domingo, junio 25, 2023

El ídolo más nefasto

Muchos años después de la muerte de Gulliver, la gente seguía diciendo para reforzar una afirmación: «Haz de cuenta que te lo dice el señor Gulliver». Algo parecido se ve en la mayoría de los libros que se publican sobre temas políticos, la reductio ad trumperum: el ejemplo de la maldad en el mundo es Trump y todo se compara con Trump para decidir si debe ser desechado o cancelado. «Estás haciendo lo mismo que Trump» es una descalificación completa.

Según ese curioso consenso, lo que amenaza a la democracia liberal son los tiranos como Donald Trump, Boris Johnson, Viktor Orbán y Jaïr Bolsonaro, y es cuando uno se pregunta si uno solo de esos gobernantes ha hecho algo parecido a lo que ha hecho Pedro Sánchez en cinco años de gobierno. ¿Alguno nombró fiscal a una exministra asociada a un exjuez condenado por prevaricación y reconvertido en abogado de narcotraficantes? ¿Suprimió delitos para favorecer a reos presos que prometían seguir delinquiendo? Nada de eso, ni remotamente parecido. Y Sánchez ha cometido muchísimos desafueros como ésos. Y eso por aludir a Europa, porque un personaje como Juan Manuel Santos resulta aún peor y recibe aún más aplausos.
¿Por qué los enemigos estadounidenses de Trump ven a Sánchez y a Santos como demócratas modélicos?, simplemente porque están aliados con el narcocomunismo. ¿O es que denuncian a personajes como Alexandria Ocasio-Cortez, claramente alineada con los regímenes de Venezuela y Cuba?
Esa reductio ad trumperum es muy frecuente entre los académicos y periodistas estadounidenses, y es algo muy llamativo porque en la realidad continúan una tradición de su casta. ¿Quién despertaba más animadversión en las universidades del país, Pinochet o Fidel Castro? Los gobernantes que, como Trump, discuten los mandatos ideológicos de la casta les producen miedo, y la causa de ese miedo es que la resistencia de las sociedades liberales a su dominación les impide, como dice Fernando Savater en un excelente artículo sobre Jean-François Revel, «apoderarse enteramente de la dirección del prójimo».

Ese anhelo de dominación está en el origen del Estado, que según el propio Marx y otros pensadores ajenos a sus doctrinas, como Franz Oppenheimer, siempre surge como organización que sirve a la dominación de un grupo sobre otros y permite asegurar la explotación económica. Cuando se ha asentado, la casta guerrera que funda el Estado se convierte en casta sacerdotal y se plantea un dominio basado menos en el miedo que en la persuasión.

Así surge la casta clerical o de mandarines, que son como señores que viven del trabajo de los demás mientras controlan sus almas. Detrás de la noble intención religiosa o ideológica están el rango y las rentas de los funcionarios. Eso son por ejemplo los docentes en todos los países occidentales, grupos poderosos que con el pretexto de la educación implantan la propaganda que conviene tanto a los políticos que dirigen los partidos totalitarios como al conjunto de los funcionarios.

De modo que al mismo tiempo que unos se sirven del Estado, el Estado se sirve de ellos porque su expansión es una lógica fatal. Baste pensar que en todo Occidente hoy en día es la primera organización económica, en la que se mueve más dinero y se pagan más carreras.

Lo más preciso que yo conozco sobre el Estado es el fragmento de Así habló Zaratustra en que Nietzsche lo describe. Un monstruo frío que reemplaza al pueblo y miente y roba y trae muerte. Leer con atención ese fragmento es indispensable para entender la conexión en apariencia incoherente que hay entre la llamada izquierda woke y el leninismo.

