domingo, diciembre 16, 2012

La paz es otra forma de lucha


Prolifera una noción del problema de las drogas psicotrópicas según la cual todo aquel que alguna vez fumó o fuma marihuana es un "adicto", y la garantía de que alguien entiende el problema es que las desconoce por completo. A partir de esa noción salen maestros de moral que se permiten todos los libertinajes salvo ése, pero se imponen y hasta figuran honrosamente gracias a que forman parte de una mayoría en la que todos se reconocen y felicitan. No hay que hurgar mucho en la psique de esa mayoría para ver algo parecido a lo que se detecta en la aversión obsesiva al homosexual: envidia mezclada con temor, la suposición de que esos pecadores disfrutan de placeres que podrían tentar al intolerante.

Esa misma inclinación a emitir dictámenes sobre lo que se desconoce ocurre con las organizaciones revolucionarias: ¿recuerda el lector a alguien que no asegure que las universidades públicas están "infiltradas" por la guerrilla? ¿O a alguien que no crea que los columnistas de la prensa están engañados por la ilusión de la "paz"? Quién sabe de dónde creerán que salen las guerrillas, a lo mejor creen que matriculan a sus miembros para ir a reclutar gente a las universidades públicas. Y los columnistas engañados serían los ministros y embajadores de un régimen fariano, como ya se vio cuando el M-19 ascendió al poder aliado con César Gaviria (que reemplazó a Pablo Escobar como socio de esa banda de asesinos).

Habrá que explicarles lo elemental. Los marxistas quieren implantar un sistema de partido único y total hegemonía del Estado sobre la sociedad. Con ese fin aspiraban a una insurrección popular de la mayoría obrera o humilde en los países desarrollados, cosa que nunca se dio. En Rusia consiguieron el poder no gracias a una insurrección obrera sino a la derrota militar contra Alemania, a los millones de soldados hambrientos que pululaban por las ciudades y al colapso del régimen anterior. En los países de mayoría rural intentaron la conquista de territorios a partir de los cuales emprender una guerra prolongada hasta tomar todo el poder. Fue lo que consiguieron en China y fue el modelo que el Partido Comunista intentó aplicar en Colombia en los años cuarenta.

Es decir, la guerrilla es un frente del Partido Comunista para tomar el poder y no existe por sí misma sino con ese objetivo. Persistió tras la derrota de los años cincuenta debido a las expectativas de éxito que se atribuían los comunistas después de la Revolución cubana, y sobre todo gracias a la alianza con los herederos de los clanes oligárquicos de la República Liberal, que fueron excluidos del poder entre 1946 y 1958 y que después se dividieron por discrepancias con el Frente Nacional dando lugar al MRL de López Michelsen, aliado continuo de los comunistas y en gran medida máscara de ese partido.

Lo que ocurrió en el planeta durante los años sesenta (la ruptura chino-soviética, la deriva comunista de la Revolución cubana y su influencia continental, la rebelión juvenil en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam y el mayo de 1968 en París) determinó una gran dispersión del proyecto comunista, que a la vez se expandió en Colombia. Surgieron maoístas, trotskistas y guevaristas que no obedecían al PCC y más bien aspiraban a ser ellos el partido que tomaría el poder, pero siempre con el mismo proyecto marxista-leninista. Esa ideología se hizo hegemónica en las universidades y fue promovida por los mismos oligarcas a través de Alternativa, en la que eran redactores todos los decanos de la opinión en Colombia, empezando por el actual director de El Tiempo y siguiendo por el clásico columnista de Semana. Esa revista estuvo ligada al M-19 y hay suficientes razones para pensar que el clan de los Santos-López-Samper manipuló a los jóvenes terroristas primero para confundir a los votantes y hacer ganar las elecciones a López en 1974 (se acabaron las ilusiones de la Anapo) y después para aprovechar la prosperidad de las mafias de la cocaína e imponer una constitución que les asegurara el control, precisamente a través de las organizaciones revolucionarias, que desde entonces colaboran desde cargos públicos y desde la política legal con las bandas que persisten.

Mientras no se entienda la hegemonía de esa visión en la universidad y a partir de ahí en la burocracia no se podrá entender nada de lo que ocurre en Colombia. Por cada guerrillero o miliciano hay diez personas, por lo menos, que militan en la causa revolucionaria y colaboran con ella, y los gobiernos de los ochenta y noventa favorecieron o en todo caso permitieron la implantación de esas personas en la función pública. Los crímenes de las organizaciones guerrilleras son parte de una estrategia de toma del poder que comparten cientos de miles y tal vez millones de colombianos, que colaboran con esa tarea y forman parte de la sociedad urbana corriente, en proporción mucho mayor cuanto más alto sea el rango social de que se trate. Al punto de que el proyecto totalitario se confunde con la persistencia del orden de castas colonial y sus jerarquías, como ocurrió en Cuba.

La negociación de paz es un logro de los terroristas, que obtienen reconocimiento como fuerza legítima en igualdad de condiciones que el gobierno elegido por la gente, y quienes la promueven son mayoritariamente parte de la misma conjura. Pero es imposible encontrar colombianos que lo entiendan porque creen que los que pintaban palomitas de la paz en tiempos de Belisario Betancur, o en todo caso quienes las mandaban pintar, y ahora forman un unísono espeluznante con las falacias de la "paz", son distintos a quienes secuestran y masacran. Y no hay tal: el grupo de Alternativa es hegemónico en El Tiempo, Semana y El Espectador, y de forma indirecta en los nuevos medios electrónicos, mientras que dominan las redes sociales a través de empleados estatales parasitarios y de estudiantes que defienden su forma de vida, sobre todo más gasto en universidades, apoyando el poder terrorista que avanza.

De modo que los invito a dejar de engañarse. Los verdaderos jefes terroristas son los que dominan los medios y la palabra paz, entendida como otra cosa que la aplicación de las leyes penales que se aplican en todos los países civilizados para quienes matan, extorsionan y atentan contra la democracia, sólo es una falacia con la que se comete el atraco. En Twitter el hashtag #PazColombia es un típico recurso de los militantes comunistas para presionar por el cobro de los crímenes.

Por esa cómoda suposición de que la guerrilla es un agente externo y no la expresión más típica de las endemias morales e ideológicas de Colombia es por lo que se permite su avance. Y puede que al final la oposición al diálogo o la negociación con los terroristas sea en extremo minoritaria (no hay ningún partido que se oponga y casi todos los ministros de los gobiernos de Uribe están en el bando del gobierno de Santos, sin que se sepa si el expresidente realmente se opone), pero es la única visión democrática y justa.

(Publicado en el blog País Bizarro el 15 de septiembre de 2012.)