viernes, julio 16, 2004

Bin Laden y Tirofijo

A menudo leo comentarios de personas que comparan a los terroristas de Al Qaeda con los de las FARC o el ELN y me sorprendo de tanta ligereza. Si algo está bien lejos de los pilotos suicidas del 11 de septiembre son los sicarios de las bandas narcoterroristas colombianas.
 
Los primeros representan el extremo del arraigo y los segundos el extremo del desarraigo; los primeros son patricios hastiados del confort mientras que los segundos son el lumpen que sueña con acceder rápido a ese confort; los primeros sacrifican su vida para salvar su honra durante varias generaciones, mientras que los segundos sacrifican su honra durante varias generaciones para sobrevivir; los primeros matan a miles de extranjeros y dejan indemne a su pueblo mientras que los segundos matan a su pueblo para satisfacer las "utopías" e "ideales" de unos extranjeros (o más bien extranjeras, las damas aburridas de la Europa rica que acogen a los embajadores guerrilleros como excelente combinación de amante latino y buen salvaje)...
 
Lo que pasa es que muy poca gente se ha detenido a pensar en cuáles son los motivos por los que unos tipos privilegiados, algunos incluso casados y con hijos, se lanzan en unos aviones contra unos edificios y crean una masacre espantosa, sacrificándose en el acto. Todo lo resuelven con formulismos que no dicen nada: "fanáticos", "musulmanes", etc. Habría que ver qué es Arabia Saudí (la patria de casi todos los suicidas del 11-s): un país milenario que se mantiene en su primitivismo por su aislamiento y por las condiciones durísimas en que viven sus gentes.
 
Se debe recordar que todos los pueblos conocidos como semitas salieron de esta península: tanto los judíos como los babilonios, asirios, acadios y fenicios de la antigüedad. Este país se convirtió en el centro de una cultura a partir de la expansión árabe que en un principio dirigió Mahoma, el fundador de la religión musulmana, una especie de adaptación a la lengua y cultura árabes de la tradición espiritual judía y cristiana. Esta religión monoteísta se expandió por todo el norte de África y el oeste de Asia. Aunque el centro político de los imperios árabes estuvo en las ciudades de Damasco y Bagdad, La Meca conservó siempre el papel de centro religioso, al ser la peregrinación a esta ciudad una de las obligaciones de todo musulmán.
 
De modo que el país desértico que rodeaba a esta ciudad se mantuvo como la reserva de las esencias árabes y musulmanas, hasta tal punto que el el siglo XVIII un movimiento fundamentalista se impuso en la región, el wahabismo. Lo que ocurrió después de que se liberaran de los turcos y se convirtieran en un Estado independiente es que el país accedió a grandes recursos derivados del petróleo. Eso convirtió a los saudíes en ciudadanos ricos que además tienen el orgullo de encarnar lo más puro de la tradición árabe y musulmana, aunque se consideran más cultos los miembros de las clases altas egipcias, iraquíes o sirias.
 
Lo cierto es que el horizonte de vida de estas gentes es irse hundiendo en un consumismo desaforado en el que se pierden y quedan convertidos en ciudadanos de segunda, pues sus creencias y tradiciones no dicen nada a los occidentales. Al mismo tiempo, la creciente prosperidad derivada del petróleo hace surgir sueños de poder, que se multiplican al pensar en la gran cantidad de musulmanes que hay en el mundo: más de 1.200 millones. El islamismo nace como proyecto de liderar a esa parte de la humanidad, hoy relegada, y formar una nueva potencia en expansión.

Para la mayoría de los varones musulmanes la globalización es la pérdida de poder en la vida doméstica porque sus mujeres ven el ejemplo de las occidentales, por eso el apego a las tradiciones religiosas, porque los privilegios tradicionales se ven amenazados; al mismo tiempo, para las clases altas saudíes, orgullosas herederas de una antigua tradición, ricas dueñas de gigantescas reservas de petróleo, la occidentalización sería una renuncia a su propia identidad, al tiempo que los varones compartirían la mala suerte de los demás musulmanes en el mundo americanizado. Por eso el odio al Occidente es común a casi todos los varones musulmanes y árabes, y ese odio se transfiere a las casas reales del Golfo porque se las considera lacayas de los norteamericanos.

Así, hay en Arabia Saudí toda una generación hostil a Occidente y a la monarquía, y su bandera es el islamismo. Bin Laden es el líder de este sector opositor, que es más importante de lo que se piensa. Es como el Che Guevara de la región (aunque Guevara fue un criminal más funesto).
 
De modo que cuando Mohammed Atta se lanza en el avión, hay miles de jóvenes saudíes que lo aplauden y lo admiran: en esa rebelión toman su primera forma los sueños de poder que tantas décadas de prosperidad petrolera han dejado. En lugar de envejecer degenerando, convertidos en los bárbaros consumidores de lujos a los que todos los occidentales desprecian, estos "fanáticos" mueren jóvenes dando "ejemplo" de valor y dignidad (según su punto de vista).
 
¿Tiene esto algo que ver con Tirofijo y sus gentes? En Colombia de lo que se trata es de una tradición de bandidos, que arranca en la misma conquista y que consiste en apropiarse del Estado para saquearlo. Para ello se recurre a las mentiras que sea, y cada época ha visto al demagogo que más convenía a los intereses de las "roscas" de hampones que en cuanto se apropiaban del Estado excluían a todos los demás. Lo que conocemos como "oligarquía" es sólo el producto de la última guerra de ese tipo.

El comunismo fue desde los años veinte la salida para sectores que no habían salido muy bien favorecidos en ese reparto. La demagogia era muy eficaz, y pronto empezaron a llegar recursos y prebendas de la Unión Soviética (como me preguntó hace años un político de barrio: ¿puede haber política sin prebendas?). La formación de las guerrillas fue el gran puntal del poder comunista, y el dominio que este partido ha llegado a tener en todas las universidades públicas (en las que se contrata preferentemente a los profesores recomendados por el PC), en las empresas públicas (ídem), en el magisterio (ídem) y ahora hasta en la prensa y en la diplomacia, por no hablar del sector judicial, ES EL PRODUCTO DE LAS AMENAZAS GUERRILLERAS.

En efecto, al existir una fuerza que objetivamente resultaba invencible porque el país no tenía valores ni recursos para perseguir a una organización que se podía ocultar en las infinitas selvas y montes del país, no había quien se resistiera a apoyar a los profesores, rectores, fiscales... que el Partido escogiera. La carrera de muchos políticos, como el mismo Horacio Serpa, está ligada a este partido.

¿Quiénes forman este partido y sus frentes armados? Pues los típicos bandidos que nos dejó la Colonia: los nietos de los encomenderos. Los borrachos, mujeriegos, informales, inconstantes, mentirosos y aprovechados pícaros que se definen por la crueldad y la bajeza. En el mamertismo y en la guerrilla no hay ninguna grandeza, sino lo peor que nos ha dejado la tradición. ¿O es que ustedes no conocen a esos sindicalistas y profesores? Todo el sueño de poder que tienen consiste en pensionarse antes de los cincuenta años, a ser posible de Foncolpuertos o de algún negocio así, y su espiritualidad no procede de una antigua religión, de una antigua identidad, sino que es una triste rutina que recitan mirando para otro lado mientras ven si alguien se descuida y pueden fugarse con algunos millones de algún secuestro o del narcotráfico.
 
¡Y nadie más apegado a los privilegios de clase, nadie más patético en sus pretensiones de dandismo, nadie más servil ante los poderosos y extranjeros y despiadado ante los colombianos pobres!