viernes, septiembre 16, 2022

¿Qué es la verdad?

Esta pregunta es famosa porque según el Evangelio se la formuló el prefecto romano Poncio Pilatos a Jesucristo, y en Colombia es muy pertinente porque hoy 12 de agosto de 2022 empieza la implantación en las mentes infantiles de una «verdad» de la que el Ministerio de la Verdad de la novela 1984 de George Orwell es un tímido precursor.

La verdad es que el «conflicto armado» es una forma mentirosa de hacer referencia a lo que ha ocurrido con las guerrillas comunistas. Ciertamente se trata de un conflicto, tal como lo hay en una violación, pues sin conflicto sería un apareamiento ordinario y no un crimen, o en un atraco, que sin conflicto sería una obra de caridad. Pero esa expresión pretende suprimir la noción de la ley porque la persona poco avisada —como los niños a los que se va a embutir la propaganda—, llega a creer que cometer un secuestro —un asesinato, una violación…— es equivalente a impedirlo. Es un viejo tema de la propaganda de las bandas narcoterroristas, necesitadas de legitimarse y satisfechas tras haberlo conseguido gracias al engaño de Juan Manuel Santos y a la pasividad de los colombianos, en gran medida manipulados por Álvaro Uribe y su partido, pero no por ello menos responsables del monstruoso resultado.

La verdad es que nada puede ser más mentiroso que el informe de la llamada «Comisión de la Verdad», constituida por acuerdo de los asesinos y sus amigos en el gobierno. Esa comisión dedicada a evaluar los hechos tiene un evidente objetivo de legitimar los crímenes gracias a los cuales se hicieron poderosos y reclutaron a miles de niños y adolescentes campesinos y consiguieron, en la fase final con ayuda del gobierno de Santos y con el apoyo del régimen criminal que oprime a Venezuela, controlar el negocio de la cocaína. Las personas designadas para dirigir esa comisión, el sacerdote jesuita Francisco de Roux y el sociólogo Alfredo Molano, eran sencillamente líderes ideológicos del bando terrorista, como cualquiera puede comprobar evaluando la historia del CINEP, o leyendo con atención las columnas de Molano, en las que no era raro que alentara a las bandas narcoterroristas a persistir en sus crímenes.

La verdad es que esas bandas criminales tienen su origen en la Komintern, la Internacional Comunista, que fue la organización creada tras la caída del Imperio ruso en manos de los bolcheviques para imponer regímenes totalitarios en todo el mundo, y que con los recursos del país más grande de la Tierra financió a miles de profesionales dedicados a crear partidos satélites. De esa inversión y de la perpetua guerra civil por el control de los puestos públicos en Colombia surgieron las primeras guerrillas en los años cuarenta y cincuenta, en las que se formaron los sicarios que después formarían las FARC. El ELN fue creado en Cuba, cuando ese país cayó en manos de la URSS, y el M-19 lo organizó el clan oligárquico para acabar con la Anapo, siempre con los recursos, las armas y la dirección del régimen que desde 1959 mantiene a la antaño opulenta Cuba en la hambruna y el terror.

La verdad es que los comunistas en Colombia han tenido como aliados a los líderes del Partido Liberal desde los años treinta, cuando los recursos soviéticos y la actividad de los agentes de la Komintern proveían ventajas a Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos y sus respectivas familias y aliados para conservar el poder a costa del partido rival. El ELN surgió de un grupo de jóvenes del Movimiento Revolucionario Liberal de Alfonso López Michelsen que fueron a recibir adoctrinamiento en Cuba. Como ya he explicado, el M-19 surgió de la actividad de Enrique Santos Calderón, Gabriel García Márquez, Daniel Samper Pizano y otro grupo de próceres que buscaban a la vez destruir a la Anapo del general Rojas Pinilla y copiar el ejemplo de guerrilla urbana de los Tupamaros uruguayos. Juan Manuel Santos llegó a la presidencia a completar ese antiguo designio.

La verdad es que las bandas narcoterroristas no representan a los colombianos humildes sino que los oprimen y despojan. El acuerdo de «paz» a que llegan con el «Estado» es simplemente una imposición de la casta oligárquica que usa a esos criminales y el terror que inspiran como pretexto para asegurar el control del Estado. Si a alguien representan en el conjunto de la sociedad es a la minoría más rica, constituida por los empleados públicos y los profesores y estudiantes de universidad. El activismo de los reclutadores y propagandistas determinó que esos sectores hallaran en el mentiroso sueño de un paraíso igualitario el pretexto de unos privilegios que no tienen los empleados públicos y universitarios en ningún otro país del mundo. Y esos grupos son simplemente los herederos de las castas superiores de la sociedad antigua, en una sucesión que remite a la misma época colonial.

La verdad es que como garantes de ese orden social inicuo los criminales narcoterroristas sí representan a la sociedad porque si bien benefician a una minoría parasitaria no hay en el resto de los ciudadanos un rechazo de ese orden sino a lo sumo la aspiración a incluirse en él, cosa evidente en la unánime aprobación de atrocidades como la matrícula cero (con la que se despoja a los pobres para proveerles ventajas a los ricos) o la acción de tutela (con la que se suprime la ley para que el privilegio esté asegurado gracias al arbitrio de los funcionarios). La persistencia de ese orden, cuyo nombre es esclavitud, caracteriza a toda Hispanoamérica y explica su perpetuo atraso y su perpetua miseria. El que en Colombia exista algo tan obsceno como la «Comisión de la Verdad» y que las mentiras que produce sean lo que se enseña en lugar de la historia en las escuelas es prueba de esa condición.

La verdad es que por mucho que uno se indigne y crea que los criminales comunistas son extraños al país, lo que se puede comprobar es que no tienen alternativa. Los propagandistas de esa «verdad» criminal son los colombianos más admirados, como el escritor Héctor Abad Faciolince, o el ministro de Educación, el mismo que favoreció la multiplicación de los cultivos de coca (y los pesares de los raspachines, en su mayoría niños y jóvenes indios) para defender la salud. ¿Qué clase de doctores y científicos comparten esa «verdad» a pesar de tener acceso a toda la información?: la clase de gentuza que reina en una sociedad bárbara y padece un daño moral incurable gracias a los hábitos de crueldad e indolencia que adquirieron sus antepasados gracias a la esclavitud. La infame mentira que sale de la «Comisión de la Verdad» no tendrá mucha respuesta porque a la mayoría no es algo que le importe mucho.

La verdad es una tarea íntima, una búsqueda incesante que constituye el núcleo moral de una persona. Lo explicado arriba sobre el «conflicto» es sencillamente innegable, pero no habrá quien lo divulgue porque para eso haría falta una sociedad menos bárbara.

(Publicado en el portal IFM el 12 de agosto de 2022.)