Por @ruiz_senior
En los años del cambio de siglo aparecieron los foros de internet en que podía participar cualquiera, lo que un lustro después fueron los blogs. Por entonces éramos más bien pocos los «espontáneos» (como se llamaba a los que saltaban de las gradas al ruedo a torear) que nos expresábamos por esos medios, tal vez porque a veces había que replicar a párrafos completos y no sólo gritar una consigna. Todo eso cambió con Twitter, ocasión en que proliferaron los opinadores aficionados, cada uno luciendo su biografía o autodescripción, y entre éstas la adscripción a la derecha o a la izquierda.
El nivel de ese foro es ínfimo; entre los periodistas profesionales y los opinadores de categoría hay un claro desdén hacia quienes tomamos parte en él. Y esta cuestión del nivel es de la máxima importancia porque si algo hace falta es afinar en la comprensión de lo que sucede. ¿Qué es lo que el ciudadano que comparte opiniones en Twitter entiende por ser de «derecha»? ¿De qué modo concibe la sociedad y con qué parte de ella se identifica? Creo que vale la pena detenerse en estas preguntas porque esas nociones muestran la hegemonía ideológica del totalitarismo en la sociedad.
Ahora que todo se encuentra en internet y nadie quiere leer textos largos, tal vez convenga recomendar un magnífico cuento de Borges llamado El disco, en el que se presenta un objeto de un solo lado. Esa idea es difícil de concebir, la identificación de las tendencias políticas como «izquierda» y «derecha» se ve favorecida por esa limitación que recuerda la manía de nuestros antepasados de atribuirle sexo a los astros. La gente quiere que todo sea así de sencillo, que haya buenos y malos, justos y pecadores, y por lo visto nadie se pregunta cómo es que alguien que no esté loco quiere contarse entre los malos.
Si se piensa en las recientes elecciones, parece claro que el triunfo de Petro es resultado de la votación de clientelas y maquinarias, y de la abundancia de recursos, pero tampoco se puede negar que la mayor parte de la juventud urbana es partidaria de la «izquierda». Se suele atribuir esta disposición a un adoctrinamiento que nadie quiere detenerse a pensar cómo opera. Y es una cuestión importante porque poco futuro tiene un país en el que la juventud vota por personajes como Petro y su vicepresidenta.
La clave de ese adoctrinamiento es la descripción de la sociedad según un mito que tácitamente «compra» el que se describe como «derechista». Es el mito del cambio social, la juventud viene a cambiar las «estructuras» del pasado para construir en palabras del inefable Alejandro Gaviria, «un país más justo, más decente y más digno». Quien se declara «derechista», como hacen casi todos los tuiteros hostiles a Petro y su facción, «compra» ese mito, no porque comparta los adjetivos sino porque admite el sustantivo como cierto. Si bien resulta obsceno que el país que produce cinco o seis veces más cocaína que hace una década sea más decente, en el que los violadores de niños hacen las leyes y nombran a los jueces sea más digno y en el que se piensa subir los impuestos para dedicar los recursos a la propaganda y a los negocios de clientelas ladronas sea más justo, ocurre que ésa no es la mentira que les interesa que se crea. La mentira útil, que comparten los «derechistas», es la del cambio.
¿Qué es ser de «derecha»? Cada uno tiene una noción particular y eso, de por sí monstruoso (como si los pederastas llamaran a sus actos «amar»), resulta más bien cómico en un país en el que hay una mayoría de gente muy pobre y un sistema legal deficitario que ofrece pocas garantías al ciudadano corriente. Cuando yo discutía con adolescentes de mi familia sobre las proezas de las FARC en el Caguán, concluían que yo era «godo». ¿Yo godo? Muchos entienden ser de derecha como ser partidarios del sistema de libre empresa, cosa que poco tiene que ver con ser conservador, muchos entienden que la persona «derechista» es creyente y hostil a la igualdad de sexos. Así, cada uno sabe lo que es hasta que tiene que explicarlo.
La persona que se proclama de «izquierda», en cambio, declara que la sociedad tradicional es injusta y requiere cambiar el rumbo. Digo «declara» porque la injusticia que detecta y el cambio que anhela no corresponden a la realidad. La persona de «izquierda» ve a la de «derecha» como alguien que se aferra a privilegios y valores antiguos, y la persona de «derecha» concede eso: tiene miedo al cambio y se aferra a valores de otra época. En general, las personas conservadoras son las que creen que el mundo era mejor antes y conviene detenerlo.
Y la persona de «izquierda» tiene razón cuando desaprueba las desigualdades de la sociedad tradicional. Sólo que esa desaprobación no es lo que determina su afiliación ideológica al totalitarismo sino el pretexto de esa afiliación. Baste pensar que hacia 1970 la mayoría de los jóvenes colombianos que iban a la universidad simpatizaban con Camilo Torres y el Che Guevara, pese a que prácticamente todos se contarían entre el 10 por ciento de mayor ingreso. No es que fueran idiotas y «tiraran piedras contra su propio tejado» como creen los tontos «derechistas», sino que la «revolución» es sólo resistencia del viejo orden contra el mundo moderno.
