Los propagandistas del candidato del régimen cubano acusan al ingeniero Rodolfo Hernández de ser lo mismo que Uribe. “Votar por Rodolfo es votar por Uribe”, claman, y con esa advertencia esperan disuadir a los votantes. Y se podría pensar que perderían su tiempo, de no ser por los magros resultados del candidato al que apoyaba el expresidente y por el claro afán del rival de Petro por mostrarse hostil al uribismo. Es decir, el odio a Uribe ya no es sólo un tema de la propaganda narcocomunista sino algo instalado en la conciencia de la gente, y éste es un fenómeno que desconcierta al que no mantiene un contacto continuo con el país.
En la
famosa novela 1984, George Orwell
crea un personaje, Emmanuel Goldstein, contra el que cada día se convocaba a
los “cinco minutos de odio”. El relato corresponde a la orgía de intimidación
que llevaban a cabo los comunistas en la Unión Soviética contra los partidarios
de alias León Trotski. El odio a Uribe es de esa clase, el producto de una gran
inversión en propaganda y un aprovechamiento inclemente de la inocencia
infantil, y resulta algo absurdo si se cuenta con los datos de lo que ocurrió
en Colombia entre 2002 y 2010 y sobre todo con la popularidad que alcanzó el
expresidente. Pero funciona, como si la gente que soñaba con tenerlo a
perpetuidad en el cargo hubiera experimentado un “lavado de cerebro” de los que
hacían los comunistas durante la guerra de Corea y ahora hubiera convertido su “enamoramiento”
en rencor furibundo.
Durante el
gobierno de Pastrana, la sociedad colombiana “degustó” el poder que habían
alcanzado las bandas narcoterroristas y reaccionó a la orgía de crímenes
apoyando resueltamente en las elecciones de 2002 al único candidato a la
presidencia que prometía una actitud firme. Ni siquiera hizo falta una segunda
vuelta. Y la determinación con que el nuevo gobierno hizo frente a las bandas
terroristas permitió un renacer del país, casi unánimemente considerado hasta
entonces “Estado fallido” en instancias internacionales. Los índices de
secuestros, homicidios, extorsiones, atentados contra la infraestructura y
demás crímenes terroristas menguaron drásticamente y el PIB del país casi se
triplicó en esos años.
La
posibilidad de cambiar la ley para permitir la reelección fue el tema de
discusión del país durante 2004 y 2005, y tras el triunfo de Uribe con casi dos
tercios de los votos en 2006 y plantearse la posibilidad de una segunda
reelección, el de los años siguientes. A tal punto que en la campaña de 2010
Santos utilizó a un actor que imitaba la voz del expresidente, y ganó en
segunda vuelta con casi el 70% de los votos que habrían sido por Uribe si
hubiera podido presentarse.
¿Qué ha
ocurrido para que el odio a Uribe se haya hecho mayoritario? No vale decir que
es sólo el fruto de la propaganda en las escuelas y en los medios, esa
propaganda ya era omnipresente cuando Uribe ni siquiera tenía un 2% de
intención de voto y se le atribuía ser el amigo de los “paramilitares” (por su
apoyo a las Convivir). Hay que dar un rodeo para entender eso mejor que con la
simple atribución a la ventaja del adversario. Un equipo de fútbol siempre
pierde porque el otro acierta a meter gol.
Por ejemplo,
cuando César Gaviria convocó la Constituyente violando la ley que prometió
defender, con claros incentivos perversos como la voluntad de prohibir la
extradición y con la presión de los estudiantes universitarios que desde
décadas antes siempre tomaban partido por los comunistas, los que querían en
Colombia una nueva norma fundamental eran poquísimos, ni siquiera un 20% del
censo participó en la elección de la Asamblea, y también los que pensaban que
uno tiene un “derecho fundamental a la salud”, cosa que ahora es obvia para
prácticamente todos los colombianos. (¿Por qué no a la alimentación? ¿Cómo
puede alguien estar tan loco como para ponerse a trabajar cuando sólo tiene que
exigir su comida?) Treinta años después ese generoso logro no alcanza a los millones
de colombianos que no llegan a ganar el salario mínimo, a las muchachas que se
prostituyen en muchos países, a los raspachines, a los niños de la calle, a los
indigentes… El derecho fundamental a la salud o a la educación son imposiciones
totalitarias que benefician a los que prestan esos servicios, sea directamente
en el Estado o en entidades privadas, y a los que pueden pagar abogados o
tienen relación con los jueces que los premiarán cuando presenten “tutelas”.
