jueves, febrero 02, 2023

La guerra sin solución en Ucrania

La invasión rusa de Ucrania es el hecho más importante de este año y la causa de una crisis global que seguirá teniendo consecuencias por mucho tiempo. No sólo ha hecho evidentes las ambiciones del autócrata ruso sino sobre todo la ausencia de liderazgo de Estados Unidos y la debilidad de su gobierno. El fracaso de los planes de Putin y la constatación de que hay una efectiva resistencia ucraniana que saca partido del apoyo occidental no debe dar pie al ensueño de una victoria rotunda porque Rusia sigue teniendo recursos suficientes para mantener la guerra.

Antes de la invasión, Putin había llevado a cabo la anexión de Crimea y fomentado la insurrección en las regiones de mayoría prorrusa. La falta de respuesta efectiva por parte de Occidente (muestra de la frivolidad de Obama y Merkel, que gobernaban entonces) y la posición de fuerza que tenía y tiene Rusia como proveedor de recursos energéticos a Europa animaron al autócrata a seguir adelante con sus planes de expansión hacia los territorios de la antigua Unión Soviética y del antiguo Imperio ruso.

Para tratar de entender la situación generada conviene tener en cuenta que buena parte de la población rusa comparte esa percepción de Ucrania como parte de su país, no sólo los nostálgicos de la época soviética (las penurias y el terror se olvidan y queda el orgullo de haber sido una superpotencia) sino muchos no comunistas que no ven a los ucranianos como un pueblo extraño. Por ejemplo, el gran escritor Aleksandr Solzhenitsyn compartía esa visión. De hecho, el primer Estado del que nace Rusia es la Rus de Kiev, un Estado medieval fundado por los vikingos suecos que cayó ante la invasión mongola en el siglo xiii, y durante la mayor parte de su historia Ucrania ha estado unida a Rusia.

Tampoco es que los ucranianos sean unánimemente antirrusos, desde que son un Estado independiente ha habido alternancia de gobiernos prorrusos y prooccidentales, y si bien estos últimos han tendido a predominar no se puede negar que sus mayorías son exiguas. Es decir, no se debe pensar que la invasión rusa de Ucrania sea una ocurrencia demencial de Putin, como si algún presidente estadounidense decidiera invadir Canadá, por poner un ejemplo. Es algo que tiene millones de partidarios en Rusia y también en Ucrania.

Menos comprensibles son los partidarios occidentales del autócrata, que dejan ver la tremenda confusión que hay en el bando opuesto a la conjura totalitaria. Son personas a las que un obtuso radicalismo conservador, y a menudo una obsesión morbosa con las costumbres disolutas que se propagan en Occidente, llevan a anhelar un salvador que no vacila en invadir a un país democrático, es decir, en imponerse sobre la voluntad de los ciudadanos de ese país y sobre las leyes internacionales. La adhesión a un criminal semejante delata un enfoque ideológico ultramontano que es claramente incompatible con la democracia y con la libertad. Imbuidos de cierta noción de superioridad con pretexto religioso, quieren en realidad el retorno a forma de vida superadas hace siglos. Y en ese delirio no vacilan en estar en el mismo bando de Maduro y los demás sátrapas narcocomunistas, cuyos representantes en las instancias internacionales suelen votar a favor de Moscú.

Con todo, esos partidarios del invasor son una ínfima minoría en los países democráticos de Occidente, donde el apoyo a Ucrania y a su resistencia ha sido abrumador. Y la provisión de armas y otros recursos al país agredido ha permitido en primer lugar el fracaso del designio inicial de Putin, que había puesto de manifiesto en un artículo publicado antes de la invasión, que era la supresión del Estado ucraniano, cosa que conseguiría imponiendo un gobierno títere. Y no sólo en eso ha fracasado sino que muchas regiones que había conquistado las ha perdido después a manos de las tropas de Zelenski.

Lo que no debe dar lugar a falsas expectativas de victoria: Putin no va a renunciar a hacer la guerra porque un fracaso definitivo pondría en peligro su régimen y porque mantiene los recursos formidables de su país y escasa resistencia interna. La estrategia de las últimas semanas de destrucción de infraestructuras busca someter a la población ucraniana a condiciones de vida infrahumanas durante el próximo invierno. Y no está probado que eso no termine despertando hastío y rechazo al gobierno resistente.

Tal como es despreciable el apoyo a un tirano genocida para tomar venganza de los abominables placeres de los réprobos, también lo es la frivolidad de pretender que en aras de una épica que no nos cuesta nada querramos que la gente viva sin calefacción en un país en el que las temperaturas medias en invierno están muy por debajo de cero, perdiendo a hijos en los combates y sin esperanza de solución.

En otras palabras, Putin debe ser derrotado, pero ya ha sido derrotado porque no ha podido imponer un protectorado en Ucrania y por el contrario ha multiplicado la proporción de enemigos de Rusia en el país. Las victorias del ejército defensor deben ser bazas para una negociación que pare la guerra y permita que los ucranianos accedan a la esperanza de una vida en paz. Tal como señalaban Elon Musk y —con más autoridad— Henry Kissinger, es probable que haya que permitir a Putin anexionarse las «repúblicas» secesionistas y Crimea. Mejor dicho, reconocer una anexión que de todos modos ya llevó a cabo.

Eso debería ocurrir obviamente con contraprestaciones: la aceptación por Rusia del derecho de Ucrania a existir como país independiente, a formar parte de la OTAN y a tener un aparato defensivo suficiente contra agresiones futuras. Esa Ucrania menguada ya no tendría una proporción significativa de prorrusos y el dinero invertido en ella  serviría para la prosperidad y el fortalecimiento de un bloque occidental que ya ha incluido a los países del antiguo «telón de acero» y a varias repúblicas exsoviéticas, como las bálticas, y cuenta con la adhesión de Suecia y Finlandia, antes neutrales.

Desgraciadamente no hay propuestas que planteen esa salida porque el país líder de Occidente está en manos de una casta corrupta y mediocre, más preocupada de «atornillarse» en los cargos que de remediar los problemas. Biden no invita a negociar el futuro de Ucrania sino que favorece a los amigos de sus socios políticos, como a Maduro, al que le devolvió a los testigos que podrían hundirlo judicialmente (es inocultable el nexo entre el narcocomunismo y la «izquierda» estadounidense, con personajes como Ocasio-Cortez o el inverosímil presidente del borough de Queens que recibió al lamentable Petro), o a Putin, al que le entregó al siniestro «mercader de la muerte» a cambio de una deportista encarcelada bajo acusaciones absurdas pero afín ideológicamente a Ocasio-Cortez y compañía.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 23 de diciembre de 2022.)