miércoles, marzo 10, 2010

¿Para qué es el empleo?

Un tema frecuente de discusión actualmente en Colombia es el del empleo. Los críticos del gobierno argumentan que las ventajas fiscales ofrecidas a la inversión terminan favoreciendo un peso mayor del factor capital en la producción, a costa del factor trabajo, al tiempo que los altos costos laborales desaniman la contratación y los diversos subsidios a los pobres refuerzan la informalidad.

Tratándose de uno de los problemas más graves a que se enfrenta cualquier sociedad, conviene prestar atención a lo que se dice y a la relación de eso con lo que se termina haciendo. Y eso porque tal como los lunes todos los técnicos futbolísticos aficionados son infalibles (más cuando la borrachera del día anterior, justificada bien por la euforia del triunfo o bien por la amargura del fracaso de su equipo, les produce incontinencia verbal), también los críticos del gobierno resultan haciendo propuestas que parecen perfectas y reproches que parecen justificadísimos.

Y ese parecen alude a la inanidad de la retórica: durante años los enemigos del gobierno lamentaban que no se prestara atención a "lo social", pero cuando el gobierno se empezó a gastar grandes cantidades en subsidios, los mismos críticos empezaron a condenar el asistencialismo. Sin el menor pudor. A ese respecto, los ejemplos podrían ser miles, a veces la misma persona se queja de la insuficiencia del salario mínimo y de que el gobierno lo aumente por encima de la inflación, o de que la economía no crezca y al tiempo de que se esté entregando el país a las multinacionales.

Lo que permite tanto abuso del lenguaje es la ignorancia generalizada, aun entre personas que han estudiado economía o se ocupan de ella. Un bloguero de Portafolio propone aumentos continuos del salario mínimo porque al haber más recursos para comprar aumenta la demanda de bienes, y por tanto la producción y el empleo, con lo que se sugiere que la riqueza podría crearse a partir de la simple emisión de billetes. En esa misma dirección, con el añadido de la lucha de clases y la retórica justiciera, van las diatribas de la precandidata Cecilia López Montaño.

No se puede dudar de que la tasa de desempleo en Colombia es excesivamente alta ni de que el gobierno podría tomar medidas para reducirla. Entre los economistas que escriben en la prensa hay casi un consenso respecto a la conveniencia de eliminar la parafiscalidad, que no sólo atenta contra el empleo sino aun contra los salarios de quienes ya trabajan y contra todo sentido moral (es como si se pagara una multa al Estado por contratar gente o por aumentar los salarios), pero el gobierno no se ha lucido con propuestas para reformar esa pintoresca tradición. También respecto del salario mínimo, el esfuerzo de no aumentarlo por encima de la inflación favorecería a los millones de colombianos que no tienen ningún empleo.

Otro factor que incide en la dificultad de contratación formal es el régimen de salud. Alejandro Gaviria explicaba que el régimen subsidiado incentiva la informalidad. Pero al respecto, ¿no sería más razonable reducir el aporte de los trabajadores y de las empresas, compensándolo con tributos a la renta? El problema es que sería muy difícil, e injusto, quitar ese seguro a los beneficiarios del régimen subsidiado, cuyas condiciones laborales tienden a ser peores que las de los demás. Es decir, no pagar la atención sanitaria universal existente, por ínfimo que sea su nivel, con recursos provenientes del trabajo sino con impuestos que pagaría todo el mundo.

Pero las críticas no siempre aluden a cuestiones dignas de tener en cuenta. En los artículos y comentarios de la prensa abundan las llamadas al proteccionismo o a la creatividad irresponsable, por no hablar de los argumentos de quienes niegan que se haya registrado cualquier reducción de la pobreza, cosa que prometen hacer por decreto. La prueba que exhiben es su experiencia personal, el espectáculo que vieron en alguna ciudad que visitaron, etc. No hace falta decir que esos enemigos de la pobreza son sistemáticamente defensores del régimen cubano.

