lunes, marzo 12, 2012

El punto de inflexión


Quedan sólo diez días para las elecciones a alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas y todos parecen ciegos ante lo que está en juego.

Lo que ha estado haciendo hasta ahora el gobierno es preparar el terreno para negociar con las FARC. Y tras las elecciones sin duda lo hará.

Santos y sus aliados pretenden que el resultado signifique el entierro del uribismo como corriente de opinión que rechaza dicha negociación.

El cargo más importante es la Alcaldía de Bogotá. Santos necesita que triunfe el candidato chavista para dar respaldo a la “reconciliación”.

Pero Gustavo Petro despierta mucho rechazo entre la gente que ha sufrido los gobiernos del Polo Democrático y recuerda su pasado terrorista.

Y ante ese “techo” del candidato, la prensa oficialista busca a toda costa evitar que haya polarización: Petro cosecharía un seguro fracaso.

De modo que por una parte le bajan el tono a la orgía de bajeza, mendacidad y violencia verbal de la tropa de sicarios morales contra Uribe.

Y por otra presentan la elección como una encuesta hecha en algún supermercado: qué “producto” coincide más con la personalidad del cliente.

La oferta incluye un gran abanico de candidatos: jóvenes, viejos, mujeres, petimetres, demagogos, modernos, etc. Todos muy bien financiados.

El presidente, cual una esfinge minusválida de un país fallido, silba con las manos en los bolsillos y la mirada como perdida en lontananza.

¿Cómo harán para que la gente no vea el designio de premiar los crímenes, de volver amos de los ciudadanos a quienes los secuestran y matan?

Ya se ve para qué pagaban los dueños de los medios a tantos asesinos vociferantes, a tantos jueces prevaricadores: para neutralizar a Uribe.

Sin duda lo consiguieron. ¿Alguien recuerda todavía que Santos cambió el libreto? ¿Y que el votante puede condenar en las urnas la traición?

Pues no, lo que se discute no es si dentro de unos meses se van a premiar las masacres o si Santos sigue el mandato de quienes lo eligieron.

El mismo Uribe evita criticar a los candidatos que en Bogotá sólo pretenden distraer votos para que gane Petro, como si creyera a la prensa.

Eso conduce a que Petro gane con los votos de una minoría, mucho menos de un tercio de los votantes, y de una sexta parte de los ciudadanos.

Pero esa minoría acompañará a Baltasar Garzón y a los gobiernos de Argentina y Brasil, y al mejor amigo de la paz en Colombia, Fidel Castro.

No, no esa minoría sino el alcalde de la capital, al que la propaganda vende como el líder izquierdista. En otros países no saben cómo ganó.

El triunfo de Petro es seguro: tiene las clientelas sindicales y las bases del Polo Democrático y los comensales de los comedores populares.

Y si todo eso, sumado a la maquinaria samperista, no fuera suficiente tiene los recursos enormes e inescrutables de la chequera bolivariana.

Y a la prensa confundiendo, y la gran industria del rumor, y decenas de miles de fecodistas predicando en cada reunión de padres de familia.

No obstante el sentido común les debería decir a los colombianos que si matar y secuestrar gente es rentable pronto les tocará a ellos caer.

Pero nadie ha presentado la elección como el momento en que Santos tuerce definitivamente el rumbo hacia otro pacto infame, como el de 1991.

No lo ha hecho Uribe ni sus seguidores, que aún no saben si están contra Santos y que aceptarían el premio del crimen si les dieran puestos.

El tema de las elecciones no es Santos ni su agenda, ni tampoco su conducta, sino si Uribe todavía puede influir gracias a su apoyo popular.

La gente entendería que la variedad de candidatos sólo sirve para ayudar a Petro, como William Vinasco facilitó el triunfo de Samuel Moreno.

Sólo que eso no gustaría a los políticos de la Unidad Nacional, con los que Uribe y los suyos esperan llegar a acuerdos tras la negociación.

Por eso no aparece nadie que quiera ayudar a denunciar la jugada y que le explique a la gente que sólo concentrando el voto se podría ganar.

Y es todavía peor: el uribismo responde a la increíble adhesión de Colombia a las pretensiones de la tiranía cubana con un silencio ominoso.

Después no será lícito quejarse: Santos puede traicionar a sus votantes porque hay déficit de civismo, y la gente lo fía todo a un caudillo.

Ojalá el lector tuviera valor para juzgar las cosas por sí mismo y supiera si apoya o rechaza lo que hace Santos. Como uribista no lo sabrá.

Entonces se cierra el círculo. Los gobernantes de los noventa intentan consumar sus planes, interrumpidos por la rebelión de hace diez años.

La “reconciliación” vendrá con mucha propaganda. A los crédulos los obsequiarán con mejor “justicia social” y mayor provisión de “derechos”.

Puede que el caudillo proteste y gima, pero los representantes legítimos estarán de acuerdo en buscar la “paz” y la superación de los odios.

Las nuevas generaciones no entenderán cuál es el lamento de los viejos fascistas guerreristas y agradecerán al gobierno que encontró la paz.

Pues no existe tal cosa como los errores políticos impunes y los que se cometieron por largos años hacen inevitable la ruina de sus autores.

Para que en Colombia dejen de imperar los criminales y cesen los crímenes hará falta el desencanto de esa generación, y olvidar al caudillo.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 21 de octubre de 2011.)