miércoles, julio 14, 2004

Revolución o civismo

Uno de los errores más frecuentes entre quienes se oponen al poderío de las guerrillas es la suposición de que se trata de una conjura de 30.000 bandidos que han encontrado en el terror y el narcotráfico un rentabilísimo negocio. Ni siquiera se podría decir que se trate del medio millón de colombianos que los aplauden ni de los dos o tres millones que simpatizan con sus fines y en cierta medida se sienten representados por los "izquierdistas".
 
La cuestión, como decía alguien hace poco, es la confusión moral y política de la mayoría, la falta de claridad sobre el país que se quiere construir, sobre los valores que se quieren defender, sobre la forma en que debemos evaluar nuestra historia y sobre lo que queremos ser y que sean nuestros descendientes. Muy poca resistencia ofrecerían 30.000 asesinos a un país que mostrara una voluntad clara de resistir a su arremetida y de imponer una convivencia basada en leyes justas y en el respeto a los derechos de todos.
 
La primera percepción falsa es que esa sociedad ha existido alguna vez en Colombia y vino a ser alterada por la subversión. En realidad, lo que ha existido siempre en Colombia es la arbitrariedad, el ejercicio despótico del poder por parte de quienes pueden concentrar la fuerza, y la mentira asociada a ese poder. Si algo impresiona de Colombia al que vive fuera por mucho tiempo y vuelve es el servilismo, la disposición de la gente a humillarse ante los poderosos y a adularlos. Los poderosos pueden ser para el portero de un edificio los vecinos, para el funcionario de bajo rango cualquier superior jerárquico o cualquier dirigente sindical, para el campesino cualquier armado o cualquier abogado.

El concepto de dignidad humana no ha arraigado mucho en estas tierras, sobre todo porque quienes desaprueban el poder despótico existente sólo aspiran a encontrarse entre los nuevos poderosos. Los colombianos de cierta edad, que conocieran la propaganda de los antiguos países comunistas, o los que pudieron viajar a alguno de esos países, sabrán de qué hablo, de la insignificancia del ciudadano corriente ante el poder y de su rebajamiento continuo causado por el miedo y por la impotencia. Lo que distingue a la persona servil del ciudadano libre no es que deje de sentir deseos de venganza por su humillación, sino que renuncia a creer en lo ilegítimo de esa situación: su aspiración secreta es destruir a su superior y ocupar su puesto.
 
Ese proceso se llama "revolución", o para expresarlo con una canción de mi época, "que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda mierda". Porque es que junto con el servilismo lo que distingue a Colombia es la cantidad de personas imbuidas de un sentimiento de agravio y de un anhelo de "justicia" que curiosamente sólo se alivia cometiendo injusticias y provocando agravios a otros. Esta clase de personas descontentas con el orden social y misteriosamente hostiles a cualquier noción de equilibrio y consenso son los revolucionarios, espécimen que es el predominante en Colombia, tal vez sólo superado por el de los pasivos, que existen en todas partes y que se adaptan a lo que sea, a un gobierno de Bin Laden o a uno de Al Capone.
 
Hace poco un periodista preguntaba a un candidato de la "izquierda" si los "izquierdistas" no se destrozarían entre ellos antes de tener siquiera una parcela de poder. El motivo por el que esa amplia franja de los revolucionarios nunca se pone de acuerdo es porque el sentido profundo de su rebeldía es éste: "Quítate tú pa' ponerme yo", y no hay ministerios para tantos. En resumen, la revolución en Colombia es lo de siempre, cada vez que un grupo consigue imponerse por la fuerza, desde la Conquista, crea su propia jerarquía excluyendo a los otros, y siempre tiene la excusa de un agravio anterior.
 
Los empleados públicos de hoy en día siempre se quejan de los partidos tradicionales y de los políticos que los nombraron, pero no se dan cuenta de que son sus atropellos, sus perpetuos paros, sus prebendas imposibles lo que empobrece al país, mucho más que la corrupción y que la misma guerrilla. En realidad, son los agentes actuales de esa arbitrariedad, opresión y exclusión que siempre ha caracterizado al país. En Colombia la revolución es una rutina, pero también es una forma de resistencia a la integración en el mundo civilizado: una resistencia que encarna en los sectores sociales privilegiados precisamente porque en una sociedad verdaderamente democrática perderían su rango. Eso explica que la "izquierda" nunca consiga una cantidad significativa de votos: el pueblo llano no se siente representado en absoluto en los proyectos comunistas, y para cualquiera resulta evidente que la forma de aumentar el bienestar de todos no puede ser la llamada "épica del bochinche".

