viernes, agosto 05, 2022

¿Qué fue de aquellas mayorías?

 Los propagandistas del candidato del régimen cubano acusan al ingeniero Rodolfo Hernández de ser lo mismo que Uribe. “Votar por Rodolfo es votar por Uribe”, claman, y con esa advertencia esperan disuadir a los votantes. Y se podría pensar que perderían su tiempo, de no ser por los magros resultados del candidato al que apoyaba el expresidente y por el claro afán del rival de Petro por mostrarse hostil al uribismo. Es decir, el odio a Uribe ya no es sólo un tema de la propaganda narcocomunista sino algo instalado en la conciencia de la gente, y éste es un fenómeno que desconcierta al que no mantiene un contacto continuo con el país.

En la famosa novela 1984, George Orwell crea un personaje, Emmanuel Goldstein, contra el que cada día se convocaba a los “cinco minutos de odio”. El relato corresponde a la orgía de intimidación que llevaban a cabo los comunistas en la Unión Soviética contra los partidarios de alias León Trotski. El odio a Uribe es de esa clase, el producto de una gran inversión en propaganda y un aprovechamiento inclemente de la inocencia infantil, y resulta algo absurdo si se cuenta con los datos de lo que ocurrió en Colombia entre 2002 y 2010 y sobre todo con la popularidad que alcanzó el expresidente. Pero funciona, como si la gente que soñaba con tenerlo a perpetuidad en el cargo hubiera experimentado un “lavado de cerebro” de los que hacían los comunistas durante la guerra de Corea y ahora hubiera convertido su “enamoramiento” en rencor furibundo.

Durante el gobierno de Pastrana, la sociedad colombiana “degustó” el poder que habían alcanzado las bandas narcoterroristas y reaccionó a la orgía de crímenes apoyando resueltamente en las elecciones de 2002 al único candidato a la presidencia que prometía una actitud firme. Ni siquiera hizo falta una segunda vuelta. Y la determinación con que el nuevo gobierno hizo frente a las bandas terroristas permitió un renacer del país, casi unánimemente considerado hasta entonces “Estado fallido” en instancias internacionales. Los índices de secuestros, homicidios, extorsiones, atentados contra la infraestructura y demás crímenes terroristas menguaron drásticamente y el PIB del país casi se triplicó en esos años.

La posibilidad de cambiar la ley para permitir la reelección fue el tema de discusión del país durante 2004 y 2005, y tras el triunfo de Uribe con casi dos tercios de los votos en 2006 y plantearse la posibilidad de una segunda reelección, el de los años siguientes. A tal punto que en la campaña de 2010 Santos utilizó a un actor que imitaba la voz del expresidente, y ganó en segunda vuelta con casi el 70% de los votos que habrían sido por Uribe si hubiera podido presentarse.

¿Qué ha ocurrido para que el odio a Uribe se haya hecho mayoritario? No vale decir que es sólo el fruto de la propaganda en las escuelas y en los medios, esa propaganda ya era omnipresente cuando Uribe ni siquiera tenía un 2% de intención de voto y se le atribuía ser el amigo de los “paramilitares” (por su apoyo a las Convivir). Hay que dar un rodeo para entender eso mejor que con la simple atribución a la ventaja del adversario. Un equipo de fútbol siempre pierde porque el otro acierta a meter gol.

Por ejemplo, cuando César Gaviria convocó la Constituyente violando la ley que prometió defender, con claros incentivos perversos como la voluntad de prohibir la extradición y con la presión de los estudiantes universitarios que desde décadas antes siempre tomaban partido por los comunistas, los que querían en Colombia una nueva norma fundamental eran poquísimos, ni siquiera un 20% del censo participó en la elección de la Asamblea, y también los que pensaban que uno tiene un “derecho fundamental a la salud”, cosa que ahora es obvia para prácticamente todos los colombianos. (¿Por qué no a la alimentación? ¿Cómo puede alguien estar tan loco como para ponerse a trabajar cuando sólo tiene que exigir su comida?) Treinta años después ese generoso logro no alcanza a los millones de colombianos que no llegan a ganar el salario mínimo, a las muchachas que se prostituyen en muchos países, a los raspachines, a los niños de la calle, a los indigentes… El derecho fundamental a la salud o a la educación son imposiciones totalitarias que benefician a los que prestan esos servicios, sea directamente en el Estado o en entidades privadas, y a los que pueden pagar abogados o tienen relación con los jueces que los premiarán cuando presenten “tutelas”.

