lunes, enero 03, 2011

El chico de la camiseta



Cuando se piensa en los nombres que la mayoría de los colombianos ponen a sus hijos, es imposible no sentir que esas personas tienen zapatos de cartón y casas de tela asfáltica, la diferencia es que el nombre es gratis. Pero, ojo, sólo es el nombre de pila. El apellido es otra cosa. El apellido habla del linaje y de la condición social, y sólo en circunstancas muy especiales es posible cambiárselo, como hicieron los hijos de Pablo Escobar.

La reacción de la mayoría de los colombianos ante el privilegio y el linaje se podría representar con los nombres de pila que suelen ostentar. Los Ponce de León, De Brigard y similares despiertan un odio inmediato y un sentimiento de agravio e injusticia, salvo que tengan alguna relación personal con sus enemigos espontáneos, cuyo coxis se sacude entonces en un gesto de solicitud y simpatía. Los que entablan tales relaciones se convierten rápidamente en los más resueltos despreciadores de la chusma envidiosa y resentida.

Pero sin duda no hay lugar en el mundo en el que dichos privilegios no despierten sentimientos encontrados. En Desde los acantilados de mármol, Ernst Jünger dice que en medio de los cambios de la vida siempre hace falta alguien que tenga una noción clara de las cosas, y que por eso todos los pueblos honran la nobleza de sangre. Y en todas partes aquellos que destacan o prosperan intentan garantizarles ventajas a sus hijos, reproduciendo el orden de privilegio que odiaban cuando eran de la masa.

Lo cierto es que las personas de apellidos ilustres existen y discretamente conservan mucho poder y prestigio, por mucho que no se las perciba en los medios de comunicación. Con frecuencia proceden de reyes o héroes de la Edad Media y lo más seguro es que cada individuo de esos grupos crezca con nociones de superioridad sobre la gente ordinaria. Con anhelos de emulación respecto a sus antepasados importantes y a los poderosos del mundo, respecto de los cuales no se sienten menos.

Un ámbito en el que he encontrado nombres de ésos es en los documentos académicos de medicina, en los que, todo hay que decirlo, cuando se trata del medio anglosajón son mucho más raros los apellidos hispánicos que los árabes. Pero seguro que en todos los clubes de privilegiados hay gente de ésa, y que conserva poder.

Todo eso me viene a la cabeza pensando en la imagen del Che Guevara, que no sólo ostentaba los apellidos más prestigiosos, sino que era taranieto del hombre más rico de Sudamérica en sus días. Para mí que el revolucionario argentino representa a esa clase de gente más que a los pobres que quería redimir, o que la mera fiebre psicopática que quieren ver sus más rabiosos detractores, que a veces parecen sacar una imagen especular de la hagiografía que divulgan los comunistas.

Creo que no se puede entender al personaje sin considerar ante todo esa condición social y ese afán de "hacer historia". Y que no se puede entender la tragedia de Hispanoamérica sin pensar en los millones de personas que han querido seguir su ejemplo. Y que la clave de sus sueños políticos está en el origen mismo de las sociedades hispánicas, más que en las teorías de Marx.

Es muy llamativo que el "hombre nuevo" que quería crear Guevara se distinga por ese rechazo absoluto de la codicia y el individualismo, de la frivolidad y la falta de trascendencia. El "hombre nuevo" de Guevara es sólo el monje-soldado de Ignacio de Loyola, el paraíso igualitario y justo ya lo ensayaron los mismos discípulos de Loyola en las famosas misiones del Paraguay, y el odio a Estados Unidos ya era una tradición antiquísima, mezcla del rencor español por las derrotas contra Inglaterra y del rechazo del protestantismo y el liberalismo de las clases altas de Hispanoamérica.


Es muy curioso el contraste entre el redentor mítico creado por la propaganda —que en gran medida corresponde a la realidad—: el joven apuesto, fuerte, sano, culto, inteligente, noble y aun bondadoso, y lo que ha sido su herencia en la región, una orgía creciente de crímenes cada vez más mezquinos y brutales. Se equivocan quienes quieren ver en el Che alguna perversidad especial, más allá de una ideología de resentimiento y crimen que por ejemplo afloró en el bogotazo. Una ideología a la que él le daría forma y liderazgo, pero que de todos modos predominaba antes de él y predomina ahora en la región.

Pero el contraste es aún mayor si a su vida se la compara con la clase de gente que se "identifica" con su mito en Europa. ¿Qué clase de idiotas salen todavía con la camiseta del Che Guevara? Son muchísimos, y para mí que podrían tener igual la camiseta de Pablo Escobar, como algunos en Italia, y eso porque no han disfrutado de la marihuana y el reggae, que entonces llevarían la de Bob Marley.

Así, el adalid enredado en la orgía totalitaria y en las mentiras de la historia de Hispanoamérica resulta el símbolo de una rebelión vulgar, inane, anodina y ociosa. No sólo un producto de consumo, como han señalado tantos, sino un producto para la vanidad de la gente a la que más profundamente despreciaría.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 15 de septiembre de 2010.)