domingo, junio 01, 2014

La ideología universitaria

1. La mejor universidad

En una ocasión leí una noticia sobre un grupo de jóvenes del Huila que habían sido enrolados en las FARC con engaños y después estaban medio secuestrados, mientras sufrían adoctrinamiento y se los preparaba para cumplir tareas al servicio de la banda. Me quedó sonando que una chica de ésas contara que según Jojoy ésa era la mejor universidad que podían tener.

Ya sé que la gente del medio universitario está harta de que se relacione sus beneméritos centros de saber con las guerrillas, pero ¿qué clase de argumento es ése? Es como si los ex presidiarios protestaran porque los incluyeran entre los sospechosos de alguna infracción. Habría que plantearse si hay algo de cierto en eso, cosa que SIEMPRE se descarta en medio de las típicas amenazas y acusaciones de paramilitarismo.

Realmente esa asociación molesta a los interesados y a los ignorantes. Los que se han aventurado a estudiar carreras como sociología o antropología en la Universidad Nacional saben que sus profesores son sólo los compañeros de estudios y militancia de Alfonso Cano, cosa muy fácil de comprobar por ejemplo enterándose de quiénes escriben cartas a las FARC quejándose de los "falsos positivos" y tratando de legitimar a la banda para que se premien sus proezas. O consultando a cualquier persona que conociera las universidades públicas en los años sesenta, setenta y ochenta. Yo conozco incluso profesores extranjeros cuya labor, muy bien pagada, es la difusión del marxismo. Basta echar un vistazo al artículo enlazado en este párrafo para entender que es a lo que se dedican cientos de profesores.

De modo que Jojoy no andaba tan desencaminado cuando se sentía formando una nueva generación de revolucionarios: los demás doctores sólo son más ineptos como asesinos, no menos ignorantes ni menos fanáticos ni menos leales al sueño totalitario.

Lo nuevo es que la izquierda marxista ya no está sólo en la universidad ni se plantea emprender la lucha armada para imponer el socialismo, sino cobrar el fruto de la lucha armada que empezaron los del Movimiento Estudiantil Revolucionario de las generaciones anteriores. Y ahora domina la mayor parte del Estado, a través de los sindicatos, de la Administración de Justicia, de entidades como la Alcaldía de Bogotá y de redes de políticos venales que siguen las órdenes de Hugo Chávez (en algunos casos prácticamente lo dicen).

Arrinconada la tropa rústica, lo que caracteriza a la universidad actual es el odio al líder de la otra Colombia, que llevó a la victoria de las Fuerzas Armadas y formó una mayoría social que rechaza el comunismo. Los pretextos de ese odio son grotescos, a menudo mentiras descaradas o apreciaciones delirantes (como considerar las supuestas interceptaciones a los evidentes socios del tráfico de drogas y el terrorismo como delitos de lesa humanidad) y explotan a la vez el resentimiento contra los que salen en las páginas sociales y el desprecio de las personas cultas y sensibles de la capital por los colombianos de las zonas rurales.

Es el odio de la clase de gente indignada por el monstruoso crimen de unos vulgares subsidios agrícolas, menos sesgados a favor de los ricos que en los demás países, pero dispuesta a considerar justificada la indemnización de 2.000 millones de pesos, decenas de veces lo que un trabajador colombiano obtendría en toda su vida, porque un presunto prevaricador se sintió incómodo ante la posibilidad de que lo estuvieran investigando.

En Twitter yo sigo a decenas de personas que se sienten unidas en su rechazo al terrorismo y a su promotor venezolano. Yo creo que mientras no se tenga claro que el problema es el orden social cuyo principal engranaje es la universidad, y no sus efectos, como las bandas terroristas (si se piensa en las surgidas en las universidades después de la revolución cubana, serían varias decenas: sólo las FARC y el ELN persisten, gracias a la ayuda generosa de la Unión Soviética y del territorio libre de América, en su día); mientras no se entienda que la guerrilla es casi una fatalidad para Colombia y no una desgracia que le llegó por mala suerte, y que incluso cuando la tropa rústica ha sido vencida, aquello que la mueve sigue conspirando y haciendo casi tanto daño como entonces... Mientras no se haya pensado seriamente en eso, sólo se estará disfrutando de una tregua en la cual olvidarse de los problemas.

