domingo, diciembre 20, 2009

Las palabras, absueltas

Se dice que la enemistad entre el perro y el gato empezó cuando se encontraron y el primero, siempre tan sociable, se acercó batiendo la cola, gesto que el felino interpretó como un intento de agresión. Esa dificultad de entender al otro y de ponerse en su lugar se encuentra siempre que se confrontan opiniones sobre algún asunto. Por ejemplo, los críticos de Israel y defensores de la causa palestina sólo ven que cada vez hay más colonos en Cisjordania y que Gaza sigue bloqueada y con su población en la miseria.

Ésos son hechos: si Hamás pretende la destrucción del Estado de Israel, se trata sólo de palabras. Si algunos regímenes islámicos, como el iraní, hablan de echar a los judíos al mar, son sólo palabras, igual que si su líder niega el Holocausto. Y cuando se va más allá de las palabras, como con el programa nuclear, siempre queda el recurso de decir que a fin de cuentas Israel también tiene esa clase de armamento.

Y lo que pasa es que para entender al otro y entenderse uno mismo hay que empezar a mirar con atención las propias palabras. Éstas van más allá de la voluntad de quienes las pronuncian o escriben, seguirán ahí cuando esas personas desaparezcan y siempre encontrarán quien quiera imponerlas sobre la realidad. Los israelíes lo saben muy bien, pues a fin de cuentas nadie temía a los antisemitas de finales del siglo XIX en Alemania y Austria.

Y en la realidad nadie puede asegurar que si mañana los palestinos de Gaza o de Cisjordania viven bien no van a creer que han logrado una victoria sobre Israel y que sólo hace falta un empujoncito para acabar por fin con el Estado judío, según las proclamas en que siguen creyendo. André Glucksmann señalaba en alguna ocasión que aun la destrucción de Israel sería sólo el comienzo de una guerra mucho más ambiciosa contra Europa. De hecho, los defensores de la posición palestina no le dan mayor importancia al hecho de que Ahmadineyad niegue el Holocausto y ningún líder musulmán lo desautorice. Y el motivo profundo es que el odio a Israel en Occidente, con el sufrimiento de los palestinos como pretexto, es la bandera actual del antiguo antisemitismo.

Pero no todo el mundo comprende la gravedad de lo que se dice. En un hermoso cuento de Chéjov unos señores que salen de un restaurante ven unas aves que salen de la torre de un prelado y discuten sobre ellas, pero alguien los ve y se pregunta qué estarán mirando y así se forma otro corrillo, hasta que a alguien se le ocurre que está ardiendo la casa del prelado y otro lo cree y se arma tal revuelo que los primeros parroquianos se preguntan cómo no vieron el fuego a tiempo. Eso mismo deberán pensar los colombianos que durante tantas décadas anhelaron que el país tomara el rumbo cubano. Ya en 1970 eran completamente hegemónicos en casi todas las universidades, y lo siguen siendo: conservan la adhesión sentimental por la revolución y le agradecen a Piedad Córdoba sus esfuerzos por liberar secuestrados, pero que a nadie se le ocurra pensar que los actos de las guerrillas, rigurosamente descritos en su retórica unos años antes, tienen que ver con ellos.

Esa pretendida inocencia del lenguaje es sólo "inocencia" (candor) de quienes creen en ella: como las palabras son gratis, se presume que no tienen importancia y que "no hay ideas criminales en la Academia". Por eso el redactor de El Espectador que escribe una noticia como ésta: "Piedad Córdoba busca ayuda en España para secuestrados" pensará que sólo es una leve mentira que puede servir a la causa de agradar al dueño y a los que controlan el periódico.

Pero las mentiras no son menos graves que los crímenes, sobre todo esas mentiras con las que se pretende insuflar oxígeno a los terroristas. Sólo gracias a ellas han podido las FARC alcanzar tanto poder. Del mismo modo que los izquierdistas de las décadas anteriores creían que la lucha armada sería como una fiesta y desechaban atender a la evidencia de que sus arengas eran simples llamados al asesinato, así los de hoy en día vociferan calumnias contra el gobierno y defienden a la siniestra senadora y a la siniestra Corte Suprema de "Justicia", convencidos de que eso no tendrá que ver con el resurgir del terrorismo.

Otro ejemplo de mentira claramente comprometida con el crimen es este escrito de Daniel Samper, que después de una larga retahíla llena de mentiras llega a esta perla:

No podemos seguir sacrificando colombianos valiosos que, equivocados o no, buscan una patria mejor en esta larga guerra.

Cosa que no debe entenderse como que él va a pedir a las FARC que se desmovilicen, ni nada parecido, sino que quiere señalar al gobierno como el agresor que persigue a unos colombianos que quieren mejorar el país. Bueno: antes había explicado que con ayuda de otros países se deberían reunir todos los sectores para acordar un país más justo: ¿qué van a importar los ciudadanos?

Para que se llegue a entender por qué en Colombia han asesinado tranquilamente a tantos miles de personas conviene considerar por ejemplo el caso del dramaturgo español Alfonso Sastre, cuyo escrito es mucho menos enaltecedor del terrorismo que el de Daniel Samper, pero que será procesado porque allí donde el lenguaje es impune, donde los señores Molano y Otálora ordenaban tranquilamente asesinatos desde sus columnas y la mayoría de las noticias de la prensa son descaradas mentiras (como la que explica las motivaciones de la senadora Córdoba), los hechos no tardan en corresponder a las palabras.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 24 de junio de 2009.)