Ortega y Gasset lo explicó de otro modo: la sociedad crea el Estado y en cierto momento empieza a servirle, la criada se hace señora. Dice que ese fenómeno determinó la decadencia de la antigua Roma y lo asocia al hecho de que los vientres se secaban (la población de origen europeo y cristiano mengua cada año mientras que la de otros orígenes crece, lo cual tiene relación con la epidemia de «diversidad sexual» de nuestro siglo). Eso es lo que ocurre en Occidente desde la época de la Revolución industrial, un Estado cada vez más poderoso que mantiene a la sociedad sometida a punta de engaños e intimidación.

La gente que no conoce la historia del comunismo puede pasar por alto el  actual olvido de la retórica totalitaria por parte incluso de los partidos llamados comunistas. Ya no viene el fin de la explotación del hombre por el hombre ni de la propiedad privada sobre los medios de producción ni de la sociedad de clases, ahora se habla de derechos, de feminismo, de libre determinación de género o de “lo público”. En toda Europa y toda América los abanderados de esas bellezas son partidarios de Lula, de AMLO y de Petro. Tienen miles de pretextos, ésa es la tal revolución molecular disipada que atribuyen a Félix Guattari, la defensa de la lengua asturiana o del legado islámico de alguna región valen igual que el transexualismo, el animalismo o algún disparate ambientalista. De lo que se trata es del dinero ajeno, y el Estado, dirigido por personajes de la catadura intelectual y moral de Pedro Sánchez, los agrupa y ejerce la violencia que permite esa exacción.

Por eso las discusiones ideológicas que no se centran en esa cuestión son falsas: no se trata de qué ideas se divulguen en la escuela pública, sino de que ésta exista y todo el mundo la pague. Los únicos que se libran de mandar a sus hijos a recibir la propaganda de Fecode y sus hermanas de todo el mundo son los ricos, para los demás es obligatoria. Cuanto más sometida esté una comunidad al Estado, mayor es la proporción de gasto público en educación, y cuanto más gaste el Estado en educación peores son los resultados, como se puede comprobar en países como Cuba y en realidad en toda Iberoamérica. La educación pública parece una dádiva del Estado pero la pagan todos los ciudadanos, que renuncian a transmitir su forma de vida a sus hijos. Siendo deseable que todos accedan a la instrucción, el que fuera gratuita debería corresponder sólo a los que puedan demostrar que no pueden pagarla. No hay que temer que fueran tantos, porque el dinero en las manos privadas aporta más a la producción y con menos impuestos habría un crecimiento económico mayor.

Pero el de la educación es sólo un frente: en realidad la mayor parte de lo que paga una persona al comprar algo va a parar a manos del Estado, que cobra el IVA por el producto y antes ha cobrado el IVA por los materiales y servicios que han permitido producirlo, y cobra su parte del margen del comerciante y del beneficio del industrial y de los salarios de todos los que intervienen en el proceso.

Lo señaló con gran acierto el citado Oppenheimer: el hombre se busca su sustento trabajando o robando. El Estado, la política, lo público, las causas ideológicas, la propaganda, etcétera, son las formas modernas de ganarse el sustento robando, y engrandeciendo a una organización insaciable que en su propia lógica contiene el anhelo de dominación total.

Ése es el móvil del odio a Trump y a cualquiera que se atreva a representar a la sociedad contra la casta burocrática. El que quiera evaluar a esos gobernantes tan denostados debería fijarse en que intentan bajar los impuestos y reducir el gasto público. Eso es lo que despierta las iras de los periodistas, profesores y vividores del erario. Todo el que se atreva con eso será descrito como el peor tirano, baste prestar atención a lo mucho que inquietan a los antitrumpistas los regímenes de China, Cuba o Irán.

El error más espantoso es creer que se puede ser partidario de un Estado gigante sin formar parte de las huestes totalitarias. En decidir que la educación la deben escoger los padres y no los funcionarios que intentan reemplazarlos está la definición ideológica de cada persona, y cuando se atiende a eso se descubre que en realidad los que se oponen a esa dominación están en minoría, al menos en Iberoamérica.

(Publicado el el portal IFM Noticias el 4 de junio de 2023.)