Para hacerles frente habría que preguntarse ¿por qué produce Colombia personajes como Jojoy o como Pablo Escobar?, ¿de dónde salen las certezas y condicionamientos que los llevan a hacer lo que hicieron? En el caso del campesino comunista el alivio que siente uno al saber que desapareció no compensa la indignación que sigue dejando la impunidad de los cientos de miles de miserables que lo apoyaban y que se lucraron de muchas maneras de las atrocidades que ordenaba, sobre todo robando al conjunto de los ciudadanos a través del sindicalismo estatal, pero también desde ONG, grupos políticos y agencias de mediación de secuestros.

Jojoy desapareció pero las FARC persisten, y seguirán matando colombianos cuya suerte importa a muy pocos. Y el país cuenta con cientos de miles de Timochenkos y Romañas (más cobardes e hipócritas, eso sí) "formados" en las universidades. Mientras no se atienda a esa cruel realidad, la alegría por la desaparición de Jojoy puede ser tan fútil como la que en su día experimentaron los colombianos por la caída de Sangrenegra, Desquite o Efraín González. Los jefes de la conjura siguen disfrutando sus sueldos multimillonarios en la Universidad Nacional y sin duda se ríen del entusiasmo de los colombianos por la muerte del patán al que desprecian tanto como a las víctimas.

Por lo general, cuando se consideran las relaciones de la izquierda universitaria con las bandas terroristas hay personas que se echan a temblar por algo que les parece excesivo o calumnioso. Pero ahí se trata de algo intelectualmente atroz: la pretensión de que un prejuicio va a ser más cierto que el conocimiento empírico. Quienes no dudan de esa relación son quienes conocen por dentro esas sectas, como Plinio Apuleyo Mendoza, José Obdulio Gaviria o Eduardo Mackenzie.

Con todo, lo interesante es considerar lo que era Jojoy, sus valores y aspiraciones, su condición moral y la base de su concepción del mundo. Fuera de su liderazgo, de su zafiedad, de su condición de criminal activo y de su arraigo en la guerra, las ideas de Jojoy son exactamente las que han profesado la mayoría de los intelectuales colombianos desde los años sesenta. Al pie de la letra. A lo mejor es que leía demasiado la prensa y por eso razonaba así. Pero la verdad es que desde los años ochenta el mando en las FARC lo tienen los universitarios. El rústico Jojoy sólo era un peón de las ideas de Cepeda I, de Gilberto Vieira (cuyos descendientes también tienen su parte de mando en las redes de la lucha revolucionaria) y de los demás líderes del PCC.

¿Cuáles son esas ideas? Es profundamente estúpido suponer que se trata de "ideologías foráneas", pero no por eso se debe concluir que son un simple desarrollo endógeno de la mentalidad tradicional. La vieja cultura de saqueo y esclavitud halló un pretexto potente en el totalitarismo marxista, tan potente que el arquetípico golpista venezolano no encontró nada mejor para asegurarse el poder. En gran medida esos valores se adaptan a corrientes poderosas que atraviesan todo Occidente, pero en el contexto primitivo y de indigencia moral generalizada (que es otro nombre del primitivismo) que reina en Colombia, la traducción en crimen masivo fue inmediata. En otras partes no es tan fácil para los rateros convertirse en fanáticos ni para los fanáticos convertirse en rateros.

Es decir, la ambición de un guerrero primitivo como Jojoy encontró la cadena de falacias que le permitían obrar como obraba sin vacilación. La casta intelectual (formada por miles de individuos que reciben sueldos multimillonarios y toda clase de prebendas por dedicarse a hacer política contra el sistema democrático) aseguró su poder gracias a los crímenes de las bandas, y al mismo tiempo proveyó las coartadas que en la mente de decenas de miles de campesinos se convirtieron en la orgía de sangre que todavía asusta a la mayoría de los colombianos.

