viernes, marzo 02, 2012

La triste persistencia de la memoria


Impresiona mucho descubrir en el Museo de Historia de Barcelona que los personajes de las estatuas de hace dos mil años son de un tipo físico que casi reconoce uno por las calles de la ciudad, o que la forma de vida de los pobladores de esa época es en realidad bastante parecida a la actual: la clase de cosas que comían y bebían, la suntuosidad de las viviendas de los poderosos, el aprecio que tenían por las artes y el comercio, etc.

Plaza del Rey (King's square), Barcelona, Spain
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Es decir, pese a los cambios que se detectan en la superficie de la vida social, el fondo mantiene una serie de constantes, de hábitos, de valores, de inclinaciones, etc., que guardan relación con el origen de la sociedad. En el caso de las ciudades del Mediterráneo occidental que formaron parte del Imperio romano, ese origen no es propiamente la fundación de la ciudad por los romanos, sino lo que éstos recogían de vida sedimentada en varios milenios de convivencia y comercio alrededor de dicho mar.

También tratándose de la historia de Colombia se podría detectar no ya una continuidad, sino la clara persistencia de los rasgos de la sociedad del siglo XVI, a veces con algún nombre convenientemente cambiado. Hay un espíritu que se mantiene, como escamoteando el paso del tiempo. Es la cultura local, pero la vanidad de la gente la lleva a figurarse que tales cosas están enterradas y que gracias a que disfrutan de los bienes tecnológicos de otras sociedades forman parte de ellas.

Detectar los rasgos definitorios de esa tradición y su presencia en la vida actual es el objetivo de este escrito. Mientras se siga negando la pertinaz realidad del despojo como objetivo del gobierno y de la etnia dominante, será muy difícil explicar que haya tan poderosas bandas de asesinos obstinados en imponer un régimen cuyo fracaso es tan clamoroso que sólo puede reivindicarse porque sirve como máscara de otros intereses.



Voy a resaltar una serie de rasgos de la sociedad de hace cuatrocientos años que son plenamente vigentes, convencido de que encontrar la relación entre la sociedad de entonces y la actual permitirá entender los caminos de la historia y tal vez saber qué deberíamos cambiar si queremos que nuestro país se asimile al mundo civilizado y dónde encontraremos las mayores resistencias a ese proceso.

Aparte del obvio interés en expandir las posesiones de la Corona española y despojar a los aborígenes, la sociedad colonial pronto encontró un pretexto para su objetivo: la evangelización. La armonía entre dicho fin que se proclamaba y la realidad de saqueo, exterminio y esclavitud, así como entre el poder local y la metrópoli remota, suponía entregar poder al clero que legitimaba dicha realidad y aseguraba la lealtad a la autoridad religiosa, a medias obediente al Papa de Roma y a medias al monarca español.

Hoy en día el proceso se mantiene pero se le han cambiado los nombres. El clero sigue existiendo pero ya no predica un paraíso trasmundano sino la "justicia social", no enseña virtudes morales sino ridículos adornos intelectuales y disfruta sin preocuparse de los placeres terrenales (con enorme ventaja). El papel del clero como legitimador del parasitismo y la dominación de la casta heredera de los conquistadores lo pasaron a ejercer los profesores universitarios (todas las universidades son públicas en la realidad, pues les está prohibido el lucro y perdonado el pago de impuestos a las ganancias: el clero vive directamente del erario o de canonjías provistas por la autoridad, eso es lo que significa "la educación no es un negocio, es un derecho": es una ventaja inicua para la casta sacerdotal).

La evangelización fue el primer intento de ingeniería social que sufrieron las sociedades hispánicas. Los sueños colectivistas hegemónicos en las universidades continúan la misma tarea, ahora escudados en la retórica que fracasó en el resto del mundo en el siglo XX o en sus formas resistencialistas (discursos derivados de la explosión de Mayo del 68 que alimentan los proyectos de la socialdemocracia remanente en Europa).

El elemento principal, y sobreentendido, que se mantiene en los proyectos de ingeniería social es el derecho de la minoría conductora a "ahormar" al resto de la sociedad: lo mismo las órdenes religiosas del siglo XVI que los combos de "mockertos" actuales. De hecho, si algo demuestra la continuidad del clero en forma de profesorado universitario es el interés de las familias "prestantes" en tener a algún miembro en ese gremio.

