jueves, julio 15, 2004

Todo lo que pasa por culpa de los corruptos

La causa del atraso y la miseria de las naciones, sobre todo de las que pobladas por otra gente serían ricas, es aquello que hace y dice su gente.

Pero cuando se examina eso, siempre resulta que nadie quiere poner en duda sus convicciones, las "ideítas" que se han formado en su mente, que ha oído en la escuela, en la familia, en la iglesia, en la cantina... Paradigmático de esto es el mito que existe alrededor de los políticos del sistema democrático: la opinión generalizada es que son todos unos ladrones y que de no ser por ellos todos tendríamos suficiente.

Da lo mismo que se demuestre de mil maneras que eso no es así, la rutina tradicional es una enfermedad casi orgánica. De todos modos el esquemita maravilloso de que existía un paraíso en el que no hacía falta trabajar y llegaron unos malos, una serpiente tentadora (por eso ni siquiera hay que leer lo que escriben los que no recitan lo que uno sabe, a lo mejor terminan confundiéndolo a uno), un ángel caído y sus agentes, etc., y lo echaron todo a perder, ese mito de cuento de hadas, es una costra pétrea que nadie arranca de ningún cerebro.

Esa convicción es muy profunda en Colombia y la prueba está en que todos los analistas concuerdan en que si Uribe hubiera cerrado el Congreso habría ganado mucho apoyo popular.
Ese cuento sobre la corrupción es falso, procede del predominio de valores predemocráticos y premodernos y termina paralizando a la sociedad. Un país como Italia es riquísimo en comparación con cualquiera de Latinoamérica, pero allí la corrupción nunca ha sido menor que en conjunto en nuestro continente. Un país como Bolivia podría haber estado administrado por ángeles y seguiría siendo miserable, PUES LO QUE HACE LA RIQUEZA DE LAS NACIONES ES SOBRE TODO LA PRODUCTIVIDAD DE SUS POBLADORES.

Para llevar a un país a la miseria no hace falta "robarse" nada: la Argentina de Perón tomó el rumbo de la miseria el día que se crearon más empleos estatales que los necesarios, creando una "canal" por la que se han ido siempre los recursos, y lo mismo ha pasado en la Venezuela de Chávez (eso en cuanto al despilfarro, si se piensa en los cierres de empresas que produjo el aumento de los salarios por decreto, el daño sería mucho peor).

En Colombia todo el mundo se acuerda del robo de Dragacol, pero esa cantidad, unos 10 millones de dólares de entonces, SE GASTA CADA DÍA EN PENSIONES QUE NO SE PAGARÍAN EN EL PRIMER MUNDO. De eso nadie se acuerda, la renta legalizada, segura, cómoda, carente de ingenio o de esfuerzo es el sueño verdadero de casi todos los colombianos.

Las proclamas contra la corrupción son lo que se dice un canto a la bandera, y para saber que un político sólo tiene en mente robar basta con estudiar la frecuencia con que protesta contra la corrupción: lo que se espera de un administrador es que presente un programa riguroso explicando lo que va a hacer, el destino de las inversiones, etc.

Lo que hace el que sólo clama contra la corrupción es halagar la envidia de su público para conseguir su favor y así acceder al puesto, que sólo le interesa por las rentas que le pueda producir. Y es muy difícil contestarle, pues no hay ningún partido que se declare partidario de la corrupción.

En realidad, ese mito procede del rencor de los caudillos y otros gobernantes predemocráticos que aborrecen las urnas y los controles. Si los colombianos no confían en sus representantes en el Congreso, ¿por qué no eligen a personas honradas? Eso resulta imposible: se vota por prebendas, o no se vota porque no hay quien se las ofrezca a uno, y después se condena todo el sistema porque el ladrón del que el votante fue cómplice hace de las suyas. Pero lo gracioso es que si no hubiera políticos buscando votos, ¡ahí sí habría que ver lo que sería la corrupción!
 
La ONG Transparencia Internacional ha publicado la lista de los peores gobernantes ladrones, y en ella sólo figura un presidente de un régimen democrático: Arnoldo Alemán, el heredero de la "piñata" sandinista (Fujimori fue elegido, pero su régimen se convirtió en dictadura dos años después). El mayor corrupto por la cantidad que robó fue el dictador indonesio Suharto, lo sigue el filipino Marcos, el zaireño Mobutu, el nigeriano Abacha, el serbio Milosevich, Fujimori y un ex presidente ucranio. Claro que ahí no figuran Sadam ni Fidel Castro porque nadie controla las cuentas de sus regímenes, y no sería raro que ambos encabezaran la lista. ¿Cuál de todos esos grandes ladrones ha sido castigado por su pueblo? ¡El único, el que presidía un régimen democrático, Arnoldo Alemán, condenado a 20 años de cárcel!

Así pues, debería quedarnos claro que

1. La corrupción no es la causa de todos los males puesto que no todo es del Estado, como desearían los seguidores de Mussolini y de Tirofijo.

2. La única forma efectiva de controlarla y perseguirla es defendiendo las instituciones democráticas, las libertades, los controles institucionales y la transparencia de los gobiernos.

3. Más allá del robo hay formas de despilfarro, por ejemplo por populismo (el cual es complementario de los grandes robos: un ladrón que quiera llevarse muchos millones al exterior es indiferente al futuro del país, perfectamente puede endeudarlo para comprar apoyos), o la mala administración (que no implica mala fe: Mockus podrá ser un santo que no se robe nada, pero sólo es bueno porque no gasta, a la hora de invertir para resolver los problemas no parece ningún genio).

4. El problema está en reducir la parte del Estado, en hacer autónoma a la sociedad: en la medida en que el poder del Estado respecto al ciudadano sea mesurado, el funcionario ladrón tendrá menos posibilidades de cometer abusos. El rutinario clamor contra la corrupción sólo sirve para multiplicar ese mal de impotencia que mantiene a sus víctimas enardecidas por la envidia y al mismo tiempo absurdamente esperanzadas en que algún gobernante llegado de la luna o engendrado por el rencor de las multitudes va a remediarlo todo.