¿Quiere la mayoría menesterosa de los colombianos mayor cohesión social y menos abusos de los de arriba? Es el anhelo que explotan los de «izquierda» con la tácita aprobación de los de «derecha». Los primeros esperan puestos «al servicio del Estado», los segundos no ven problema en el racismo o en la miseria de la mayoría. Todos los tuiteros de «derecha» que comentan esta cuestión condenan a la «izquierda» por quejarse de la desigualdad invocando el coeficiente de Gini, en el que Colombia es uno de los peores países del mundo. He leído a alguno que manifiesta que la desigualdad es «natural» y no hay ningún problema en que haya personas condenadas para siempre a los peores trabajos y humillaciones.
La desigualdad colombiana consiste en que las personas de «izquierda» tienen de promedio ingresos mucho más altos que los demás. No los tristes raspachines de Nariño y Putumayo forzados a votar por Petro ni el 91 % de votantes de Bojayá que agradecieron a alias Benkos Biojó el «favor» de hace veinte años, sino las personas que han ido a la universidad. Y, perdón por insistir, NUNCA he leído a ningún tuitero de «derecha» que se queje de los sueldos y pensiones de los jueces y profesores de todo rango. La desigualdad les parece «natural».
El que dude de que sencillamente las personas de «izquierda» que han pasado por la universidad y ocupan cargos públicos son la mayoría del 10 % de colombianos más ricos podría consultar las estadísticas. Pero eso no es nada, ¿cómo pudieron permitirse acceder a esa educación y a esos cargos? Casi siempre porque disfrutaban de ventajas sociales, es decir, porque sus antepasados se contaban entre «los de arriba». La perpetuación del orden social tradicional es lo que buscan estas personas de «izquierda», pero no se puede esperar que ese orden cambie, ¡porque el cambio es lo que desaprueban los demás! Eso es lo que significa en los diccionarios y en la percepción de la inmensa mayoría de la gente, incluidos ellos mismos, ser de «derecha». Para ser de «derecha» ya están los de «izquierda».
Lo que hará Petro, lo que se hizo en Cuba y Venezuela, es reforzar el control del grupo dominante de siempre. En Cuba los blancos acomodados de vocación funcionarial, en Venezuela la casta militar, en Colombia la universidad (según la famosa descripción de Bolívar, así era cada país). La formidable multiplicación del gasto público en educación tras la Constitución de 1991 y durante todos los gobiernos posteriores se debe al interés de proveer rentas a esa casta. Lo mismo ocurre con las instituciones que defiende la «izquierda», como la «acción de tutela», que despoja de contenido a las leyes concretas en aras de actos discrecionales de los jueces, miembros naturalmente de esa casta… Los privilegios pensionales, inimaginables en cualquier país civilizado, se verán reforzados.
Pero en frente no hay nadie, no tiene oposición, no porque los políticos tengan intereses particulares sino porque no se cuestiona ese modelo, y más bien se teme que cambie. En lugar de simplemente querer asimilarse a las democracias de Europa y Norteamérica buscando la cohesión social y reducir la desigualdad combatiendo esos privilegios, se proclama ser de «derecha».
La lucha de clases no fue un invento de Karl Marx, en la sociedad siempre hay grupos con intereses diferentes. La construcción de una sociedad de oportunidades y de reconocimiento al trabajo pasa por reducir el gasto público y los privilegios de los funcionarios. Es decir, por reducir la carga tributaria y defender la vigencia de las leyes. Pero las mayorías a las que convendría ese cambio, realmente las clases oprimidas, no tienen representación política porque su redención, la elevación efectiva del ingreso medio, por poner un ejemplo, no tiene partidarios reales.
En Twitter los que no son matones del lado de Petro y Tornillo son «derechistas», casi siempre se creen de linajes superiores, creen en el estudio para obtener títulos, nunca han leído una obra literaria y, adivinen, no tienen ningún afán de reducir el gasto público.
Los «derechistas» son simplemente personas de un rango social inferior al de los «izquierdistas». Cuando consigan emparentarse con algún «intelectual» discípulo de Gaviria y admirador de alias Coronell se volverán «izquierdistas». Bueno, es una forma de hablar, ya lo son, pues en el contenido concreto de lo que se entiende en Colombia por ser de «izquierda» ya lo son: valoran el derecho a la educación, que les asegura títulos a sus hijos, y también recurren a tutelas por derechos fundamentales cuando eso les genera alguna ventaja. No ven ningún problema en eso.
Eso es lo que significa ser de «derecha». Para que haya una alternativa a la tiranía, que se hará monstruosa con Petro, hace falta otra cosa. Sobre todo pedagogía para explicar que las políticas de los comunistas no reducen la desigualdad sino que la agravan, no favorecen al pobre sino al rico y no proveen derechos sino que roban recursos.
(Publicado en el portal IFM el 29 de junio de 2022.)