El clero encabezaba y legitimaba (encabeza y legitima) un orden marcado por el parasitismo de los herederos de la conquista. En lugar de los rosarios y avemarías hoy se practican las protestas violentas, si bien la recitación de las palabras definitorias de la fe ha sido reemplazada por una retórica más pobre y burda. De algún modo, los rasgos de esa sociedad son meros atavismos cuando se los contempla desde fuera, de modo que los pretextos con que se mantiene el viejo orden son disparatados y en últimas máscaras ineptas de la violencia. Cuatro siglos después, los privilegiados de dicha sociedad se aferran a sus viejas posesiones pero no tienen otro modo de defenderlas que mediante los métodos antiguos: secuestro, extorsión e intimidación.

Muchas veces conquista es llegar a imponer costumbres y credos ajenos a los habitantes del lugar

La irresistible tentación de negar la relación entre las prédicas de Miguel Ángel Beltrán, Alfredo Molano, Óscar Mejía y tantos profesores y las tropas de niños y rústicos que hacen realidad su sueño justiciero es sólo continuación de otra tradición de los primeros tiempos coloniales: el leguleyismo. También se proclamaba la evangelización como el sentido de la Conquista y ante la prohibición de esclavizar a los indios el propio Jiménez de Quesada produjo aquello de "Se obedece pero no se cumple".

La persistencia de los valores de esa sociedad se hace evidente en la crueldad con que el colombiano concibe su relación con los demás: el atropello, la opresión, el irrespeto, la arbitrariedad, etc. son casi un motivo de orgullo, y ello sólo porque se mantiene el viejo espíritu de jerarquía entre castas. La arrogancia y desfachatez con que los "jueces" envían a la cárcel a inocentes inventándose los delitos o las pruebas, basándose en testimonios claramente sesgados, comprando testigos, disfrutando de relaciones privilegiadas con los criminales, etc., es sólo continuación de esos valores.


También los rasgos propiamente hispánicos, que había desarrollado la sociedad castellana en los siete siglos de la Reconquista, se mantienen idénticos, por ejemplo el desprecio del trabajo, tan característico que en la sociedad colombiana el empresario es un tipo de ser humano aborrecido mientras que el sindicalista, en los casos más significativos un organizador del caos que vive del erario y gana sueldos que no alcanzan los ministros, es un líder admirado.

Todo ese orden es el que hace que en la mente del colombiano predomine una forma atroz de colectivismo (que se manifiesta en la ingeniería social de los comunistas y de los mockusianos, con los sobreentendidos de dominación), pero también que las viejas costumbres se mantengan. Por ejemplo, la encomienda sigue igual que antes, pero su mecanismo se ha hecho más alambicado. Ahora se llama acción de tutela y sigue siendo una forma eficaz (mezclada con la vieja costumbre clerical de prometer el cielo dado que hacerlo no cuesta nada) por la cual los recursos fluyen hacia los de siempre. Antes los indios trabajaban gratis para sus protectores, ahora éstos se decretan cirugías plásticas y beneficios inverosímiles de una caja que se describe como inagotable. Es decir, la fuente de la exacción se ha ocultado, pero el resultado sigue siendo el mismo.


En el plano institucional sigue siendo normal concebir los cargos públicos como la forma correcta de enriquecerse (siguiendo una tradición romana que en lugares como Barcelona se perdió). En la época colonial se compraban los cargos, hoy en día se gasta más en la campaña para hacerse elegir congresista de lo que se obtendrá como sueldo y hay muchos casos de jueces y fiscales que efectivamente compran los puestos. La desfachatez con que se cometen semejantes desmanes de forma casi abierta sólo se puede explicar admitiendo que el espíritu de la época colonial está vivo y es muy difícil de cambiar si no se empieza por entender que ninguna de esas lacras se va a combatir sin un esfuerzo de identificación de sus rasgos y sobre todo de rechazo de sus pretensiones y pretextos, como la redistribución, que sólo es concentración de los recursos en manos de los mismos, que se lo saben redistribuir, a la mejor manera colonial:


A tal punto es similar la sociedad colombiana actual a su origen que todavía hay grupos de patricios que se creen con derecho a rebelarse e imponer a punta de crímenes su poder. Fue lo que hizo Álvaro de Oyón (incluso en el mismo pueblo, La Plata, Huila, donde nacerían los coetáneos y copartidarios Luis Édgar Devia y Jaime Dussán), y su determinación de marchar a Santa Fe a decapitar a los oidores es como el anticipo de la toma del Palacio de Justicia por los pupilos de Enrique Santos Calderón. El triunfo de esa banda de asesinos determina el persistente retraso de Colombia. ¿Habrá algún día una "masa crítica" de ciudadanos capaces de cambiar el marco legal heredado de Pablo Escobar y esos terroristas? Sería el comienzo de la superación de los aspectos más odiosos de ese pasado persistente.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 12 de octubre de 2011.)