¿Cuáles son esas coartadas? ¿De qué modo la ideología universitaria sigue siendo hegemónica entre las clases altas en Colombia y amenaza con nuevas erupciones de redes criminales dispuestas a tomarse el poder, toda vez que ya tienen copado la mayor parte del Estado sin que las mayorías se decidan a cambiar esa situación? En la siguiente entrega continuaré explicándolo.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 8 de noviembre de 2010.)

2. Adiós a Dios

El ateísmo, la negativa a aceptar que una voluntad externa rige el mundo, está en la base de la tradición filosófica griega, que es al fin de cuentas el origen de nuestra civilización. Pero tal visión corresponde al anhelo de saber de un tipo de individuos que concibieron infinidad de hipótesis sobre la esencia y el origen de la materia, el universo o la vida, que se pasaban el día tratando de entenderlo. Ser ateo comporta desistir de atribuir al mundo cualquier sentido, cualquier causa final (es decir, no existe para nada).

En otras palabras, el ateísmo desempeña un papel en la indagación filosófica y no puede ser una certeza fácil que alivie a la gente de las cargas ligadas a su tradición religiosa. Quien lee a los grandes filósofos muy rara vez encuentra proclamas de ateísmo o condenas de la religión. Por el contrario, desde la Edad Media son muchos los pensadores creyentes, los que intentan hacer compatible el cristianismo con la razón desarrollada en la Antigüedad (que también tuvo su papel en el origen del cristianismo). Tampoco Marx, que dice que en el mundo que creó la burguesía la religión es el opio del pueblo pero no atribuye a "opio" la acepción que el populacho le da: era ante todo una forma de disfrute y alivio que no estaba al alcance de todo el mundo.

La pérdida de la religiosidad en individuos que no tienen hambre y sed de verdad sólo conduce a una profunda desmoralización, precisamente porque la religión era la base de un acuerdo general sobre los límites de lo que se puede hacer. El intelectual Iván Kamarazov se preguntaba: "Si Dios no existe, entonces ¿todo está permitido?". Cuando uno lee las arduas y apasionadas discusiones sobre el aborto se queda siempre desconcertado ante la tosquedad de los liberalizadores. ¿Qué es lo que hace que el feto de dos meses sea desechable y el niño de dos meses de nacido no? Los mismos griegos y romanos dejaban morir a las criaturas que no interesaban, a menudo a las niñas. Tampoco habría por qué desistir de comer carne humana, como hacían antes de la Conquista los habitantes de Mesoamérica (mucho más cerca de los europeos de su tiempo en refinamiento y organización que de los habitantes de la actual Colombia). De hecho, últimamente no es raro encontrar noticias sobre gente que se aventura a hacerlo. Lo mismo se podría decir sin problemas del incesto, del homicidio, de la crueldad, etc.

¿De dónde viene que alguien que profese el ateísmo deba tener alguna enemistad con quienes creen en Dios? La persona religiosa en cierta medida asume el compromiso de conservarse inocente, cuando es cristiana observa no sólo el mandamiento de amor al prójimo, que no es ninguna obviedad y sobre todo no lo era antes, sino también las normas mosaicas. Quienes buscan esa enemistad sólo halagan el orgullo de personas muy mediocres intelectualmente para utilizarlas con otros fines.

Como país heredero de la Contrarreforma, Colombia sufre el flagelo de una religión severa que tenía que convivir con una empresa que negaba la esencia de sus convicciones. El saqueo, el exterminio y la esclavitud de la población aborigen no eran propiamente formas de amor al prójimo, y la conversión forzosa y masiva, ligada a la esclavización, era más una forma de dominación que de enseñanza de una doctrina de amor. El aislamiento del país, la precariedad de las condiciones materiales, el mismo primitivismo de los aborígenes, etc., fueron debilitando el sentido de un discurso religioso que desempeñó un importante papel en la formación de la Europa moderna.

El catolicismo realmente existente durante los siglos coloniales y en el periodo republicano ya era, comparado con el modelo de la misma tradición cristiana, una forma de desmoralización. Convivía con la crueldad, con el desprecio, con el atropello constante y con una muy marcada hipocresía. De hecho, ya el modelo de penitencia y perdón siempre y cuando se acepte la primacía de la institución religiosa (y de sus ministros) termina siendo una forma de "carta blanca" para delinquir. El lamentable episodio de la relación de García Herreros con Pablo Escobar, convertido en aspirante al cielo antes de su última fuga, ilustra muy bien ese problema.

