martes, septiembre 12, 2023

El modo de vida colombiano

 Gustavo Petro Urrego, un antiguo terrorista que no sabe expresarse correctamente en castellano ni como miembro de las huestes de la palabra escrita ni de la hablada, ignorante absolutamente de todas las materias y con una desfachatez que resulta difícil concebir, no es presidente de Colombia únicamente por la presencia de dineros calientes en su campaña ni por el apoyo de los formidables medios del clan oligárquico ni por la adhesión de la populosa clase funcionarial. Hay otro motivo más importante.


Ese patán inverosímil es el presidente porque representa a los ciudadanos del país. Lo que pasa es que sin haber dejado de ser uno de ellos es muy difícil darse cuenta de hasta qué punto lo que señalo en la anterior frase es exacto. Cada vez que presto atención a las cosas en las que creen los supuestos adversarios o críticos de Petro, uribistas, derechistas, conservadores, etc., descubro que en planos más hondos de la ideología o de la opinión comparten casi todo con los llamados mamertos.

Lo de la acción de tutela es sólo un ejemplo típico y la idea de que no es correcto que haya una potestad de los jueces para interpretar generalidades y a partir de ellas tomar decisiones sobre cuestiones que afectan al gasto público es incomprensible y fastidiosa para casi todos los colombianos cuya opinión al respecto he conocido. Ni hablar de si se puede tener un derecho fundamental a la educación o a la salud que se traduce en sacrificio económico de otros o del erario. O de que la reducción del gasto público es la primera condición para generar desarrollo económico.

Bueno, no sólo la reducción del gasto público sino sobre todo la forma en que esa reducción sería eficaz y no afectaría a prestaciones que podrían llegar a las personas más necesitadas o afectar a la seguridad del país o al funcionamiento del Estado. Me refiero al cierre o venta de las universidades públicas y a la consideración de las demás como empresas normales que tienen propietarios, pueden lucrarse de su actividad y pagan impuestos por ello.

Decirle eso a un colombiano de clase media es como proponerle asar a la brasa a la madre y comérsela con salsa barbacoa. ¿Cómo se puede concebir algo así?

La razón es muy sencilla: por conservador o anticomunista que sea alguien, cuando pertenece a un medio más o menos acomodado tiene como prioridad que sus parientes jóvenes accedan a un título universitario y no se queden excluidos o en riesgo de indigencia. La situación actual favorece a casi todos los de ese medio social, y decirles que en realidad en las universidades colombianas no se aprende más que la recitación de la propaganda narcoterrorista no los conmueve en absoluto. Obviamente todos lo niegan, y explicárselo es tan carente de sentido como convencer a alguien de que es tonto.

Cuando leí que un joven de la Universidad Nacional había muerto en el laboratorio a causa de una explosión supuse que habría muerto preparando materiales para atentados terroristas, cosa en la que al parecer me equivocaba, como quien supone que alguien que intenta entrar por la ventana de una casa es un ladrón y no alguien que va a avisar de un peligro que hay en la puerta principal. ¿Cuántos casos de estudiantes muertos preparando explosivos para matar policías ha habido? Sólo en los últimos veinte años han sido más de diez, que yo más o menos recuerde.

Queda la cuestión de que la explosión convierte a ojos de sus compañeros, o mejor dicho de sus compatriotas, en un héroe de la ciencia, tal como los policías o soldados que se dejan matar son héroes para los demás. ¿No será que su preparación era deficiente?

Pero lo interesante es la reacción que tuvo en Twitter mi errónea suposición. Una persona llegó a decirme que sin las investigaciones de los científicos yo no podría estar escribiendo detrás de una pantalla. Entre muchas decenas de respuestas sólo había unas pocas que no contuvieran palabrotas y errores ortográficos y de redacción penosos. Pero lo interesante es esa asociación entre el estudio y el conocimiento que todos aceptan. No pude evitar acordarme de un político uribista que aseguraba que la multiplicación de cupos sacaría al país del atraso, ni de la matrícula cero que promovía el gobierno de Duque y que todos los candidatos en las elecciones de 2022 suscribían.

Tampoco de las olimpiadas de Barcelona en 1992, en las que un integrante del equipo de natación de Guinea Ecuatorial no sabía nadar. Todos los países tienen su bandera, su himno, su orquesta sinfónica y sus universidades. El estudiante colombiano de filosofía se siente portador de una carrera que incluye a Platón y a Descartes, que en su época eran como él ahora. La señora que defiende a los científicos cree que los ingenieros colombianos son como los que inventaron los sistemas operativos. ¿Acaso no se llaman todos ingenieros?

Insisto, no se trata sólo de los comunistas, los estudiantes y profesores no son comunistas porque la universidad colombiana haya sido infiltrada por ideologías foráneas criminales, sino porque la planta sobre la que se construyó el país es el parasitismo. El profesorado universitario es sólo el trasunto del clero de la época colonial y de hecho muchos profesores comunistas empezaron en el seminario. Los antepasados de los profesores de puestos más seguros eran igualmente privilegiados absolutamente improductivos durante muchos siglos.

Si uno entra en una librería de otro país NUNCA encuentra una obra de un colombiano que no trate de Colombia, y aun así es difícil encontrarla. Si uno va a un gran almacén en otro país NUNCA encuentra un producto manufacturado en Colombia, y de hecho en el país la mayoría de esa clase de productos son importados. Si uno va a buscar alguna patente entre los millones de patentes que se han registrado en este siglo, si llegara a haber alguna colombiana sería de algo insignificante. Si uno lee una revista científica o sobre medicina o algo así puede encontrar muchísimos nombres indios o árabes, pero casi ninguno hispano y NUNCA ninguno colombiano. Si uno mira cuáles son las empresas colombianas, cuál es su tamaño y cuál es su prestigio, se da cuenta de que aparte de las materias primas y la cocaína sólo hay algunos productos agrícolas, porque no se aplica ningún conocimiento a nada y el «estudio» sólo le abre camino a la prosperidad a alguien si se hace funcionario, para lo que lo apropiado es asociarse con los comunistas.

Sencillamente, la universidad es el lugar en el que se reparten los recursos del país entre los de siempre, con el añadido de que la formación que proveen no es otra cosa que propaganda. ¿Alguien recuerda los posicionamientos de la universidad, de todas las universidades, respecto de la paz de Santos por la que los violadores de niños se convirtieron en legisladores a los que nadie eligió? ¿Alguien recuerda acaso a esos monstruos dando conferencias en las universidades? ¿Alguien entiende quizá que para un colombiano es absolutamente natural que la definición de «estudiante» sea «persona que sale a tirar piedra»? No hay problema en que los uribistas o conservadores se opongan, por decantación a toda costa intentarán conseguir que sus hijos se conviertan en doctores, ojalá funcionarios.

Colombia no va a ninguna parte y se merece a un presidente como Petro porque no se puede construir un edificio cilíndrico sobre una planta piramidal. Es imposible encontrar a una persona que estudie o enseñe en una universidad y que no haya votado por Petro, o a alguien que apruebe la idea de que la formación la pague cada uno si puede, y si tiene mucho talento o ambición que pida un crédito. Es imposible porque el molde de sociedad parasitaria produce a una persona tosca (como los estudiantes que me contestaron) y vulgar que cree que por obtener un título sabe algo y ciertamente sólo sabe recitar las consignas de sus profesores.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 7 de julio de 2023.)