Pero el
punto es que si uno cuestiona esos derechos fundamentales o dice que habría que
cerrar las universidades públicas los colombianos lo miran como si hubiera
propuesto asar a la madre a la brasa antes de comérsela. Esas ideas ya se han
hecho hegemónicas porque no tuvieron ninguna resistencia, y no la tuvieron
porque los políticos de todos los partidos y los periodistas de todos los
medios se contaban entre los que se beneficiarían reclamando esos “derechos”
mediante “tutelas”. No hubo nadie que se tomara el trabajo de explicar que esos
“derechos” son lo contrario de un objetivo normal del bien común, como la suma
de prosperidad y cohesión social, que normalmente van juntas cuando se respetan
las leyes de la democracia liberal.
Eso mismo
pasó con la paz de Santos. Si uno les sugiriera a los ciudadanos de cualquier
país europeo que debían escoger entre tener a los violadores de niños creando
las leyes o “prestar a sus hijos para la guerra” (cosa que también es falsa,
casi ningún muchacho de la clase media presta servicio militar) lo mirarían
como a un monstruo. Y sin embargo eso funcionó en Colombia durante el gobierno
de Santos y ya se ha vuelto algo razonable para los colombianos, parte de su
identidad, algo que les resulta obvio (como si alguien les reprochara a los
chinos comer con palillos y no con tenedor). Todos los candidatos por los que
se podía votar el 19 de marzo aprobaban los acuerdos de La Habana, el único que
presentaba algún reparo, el señor Gómez Martínez, obtuvo un 0,23% de los votos.
De modo
que Uribe pasó en menos de una década de ser el salvador del país y el que
recuperó la confianza y un mínimo bienestar al causante de la “guerra” y
prácticamente un criminal que oprimió y masacró a los colombianos. ¿Qué les ha
pasado a los que lo apoyaban? No es que la propaganda los haya hecho idiotas,
es que desistieron porque no tenían quien defendiera el sentido común y la ley.
Porque el
triunfo de Santos y las FARC sólo fue posible gracias a la traición del
uribismo, primero haciendo elegir al tartamudo fatídico, incluso colaborando en
la persecución contra Andrés Felipe Arias, y después negándose a hacerle
oposición para no perder las migajas del poder que favorecían a los amigos del
expresidente. Hay muchos misterios en esa actitud, el caso cierto es que el
apego a Uribe se volvió pura nostalgia porque la implantación de la tiranía
comunista no tuvo resistencia. Porque nadie se ocupó de explicar que la paz no
eran las negociaciones de paz y que las bandas de asesinos (prácticamente
desaparecidas en 2010 y “resucitadas” para firmar la paz) no eran equivalentes
al Estado democrático.
Entre los
hitos de esa actitud complaciente con el crimen monstruoso de Santos hay que
destacar la disposición a negociar el NO del plebiscito después de que el
propio presidente dejara claro que ese resultaba dejaba sin valor el acuerdo.
¿Quién está de parte de Uribe si su tarea es impedir que lo que hace Santos
tenga resistencia? Para completar esa labor, cuando se convocaron
manifestaciones el 1 de abril de 2017 el partido de Uribe desvió su motivo
original, que era el rechazo al acuerdo de La Habana, para convertirlas en
actos preelectorales contra la “corrupción”. El hecho de pedir que los
legisladores fueran elegidos y la verdad no surgiera de la voluntad de los
criminales se volvió para Uribe y su sanedrín un rasgo de la “extrema derecha”.
