Me inquietó leer la advertencia de Daniel Samper Pizano sobre el riesgo de que después de Petro llegara un nuevo presidente que intentara deshacer su obra. Parecía una amenaza a la noción básica de democracia, que es la alternancia en el gobierno de distintos partidos, pero me tranquilizó saber que el sonriente patricio esperaba un largo periodo de gobiernos progresistas con base en elecciones limpias, como prometió Petro.
Bueno, esto de «me tranquilizó» es sarcasmo. Las elecciones que ganó Petro ciertamente no fueron limpias. No he querido prestar atención a las denuncias de fraude porque las pruebas requerirían una instancia formal que mostrara los hechos a autoridades creíbles, y la verdad es que los supuestos adversarios del candidato «progresista» más bien parecían colaborar en su ascenso. Y sobre todo porque el fraude en el recuento es innecesario cuando hay una forma mucho más sencilla y habitual de ganar de forma fraudulenta las elecciones, que es la compra de votos mediante las llamadas «maquinarias»: baste contar los votos en las regiones de narcocultivos o en aquellas en que es tradicional la compra de votos para saber cómo ganó Petro.
Pero el cuento de Samper Pizano es muy llamativo por un rasgo de esta gente que es en últimas la esencia del llamado realismo mágico: la desfachatez. Ellos, los descendientes de las castas más antiguas y funestas, son los representantes de sus víctimas, a las que proveen de «derechos» que se interpretan como exacción para cebar a sus clientelas —es decir, llaman «dar» al «quitar»— y después de alcanzar la presidencia gracias a la orgía de atrocidades de las guerrillas y al engaño de Santos a sus votantes, ¡resultan los más exigentes valedores de la democracia! Esa desfachatez impregna a la sociedad que la tolera. Siguiendo a sus modelos cultos y linajudos, uno encuentra todos los días a subalternos como Roy Barreras convertido en adalid de la lucha contra la corrupción o como León Valencia ejerciendo de veedor de la democracia y de la moral.
Pero el ejemplo más claro de desfachatez es la idea de que vienen a renovar un país que ha estado doscientos años en manos de la «derecha». Si uno piensa en el último siglo, resulta que la mayor parte del tiempo el Estado lo han dominado los miembros de los clanes ligados a la llamada «república liberal» que, curiosamente siempre tuvieron afinidad con los comunistas y relación con la violencia. Haciendo un breve repaso, baste pensar que el escándalo propagandístico por la falsa «masacre de las bananeras» determinó el triunfo de Olaya Herrera en 1930 y que durante los dieciséis años siguientes las persecuciones contra los conservadores fueron continuas. La hoy olvidada «masacre de Gachetá» es un ejemplo.
El segundo periodo de López Pumarejo terminó abruptamente en medio de graves escándalos de corrupción, hoy olvidados, y la división del partido liberal favoreció el triunfo conservador, como es bien sabido. En contra de la casta de ladrones se había levantado un ambicioso abogado de verbo encendido que se había doctorado en Roma con Enrico Ferri, uno de los más conspicuos ideólogos del fascismo. Gaitán no tenía una marcada obsesión anticomunista porque el comunismo tenía poco peso en el país, ni católica o afín al Eje, como el fascismo español, porque eso ya lo hacía el Partido Conservador, pero era el típico caudillo «nacionalpopulista», que floreció en esa época en medio mundo.
La afinidad de la «oligarquía» del Partido Liberal y los comunistas se acentuó durante los gobiernos conservadores que siguieron, y fue el dinero soviético y el fanatismo marxista lo que mantuvo las guerrillas de la época. A pesar de que la mayoría de los jefes de la «república liberal» tomaron parte en el Frente Nacional, Alfonso López Michelsen, el principal heredero, se levantó y formó un nuevo movimiento, el MRL, que tuvo parte en la fundación tanto de las FARC como del ELN. Y cuando terminó el Frente Nacional, a pesar de que López había sido ministro del gobierno de Lleras, los cachorros de las demás familias, como el propio Samper Pizano, fundaron el M-19 antes de su acceso a la presidencia.
Es peligroso caer en la simplificación de una lucha entre liberales y conservadores a la cual traducir la necedad de la izquierda y la derecha o los buenos y los malos. Samper y los suyos son «liberales» porque su partido se llama así a raíz de su oposición con los conservadores, una característica de la «república liberal» fue la intervención estatal en la economía, siguiendo la moda socialista de la época, lo cual es lo contrario de cualquier ideario liberal. Y lo mismo ha ocurrido con todos los gobiernos dominados por ellos. De hecho, ese partido forma parte de la Internacional Socialista.
Las momias del nuevo gobierno son parte de esa vieja manguala de asesinos y desfalcadores, con un guerrillero en el poder el saqueo se agravará, y también las dificultades económicas para la mayoría, ya evidentes con la subida del dólar, pero no será un cambio sino el dominio total de la misma mafia de siempre.
(Publicado en el portal IFM el 7 de julio de 2022.)