Es de ese orden hegemónico de donde surge la ideología universitaria o jojoyana. Hipócritamente presentada como "ilustración" o "progreso", pero en realidad como continuación del orden de Apartheid cuando los valores liberales y democráticos amenazan con acabar con los privilegios de las castas superiores. En el juego de intereses de esas castas la cuestión religiosa se vuelve una guerra de banderías y no un problema filosófico. Y el "ateísmo" es sumamente útil: es necesario quitarles frenos a los esclavos para que se maten sin complicaciones para conseguir que Molano llegue a ministro vitalicio.

Pongo "ateísmo" entre comillas porque la ideología universitaria colombiana es un conjunto de resortes y sobreentendidos. La religión se considera un lastre para el progreso, y los problemas morales se niegan. Hace unos cuantos años le pregunté a un comunista si estaba casado y me miró con desconcierto y rabia: "¿Te imaginas que yo voy a vivir amancebado?". Si se piensa en los crímenes, siempre dicen que eso ya no pasa porque ya nos hemos civilizado, pero ¿qué es "civilizarse"? Si hay una vaga noción del deber de amar al prójimo es precisamente por el cristianismo que los nuevos inquisidores en todo momento persiguen como superstición. Y en todos los casos el límite de los crímenes resulta más bien laxo: las FARC y el ELN secuestran y matan gente desde los años sesenta, y hasta los tiempos del Caguán los apoyaban abiertamente 99 de cada cien estudiantes o profesores de universidades públicas. Para esa ideología el aborto o el tráfico de drogas sólo son delitos por la perversidad de quienes los prohíben. Fuera de ahí son "derechos".

Es decir, el mito religioso, milenario y complejo (que, para mencionar sólo el siglo XX, profesaron personas como el poeta más reconocido por los otros poetas, Eliot, o el cineasta más admirado por su profundidad en el medio del cine, Dreyer), se reemplaza por un mito más barato y menos exigente, en el que no faltan la atribución de un sentido al mundo y aun el invento de una "moral natural", reducidos al nivel de comprensión de una chusma elemental y ansiosa de imponerse por la violencia. En cambio, el orden social en el que los descendientes de los españoles se hacen funcionarios de la organización espiritual permanece intacto: sólo es que antes las rentas provenían de los rezos y de la vigilancia de la moral, mientras que ahora llegan de la condena de la religión y de toda la ingeniería social emprendida con recursos fabulosos de las víctimas del terror (como los "estudios de género", de la Universidad Nacional). El espíritu inquisitorial también permanece intacto.

Esa suplantación de la religión por una ideología brutal y de corto vuelo está detrás de todas las atrocidades del siglo XX: fue por igual la norma en la Alemania nazi, en la Rusia de la colectivización, en la China de la Revolución cultural y en la Camboya del jemer rojo. En Colombia una vez la base social del totalitarismo (el estudiantado, aun después de graduarse, como parte de la vasta casta que intenta imponer el régimen de partido único) abraza la ideología anticristiana, no es raro que los oficiantes de la "lucha" (que reemplaza a las viejas misiones de los católicos) se permitan todas las transgresiones imaginables a la moral "sobreentendida". El avispado "intelectual" siempre podrá decir que la pedofilia de Raúl Reyes es culpa del régimen que no buscó la negociación de paz.

¿No es el tipo de razonamiento habitual de 999 de cada 1.000 profesores colombianos? La ideología jojoyana hereda de la religión ese arte de brindar identidad a sus prosélitos: una vez reconocidos todos en la superioridad de su condición de sabios insondables que se atreven a declarar que Dios no existe, no tienen ningún problema en engañar con cualquier pretexto a la masa enemiga (la de los creyentes o no adeptos al sueño de la sociedad sin clases).

