miércoles, febrero 17, 2010

La esgrima de los golpistas y el sentido de la ciudadanía

Decía Immanuel Kant que del leño del que salieron los hombres poca cosa buena se podría sacar. Es algo que podemos decir sobre Colombia: de la herencia de que procede el país poco se puede esperar. Lo que distingue la segunda idea es que a fin de cuentas existe el resto de la humanidad, y de esa población, de la que los colombianos somos apenas un 0,75 %, nos vendrán los modelos con los cuales superar el nudo de la barbarie en que seguimos atrapados.

Pero sin una mirada crítica a la propia tradición, a los valores habituales, a las certezas y costumbres que parecen obviedades, esa superación no será posible. En mi opinión, lo que más se debe considerar con atención es el servilismo, la sujeción a las personas de condición social privilegiada, que encarnan lo que los serviles quisieran ser, más allá de la moralidad de sus actos. Es algo que uno encuentra todos los días. Sin ir más lejos, el domingo El Espectador publicaba una eufórica hagiografía de Alfredo Molano, y casi ningún lector recordaba que ese señor aplaudía las masacres de las FARC durante décadas.

Eso se encuentra casi a todas horas en la conducta de los colombianos: las personas como Carlos Gaviria no resultan nunca sospechosas de prosperar gracias a las masacres debido a la calidad de su ropa y de su labia, por mucho que sea fácil demostrar que siempre fue una ficha del Partido Comunista y que presidía un partido que ni siquiera condenó el asesinato de los diputados del Valle por las FARC. Para los colombianos serviles, tal vez la mayoría, el crimen consiste en tener las uñas sucias y desconocer el latín.

Pero el caso más escandaloso es el del escritor Héctor Abad Faciolince. Nadie lo toma por un extremista próximo al PDA, partido que se alegra del reconocimiento que le ofrece Chávez, pues en cada ocasión en que la gente se indigna con las atrocidades de las FARC (cuando la prensa no puede ocultarlas, como ocurrió con la mujer bomba de Samaniego, Nariño), él se suma a la indignación y consecuentemente lamenta que siga el conflicto y demás, al tiempo que apoya a Carlos Gaviria, el líder más extremista de esa organización político-criminal. Con ese aire melifluo, Abad ha llegado a publicar en El País y, lo que es más grave, en revistas democráticas como Letras Libres.

Ese personaje ha recibido toda clase de reconocimientos del cartel de la prensa por el libro que escribió convirtiendo a su padre en un modelo de decencia y rectitud, siendo que dirigía el partido de las FARC y adelantaba una carrera política que se basaba en el poder que concentraban esos asesinos (niños y rústicos, a diferencia de los doctores de buena familia que llegaban al Congreso y ejercían de "vacas sagradas"). ¿Qué se puede esperar de Colombia cuando se condena a las FARC pero no a sus jefes y fundadores? Parece que el odio a las FARC tuviera por único motivo el que sean gente pobre y sufrida.

Nadie debe olvidar que durante el gobierno del mafioso Ernesto Samper los comunistas alcanzaron muchísimo poder, muchísimas prebendas y parece que hasta información para que las FARC dieran sus golpes. Entre esas gabelas que daba el hombre del Cartel de Cali y del Cartel del Norte del Valle a sus socios destaca la promoción de escritores ligados al partido, señaladamente William Ospina y Abad, sin contar los viajes que les dieron por todo el mundo a los demás intelectuales afines.

El que siga creyendo que Abad es otra cosa que un propagandista más o menos hábil del chavismo sólo tiene que leer su última columna, en la que le saca el jugo a su nueva relación personal con un escritor español más o menos reconocido, Javier Cercas, y explota un paralelismo que si no fuera en el país de los lambones habría generado mucho desconcierto: ¡el golpe de Estado que intentaron unos militares franquistas en España el 23 de febrero de 1981 le parece lo mismo que el referendo reeleccionista! Y claro que las huestes de Agitprop lo aplauden, pero ¿hay algún elemento por vago que sea en que ambas cosas se parezcan? No importa: el hombre sabe que se dirige a gente servil que espera indignarse para poderse valorar y que canaliza el odio con imágenes grotescas y absurdas.

Más parecido al golpismo es lo que hace la Corte Suprema de Justicia persiguiendo a los congresistas que voten el referendo, como explica Rafael Guarín. De hecho, cuanto más nos fijemos en el sentido preciso de esa expresión, "golpe de Estado" (1. m. Actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes), más resulta evidente que si bien el prevaricato de los malhechores de la CSJ no cumple las primeras condiciones, sí en cambio corresponde a los fines de cualquier golpista: apoderarse por el terror de la cárcel de los resortes del Estado y desplazar a las autoridades. El problema es que esas autoridades, los otros poderes, son los que elige la gente: el golpe de los magistrados es la abolición de la democracia.