Y es que no sólo se lamenta la pobreza sino también la riqueza, bien como condena de la avaricia o del neoliberalismo, bien como rabia contra la desigualdad. No es raro encontrar en la prensa colombiana argumentos según los cuales la riqueza es la causa de la pobreza (lo cual, al igual que el clamor por un ingreso "justo", encaja en el creacionismo de la mentalidad tradicional). Por ejemplo, para Héctor Abad Faciolince el prolongado uribato traerá el enriquecimiento descomunal de los especuladores de terrenos al tiempo que el empobrecimiento generalizado: como si los terrenos se valorizaran más cuanto menos dinero tuviera la gente.

La mayoría de esos personajes, a menudo por simple mala fe, presentan soluciones mágicas a los problemas económicos. Mejor dicho, sugieren que existirían, lo que en el caso de personas que han ocupado responsabilidades en gobiernos que aumentaron a un tiempo y de forma drástica el gasto público y la pobreza, como es el caso de la señora López Montaño, deja la impresión de que no vacila en mentir para halagar a la clase de clientela que efectivamente mejora sus ingresos a punta de decretos, obviamente a costa de los demás colombianos.

He escrito arriba que el gobierno puede hacer mucho para reducir el desempleo, pero esto no se puede convertir en el principal objetivo de su actuación. Y para entender esto hay que ir al fundamento moral más básico. ¿Para qué es el empleo? ¿Para qué se trabaja? El trabajo es un medio de obtener bienes necesarios para la gente, no un fin en sí mismo. La abundancia de recursos favorece la creación de empleo, pues cada vez habrá más bienes y servicios, que requerirán quién los produzca, venda o preste. De tal modo, la mejor política laboral es la que procure un mayor crecimiento económico.

Una política centrada en el empleo podría ser muy popular pero a medio plazo desastrosa, como ocurrió con el primer gobierno de Alan García en Perú. Pero desgraciadamente en el medio colombiano, tan escandalosamente lleno de demagogia y desinformación, esas propuestas abundan. Buen ejemplo de ello son los reproches por las ventajas que el gobierno otorga a las empresas, gracias a las cuales, y a la tasa de cambio favorable (resultado a su vez de la estabilización y el crédito de la economía colombiana), muchas empresas se han aprovisionado de maquinaria más moderna, que obviamente requiere menos trabajadores para la misma cantidad de productos.

Cuando se critica eso se empieza a oponer la productividad y el empleo, lo cual explica el título de esta entrada: ¿para qué se trabaja? Salomón Kalmanovitz propone "cancelar los incentivos a la adquisición de maquinaria", como si para no echar a la calle a miles de trabajadores hubiera que resignarse a los procesos productivos más ineficientes (que pondrían al país en clara desventaja respecto de sus competidores en la producción de manufacturas). Como si se abrieran zanjas para que los trabajadores tuvieran empleo y los callos que dejan los picos y las palas fueran grandes logros de su vida, cada vez más amenazados por las excavadoras y en un plazo breve por los robots.

Contra esa "ciencia ludita" militan los hechos: cuanto mayor es la automatización y más refinada es la maquinaria, menor es la tasa de desempleo. Estados Unidos, Japón y los tigres asiáticos tienen tasas inferiores a las de los países del Tercer Mundo. Y eso porque los recursos irrigan la economía y favorecen la oferta de otras áreas y servicios, al tiempo que la mayor productividad alienta la inversión y el esfuerzo de capacitación de los trabajadores.

Y por eso los argumentos contra el "modelo pro rico" o los que oponen el capital y el trabajo deberían ser desechados. Si el próximo gobierno es capaz de suprimir la parafiscalidad y los demás obstáculos a la contratación, ello no tendrá por qué comportar el castigo de la productividad. Y es que a fin de cuentas el enemigo de los trabajadores no son los empleadores sino la feroz corporación de los parásitos, cuyos copiosos ingresos proceden en buena medida de la exacción a que someten a todos los que producen, sean emprendedores, inversores o asalariados.

Y es de esa corporación de donde procede la retórica engañosa que convierte el empleo en un bien y hasta en un derecho: es lo que es para ellos, y no comporta ningún esfuerzo ni ningún resultado. Pero el ejemplo que debe cundir es otro.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 23 de septiembre de 2009)