Ortega y Gasset decía en 1930 que ser de la izquierda era como ser de la derecha «una de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil» y, en el mismo fragmento, que «se ha rizado el rizo de las experiencias políticas a que corresponden, como lo demuestra el hecho de que las derechas prometan revoluciones y las izquierdas propongan tiranías». En honor a la verdad, lo de «imbécil» es más apropiado para el que se define como de derecha, porque casi siempre es una persona que ha «comprado» el marco mental que imponen los tiranos y llega a creer que algo tan diverso como las opiniones, los intereses, las identidades y los sueños que entran en juego en la política se puede representar por una línea horizontal, que cierto punto de sal o azúcar define el conjunto de tomas de partido de una persona sobre infinidad de asuntos con implicaciones morales, estéticas y de interés personal. El que se llama de «izquierda» no es un imbécil sino un bellaco que se legitima con esa falacia.
Margaret Thatcher no podría estar en el mismo bando que Adolf Hitler, los del mismo bando de Hitler, como los justicialistas argentinos, son los socios de los antisemitas Chávez y Ahmadineyad, cuyos partidarios son descritos por la prensa como «la izquierda». La clase de dispersión moral que sufre alguien capaz de meter en un mismo saco una cosa y su contraria sólo es el efecto de la propaganda: tras la toma del poder por los bolcheviques en Rusia, el eje de la política pasó a ser simplemente el de la adhesión o la resistencia al comunismo. Esa resistencia podía ser tradicionalista, nacionalista, liberal, socialcristiana, etc. Pero para los comunistas todos eran enemigos y por eso se los definió como «derecha». En los años en que tuvo vigencia el pacto germano-soviético la «derecha» era el rechazo a la invasión de Polonia, tal como hoy los gobiernos de «izquierda» como el de Maduro son los defensores de Putin, personaje que es a la vez de izquierda y de derecha porque sencillamente la izquierda es la derecha (las castas que viven del Estado y expolian a los que producen).
En el conflicto ideológico del siglo xviii resultaba clara una oposición entre los partidarios del viejo orden jerárquico, de la Inquisición y el oscurantismo, del absolutismo y la esclavitud, y quienes pretendían la soberanía de la nación (que no es sólo el Estado que ocupa un territorio sino el conjunto de los pobladores de ese Estado). Esa oposición fue la que definió la «izquierda» y la «derecha» en la Asamblea francesa.
Ciertamente es muy minoritario el que no usa ese lenguaje, tal como sólo un niño (o un esclavo en otras versiones del cuento) se atrevió a decir que el emperador estaba desnudo. Y ese consenso es de por sí una tragedia, porque la disyuntiva entre el comunismo y el no comunismo legitima el comunismo y convierte el rechazo en una opción, como si se rompiera el tabú de la antropofagia y la gente pusiera en sus redes sociales «no-caníbal». Sencillamente, el comunismo es como lo definió Octavio Paz, un crimen colectivo, algo que nunca debió ocurrir y que se debe condenar y castigar sin vacilación. El ejemplo del canibalismo se podría aplicar a la propiedad, pero es que ya ha habido un siglo entero de propaganda y quien se escandalice por la idea de abolir el derecho de propiedad, no quien simplemente se oponga a hacerlo sino quien lo considere monstruoso, es un personaje incomprensible para la mayoría.
Un ejemplo ilustrará lo anterior: una persona mayor de cincuenta años se puede imaginar que le cuenta a su padre o abuelo que las instituciones educativas dedican gran parte de su tiempo a persuadir a los chicos para que se declaren «homosexuales» o para que se cambien de sexo. Eso ocurre hoy en gran parte de Norteamérica y de Europa occidental, ¿qué pensaría la persona antigua? Del mismo modo, los colombianos entienden la propiedad como algo de lo que puede disponer quien tenga el dominio del Estado, lo aprueban o bien se oponen, pero no como algo inconcebible sino como una mala opción. Es decir, no son de «izquierda» sino de «derecha».
Quitando la ideología, que es sólo el pretexto legitimador, lo que sucedió en Rusia fue todo lo contrario de lo que la «izquierda» del siglo xix buscaba. Una minoría ínfima financiada y promovida por las potencias enemigas obra con determinación y audacia y así accede al control del Estado y a punta de terror se impone sobre toda la sociedad, generando una hambruna, un declive demográfico y un genocidio incesantes. Se trata claramente de la supresión de los derechos de los ciudadanos que llega a ser posible a punta de asesinatos. Los autores de esa revolución obran exactamente como los guerrilleros cuando se toman un pueblo, y el despojo al que se somete a la sociedad no es el fruto de una «ideología» sino del terror de unos criminales.
La mafia siciliana siempre ha sido sobre todo un negocio de extorsión. Las guerrillas comunistas dominaron algunas regiones colombianas con base en el mismo negocio, y gracias a su afinidad con la casta oligárquica y sus clientelas pudieron someter a la nación a una extorsión generalizada, que es de donde viene el gobierno de Petro. El narcotráfico ha sido un maná que les ha caído del cielo y sus recursos ingentes les permiten sobornar a todos los que pueden estorbarles y comprar millones de votos, pero al final no son más que un esquema mafioso.
No debería argüirse que no toda la «izquierda» es comunista: cuando alguien tiene valores opuestos a los de los comunistas ya nadie lo describe como de izquierda. ¿Cuál podría ser esa «izquierda» no comunista? Trátese de la llamada ecolatría o del feminismo, por no hablar de la moda «woke», la «teoría crítica de la raza» o movimientos como Black Lives Matter o el transexualismo, cuando se hurga en las ideas de sus impulsores siempre se encuentra la tradición que comenzó con Antonio Gramsci y siguió con la Escuela de Frankfurt, la contracultura y el posestructuralismo: el intento de destruir el orden social a partir de la supresión de los tabúes, de modo que sólo queden personas desesperadas por su identidad parcial y dispuestas a apoyar a los partidos afines al régimen cubano y sus satrapías.
El llamado progresismo de la «izquierda» teóricamente no comunista no practica el mismo terror de las primeras décadas del régimen soviético, pero en España se puede ir a la cárcel por defender el régimen de Franco o por promover terapias que corrijan la «homosexualidad», y en todo Occidente son muchísimos los casos de personas amenazadas con el mismo castigo por el delito de odio que puede ser por ejemplo decir que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva, o como una cineasta noruega que puede ir a prisión por decir que las mujeres trans no pueden ser lesbianas.
Al igual que los personajes de la serie El cartel de los sapos, los comunistas se viven traicionando y matando, Stalin mató a Lenin y después a todos los demás dirigentes de la revolución de Octubre, Beria mató a Stalin, y si se piensa en los regímenes de los demás países comunistas, las purgas mafiosas siempre ocurrieron.
Se puede argüir que el comunismo o la «izquierda» tienen un gran apoyo social en muchos sitios, pero es exactamente el mismo caso que el apoyo que tuvo Hitler entre los alemanes no judíos, en cuanto se propone robar siempre habrá gente que quiera sumarse, el hecho de que las personas imbuidas de la ideología no se vean como criminales hace recordar esos tangos en los que matar a la amante infiel es un motivo de orgullo, o la adhesión casi unánime de los bogotanos de clase acomodada al M-19 tras el asesinato de José Raquel Mercado. El crimen siempre tiene partidarios.
(Publicado en el portal IFM Noticias el 27 de enero de 2023.)
(Publicado en el portal IFM Noticias el 27 de enero de 2023.)