sábado, enero 30, 2016

El mundo de hoy


En los años ochenta conocí a alguien que había viajado por África y me contó que todas las personas con las que entablaba conversación tenían una sola cosa en la cabeza al hablar con él: que los ayudara a emigrar a Europa. En mi visión ingenua de esa época no tenía sentido renunciar a vivir en el propio país en aras de una situación de exclusión y humillación en países extraños. Se me olvidaba que era mi misma situación siendo que mi país con todo era menos miserable y desordenado de lo que lo son los africanos.

¿Qué sería ahora de la vida de alguien que en aquella época hubiera emigrado a Europa y de alguien que tuviera circunstancias parecidas y se hubiera quedado en Togo o Níger? El "sueño europeo" que a mí me parecía tan disparatado resultó la estrategia adaptativa adecuada, y los hijos de ese inmigrante imaginario sin duda tendrían un acceso más probable al bienestar que los que se quedaron en su país.

Pero ahora más que nunca esa situación es evidente: la inmensa mayoría de la población del planeta tiene razones para creer que sus países no podrán salir nunca de la barbarie y la miseria, por lo que está justificado cualquier precio que haya que pagar por llegar a alguno de los pocos países que prometen algún futuro. Las regiones en las que la población es capaz de hacerse disciplinada y respetuosa del orden pueden alcanzar en poco tiempo el nivel de vida de los países ricos, y hoy Taiwán tiene un PIB per cápita más alto que la mayor parte de los países de Europa, y Singapur es uno de los países más ricos del mundo. Pero esas regiones son minoritarias.

La llegada de cientos de miles de personas que huyen de las guerras de Siria, Irak y Afganistán e intentan establecerse en Europa es el hecho más importante del año en el continente, y genera una situación traumática para la que no hay solución viable a la vista. La colonización de Europa por inmigrantes musulmanes, cada vez menos dispuestos a obedecer las leyes de la tierra de acogida y más resueltos a ostentar su desprecio por los europeos, parece repetir el mismo proceso de renovación demográfica que ocasionó la caída de los diversos imperios mesopotámicos de la Antigüedad (algo parecido ocurrió en México, donde los chichimecas de los desiertos del norte siempre conseguían imponerse sobre los toltecas, más civilizados; los aztecas fueron sólo el último imperio de origen chichimeca que hubo antes de la conquista española). El que llega del desierto miserable no tiene nada que perder y el que se ha habituado a una vida muelle y tranquila no está en condiciones de hacerle frente.

En ese caso, todo parece anunciar un sometimiento de Europa al islam, cosa que en Colombia suena a delirio pero que cada vez es más el temor de muchos en Europa. (Al respecto, esta extensa reseña de Sumisiónel último libro de Michel Houllebecq, es muy recomendable.) La reacción de la prensa europea tras la masacre del 13 de noviembre fue estremecedora, se aludía con grandes elogios a los parroquianos de la zona atacada que hacían frente a los asesinos acudiendo a divertirse donde solían, como si la respuesta a unos asesinos suicidas fuera seguirse divirtiendo: ¿qué resistencia va a haber si nadie cree que tiene que hacer frente a esos criminales y la mayoría los justifica de algún modo u otro? En España hubo notorias expresiones de rechazo a la respuesta francesa contra el Estado Islámico. Ante el riesgo de jugarse la vida combatiendo contra los decapitadores, la inmensa mayoría de los europeos se convertirían al islam.

Pero no es la misma situación en Estados Unidos y las otras grandes naciones de habla inglesa, a donde acuden cada vez más inmigrantes de todo el mundo, particularmente de Hispanoamérica. Primero porque esos inmigrantes no tienen ideología de conquistadores (que es lo que según muchos conocedores es en últimas el islam) y segundo porque sus poblaciones raizales están menos dispuestas a someterse.

Los narcorregímenes impuestos en Sudamérica durante las últimas décadas generan la certeza de que son sociedades sin otro futuro que la rapiña, la violencia, la miseria, la mentira y la continua selección negativa. ¿Alguien sería capaz de disuadir a un joven colombiano que se plantee buscarse un futuro en Estados Unidos, Canadá o Australia? En Colombia la vida sólo es relativamente grata y segura para los que viven apegados al erario, para lo cual se integran de algún modo en las organizaciones criminales que lo controlan desde hace muchas décadas, como la CUT, frente sindical del Partido Comunista que ha hecho más daño a Colombia que los brazos armados, cuyos crímenes cobra, legitima y alienta. 

Los demás obran bien emigrando, y lo  mismo se puede decir de toda Sudamérica. Nadie cree que las cosas vayan a mejorar realmente. Al contrario, España está a punto de integrarse en el narcoimperio.

(Publicado en el blog País Bizarro el 28 de diciembre de 2015.)