Esa manía antirreligiosa acompañó al comunismo en todas partes. En España en los años treinta fueron asesinados unos ocho mil curas y monjas por el mero hecho de serlo. Y es una constante el deseo de reemplazar a la Iglesia por el Estado, haciéndolo dueño hasta de la intimidad de las personas. El pseudoateísmo "científico" conviene a ese fin.

Lo que distingue a Colombia es el absurdo continuo: los profesores universitarios corrientes son capaces de montar en cólera porque se los compare con Jojoy, pese a que su visión del mundo es idéntica. ¿No debería ser el finadito quien hallara muy odiosa esa comparación? A fin de cuentas tenía mejor comprensión de lectura, mejor lenguaje, mejor compañía femenina y más prestigio entre la izquierda que ellos. Claro que semejantes sabios no aspiran a un Rolex: dado que hace falta un poco de valor para alcanzar esos ingresos, y no sólo recitar mentiras e idioteces para favorecer la actividad de la tropa remanente, queda mejor optar por la superioridad moral.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 10 de noviembre de 2010.)

3. La victoria inesperada

La exportación de cocaína ha sido un rubro importante de la economía colombiana en las últimas cuatro décadas. La mayoría de los jefes visibles de esa industria, los malhechores que organizaron las redes y rutas y las bandas de sicarios con que se defendían de competidores y perseguidores, están hoy muertos o presos, y sus fortunas dispersas o desaparecidas. Se trataba casi siempre de aventureros surgidos de la delincuencia, o de ex policías o ex militares de baja graduación.

Pero el dinero fluía y fluye hacia los grupos poderosos: abogados, jueces, funcionarios públicos de distinto rango, políticos, militares y policías de alta graduación, testaferros con base económica... Personajes que obviamente no conocen las cárceles, salvo que hayan incomodado a las redes y camarillas que controlan el aparato judicial. Al cabo de un tiempo, el tráfico de cocaína representó una brutal "contrarreforma social" (parafraseando la socorrida "contrarreforma agraria" de la propaganda terrorista, grosero pretexto de la universidad para convertirse, falazmente, en defensora de las víctimas de la guerra que emprendió). La nueva industria determinó una concentración mayor del poder y de los recursos en las castas que usufructúan el Estado desde mucho antes de la Independencia, obviamente a costa del sector productivo formal y de quienes no tienen acceso al favor estatal. Baste pensar en la multiplicación del valor de las viviendas desde los setenta para entender esa concentración como factor de exclusión.

Si se piensa en el poder político y no sólo en el dinero, el fenómeno es mucho más marcado. La necesidad de Pablo Escobar y sus mariachis de "vacunarse" contra la posibilidad de la extradición determinó la jugada de César Gaviria de convocar una Constituyente. Asesinada la cúpula judicial por la alianza entre el capo y la tropa que obedecía a Alternativa, las "fichas" del Movimiento Estudiantil Revolucionario ascendieron en la carrera judicial, obviamente con los previsibles "refuerzos" y "castigos" (para usar el lenguaje de los psicólogos conductistas) que podían repartir en el gremio tan solventes y enérgicos patrocinadores.

La nueva Constitución, modelo de las que después promoverían Chávez y sus émulos, llevó al extremo dicha contrarreforma social: se multiplicaron los recursos para el funcionariado, festín animado por el entonces reciente descubrimiento de Caño Limón. Gracias a eso, y a la necesidad de respaldo y legitimación del contubernio constituyente, la presencia de los emisarios de la utopía en las universidades y en los servicios públicos se afirmó, además por el apoyo de los que ya tenían su puesto, es decir, los lagartos y demás personajes relacionados con el viejo orden, agradecidos por las pensiones y demás prebendas fabulosas y por el blindaje contra toda posible evaluación.

De paso, la nueva norma fundacional encontró en la tutela el atajo para convertir todas las leyes y todos los contratos en papel mojado, concentrando el poder en los abogados y jueces (los que, en la etapa estudiantil, más habían hecho por el sueño revolucionario), y en quienes podían incentivar o intimidar a dichos gremios: los mafiosos, los terroristas y las camarillas ("roscas") del poder político.