El tener a
jueces nombrados por los asesinos y aceptar la verdad que imponen quienes
encargaban las masacres ya se ha vuelto un rasgo de identidad de los
colombianos, tal como el antiamericanismo y el anticapitalismo lo eran para la
mayoría de los cubanos de la segunda mitad del siglo xx. Y es que el
gobierno de Uribe también ha sido idealizado. Baste pensar que las personas
nacidas en la década de 1990 tuvieron su educación durante los años de Uribe y
ahora son casi unánimemente antiuribistas: a nadie se le ocurrió vigilar lo que
se hacía en las aulas, ni menos reducir el gasto en universidades, al
contrario. Bastaba con el culto a la personalidad del líder que había aprendido
de Fujimori y de Chávez a estar a todas horas en la televisión y el fervor
fanático que se creaba entre masas poco reflexivas.
Puede que
para enderezar a Colombia y convertirla en un país pacífico y próspero haga
falta ir más allá del combate contra el narcoterrorismo, puede que haya que
cuestionar el diseño constitucional de 1991, que es el que ahora intentan
imponer los totalitarios en Perú y Chile. Para eso, en la fase siguiente, hay
que plantear una actuación política que ya no puede ser el uribismo, cuyo
fracaso es el dato decisivo de estas elecciones.
Apuestas seguras y arriesgadas
¿Quién
ganará la presidencia este domingo? No es concebible que Petro expanda su
votación porque a los votos de Rodolfo Hernández habría que sumar los de
Federico Gutiérrez y John Milton Rodríguez. Pero Petro no es el cambio sino la
continuidad, lo apoyan Santos y Samper y Vargas Lleras y cuanto “manzanillo”
haya prosperado gracias a la compra de votos y el fraude, de modo que el
próximo presidente sigue siendo una incógnita.
Entre las
diversas trampas de la propaganda están las encuestas, que siempre corresponden
a los deseos de quienes las publican y no a las respuestas de los
entrevistados, que son sólo un dato de los que se tienen en cuenta. Esto no
debe tomarse como una acusación, es inevitable que así ocurra, si se pregunta a
mil personas cuyas respuestas deben representar la disposición de 30 millones,
bastaría que por casualidad 20 de esas personas quisieran votar por un
candidato marginal para que hubiera que vaticinarle 60.000 votos. Los
resultados siempre se corrigen y el pronóstico de la empresa encuestadora es
una apuesta sobre el resultado que no
tiene por qué corresponder a lo que le contestaron sino a los resultados
reales. Y en ese punto hay que señalar que en Colombia tienden a “equivocarse”
sospechosamente: en 2018 Sergio Fajardo habría pasado a segunda vuelta en lugar
de Petro si no se hubiera desanimado a sus votantes mostrando en las encuestas
un tercio menos de los votos que obtuvo. El 29 de marzo ninguna encuestadora
contaba con el paso a segunda vuelta de Rodolfo Hernández, y el “error”
promedio era de unos ocho puntos. Ahora la empresa Yanhaas ha publicado una
“encuesta” en la que Petro le saca diez puntos de ventaja a Hernández… La apuesta de esa empresa tiene un éxito
seguro, el incentivo que reciben por anunciar resultados.
En
contraste, en las casas de apuestas la ventaja de Hernández es de unos 30
puntos (de promedio 65 contra 35). No es lo mismo publicar un resultado
probable que alguien paga que arriesgar el propio dinero porque se percibe una
ocasión de obtener ganancias fáciles. Para formarse una idea de su fiabilidad,
el paso de Hernández a segunda vuelta tenía más apostantes que el de Gutiérrez,
lo contrario que en las casas de apuestas, que al parecer querían precisamente
animar el voto a Petro explotando el odio a Uribe. Los apostantes sólo ponen su
confianza en que el fraude no podrá ser tan monstruoso, pero no sorprendería
demasiado en el país en el que los responsables probados de miles de asesinatos
y amos de la industria de la cocaína pagan para que se llame “matarife” a quien
les impidió seguir matando.
(Publicado en el portal IFM el 17 de junio de 2022.)