique.

La mala fe de esos pseudoperiodistas lleva al lector a elegir entre ser partidario o detractor de Trump, cosa en la que tienen mucho éxito porque sin ir más lejos en todas las elecciones uno descubre que la mayoría de los opinadores espontáneos de las redes sociales creen seriamente que votar es como contestar a un test de personalidad. Pero no se trata de eso, se trata sólo de la verdad y de la democracia. El ciudadano hispanoamericano puede tener dificultades para apreciar la especificidad de Trump, de su personalidad y de su estilo, y aun puede aborrecerlos, lo cual no debería llevarlo a hacerse cómplice de los mentirosos que intentan presentar el recuento como un modelo de escrutinio limpio y la protesta como un terrible golpe de Estado.

Con la paz de Santos ya vimos a casi todos los periodistas colombianos entregados a cobrar los crímenes terroristas con diversos pretextos, algunos muy engañosos porque la buena conciencia de su público necesitaba adornar el hecho monstruoso de reconciliarse con monstruos en nombre de personas que no les importan. Con los minutos diarios de odio a Trump se evidencian en otras regiones el afán de congraciarse con esos poderes en la sombra que llevaron a la presidencia de Brasil al ladrón narcocomunista Lula da Silva.

(Publicado en el portal IFM el 4 de noviembre de 2022.)