viernes, noviembre 12, 2010

Pero ¿esto qué es?

La ocasión del cumpleaños del Estado conocido hoy en día como Colombia es muy apropiada para ocuparnos de lo que ha pasado y de lo que somos, del papel que tenemos en la aldea global y de lo que podría ocurrir en el tercer centenario.

No es cualquier cosa el surgimiento de un Estado, y resulta muy erróneo suponer que, dada la relativa modestia del papel de Colombia en el concierto global, la independencia es una ficción. Quienes hacen esos juicios suelen desconocer el peso que tenían las sociedades de la América española en el mundo del siglo XVIII. Se podría decir que en términos de prestigio, poder y hasta demografía la Nueva Granada de 1810 vendría a representar tanto como Malawi o Bután en el mundo de hoy.

Por no tener en cuenta eso se suele comprender mal todo lo demás. Es característico de los hispanoamericanos que viajan a Europa el desconcierto ante la ignorancia de los europeos de la geografía del Nuevo Mundo: el más modesto turista puede recitar las capitales de veinte países veinte veces más pequeños que Colombia, pero el europeo, como cualquier Reagan, confunde a la patria del gran Francisco de Paula Santander con la remota y miserable Bolivia. Eso sí, ningún catedrático de geografía hispanoamericano recuerda más de media docena de capitales africanas.

Una vez me vi en un aprieto explicándole a un intelectual árabe quién era Simón Bolívar. ¿Simone de Beauvoir? Qué escándalo, como si yo pudiera recitar la lista de gobernantes de Siria, Túnez o Jordania.

Para formarse una idea del peso de la América española en la época, baste comparar los efectivos comprometidos en la batalla de Waterloo con los de la de Boyacá, mucho más trascendente para Colombia que aquélla para Europa, y que tuvo lugar apenas cuatro años después: en la primera unos 240.000, en la segunda unos 5.500.

La independencia era el paso que seguía a la conquista y posesión del territorio por los españoles: al cabo de unas generaciones los grupos de poder encuentran injustificada la exacción que lleva a cabo la metrópoli y aprovechan los altos costos de una guerra de reconquista para hacer rancho aparte. Pero esa determinación, surgida sobre todo del colapso del imperio español, sometido entonces a Napoleón, dará lugar con el tiempo al surgimiento de una nación, y en el largo plazo de una identidad.

Es muy curioso darse cuenta de que los pueblos son el producto de los Estados y no al revés. Los dos siglos de historia del Estado colombiano son los de la construcción de la nación colombiana: sometiendo a los poderes regionales, aumentando la población y creando instituciones. Muchos dirán que la población sigue tan fragmentada y segregada como en 1810, pero casi siempre quienes lo dicen desconocen por completo la sociedad de la época. El surgimiento de una nación, o de una identidad nacional, se relaciona con el arraigo de los grupos diversos sobre los que se impone el grupo creador del Estado. Con el tiempo pesan más las experiencias compartidas, las costumbres surgidas de las leyes y el sentido de pertenencia que los orígenes étnicos o aun la condición social que cada grupo tenía al comienzo. Hoy en día nadie pensaría que un "afrocolombiano" tiene más rasgos en común con un africano que con los demás colombianos, o que un patricio de inmaculadas raíces vascas piensa en su hogar pirenaico y se considere ajeno a la tierra en que vive.

Paul Johnson, un historiador británico, sostiene que el mundo moderno se creó en el periodo que va de 1815 a 1830. El surgimiento de las repúblicas hispanoamericanas está ligado a ese fenómeno, y determina en gran medida los valores de la población de la región: por una parte, se seguía el ejemplo de las trece colonias británicas que se hicieron independientes 34 años antes, curiosamente con ayuda española; por la otra, se asumían en parte los valores liberales triunfantes en la mayor parte de Europa occidental.

Como siempre, no falta el que piensa que esa aceptación de valores e ideas es falaz, dado que todavía no se ha construido el paraíso como en Cuba. Pero basta con pensar en las dificultades de asimilación de esos valores en regiones antaño civilizadas, como el norte de África o el Oriente Medio, para entender la importancia de que las libertades sean algo obvio y encomiable para la mayoría de los colombianos.

Lo descrito hasta ahora define a la colombianidad como una aceptación de los presupuestos ideológicos y morales del Occidente, y la historia de estos dos siglos como un incesante avance del arraigo y de la construcción de una identidad nacional en torno a esos valores. La frustración habitual de los creacionistas tiende a negar eso. Colombia ha "liderado" por mucho tiempo las estadísticas de homicidios y otros crímenes, y cientos de miles de compatriotas viven en el exterior dedicados a actividades ilícitas, o prostituyéndose, al tiempo que los organismos estatales son el fortín de los corruptos.

Tales prevenciones parten de la ceguera respecto a lo que era la sociedad del nuevo Estado hace dos siglos. No era concebible un funcionario probo, pues enriquecerse en el cargo era legal y se consideraba legítimo. Y el despojo a los débiles era lo corriente en una sociedad en que buena parte de la población estaba formada por esclavos. La mayor parte de las poblaciones actuales ni siquiera existía. El delito y la prostitución son los oficios de los advenedizos en cualquier época, y sólo es cuestión de tiempo que esa gente, o sea, sus descendientes, se integre en la comunidad, con la que comparte valores y a la que quiere asimilarse.

La sociedad colombiana recuerda a la del oeste de Norteamérica durante el siglo XIX en la violencia que surge entre los desarraigados. Pero el tremendo despilfarro de energías que es la delincuencia tendrá que menguar a medida que aumenta el nivel de vida y mejoran los mecanismos de control. La prostitución "virtuosa" (que ocupa a personas que quieren ganar grandes cantidades por ese medio) desplazará a la que sólo existe como salida desesperada de mujeres sin recursos.

También la tentación totalitaria es una herencia de la sociedad anterior al surgimiento del Estado independiente: en esencia se trata de resistencia de las castas poderosas ante el avance de los valores modernos. El hecho de que los comunistas triunfaran a medias con la Constitución del 91 y no llegaran a concentrar el poder estatal determina la resistencia a las fuerzas que intentaban imponer un régimen de partido único y concentración del poder estatal: el combate contra las guerrillas comunistas quedará como parte del patrimonio (en el sentido más literal, de "legado del padre") de los colombianos.

Es difícil no creer que la clase de gente sufrida que ha sobrevivido a climas espantosos y prosperado en paisajes agrestes sacará partido de la sociedad del siglo XXI. La identidad colombiana, la capacidad de reconocerse en la comunidad nacional, se afianzará con el tiempo a costa de otras identidades de la región, como la venezolana, y al mismo tiempo se asimilará a la forma de vivir y pensar que impera en Europa y Norteamérica. Con vacilaciones y retrocesos, el país del tercer centenario se irá alejando del que soñó Camilo Torres Restrepo y siguen soñando sus herederos en los antros revolucionarios. Previsiblemente, el colombiano tendrá más cultura del trabajo y más conciencia del valor de la propiedad que la gente de los países vecinos, y dado el peso demográfico del país, así como la capacidad de exportar productos culturales a los países vecinos y aun, en el medio plazo, de integrar inmigrantes, su papel será el de metrópoli regional, al menos para los países del área "bolivariana".

(Publicado en el blog Atrabilioso el 21 de julio de 2010.)