jueves, diciembre 20, 2012

Adiós al uribismo


Todos los intentos de explicar que la oposición al cogobierno terrorista y al régimen que implantará en Colombia debe surgir de una visión distinta de la política encuentran oídos sordos. Los pocos que podrían encontrar algún reproche que hacerle al expresidente lo callan ante la abrumadora sensación de soledad que experimentan. Y no obstante, es la hora en que, tras dos largos años de persecuciones, alianza con terroristas y multiplicación de los peores vicios de la política tradicional el gobierno de Santos carece de oposición mínimamente articulada o siquiera de una crítica coherente que sirviera de base a esa oposición. El nuevo país chavista avanza sin verse afectado en lo más mínimo por el lloriqueo y la nostalgia de los seguidores de Uribe.

Pero ¿cómo llegaron Santos y el actual legislativo al poder?
Todas las protestas de los uribistas dos años después de la bomba de Caracol, que Benedetti y el mismo Santos atribuyeron veladamente a Uribe, consisten en registrar la perversidad del gobierno, de la prensa, de los funcionarios judiciales o de los terroristas. El ascenso de ese presidente y esos miembros del poder legislativo parece una decisión caprichosa de la Providencia. Queda la impresión de que nadie quiere ni puede darse cuenta de que fueron elegidos por consejo de Uribe, que algo los conocería para darles cargos tan importantes y promover sus candidaturas. ¿Cómo se dio esa componenda? Claro, porque en 2006 era necesario reelegir a Uribe. ¿Por qué? Porque a nadie se le ocurrió que debería haber un partido que se opusiera a los gobiernos que en las décadas anteriores se aliaron con los terroristas. Los políticos del Partido de la U fueron aquellos provenientes del "liberalismo" que se aliaron con Pastrana y apoyaron el Caguán. Santos había sido el primero en proponer un despeje y aun había sido ministro de Pastrana.

Viejos hábitos
Es decir, la determinación de combatir a los terroristas en el primer gobierno de Uribe generó por una parte un amplio apoyo popular al presidente y por la otra una notable recuperación económica. ¿No debería haberse pensado en un partido que representara ese rechazo a la claudicación ante el terrorismo, que por entonces era mayoritario? Cuando le preguntaron eso a Uribe, contestó que él no iba a hacerle eso al liberalismo. Cuando se formó el pseudo partido de la "Unidad Nacional", sencillamente, a la vieja usanza, se formó una alianza con los mismos de siempre, encargada a un eterno aspirante presidencial que pidió a cambio un ministerio de primer nivel. El precio de la primera reelección fue la renuncia al reformismo a cambio de las componendas con las peores castas de la vieja política. Bueno, no sólo al reformismo sino también al TLC, que se dificultó y en últimas se pospuso para que el candidato no tuviera que hacer frente a la hostilidad de los gremios. Esa renuncia al reformismo también significó someterse a la tiranía de las altas cortes, a las que un partido democrático habría hecho frente con la convocatoria de una Asamblea Constituyente.

Mayoría acomodaticia
La inmensa mayoría de los políticos y funcionarios de cierto rango que promovieron la segunda reelección de Uribe están hoy apoyando el cogobierno de Santos con las FARC. Es algo explicable porque su entusiasmo por la presidencia vitalicia de Uribe era sólo apego al cargo, que ahora está más seguro y es más rentable con Santos. Más allá de su violación de la ley y de su inconveniencia general, el intento de reelegir por segunda vez a Uribe fue una jugada estúpida, ya que a Santos y a la mafia de la que procede no le costó nada presionar a la Corte Constitucional e impedirla. De ese modo, sin que la opinión abandonara la fe en su líder, el gobierno resultó siendo de signo contrario. Y lo fascinante es que a los uribistas no les parece que se pudo hacer algo mal. Más que una corriente política equivocada parece una especie de distorsión cognitiva.

Oposición constructiva
La respuesta que debería haber tenido el cambio de rumbo de Santos no se dio porque todo se somete a la conveniencia del caudillo y a su interés de conservar los buenos términos con los políticos que sostienen al gobierno, que podrían juzgarlo por hechos como la operación Fénix, por no hablar de las interceptaciones del DAS. ¿Qué papel tiene la ciudadanía en todo eso? Nada, sólo puede servir de testigo del drama personal del expresidente, cuyos edecanes muy vagamente se alejan de la pretensión de reelegirlo, y ciertamente no se oponen a la negociación de Santos con los terroristas. La gran prueba del santismo eran las elecciones de 2011, pero en ellas se vio a Uribe haciendo campaña con Benedetti y con Luis Eduardo Garzón, apoyando al hijo de Roy Barreras y a muchos otros políticos equívocos ligados al partido de Santos, todo con base en la idea de que su popularidad atraería votos que harían inevitable la lealtad de los políticos de ese partido. La catástrofe fue absoluta, contra Peñalosa se aliaron todas las maquinarias y todos los recursos, para promover candidaturas de distracción a las que, por las conveniencias ya señaladas, Uribe no denunció, lo que condujo al triunfo de Santos que le abrió el camino a su plan de negociación política con los terroristas e inscripción del país en el eje chavista: la elección de Petro como alcalde de Bogotá.

Deriva confusa
Lo que ha hecho el uribismo después es seguir con ese juego. La inmensa mayoría de los políticos señalados por el propio Uribe como sus aliados han expresado su apoyo resuelto a las negociaciones de Santos (por ejemplo Martha Lucía Ramírez, Francisco Santos o Angelino Garzón), mientras que algunos de los otros inventan reparos que ponerle. Ni siquiera el mismo Uribe rechaza que haya negociación sino que denuncia su oportunidad. De ese modo, lo que era una mayoría clara, resuelta y triunfante termina convertido en una minoría confusa, acomplejada y perdedora. De momento el apego al caudillo es la verdadera garantía que tiene Santos de ganar la reelección, pues en una segunda vuelta no tendría rival. Salvo que haya quien crea que lo podría ser Óscar Iván Zuluaga, que aplaudía al gobierno aun después del encarcelamiento de Andrés Felipe Arias, tal vez por considerarlo un rival peligroso.

Hacia una renovación política real
Lo cierto es que hacia 2001 se formó una mayoría social que se oponía a los terroristas y a los políticos aliados con ellos. Para que esa mayoría vuelva a prevalecer tiene que surgir otra actitud, por ejemplo, debe partirse de cuestionar los acuerdos de "paz" que condujeron a la Constitución de 1991, que nunca han sido cuestionados por el uribismo (el propio Uribe fue ponente de la ley que indultaba a los miembros del M-19) y que son la base de la actual negociación. ¿Qué fundamento tienen quienes se oponen a premiar a las FARC pero aceptan que se premiara al M-19? También hay que pensar en un partido de la ciudadanía,  opuesto a los partidos tradicionales y a los políticos que hoy son simples aliados del cogobierno fariano. No es ninguna revelación para mí que eso tardará, incluso generaciones. Pero ¿no tardó un invento como la palabra tal vez milenios en ser asimilado por comunidades de Homo sapiens aisladas? El mismo imperio inca desconocía la rueda. Sencillamente en las democracias hay partidos que defienden intereses de sus votantes y los partidos actuales, uribistas para conseguir votos gracias a la popularidad del caudillo, no lo hacen. De hecho, ya hace más de un año señalé que el uribismo seguirá los pasos de la Anapo. El que quiera seguir en la nostalgia, bien pueda. De momento ha sido uno de los elementos que sostienen el orden actual porque impiden que surja una oposición clara que defienda la democracia.

(Publicado en el blog País Bizarro el 16 de septiembre de 2012.)