miércoles, agosto 31, 2005

Togas ensangrentadas contra sotanas, o el aborto como pretexto

Hoy aparece en El Tiempo un ARTÍCULO de la abogada Mónica Roa, autora de la DEMANDA DE INCONSTITUCIONALIDAD con la que se pretende despenalizar el aborto, en respuesta a una COLUMNA reciente de Rafael Nieto Loaiza, a la que por lo demás tampoco contesta.

Si algo hay en el fondo de la mente totalitaria es sobre todo la corrupción del lenguaje, la pérdida de sentido de las palabras. Por ejemplo, en este escrito a la tiranía del Cartel de la Tutela se la llama "Estado democrático de Derecho con separación de poderes".

El interesado puede leerse por ejemplo el artículo de portada de la revista Cambio para ver en qué consiste esa separación de poderes, o recordar las declaraciones del magistrado Araújo-Rentería promoviendo a los bandidos que lo hicieron magistrado, o de Alfredo Beltrán admitiendo que sus autos estaban determinados por su ideología comunista, o al ya generosamente pensionado Eduardo Montealegre protestanto contra un intento de reforma de la justicia que pretendía hacer que las sentencias fueran realizables: ¿va la Corte Constitucional a hacerse cómplice de la ineficiencia del Estado?; o al también pensionado milagrero José Gregorio Hernández, que decretó el aumento de sueldos de su clientela y de él mismo unos meses antes de lanzarse como candidato a la vicepresidencia.

Detrás de tanta mentira asoman los abimaeles o abimolanos negando cualquier valor a la opinión de los ciudadanos o de sus representantes en el Congreso o el Ejecutivo: ¿para qué va a hacer falta que se legisle si ya una banda de asesinos impuso la grundnorm que ahora es fuente de Derecho que está por encima de todas las tradiciones, de todos los valores, de la opinión ciudadana y aun de los poderes del Estado, y que sólo obedece al capricho de sus exegetas, que ascendieron al poder gracias a la oportuna remoción de los verdaderos juristas, qué curioso, por la misma banda de asesinos?

El que quiera ver de lo que es capaz esa caterva de malhechores, mucho más dañina que el secretariado de las FARC, sólo tiene que buscar en alguna parte la lista de monstruosidades que se han impuesto por tutela, como por ejemplo los costosísimos tratamientos para la impotencia que hubo que pagarle a un señor de 64 años, como nos contaba hace un tiempo Alejandro Gaviria.

El problema de la demanda de inconstitucionalidad es esa sacralización de la Constitución y de sus intérpretes, verdadero atropello totalitario.

En primer lugar, la despenalización del aborto es lo novedoso, con lo que se pretende transformar sin discusión parlamentaria la legislación previa a la Constitución, siguiendo el precepto fundamental de toda teocracia totalitaria: los que saben saben, las costumbres, las convicciones, las pretensiones ciudadanas que callen, porque el oráculo sabrá qué es lo que dicta.

En segundo lugar, con las mismas razones se podría presentar una demanda que exigiera la despenalización del narcotráfico, pues la penalización es mucho más reciente e igualmente controvertida.

En tercer lugar, nadie entiende por qué no se presentó un proyecto de ley en el Congreso con el mismo fin. Como si la aspiración de los leguleyos-totalitarios (perdón por la redundancia) fuera precisamente "ningunear" a las instituciones elegidas que tienen la función de legislar.

No es que la demanda sea secreta o pública, es que se trata de un embeleco que atenta precisamente contra la división de poderes y contra el derecho de los ciudadanos a legislar a través de sus representantes.

Por lo demás yo sí apoyo la despenalización del aborto al menos durante las primeras ocho semanas: tanto como me indignan estas tramas leguleyas me repugna que los sacerdotes católicos favorezcan los abortos ilegales y la propagación del sida para mantener el ambiente de terror, oscurantismo, desesperación, ignorancia e impotencia de la gente, que es el que garantiza su poder, pues contra el aborto se lucha promoviendo el condón.

Estos leguleyos usan igualmente el aborto para competir con el Clero antiguo e imponer su nueva teocracia, increíblemente idéntica en sus rasgos esenciales a la que somete todavía a Cuba y Corea del Norte.

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