Pero el punto es que si uno cuestiona esos derechos fundamentales o dice que habría que cerrar las universidades públicas los colombianos lo miran como si hubiera propuesto asar a la madre a la brasa antes de comérsela. Esas ideas ya se han hecho hegemónicas porque no tuvieron ninguna resistencia, y no la tuvieron porque los políticos de todos los partidos y los periodistas de todos los medios se contaban entre los que se beneficiarían reclamando esos “derechos” mediante “tutelas”. No hubo nadie que se tomara el trabajo de explicar que esos “derechos” son lo contrario de un objetivo normal del bien común, como la suma de prosperidad y cohesión social, que normalmente van juntas cuando se respetan las leyes de la democracia liberal.

Eso mismo pasó con la paz de Santos. Si uno les sugiriera a los ciudadanos de cualquier país europeo que debían escoger entre tener a los violadores de niños creando las leyes o “prestar a sus hijos para la guerra” (cosa que también es falsa, casi ningún muchacho de la clase media presta servicio militar) lo mirarían como a un monstruo. Y sin embargo eso funcionó en Colombia durante el gobierno de Santos y ya se ha vuelto algo razonable para los colombianos, parte de su identidad, algo que les resulta obvio (como si alguien les reprochara a los chinos comer con palillos y no con tenedor). Todos los candidatos por los que se podía votar el 19 de marzo aprobaban los acuerdos de La Habana, el único que presentaba algún reparo, el señor Gómez Martínez, obtuvo un 0,23% de los votos.

De modo que Uribe pasó en menos de una década de ser el salvador del país y el que recuperó la confianza y un mínimo bienestar al causante de la “guerra” y prácticamente un criminal que oprimió y masacró a los colombianos. ¿Qué les ha pasado a los que lo apoyaban? No es que la propaganda los haya hecho idiotas, es que desistieron porque no tenían quien defendiera el sentido común y la ley.

Porque el triunfo de Santos y las FARC sólo fue posible gracias a la traición del uribismo, primero haciendo elegir al tartamudo fatídico, incluso colaborando en la persecución contra Andrés Felipe Arias, y después negándose a hacerle oposición para no perder las migajas del poder que favorecían a los amigos del expresidente. Hay muchos misterios en esa actitud, el caso cierto es que el apego a Uribe se volvió pura nostalgia porque la implantación de la tiranía comunista no tuvo resistencia. Porque nadie se ocupó de explicar que la paz no eran las negociaciones de paz y que las bandas de asesinos (prácticamente desaparecidas en 2010 y “resucitadas” para firmar la paz) no eran equivalentes al Estado democrático.

Entre los hitos de esa actitud complaciente con el crimen monstruoso de Santos hay que destacar la disposición a negociar el NO del plebiscito después de que el propio presidente dejara claro que ese resultaba dejaba sin valor el acuerdo. ¿Quién está de parte de Uribe si su tarea es impedir que lo que hace Santos tenga resistencia? Para completar esa labor, cuando se convocaron manifestaciones el 1 de abril de 2017 el partido de Uribe desvió su motivo original, que era el rechazo al acuerdo de La Habana, para convertirlas en actos preelectorales contra la “corrupción”. El hecho de pedir que los legisladores fueran elegidos y la verdad no surgiera de la voluntad de los criminales se volvió para Uribe y su sanedrín un rasgo de la “extrema derecha”.