Más que de golpe de Estado habría que hablar de tiranía para aludir al proyecto de esos desalmados, pues el activismo judicial es la negación de la democracia. Es como si el árbitro en un partido de fútbol se dedicara a meter goles para un equipo. La conducta de esos caballeros está haciendo más daño que las mismas guerrillas, sobre todo debido a la inclinación servil de los colombianos, que no pueden concebir que se trata de los peores corruptos y los peores mafiosos.

Hay algo que debería hacernos reflexionar, y que es el motivo de este post: el líder indiscutido de la mayoría de los colombianos es el señor Uribe. ¿Cómo es que él no denuncia los atropellos de los jueces, como los que ponen en práctica contra el coronel Plazas Vega, o la persecución contra Fernando Londoño? La respuesta es sencilla: porque es el presidente y tiene que mostrarse respetuoso con los demás poderes.

Para hacer frente de forma eficaz a esos abusadores hace falta que el señor Uribe no sea el presidente. Para organizar grupos de abogados que demuestren de forma eficaz que la conducta de la juez que obedece al abogado del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo es prevaricato, o que las pruebas falsas en que se basan las persecuciones de la Corte son un delito. Para explicar a los ciudadanos y al resto del mundo que esos jueces están abusando de sus funciones en cumplimiento de una agenda política, para coordinar acciones legislativas orientadas a castigar esos atropellos.

Es que hay como un bloque de la colombianidad que necesita ser reformado para que podamos ser un país serio. Ya he mencionado el servilismo como un vicio que se debe superar. Otro es la concepción de la política como mero ejercicio del poder desde las instituciones. En lugar del charlatanesco "Estado de opinión" el señor Uribe debería pensar en el largo plazo y en el triunfo de su proyecto a través de la hegemonía en la opinión, pues, como han señalado muchos grandes pensadores a lo largo de la historia, quien manda siempre es la opinión pública.

He mencionado el rechazo de los desmanes de la mafia judicial desde el liderazgo ciudadano, lo mismo se podría decir de los sesgos perversos de la prensa o de las campañas criminales de ciertas ONG: al señor Uribe lo escucharía la gente, tanto en Colombia como fuera. A los demás no nos hacen caso, y terminan imponiendo su visión los portavoces melifluos de la industria del secuestro, como Abad Faciolince.

Pero hay más: es muy improbable que si Uribe no se presenta llegue a ganar algún candidato equívoco o próximo al chavismo. Si el entorno del presidente apoya al señor Santos, su primacía estaría respaldada por la digamos benevolencia de la prensa de su familia (siempre hostil a Uribe y a su proyecto). Supongamos que ganara y su gobierno fuera una catástrofe, que estallaran casos terribles de corrupción o que el presidente cometiera un gran error respecto de los enemigos de la mayoría de los colombianos. Pues el señor Uribe, que no sería el responsable de ese error, promovería desde su partido un candidato para 2014 que siguiera sus ideas, pues su prestigio permanecería incólume.

No pasará lo mismo si el presidente del proximo período es Uribe: la tensión del Caguán se irá alejando y la gente siempre descontenta podría prestar atención a demagogos del tipo de Gaitán o Serpa, que podrían matricular a Colombia en el plantel chavista. Los medios seguirán tratando de erosionar al gobierno y terminarán consiguiéndolo, pues la gente busca sus modelos y hasta sus ideas en ellos, y sólo el horror de las FARC ha podido impedirles hasta ahora crear un estado de opinión conveniente a sus candidatos.

Es que sencillamente no se tiene autoridad para condenar a quienes tuercen las leyes a su favor cuando uno mismo lo hace. O, explicado al revés, el que tuerce las leyes a su favor legitima a quienes lo hacen contra él.

Y es que ése es otro rasgo de la colombianidad que hay que superar. Los jueces no juzgan las leyes sino que las aplican. Los gobernantes no están para crear las leyes a su antojo, sino para dirigir el Estado respetando los límites descritos por la ley. Cuando nos indignamos porque los supuestos familiares de las supuestas víctimas del Palacio de Justicia confundan el derecho con su venganza o con su proyecto político debemos pensar si no estarán los reeleccionistas haciendo lo mismo, estirando la ley para asegurar la continuidad de su caudillo, como si en 2014 ya fuera a haber madurado otro colombiano capaz de convencerlos.

La reelección de Uribe en 2010 obliga a los colombianos a escoger entre una presidencia vitalicia y en algún momento la formación de una mayoría que obedece al efecto pendular: la reelección perpetua favorecerá a algún émulo de Chávez, y los que se opongan no tendrán autoridad para exigir otra cosa, pues ellos mismos escogieron el caudillismo.


(Publicado en el blog Atrabilioso el 25 de agosto de 2009)