Una muchacha que esté en una situación desesperada puede encontrarse con un tipo que le ofrece una salida ejerciendo la prostitución y puede que eso le parezca una salvación, pero sólo es el comienzo de una degradación creciente, que será mucho peor después.
Es exactamente lo que le pasó a la sociedad colombiana con la "paz" que firmó hace veinticinco años con algunas bandas terroristas: para remediar un problema que no era tan grave como lo que vendría después, los colombianos aceptaron premiar a unos asesinos y abrirles las puertas del poder. A partir de entonces los crímenes se multiplicaron, hubo muchos más homicidios relacionados con el terrorismo en los noventa que en los ochenta, pues ya tenían una parte del poder controlado y les quedaba muy fácil escalar los crímenes.
Es exactamente lo que le pasó a la sociedad colombiana con la "paz" que firmó hace veinticinco años con algunas bandas terroristas: para remediar un problema que no era tan grave como lo que vendría después, los colombianos aceptaron premiar a unos asesinos y abrirles las puertas del poder. A partir de entonces los crímenes se multiplicaron, hubo muchos más homicidios relacionados con el terrorismo en los noventa que en los ochenta, pues ya tenían una parte del poder controlado y les quedaba muy fácil escalar los crímenes.
Pero los asesinatos y secuestros son sólo un aspecto del precio de esa infamia que cometieron los colombianos y que llaman "paz" como si la muchacha de mi ejemplo llamara "salvación" al puesto de trabajo que le ofrecen. No sería nada raro que la urgencia económica la hubiera provocado el mismo proxeneta, tal como los promotores de la paz de hace veinticinco años fueron los mismos que antes cometieron los crímenes: el profesorado universitario a través de sus discípulos, que fueron los militantes de las diversas bandas criminales y después los activistas de la "papeleta de la paz" que llevó a la Constitución de 1991.
Mucho más grave es la caída del poder final del Estado en manos de los mismos promotores del terrorismo: después de que la Corte Constitucional cae en manos de personajes como Alfredo Beltrán (relacionado con Fecode), Carlos Gaviria (después senador y candidato del Partido Comunista) o Eduardo Montealegre (ahora defensor a ultranza de las FARC), ya Colombia estaba entregada al crimen organizado, por mucho que los colombianos "compraran" el cuento de que por fin había verdadera democracia y progresismo (también a las pupilas de los proxenetas las intentan convencer de que su actividad es en realidad una vida de diversiones y placeres).
Los crímenes se cometen gracias al poder judicial, que tiene encarcelados a más de 15 000 militares y policías en procesos que no se conocen pero que si se estudian con atención resultan tan perversos como los que tienen en la cárcel a Plazas Vega o a Uscátegui.
Pero es mucho más: el parasitismo de los funcionarios estatales, sus privilegios increíbles, el despilfarro de recursos fabulosos en la promoción de la ideología del terrorismo y la destrucción de las perspectivas de prosperidad a punta de atropellos judiciales, son otra parte del precio. Baste recordar hasta qué punto la desigualdad creció durante la primera década de la Constitución impuesta por el M-19 y Pablo Escobar y que tan alegremente firmó Álvaro Gómez Hurtado y aplaudió Álvaro Uribe Vélez. O prestar atención a los resultados del informe PISA.
El hecho de que un maleante brutal, desvergonzado y zafio como Gustavo Petro haya sido alcalde de la capital es otra parte de ese precio: gracias al poder que les generan los asesinatos y el control del poder judicial, fuerzan a todos los demás sectores del poder a hacerse sus aliados. El precio de esa infamia en términos morales, la tranquilidad con que asesinos sin escrúpulos como León Valencia o Angelino Garzón se permiten dar clases de moral, es algo que garantiza para las futuras generaciones un destino cruel: lo lógico es que el asesinato y el secuestro sean la forma correcta de acceder a cargos de poder. No va a ocurrir que las elites surgidas de las FARC, a las que se pliegan las clases altas de lagartos con su tradicional servilismo y bajeza, sean las últimas. No tienen otra legitimidad que la que otorga el miedo y animarán a otros criminales a emularlos.
Nunca hubo ninguna “guerra”, las bandas terroristas son expresión de una conjura de las clases altas que encontraron en la cocaína (también aliadas con el cartel de Medellín y el de Cali) una forma de multiplicar los ingresos del secuestro. No representan a ningún sector social significativo, sólo la inercia de perpetuación del orden colonial.
Hoy todo se agrava y la caída del país en una tiranía como la cubana se puede dar por segura. El mismo candidato de la supuesta oposición acepta las premisas de la propaganda del crimen organizado y trata de introducir algún matiz para no pasar inadvertido.
La paz negociada debe estar enfocada en alcanzar: verdad, justicia y reparación, que son derechos fundamentales de las víctimas de las FARC.
— Óscar Iván Zuluaga (@OIZuluaga) marzo 31, 2014
Recuperar a Colombia de la condición en que cayó al firmar la "paz" es tan complicado como convertir a una mujer que ha ejercido ese desprestigiado oficio en una dama respetable. Lo que suele pasar es que los hijos que tiene se convierten en matones dispuestos a responder con la máxima violencia cada vez que se les recuerda el pasado de su madre.
Pero ¿es del todo una pérdida de tiempo señalar eso? A menudo lo parece. Para los budistas no hay otro sentido en la vida humana que la posibilidad de llegar a convertirse en el buda, pero la historia está llena de ejemplos de personas y naciones que sólo existen como ejemplos de indignidad y bajeza, a los que todos desprecian.
Tal vez sea ése el destino de los colombianos, tal vez nunca haya quien quiera entender que la historia de las naciones afortunadas siempre se basa en el triunfo de la ley sobre la barbarie, del honor sobre el miedo y la bajeza. Lo cierto es que la infamia multiplicada, el reino de los criminales, es hoy la opción que la inmensa mayoría aprueba. Y que pagará carísimo, porque el resultado de dar poder a quienes se han acostumbrado a prosperar matando es que sus crímenes se multipliquen, como ya ocurrió en los últimos veinticinco años gracias a la "paz".
(Publicado en el blog País Bizarro el 2 de abril de 2014.)
Pero ¿es del todo una pérdida de tiempo señalar eso? A menudo lo parece. Para los budistas no hay otro sentido en la vida humana que la posibilidad de llegar a convertirse en el buda, pero la historia está llena de ejemplos de personas y naciones que sólo existen como ejemplos de indignidad y bajeza, a los que todos desprecian.
Tal vez sea ése el destino de los colombianos, tal vez nunca haya quien quiera entender que la historia de las naciones afortunadas siempre se basa en el triunfo de la ley sobre la barbarie, del honor sobre el miedo y la bajeza. Lo cierto es que la infamia multiplicada, el reino de los criminales, es hoy la opción que la inmensa mayoría aprueba. Y que pagará carísimo, porque el resultado de dar poder a quienes se han acostumbrado a prosperar matando es que sus crímenes se multipliquen, como ya ocurrió en los últimos veinticinco años gracias a la "paz".
(Publicado en el blog País Bizarro el 2 de abril de 2014.)