El tener a jueces nombrados por los asesinos y aceptar la verdad que imponen quienes encargaban las masacres ya se ha vuelto un rasgo de identidad de los colombianos, tal como el antiamericanismo y el anticapitalismo lo eran para la mayoría de los cubanos de la segunda mitad del siglo xx. Y es que el gobierno de Uribe también ha sido idealizado. Baste pensar que las personas nacidas en la década de 1990 tuvieron su educación durante los años de Uribe y ahora son casi unánimemente antiuribistas: a nadie se le ocurrió vigilar lo que se hacía en las aulas, ni menos reducir el gasto en universidades, al contrario. Bastaba con el culto a la personalidad del líder que había aprendido de Fujimori y de Chávez a estar a todas horas en la televisión y el fervor fanático que se creaba entre masas poco reflexivas.  

Puede que para enderezar a Colombia y convertirla en un país pacífico y próspero haga falta ir más allá del combate contra el narcoterrorismo, puede que haya que cuestionar el diseño constitucional de 1991, que es el que ahora intentan imponer los totalitarios en Perú y Chile. Para eso, en la fase siguiente, hay que plantear una actuación política que ya no puede ser el uribismo, cuyo fracaso es el dato decisivo de estas elecciones.

 Apuestas seguras y arriesgadas
¿Quién ganará la presidencia este domingo? No es concebible que Petro expanda su votación porque a los votos de Rodolfo Hernández habría que sumar los de Federico Gutiérrez y John Milton Rodríguez. Pero Petro no es el cambio sino la continuidad, lo apoyan Santos y Samper y Vargas Lleras y cuanto “manzanillo” haya prosperado gracias a la compra de votos y el fraude, de modo que el próximo presidente sigue siendo una incógnita.

Entre las diversas trampas de la propaganda están las encuestas, que siempre corresponden a los deseos de quienes las publican y no a las respuestas de los entrevistados, que son sólo un dato de los que se tienen en cuenta. Esto no debe tomarse como una acusación, es inevitable que así ocurra, si se pregunta a mil personas cuyas respuestas deben representar la disposición de 30 millones, bastaría que por casualidad 20 de esas personas quisieran votar por un candidato marginal para que hubiera que vaticinarle 60.000 votos. Los resultados siempre se corrigen y el pronóstico de la empresa encuestadora es una apuesta sobre el resultado que no tiene por qué corresponder a lo que le contestaron sino a los resultados reales. Y en ese punto hay que señalar que en Colombia tienden a “equivocarse” sospechosamente: en 2018 Sergio Fajardo habría pasado a segunda vuelta en lugar de Petro si no se hubiera desanimado a sus votantes mostrando en las encuestas un tercio menos de los votos que obtuvo. El 29 de marzo ninguna encuestadora contaba con el paso a segunda vuelta de Rodolfo Hernández, y el “error” promedio era de unos ocho puntos. Ahora la empresa Yanhaas ha publicado una “encuesta” en la que Petro le saca diez puntos de ventaja a Hernández… La apuesta de esa empresa tiene un éxito seguro, el incentivo que reciben por anunciar resultados.

En contraste, en las casas de apuestas la ventaja de Hernández es de unos 30 puntos (de promedio 65 contra 35). No es lo mismo publicar un resultado probable que alguien paga que arriesgar el propio dinero porque se percibe una ocasión de obtener ganancias fáciles. Para formarse una idea de su fiabilidad, el paso de Hernández a segunda vuelta tenía más apostantes que el de Gutiérrez, lo contrario que en las casas de apuestas, que al parecer querían precisamente animar el voto a Petro explotando el odio a Uribe. Los apostantes sólo ponen su confianza en que el fraude no podrá ser tan monstruoso, pero no sorprendería demasiado en el país en el que los responsables probados de miles de asesinatos y amos de la industria de la cocaína pagan para que se llame “matarife” a quien les impidió seguir matando.

(Publicado en el portal IFM el 17 de junio de 2022.)