La forma en que ese apego a la costumbre de estar haciendo la revolución y creando agravios para justificar una posterior revolución se manifiesta es el odio a los Estados Unidos. No es que los colombianos no tengamos intereses distintos a los de los norteamericanos, el problema es si la forma de defender nuestros intereses y tener algún poder en el mundo es mediante la destrucción continua, las huelgas, las prebendas desproporcionadas, el parasitismo, la arbitrariedad (todas las huelgas de empleados públicos son imposiciones violentas y arbitrarias de una minoría: si fueran derechos compartidos, los gobernantes elegidos los satisfarían). Pero las personas del pueblo llano puede sentirse identificado con alguna revolución en la que personalmente puedan sacar algún provecho o mejorar de estrato, por eso hay tantos enemigos del "neoliberalismo" y tantas versiones de la "justicia social": el serpismo, la "izquierda democrática", el ELN, las FARC...

Una mayoría partidaria del imperio de la ley todavía no se ha formado en Colombia, y todo el problema es lo que tarde en formarse. Por esa misma experiencia han pasado otros países de Latinoamérica, con sus particularidades, como Chile y México. Pero en realidad en periodos anteriores también fue una elección que hicieron los países hoy desarrollados. Sencillamente se trata de pasar del "estado de naturaleza" a la sociedad civilizada. Ese salto es muy difícil en Colombia porque los revolucionarios no son sólo los organizados políticamente en proyectos de reparto de los cargos públicos, sino los millones de personas que sienten que las convenciones de propiedad, prohibición del comercio de drogas, legitimidad de los documentos, derecho a la vida, etcétera son arbitrarias y extranjeras.

Volviendo al principio: hay una mayoría confundida moral y políticamente que no puede convencerse de que vale la pena vivir en un mundo basado en la defensa de la propia dignidad, en el respeto de las leyes y en la necesidad de una armonía y un equilibrio entre el Estado y los ciudadanos. La forma en que se manifiesta el carácter de esa mayoría es mediante el servilismo, el crimen y el apego a la revolución.
 
Para cambiar eso tenemos que ir formando poco a poco el bando del civismo, por ejemplo, apoyando a los candidatos que prometen aplicar las leyes (la única garantía de que no nos podrán traicionar es que haya mucha gente dispuesta a exigirles que cumplan y a castigarlos aunque sea mediante el voto. Hasta ahora NUNCA se ha votado así en Colombia. Aplicar las leyes no es darnos casa, carro y beca, sino esforzarse en serio por reducir la tasa de homicidios, por defender la propiedad, por aumentar la renta y reducir el desempleo. Los que prometen casa, carro y beca a menudo no mienten: darían todo eso y más con mucho gusto si hubiera plata para todos, pero sólo pueden satisfacer a los que tienen más cerca.) También se podría aumentar el bando del civismo en la conducta privada, apoyando a quienes crean empresas y dan empleo y desaprobando a quienes cometen estafas y viven del cuento (¿ven que el bando del civismo sí es minoritario?), informándonos y renunciando a repetir las mentiras que promueven nuestros conocidos, desconfiando de toda queja y toda impotencia.

En realidad, vista la situación colombiana en un contexto mundial, es una crisis normal: los beneficiarios de la ley del más fuerte, los acostumbrados a vivir sin trabajar, los herederos de la pacífica y católica colonia española (que vivía del robo y la esclavitud), de la república esclavista de los próceres del siglo XIX, de las mil revoluciones que ha habido desde entonces, los maestros y abogados del Estado que se pensionan a los cuarenta años y reciben el sueldo de 15 personas por gritar y amenazar, se sienten en peligro e imponen su fuerza. No se puede saber cuándo podrá la mayoría librarse de esa opresión. En cambio, sí se puede saber cómo: MEDIANTE EL CIVISMO.



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