Como ya he señalado muchas veces, la mayor atrocidad que ofrece Colombia al mundo es que los beneficiarios de esa extrema desigualdad tienen por oficio quejarse de la desigualdad. Cuando el modo de vida de alguien es una mentira semejante, cuando el parasitismo más desvergonzado se disfraza, aun para el mismo beneficiario, de filantropía, y el despojo sistemático en "justicia", se está ante un falseamiento extremo de la condición humana. Alguien que convive con eso ya no podrá observar ninguna norma de respeto de sí mismo. La desfachatez con que los "juristas" de la Corte Suprema de Franela ejercen su tiranía y con que los sicarios de la prensa la justifican ya muestra una condición moral que avergonzaría a Jojoy.

Por eso no es sorprendente la ambivalencia de la universidad ante las FARC y el ELN, sean cuales sean sus crímenes: ¿alguien recuerda un solo documento firmado por tres o cuatro profesores en que se pida a esas bandas que se desmovilicen o en que se condene su actuación? TODOS los actos políticos de la universidad tienen por objeto cobrar esos crímenes, sacar provecho de ellos, convertir a los rentistas que prosperaron gracias a Pablo Escobar en amos de la sociedad. El tráfico de cocaína y el ascenso de las bandas terroristas produjeron en Colombia un mandarinato bastardo cuyo efecto inmediato, dada la mentira de que proceden las rentas de los beneficiados, es una profunda desmoralización.

Y eso afecta a toda la sociedad, tal como un crimen monstruoso daña a todos los que lo presencian. ¿Alguien se habrá preguntado cómo es que en El Espectador escriben al menos media docena de columnistas que son profesores de la Universidad Nacional y que usualmente no dan ninguna clase (la transmisión del leninismo se deja a otros menos relacionados con las grandes familias) sino que son "investigadores"? El sueldo de esos señores es el galardón que obtienen por deslegitimar al gobierno elegido por los ciudadanos, que pagan ese oneroso tributo gracias al poder de los carrobombas de los años ochenta y noventa. Todo lo cual, sobra decirlo, no incomoda a nadie. Ni el gobierno anterior ni el actual se han planteado la conveniencia de que la legitimación del terrorismo deje de estar pagada por las víctimas.

Y esa realidad termina explicando la base sociológica del terrorismo totalitario: la labor de Jojoy conduciría a una abolición de la propiedad y después de todas las libertades. ¿Quién se habría de beneficiar de eso? Obviamente, el clero universitario, la burocracia parasitaria, en resumen, el mandarinato bastardo que mencioné antes. En caso de que el terror dé sus frutos, ellos se dedicarán a aderezar falacias para legitimar la opresión, tal como han hecho los intelectuales cubanos durante medio siglo.

Pero visto el relativo fracaso de la tropa rústica no hay que creer que pierden mucho, pues ya tienen las rentas y el poder. Lo único que les incomoda es exactamente aquello por lo que organizaron tantos levantamientos armados: las urnas, el hecho de que la gente se exprese y elija a sus gobernantes (la "democracia electoral" era el nombre universitario para esas odiadas costumbres). En Colombia, dadas las condiciones morales de la población, se tolera esa absoluta irrelevancia. El gobierno fue elegido para que continuara el uribismo y se ha dedicado a enterrarlo. No se puede negar que es una opción práctica, pues el poder real lo tienen las camarillas que heredaron la Constitución de Pablo Escobar y hoy controlan toda la rama judicial. Por eso la absoluta coincidencia entre los defensores de las FARC y la Corte Suprema de Franela. Buscan lo mismo, ningunear la decisión de los ciudadanos y tratarlos como ganado.

Muy engañados están los colombianos si creen que el retroceso de las FARC los librará de aquello que buscaba la banda: con el gobierno Santos, aliado con el hampa judicial y los demás poderes fácticos, la prensa y la universidad, los patrocinadores del terrorismo acceden a todo el poder. Puede que la triste tropa de Jojoy les resulte hoy por hoy más bien un estorbo y pongan a políticos uribistas a perseguirla. La democracia y la libertad han retrocedido casi tanto como si las FARC hubieran ganado la guerra.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 17 de noviembre de 2010.)